sábado, 1 de octubre de 2011

"PARTIDOS TRADICIONALES Y PARTIDOS DE IDEAS"

"Los partidos tradicionales no excluyen su transformación en partidos de ideas, concretas, definidas, orgánicas. La afirmación de la solid
aridad con el pasado no es incompatible con la posesión de claras y prestigiosas nociones de actuación principista dentro de la época en que su organización a persistido. (...)
Puede haber partidos históricos, por su origen y por su idiosincracia, inaccesibles al patrón moderno de las actividades democráticas, rebeldes a una caracterización progresiva de sus aspiraciones e ideales. Esos partidos, como el nacionalista,  hacen de la tradición su única y precaria razón de ser, que equivale a una razón de no ser. (...)

Pero no se debe confundir en un mismo juicio partidos diferentes -nacidos acaso de la misma manera, de los conflictos personales en lejanas y difíciles horas de  integración nacional, aunque, desde el primer instante, inspirados en opuestos propósitos superiores a sus caudillos- porque se incurre, usando cartabón idéntico, en una notoria injusticia. El Partido Colorado, si se examina su actuación en más de medio siglo, no ofrece las mismas peculiaridades de su adversario. Desde luego, tiene un programa, no escrito con tinta sobre pergaminos de archivo, pero si escrito con sangre en las más gloriosas efemérides de los anales patricios. Nadie puede discutir que desde Rivera hasta Flores, desde Suárez hasta Juan Carlos Gómez, su esfuerzo constante se caracterizó heroicamente por la defensa de la libertad democrática fundamental, y en muchos casos, por la defensa de la propia independencia que amenazaron los déspotas más nefastos de las vecindades americanas, en apariencia, en complicidad, en alianza con los caudillos o estadistas más conspicuos del partido blanco. (...)
(El partido colorado) Tuvo sus épocas infortunadas, aquellas en que los mandones sin escrúpulos dañaron en su nombre, al país.
Pero en esas épocas, más bien de hibridismo y de confusión de filiaciones y divisas, que contaron con el consenso de adversarios solícitos, el partido Colorado veló, desde abajo, por su reputación histórica, encabezando las oposiciones liberadoras y concurriendo, a veces, a los campos de batalla para derribar la usurpación que cerraba las puertas de la legalidad y del derecho a las actividades legítimas del pueblo. (...)
¿Podrá negarse, a través de ese tiempo, la evolución ideológica del Partido Colorado. No es de golpe, de improviso, de la noche a la mañana, que se puede obtener la integración completa de una obra semejante, dentro de un medio nuevo como el nuestro y dentro de un partido que no había podido disciplinar el concepto orgánico de su orientación principista definitiva, aunque todos sus esfuerzos tendieran a ello. de Guillermo II se ha dicho: soberano medieval, olvida su carácter de sobreviviente de un mundo que ha eliminado de sus legislaciones el derecho divino. Del partido Colorado, podría decirse lo contrario: partido histórico, no debe olvidar su tradición, que significa su esfuerzo patriótico y perseverante por la independencia y la libertad de la república; pero de esa tradición extrae sus fuerzas, sus prestigios y sus aptitudes para no conservarse como mero guardián de sepulcros, como simple detentador de glorias ejemplares, sino para renovarse y transformarse en factor de jornadas nuevas, de obras fecundas, de conquistas complementarias, de realizaciones progresivas, de empeñosa adaptación a las modalidades del País...".

           "El Día", 5 de agosto de 1913.




