
miércoles, 29 de diciembre de 2010
CAGANCHA

jueves, 23 de diciembre de 2010
LEONCIO LASSO DE LA VEGA, EL POETA BOHEMIO QUE ADMIRABA A BATLLE
Un hombre arriesga la vida sobre la árida estepa
castellana en tiempos de la reconquista española. Musulmanes y cristianos
combaten por el dominio de la vieja Iberia. De ascendencia itálica, tal cual lo
delata su apellido, Lasso, se juega en torneo singular con un jefe moro en la
vega de Granada, la antigua capital de la Andalucía árabe. Ganancioso en el
lance, corta la cabeza a su oponente y la ofrece a su rey Sancho IV “el bravo”,
hijo de Alfonso X “el sabio”. El monarca concede al caballero, en homenaje al
triunfo, agregar a su apellido el “de la Vega”, y le premia con tierras y
blasones transmisibles a sus herederos. Hasta aquí la historia (¿real?) del
apellido.
Leoncio Lasso de la Vega nació en Sevilla en 1862 como “retoño de una
secular familia de galenos”, al decir de Adolfo Agorio. Soñó con ser marinero,
pero la presión del entorno lo empujó a la medicina, vocación que nunca sintió.
Tuvo una niñez pronunciadamente burguesa: iba a la escuela, la iglesia y a casa
de las tías acompañado de una sirvienta ataviada de riguroso uniforme.
Cuando tiene alrededor de 25 años fallece el padre y se recibe de
médico. Con las 35.000 pesetas que le tocan por herencia marcha a Madrid, donde
un pintor y bohemio de apellido Sorolla lo introduce en los cenáculos de artistas
y escritores. En la capital se relaciona con una francesita, bailarina
segundona en una compañía de “varieté” de tercera, cuyo arte sobre las
tablas consiste en bailar el can can de manera harto heterodoxa.
Poco después marcha a París, que ya era una fiesta, y luego a Burdeos,
donde la francesa lo abandona al ver que las pesetas ralean. Desencantado del
mundo y de las mujeres embarca en dirección a América –la tierra de promisión
de tanto europeo- y desemboca en Buenos Aires. Allí se gana la vida desplegando
humildemente sus vastos conocimientos y ejerce como profesor particular de
filosofía, matemáticas, literatura, historia e idiomas. Además, escribe en el
“Correo Español” y en la prestigiosa “Caras y Caretas” -donde publica
novelones de título y trama truculentos o descabellados- toca el piano en
un remate y dicta conferencias. Comienza a destacarse por su prédica radical y
forma, naturalmente, un cenáculo.
Se casa con una señorita de la alta sociedad porteña con la cual tiene tres
hijos. Pero las veladas del teatro Colón y los banquetes en los salones
elegantes no le sientan, y termina separándose amigablemente.
Hacia el 1900, y a raíz de un encargo editorial consistente en la
confección de un diccionario con las biografías (y las vanidades…) de los
grandes estancieros del litoral argentino, aprovecha para cruzar el río Uruguay
y visitar Mercedes. Se vincula a un cenáculo vocinglero y bohemio donde destaca
el pintor Blanes Viale, y, aquerenciado, ya no se marcha más del país.
Instalando su modesta habitación en un remolcador varado en la costa del
río Negro, dedicará sus horas ala lectura, la escritura, el solaz de la vida
más o menos errante y las borracheras, pues en Lasso, el alcohol formará parte
de una suerte de profunda cosmovisión.
En una oportunidad, su inclinación “báquica” le predispuso negativamente
con una mujer mercedaria. Resulta que solía pasear por las frondas lugareñas
una de esas jóvenes medio ojerosas y románticas, de larga cabellera y cuerpo
flacuchento, que, escapando de las convenciones sociales de la época, en lugar
de apuntar al matrimonio y al “crochet”, leía versos y tocaba la guitarra bajo
los árboles. Conocerla Lasso y enamorarse fue solo uno. En la floresta, el vate
creaba y la musa entonaba. Pero la relación se quebraría por razones de peso:
la muchacha promovía en la ciudad campañas contra el alcoholismo…
Son de esta época mercedaria dos pequeñas obras cargadas de radicalismo
social: “¡Anatema!. Canto pro Boer”, donde fustiga al imperialismo inglés en
Sudáfica, y “20 de setiembre. Caída del poder temporal. Roma libre”, canto
conmemorativo al fin del imperio terrenal del papado.
En 1903 se vincula a “El Día” a través del gerente del diario Juan Carlos
Moratorio. Su relación con el funcionario, hombre de talante más bien circunspecto,
no estuvo exento de rispideces. En el trascurso de los años en que Lasso
integró el equipo de redactores, Moratorio llegó a despedirlo en varias
ocasiones dada su costumbre de ausentarse por espacio de muchos días. Estando
Batlle en Europa y enterado de una de estas “cesantías”, escribió a Domingo
Arena: “Ni “El Día” puede estar sin Lasso, ni Lasso sin “El Día”. Y fue
repuesto. Todo ello teniendo en cuenta que don Pepe no siempre compartía el
contenido de sus artículos. Pero la mutua admiración era muy profunda.
En 1904, estallada la guerra civil, se une como corresponsal de “El Día” a
la sexta división del Ejército del Norte. Su permanencia junto a las tropas le
obligan, en más de una ocasión, a dejar momentáneamente de lado la pluma de
periodista para empuñar la carabina contra los revolucionarios.
Pero quien por entonces protagonizaba las grandes acciones bélicas de la
contienda era el Ejército del Sur; a vía de ejemplo, la sangrienta batalla de
Tupambaé (junio de 1904). Contrariado, Lasso solicita su traslado a esta última
fuerza, donde es recibido por su comandante, coronel Pablo Galarza, quien le
adscribe a su Estado mayor. Quince días más tarde, para su desazón, el Ejército
del Norte obtiene la decisiva victoria de Masoller (1º de setiembre).
A instancias de su amigo el coronel Julio Dufrechou, comienza a escribir un
libro sobre la guerra. Alojado al efecto en el cuartel del regimiento 1º de
caballería, se le tenía en una suerte de “libertad vigilada” a fin de que le
terminase. Más la guardia, con benevolencia, condescendía a “permitir” sus
salidas nocturnas. Hasta que en una ocasión desaparece por varios días, ante el
nerviosismo de los pobres milicos que temen una reconvención. Finalmente, lo
encuentran en un boliche cerca del puente sobre el arroyo Miguelete, tomando
caña y jugando al truco con el escritor Javier de Viana y dos guardas de la
línea del tranvía del Paso del Molino. El libro en cuestión se titulará “La
verdad de la guerra en la revolución de 1904”. En un pasaje del mismo, Lasso
revelará que Basilio Muñoz –jefe revolucionario tras la muerte de Aparicio
Saravia- le dijo el 23 de setiembre de ese año en Aceguá, en presencia y ante
el asentimiento de Luis Alberto de Herrera y de Quintana, que la guerra la
habían hecho por “disciplina partidaria”; pero que la pretensión de poseer
jefaturas políticas por la fuerza, y de que el gobierno deba pedir permiso para
entrar en los departamentos con administraciones departamentales blancas, era
“inconstitucional”.
Concurrente habitual del café Polo Bamba, de Ciudadela y Colonia, Lasso lo fue además de las instituciones que nucleaban a la intelectualidad progresista de entonces, como, por ejemplo, el Centro Internacional de Estudios Sociales (fundado en 1898), y en donde alternaría con Adrián Troitiño, Álvaro Armando Vasseur, María Collazo, Rafael Barrett, Orsini Bertani (editor de algunas de sus obras), Ovidio Fernández Ríos (quien sería secretario de Batlle), Ángel Falco, Florencio Sánchez, Emilio Frugoni, Orosmán Moratorio, Alberto Lasplaces y Ernesto Herrera, entre otros.
En 1910, abocado Batlle a una segunda postulación presidencial y habiéndose decretado la abstención nacionalista, algunas figuras lanzan la idea de crear partidos circunstanciales con el fin de llenar las bancas correspondientes a la minoría. Lasso promueve la creación de un “Partido Obrero” que reúna alrededor de la figura del líder colorado a sectores progresistas no tradicionales sobre todo el anarquismo. La tentativa fracasa debido al rechazo de éstos por la política electoral.
El poeta, que se definía a si mismo como un “socialista sin partido”, no dudaba en ubicar al “avanzado” Batlle y Ordoñez, como una de las más grandes figuras de la historia uruguaya: “…nuestros nietos –escribió- contemplarán con respeto en la plaza pública, la estatua que le habrá levantado la gratitud de una posteridad exenta ya de las pasiones que hoy rugen…”.
“Lo que más admiraba Lasso en Batlle –dice Agorio- era la exaltación casi mística de la responsabilidad propia y el deseo enérgico de no compartir el gobierno con el enemigo para disimularse en los otros y atenuar así posibles errores”.
De esta época fructífera serán sus obras: “Salpicones” (1910), obra satírica y anticlerical; “Canalejas, ya habló la prensa, ahora hablo yo” (1912); “La campana; tañidos de asamblea” y “El morral de un bohemio” (ambas de 1913), entre otras. Muchas de sus habituales colaboraciones en “El Día” las firmaba con el seudónimo “Ossal”.
Leoncio Lasso de la Vega murió en los últimos días de diciembre de 1915 víctima de la tuberculosis.
viernes, 19 de noviembre de 2010
LUIS BATLLE Y LOS JÓVENES III
“-Usted empezó su carrera política junto a don Luis Batlle.

-Si señor. Y de una manera insólita. Allá por los años sesenta, don Luis me encontró tomando una copa en un café del centro y me invitó a ir a Sarandí Grande. Yo era un dirigente político juvenil de segundo orden. Vivía en Florida pero trabajaba en las oficinas de AFE en Montevideo. Venía todos los días en ferrocarril, que en aquella época ponía dos horas veinte. Tema va tema viene llegamos a Sarandí Grande donde los dirigentes habían preparado un gran acto político Antes de empezar Luis Batlle les preguntó: “¿Qué persona joven va a hablar?”. “Ninguna, no tenemos”. “Entonces Luis Batlle tampoco habla. En las asambleas debe haber siempre gente joven”. Los dirigentes no sabían que hacer. “Si ustedes no tienen a nadie yo he traído uno”. –dijo don Luis señalándome a mí. Yo casi me caí al suelo de susto. “¡Pero don Luis!, ¿de que voy a hablar?. ¿De las madres?”. “Vos hablá del partido, meté alguna anécdota y vas a ver que todo sale bien. No le tirés ningún viaje al escribano (Faustino) Harrison porque sos muy joven y hay que saber respetar. En todo caso yo le doy por la cabeza.” El asunto fue que hablamos Luis Batlle y yo. A raíz de eso los diarios blancos empezaron a hablar del “candidato joven de Luis Batlle” y casi insensiblemente fui llevado a las listas. (…)
-¿Qué recuerdos guarda de él?
-El de un hombre tremendamente afectivo y afable, pero duro cuando debía serlo. Tenía un gran respeto por la gente joven. A veces iba a verlo al diario “Acción” y pasaba mucho rato conversando conmigo y eso que yo era apenas un veinteañero que no tenía ninguna representatividad política. Afuera había esperando personalidades importantes, caudillos de barrio, directores de Entes Autónomos y él no me dejaba ir. Yo me ponía furioso y don Luis me decía: “yo ya se lo que piensan esos, me interesa conocerlos a ustedes que son el futuro”
(Semanario “Búsqueda” , 21 de mayo de 1992).
Juan Justo Amaro fue miembro del Concejo Departamental de Florida en tiempos del colegiado -establecido por la constitución del 52-, y, luego de la última dictadura, Intendente Municipal de ese departamento (1995-2000). Diputado en varios períodos, senador durante la pasada legislatura, se desempeñó asimismo como director de Ancap y presidente del directorio de Ose.
martes, 9 de noviembre de 2010
LUIS BATLLE Y LOS JÓVENES II

De Luis Batlle se dijo en su momento que “tomó las banderas que otros habían dejado caer”, infundiendo al batllismo un torrente de energía renovada. Energía que consumió su vida en plena lúcida madurez. Parafraseando, pues, la definición que el maestro Daniel Vidart hacía de otro batllista ejemplar, Tomás Berreta, la vida política de Batlle significó una verdadera “apología de la acción”.
Y supo, además, como intentamos demostrar en nota precedente, promover en torno suyo a los jóvenes. En el convencimiento, estamos seguros, de que una de las tantas formas de que funcione la “fragua” generativa de nuevos dirigentes radica, precisamente, en la discusión profunda del dirigente con el joven sobre los más álgidos temas del país.
En 1997, y con motivo de conmemorarse el centenario del nacimiento de Luis Batlle, el desaparecido vespertino “El Diario” –con el cual colaborábamos entonces- publicaba un suplemento especial en homenaje a su figura. Allí tuvimos la ocasión de entrevistar al veterano dirigente Juan Adolfo Singer, que así recordaba su primer encuentro con el líder:
“-Diputado Singer, ¿cómo conoció usted a Luis Batlle?
-Lo conocí personalmente en 1953, cuando tenía yo 17 años. Integraba por entonces la Asociación de Estudiantes Batllistas del Liceo Nocturno, una organización que formaba parte de otra mayor, la Federación de Estudiantes Batllistas. Teníamos en la ocasión elecciones para renovar la comisión directiva del gremio, y decidimos solicitar la colaboración de la principal figura del partido.
-¿Por qué, era una elección difícil?
-Era muy politizada. Observe que competíamos: los batllistas, los blancos, los comunistas, los socialistas, los anarquistas y los cívicos; es decir, un conjunto variado de agrupaciones estudiantiles, pero todas con notoria filiación política. Necesitábamos de algún apoyo de carácter económico, así como también periodístico de “Acción”, para publicar nuestros comunicados y declaraciones. Fue entonces que cuatro compañeros, constituidos en comisión de prensa de la Asociación Batllista del Liceo Nocturno, pedimos una audiencia que Luis Batlle, para nuestra sorpresa, concedió al otro día de solicitada.
El lugar indicado fue radio “Ariel”, que estaba ubicada en 18 de Julio casi Médanos, hoy Barrios Amorín. Allí, en su despacho de la planta alta donde habitualmente recibía por las tardes, nos atendió con suma deferencia. Estuvimos conversando más de una hora. Escuchó nuestros planteos; se interesó por la marcha de nuestra agrupación, aún en los más mínimos detalles, y nos expuso con argumentos claros y firmes cuáles eran sus principales posiciones políticas. Recuerdo que nos advirtió que debíamos distinguir nítidamente los límites entre la actividad gremial y la partidaria.
-¿Qué lo impresionó más en ese momento?
-Me impresionó mucho la actitud sencilla que tuvo durante la entrevista. Cuando ingresamos a su despacho, el se encontraba sentado al escritorio. Se puso de pie, nos tendió la mano a cada uno, y no volvió al lugar que ocupaba, sino que tomó asiento en unos sillones que allí había con nosotros, formando rueda. Ese hecho, de no poner “en medio” el escritorio, como línea divisoria entre el líder y los ignotos estudiantes, dotó al encuentro de un aire más democrático e igualitario. Creo que tan cordial actitud, lejos de ser trivial, pinta al hombre”.
(Juan Adolfo Singer integró el círculo de colaboradores de Luis Batlle. Electo Edil en 1958, y Representante Nacional en 1962 por el sector de la lista “15”, fue asimismo varias veces diputado y senador. Se desempeñó, asimismo, como redactor político y jefe de redacción de “Acción”, el diario fundado por Luis Batlle en 1948).
lunes, 8 de noviembre de 2010
LUIS BATLLE Y LOS JÓVENES
Este mes de noviembre tiene una profunda significación para los jóvenes colorados. Por segunda vez –la primera fue en 2007- eligen a sus propios representantes a la Convención Nacional y a las diecinueve Convenciones Departamentales.
Sobre la figura y trayectoria de Luis Batlle Berres no es necesario abundar. Resulta, si, expresivo ante la próxima elección juvenil, dar a conocer el diálogo que sostuvo por el mes de enero de 1937 –corrían los oscuros años de la dictadura de Terra- con un veinteañero militante batllista. Así narraba aquel joven su encuentro con el dirigente:
“Fue en ese mes de enero de 1937 cuando conocí a Luis Batlle.
Subíamos una tarde la gran escalera de la Casa del Partido, situada todavía en una casona de 18 y Médanos, que ya no existe, cuando en su rellano apareció el personaje. En plena primera madurez, pues no tenía aún cuarenta años, vestido con un traje gris, su rostro trasmitía aquella cordial firmeza que siempre lo caracterizó. Alto, atlético, de su persona emergía un fluido de fuerza y de seguridad. Era, como se sabe, apuesto y un tanto arrogante. Un cierto toque de bohemia le daba más atracción a su persona.
Estaba conversando con algunos correligionarios cuando me vio y avanzó hacia mi modestísima persona.
“¿Así –me dijo con una camaradería que me llenó de asombro- que estamos en filas distintas?”. La interrogación aludía al hecho que él –acompañando al grupo de El Día- se había pronunciado por la abstención, mientras en Avanzar (*), donde yo militaba, adelantaba la posición concurrencista. Aunque en los hechos yo no estaba definido en el tema como, si, lo estuve después, -porque me habían impresionado profundamente los discursos abstencionistas de Rodríguez Fabregat y Zavala Muniz dichos en el seno de nuestra agrupación- asumí, con bastante timidez, la defensa de la causa que Luis Batlle creía que era la mía, y ya se planteó una linda discusión. Habrá sido una media hora en la que procuraba defenderme ante un rival mucho más fuerte que yo. A Luis Batlle le brillaban los ojos, mientras desarrollaba con rigor y energía, la argumentación de su causa. Entonces, y siempre, el centro de su discurso tenía una especie de sólida y austera musculatura argumental sin concesiones a lo accidental o menor. Como ocurre con todo hombre muy joven, mis tesis tenían una cierta dosis de dogmatismo, mientras las de él se mantenían en un plano de estricta racionalidad. Cuando terminamos aquel pequeño duelo, me apretó cordialmente el brazo y me pidió que saludara a mi padre, militante de su misma causa.
El hecho puede parecer intrascendente, pero para mí tuvo una significación especial. Era la primera vez que un dirigente del Partido, sin necesidad de recurrir a las presentaciones protocolares, se adelantaba a conversar amistosamente, y proponía, para discutir abiertamente, un tama a un oscuro mozo de poco más de veinte años”.
El entonces ignoto joven no era otro que Luis Hierro Gambardella, figura consular del batllismo -a quien representó como Edil, Diputado, Senador y Ministro- y que concluyera su actividad política como Embajador de la República en España.
(El entrecomillado es un extracto del artículo “Como conocí a Luis Batlle”, de Luis Hierro Gambardella, publicado en el número 7 de la revista “Hoy es Historia” , diciembre de 1984-enero de 1985).
(*)Agrupación batllista radical fundada a fines de la década del veinte del siglo pasado por Julio César Grauert.
viernes, 8 de octubre de 2010
LOS BLANCOS Y LA REPRESENTACIÓN PROPORCIONAL
Al conmemorarse un nuevo aniversario de la batalla de Masoller, el presidente del Directorio del Partido Nacional realizó algunas declaraciones que desearíamos comentar brevemente.
Primero, respecto al papel jugado por el caudillo Aparicio Saravia en la obtención del voto libre –léase garantías del sufragio- en el Uruguay. Dicha aportación, considerada decisiva por los nacionalistas, ha sido cuestionada en la actualidad. Quizás la impugnación más severa haya sido la del historiador e investigador Carlos Demasi, cuando en el 2006, con motivo de un coloquio sobre las figuras de Saravia y Batlle y Ordoñez, consideró el tema como una gran –y exitosa- “operación historiográfica” a favor del caudillo blanco. El objetivo de las revoluciones saravistas –sostenemos nosotros con respeto, pero así pensamos- fue el conseguir jefaturas políticas para el nacionalismo, en el entendido que la representación parlamentaria correspondiente a cada uno de los departamentos del país era –casi invariablemente- del partido de su Jefe Político, erigido así en “gran elector”. Práctica, desde luego, llevada adelante por muchos de los gobernantes colorados de la época (especialmente en el siglo XIX) al calor de la “protección oficial”.
Nuestros partidos históricos tienen, como la luna, su hemisferio de sombra.
Segundo, una precisión respecto al rol que cupo al Partido Nacional en la consagración de la representación proporcional “integral” en la Constitución de 1918. Dicho adjetivo, aplicado al sufragio, obedeció, digámoslo así, a una “contraofensiva semántica” contra el término “colegiado integral” (es decir, integración totalmente colegiada del poder ejecutivo) manejado por Batlle con tenacidad desde su planteo reformista expresado en los “Apuntes” de 1913. Ojo por ojo. Pero aquí la precisión fundamental: la representación proporcional de marras refería exclusivamente a la elección de la Cámara de Representantes (incluso bajo dos modalidades: sin tercer escrutinio hasta la ley de enero de 1925, y con tercer escrutinio de allí en más). La elección de Senadores siguió en la nueva carta el mismo procedimiento establecido por la de 1830: a razón de uno por departamento y a segundo grado, esto es, se elegía un colegio elector que a su vez elegía un miembro a la cámara alta (con excepción de las elecciones para la renovación parcial de ese cuerpo de 1932, debido a la derogación del método de los colegios). Y esta era la preferencia de la mayoría del Partido Nacional. Véase, sino, el editorial de “El Debate” –el diario de Luis Alberto de Herrera-, del 2 de enero de 1937, cuando, ante la eventualidad de una reforma que introdujera modificaciones en el Senado, expresaba: “El principio de la representación proporcional, que ilustró la acción del nacionalismo durante gran parte de su actuación en la vida política, nada tiene que ver con la reforma. Esta se refiere a la organización de la Cámara de Senadores y la representación proporcional se exigió siempre como método de integración de la Cámara de Diputados, y la reforma para nada toca el sistema de organización de la cámara popular. (…) En lo que al nacionalismo respecta, jamás –entiéndase bien- jamás pretendió darle a la cámara alta semejante constitución, y fue denodado partidario del sistema creado por la carta de 1830, que establecía el sistema de su integración de un senador por departamento elegido indirectamente. Y esto no era la representación proporcional, sino la negación de ella en su esencia”.
lunes, 4 de octubre de 2010
EL DUELO DE BATLLE CON BELTRÁN
HUGO BATALLA

jueves, 16 de septiembre de 2010
MONTEVIDEO CONMEMORÓ LA CAIDA DEL PODER PAPAL
jueves, 24 de junio de 2010
LA MAGNANIMIDAD DEL GENERAL RIVERA

lunes, 31 de mayo de 2010
RODÓ, EL PARTIDO COLORADO Y EL ESPÍRITU DE MAYO

lunes, 10 de mayo de 2010
SALSIPUEDES Y LA CHARRULANDIA
SALSIPUEDES por Oscar Padrón Favre
Salsipuedes fue el desenlace fatal de un proceso de reducción forzosa de las tolderías -en las cuales vivían también muchísimos elementos no charrúas perseguidos por la justicia- que de no haber estallado la Revolución habría finalizado alrededor del año 1809, 1810. Los líderes de las pocas tolderías que quedaban por entonces no supieron ver que un tiempo se había terminado, rechazando, incluso, los últimos ofrecimientos de tierras que recibieron.La decisión que llevó a Salsipuedes fue tomada por el Poder Ejecutivo y la Asamblea General de la época. Tal era el consenso que existía sobre la necesidad de la empresa por fuertes razones de carácter interno y externo. Pero al contrario de lo que se nos dijo siempre, con Salsipuedes no desaparecieron los indígenas. Podemos estimar que cuando nació el Estado Oriental vivían por lo menos alrededor de 15.000 indígenas o descendientes directos, en su mayoría como vecinos del medio rural. De esos, de los que realmente jugaron un papel decisivo y progresista en nuestra historia y cultura, poblando los pagos, trabajando la tierra y formando familias, nunca se habló o se les levantó monumentos.
LA CHARRULANDIA por Daniel Vidart
Hubo garra charrúa, como la hubo guaraní aunque hoy muy pocos recuerdan el heroico sacrificio de los miles de misioneros comandados por Andresito, Sití y Sotelo, puestos al servicio de Artigas. Y hubo, en grado sumo, garra oriental, sucesora de la furia española. El legado de los charrúas está integrado, sobre todo, por el significado moral de su empecinada defensa de un espacio vital, por los ejemplos heroicos de su insumisa independencia, de su empecinada dignidad, de su saber morir con las plumas puestas. El charruismo actual y la consiguiente construcción de una fantástica Charrulandia responde a la corriente arcaizante, romántica, rousseauniana al fin, que se ha desatado en ciertos grupos fundamentalistas de América donde una mescolanza de New Age, alucinógenos a contramano, mitopoiesis onírica, ecología nativista, etnografía fabulosa y farsa ceremonial libran batalla, en pêle - mêle, contra lo que se ha dado en llamar la globalización, el imperialismo, el FMI, y otros dragones. Y de tal modo, al realizar sus exorcismos, recurren a rituales extrapolados de la simbología cultural contemporánea para emprender, según dogmatizan mozos de ojos azules y muchachas de rubias cabelleras, el ''rescate'' de la antepasada autenticidad de las indianidades somáticas, de los indianatos políticos y de las indiamentas ergológicas que se extendían desde Alaska a la Tierra del Fuego. A tal punto ha llegado este delirio que ya tenemos entre nosotros descendientes de vascos, de libaneses o de la variopinta gama de inmigrantes decimonónicos que dicen haber recreado la música charrúa pues suponen que frotando huesos, soplando bocinas y tamborileando alrededor del fuego han descubierto las claves secretas del manantial estético aborigen.
jueves, 8 de abril de 2010
FRUCTUOSO RIVERA, CAUDILLO DE LOS INDÍGENAS MISIONEROS

viernes, 19 de marzo de 2010
JOSE PEDRO VARELA ANTICLERICAL
En aquella ciudad bullente e inquieta -remedo de la Atenas clásica loada por Michelet-, nacía, el 19 de marzo de 1845, José Pedro Varela. “Era mi padre Don Jacobo D. Varela, hermano de Don Juan Cruz y de Don Florencio, y desterrado cono ellos de Buenos Aires en 1829 por el tirano Rosas, y mi madre Doña Benita Berro, hermana del ex presidente de esta República Don Bernardo Berro”, tal cual expresaba en una breve página autobiográfica.
Su trayectoria política, a grandes rasgos, puede dividirse en tres etapas. Al principio fue un “ferviente colorado”, al decir de Juan Oddone, militando en el sector “principista” y “conservador” del partido (esta última definición refiere a “conservador de las gloriosas tradiciones de la Defensa de Montevideo”). En una segunda instancia, culminada la “revolución de las lanzas” con la paz de abril de 1872, y aunque afiliado aún al credo “principista”, abjura del tradicionalismo y participa de la fugaz experiencia del Partido Radical.. Finalmente, decepcionado de la acción político partidaria como transformadora de la realidad, encamina sus afanes hacia la reforma educacional, inscribiéndose, así, en la tradición nacional adversa a los partidos (al igual que su tío Bernardo Berro).
Su trayectoria filosófica reconoce dos momentos fundamentales. Primero, estuvo afiliado al racionalismo espiritualista y liberal de raíz francesa. Más tarde, se adscribió al positivismo evolucionista en su versión sajona. La cesura que dividió las aguas, fue su viaje de 1868 por Europa y Estados Unidos, país este último en donde observó de cerca la aplicación del sistema educativo de contenido positivo-cientificista, y en el cual trabó estrecha relación con quien sería su gran influencia en la materia: Domingo Faustino Sarmiento.
En modesto homenaje a los 165 años de su nacimiento, nos interesaría rescatar la faz anticlerical de su pensamiento, dejando constancia de que varela perteneció a esa vertiente reivindicadora de la figura y el mensaje de Jesús, en adhesión a un cristianismo verdadero cuyo legado habría sido -segun entendió- traicionado por el catolicismo y su jerarquía.
“La revolución gloriosa del 89 proclamó el derecho del hombre; la no menos gloriosa revolución del siglo presente proclamará el derecho de las conciencias.
En el orden civil la república ha sucedido a la monarquía; en el orden económico la libertad ha sucedido al privilegio, en el orden religioso la democracia sucederá al despotismo. El siglo diecinueve democratizará la divinidad.
Sería antilógico hablar del imperio del trono de Dios cuando se considera que la monarquía es una violación del derecho natural.
La libertad absoluta es indivisible.(...)
Tal sucede hoy con la libertad religiosa: se la ve avanzar a grandes pasos y es que las libertades políticas se le han adelantado en una jornada y es forzoso que las alcance.
En el congreso de las conciencias ya se formulan los primeros artículos de la constitución libertadora.
¡Escuchad! Y oireis los primeros dobles que anuncian la muerte del catolicismo.”
(“Los días de fiesta”, abril de 1865)
“Se cree que se puede llegar a la libertad política, a la libertad social, bajo la tiranía religiosa: como si se pretendiera establecer una separación entre el ciudadano y el creyente, entre el padre de fanilia y el hombre devoto. (...)
Pero los directores religiosos, a los que deben fecundar las almas; a los encargados de los niños, a los encargados de la mujer ¿que títulos se les exigen?. Una sotana.
Dejar al sacerdocio la dirección de los niños y las mujeres, es dejarles la dirección de la política y de la sociedad, y ¡cuan funesto debe ser para el progreso, esa dirección otorgada en favor de individualidades que no se han hecho acreedoras a ella, ni por los servicios prestados, ni por los conocimientos adquiridos!.
Nosotros no queremos, como el catolicismo, ahogar la voz en la garganta de nuestros enemigos; no nos presentamos esgrimiendo el hacha del exterminio para los que se encuentran en distintas filas que nosotros; solo queremos que se escuchen nuestros argumentos; que se examinen a la severa luz de la razón.(...)
Para el sacerdote, pensar, razonar, es dejar de ser católico. El catolicismo protesta contra el libre examen.
Cada paso que avanza el espíritu de libertad y de vida en el mundo, es un paso atrás que da el catolicismo, porque es una rienda del pueblo que se afloja: porque es una parte de las masa que se desenfrena.”
(“De la libertad religiosa”, La Revista Literaria, 28 de mayo de 1865).
“Las Repúblicas americanas se han agitado siempre heroicamente en busca de la libertad, y han creído dar un paso hacia ella cuando han conseguido copiar las leyes de pueblos que como los Estados Unidosmarchan al frente de la moderna civilización, sin fijarse en que no son las leyes las que hacen que los hombres sean buenos ciudadanos, sino los ciudadanos los que hacen buenas esas mismas leyes. No es letra muerta la que es necesario reformar, sino las costumbres, las creencias, los hombres a quienes esas leyes van a regir; y las costumbres de los pueblos que no se cambian mientras no se cambia la religión que profesan. Si esto es incontestable, ¿como podrán ser republicanos los pueblos cuya religión es monárquica?. ¿Qué es el catolicismo sino la monarquía religiosa?. ¿Qué es el papa sino el rey?. ¿Qué es la clase sacerdotal sino la nobleza?. ¿Pueden vivir unidas en la cabeza de un hombre, la idea de la igualdad de todos y la idea de la infalibilidad de uno solo?. ¿Se puede ser republicano en política y monárquico en religión?. ¿Ser católico y ser demócrata?. ¡No!.”
(“Francisco Bilbao”, La Revista Literaria, 25 de marzo de 1866).