jueves, 18 de agosto de 2011

JOAQUÍN SUÁREZ, PRIMER CONDUCTOR CIVIL

    
     El 18 de agosto de 1781 nacía, en la entonces villa de Guadalupe del Canelón (o de los Canelones), Joaquín Suárez, hijo del acaudalado vecino Bernardo Suárez del Rondelo, asturiano, y de María Fernandez, montevideana.
     De su niñez y juventud, poco se sabe, tan solo lo expresado en su "Autobiografía": "...hijo de padres con fortuna, solo estudié (en Montevideo) hasta que comprendí lo que era bueno y lo que creía malo...siguiendo muy pronto la carrera del comercio, la que seguí ayudando a mi Sr. padre, en cuanto me creía necesario para realizar sus negocios de frutos del país y que me remitía de sus estancias del Fraile Muerto".
     Raúl Montero Bustamante expresó al respecto: "Don Joaquín lo fue todo, y todo con honor. Arreó tropas en las estancias de su padre y en las propias, y fue acopiador de frutos; abrió con las rejas del arado las tierras vírgenes de Cerrillos y llevó a Canelones en las tardas carretas, y a Montevideo, en las barcas que bajaban el Río Santa Lucía, las fanegas de trigo y maíz de que fue pródigo aquel privilegiado suelo".
     Su primera incursión en la vida pública se produjo en 1809, teniendo como telón de fondo la lucha que en Buenos Aires se llevaba a cabo entre el partido "criollo" y el "peninsular" (o español). Junto a Pedro Celestino Bauzá, el padre Figueredo y Lorenzo Melo, toma partido "por la independencia", como el mismo manifiesta, y en contra de los españoles encabezados en la Banda Oriental por Francisco Xavier de Elío. Su estancia "en el Arroyo de la Virgen -al decir de Andrés Lamas- se hizo el centro de la propaganda que despertaba el sentimiento americano en la campaña oriental".
     La intentona resulta finalmente frustrada, debiendo huir junto a sus compañeros para no caer prisioneros de una partida española. "Comprendiendo -según apunta en su "Autobiografía"- que nada podíamos hacer sin un hombre de armas llevar, que reuniese masas...".
     Cuando la "admirable alarma" de 1811, su nombre figura junto al de Manuel Artigas como levantando los vecindarios de Santa Lucía y Casupá.
     Incorporado al "Ejército Libertador", tal cual le denomina, el general Artigas le manda llamar y le hace capitán de milicias. En tal calidad participa el 18 de mayo de la jornada de Las Piedras, y  "...ganada la batalla -anota- recibí orden para pasar a Canelones conduciendo la artillería que entregué al comandante don Manuel Calleros...". Muestra de la confianza que Artigas depositaba en su persona.
     Producido el armisticio de octubre de 1811, forma parte junto a su familia de la columna del "Exodo", tal cual queda establecido en el padrón del mismo.
     Al retorno del Ayuí, su división participa de la toma de Colonia, siendo destacado luego a la barra del Río Santa Lucía a fin de guardar la faja costera hasta Arazatí.
     A sus tareas militares añade las políticas, al ser electo para integrar el Congreso de abril de 1813 en representación de su pueblo natal de Guadalupe.
     Cuando Artigas se retira del segundo sitio de Montevideo en razón de sus disidencias con los porteños, Suárez no acompaña al caudillo, manifestando que prefiere retirarse a su casa "...por no tomar parte en la guerra civil. El Gral. José Rondeau, a cargo de las tropas patriotas que permanecen en el cerco de la capital, le designa comandante del pueblo de Canelones.
     Con el triunfo artiguista en la Provincia Oriental tras la victoria sobre las tropas de Buenos Aires en Guayabos (1815), es electo -en el cargo de Fiel Ejecutor-, miembro del Cabildo Gobernador que durante los años 1816 y 1817 ejercerá el poder civil sobre toda la zona meridional del Río Negro.
     Ejercerá, por un tiempo, el cargo de comisario de guerra, lo que le ocasionará un entredicho con Artigas a raíz de la pérdida a manos de los portugueses de los uniformes del ejército, debiendo, inclusive, rendir cuentas personalmente del hecho frente al general.
     Durante la dominación luso-brasileña (1820-1825) permanece, como tantos otros patriotas, dedicado a sus actividades privadas pero "velando armas", a la espera del zarpazo libertario.
     Volverá, brevemente, a la palestra pública, para asumir la defensa del capitán Pedro Amigo, acusado de conspirar contra los ocupantes. Su impecable alegato -a pesar de que Amigo fue "encontrado" culpable y ahorcado- es toda una requisitoria a favor de la acción de un pueblo libre contra sus opresores.
     En 1825, producida la Cruzada Libertadora encabezada por Juan Antonio Lavalleja, Suárez contribuye de su propio bolsillo a solventar los gastos de la empresa.
     Ese mismo año es elegid,o primero, miembro del Gobierno Provisorio de la Provincia, desempeñándose en el ramo de hacienda junto a Alejandro Chucarro, y luego, diputado a la Sala de Representantes instala  da en Folrida.
     A partir de julio de 1826, y en tanto Lavalleja, autoridad máxima en su condición de Gobernador y Capitán General se ocupaba de la campaña militar, pasa a ejercer el cargo de Gobernador "Delegado" o "Sustituto". En ese empleo -verdadero gobierno civil de la Provincia- permanece hasta el "golpe" lavallejista de octubre de 1827, en que el héroe de la Cruzada disuelve la Sala de Representantes.
     En 1828, cuando a raíz de lo dispuesto en la Convención Preliminar de Paz, se convoca a elecciones para la instalación de la Asamblea Constituyente y Legislativa del Estado, es electo representante por el departamento de soriano. Integra el cuerpo hasta junio de 1829, en que presenta renuncia por razones de salud.
     El 24 de octubre de 1830, la Asamblea General elige como primer presidente constitucional del Uruguay independiente a Fructuoso Rivera. En dicha ocasión, Joaquín Suárez obtiene un voto, el de Silvestre Blanco.
     Entre setiembre y octubre de 1831, ocupa las carteras de Gobierno, Guerra y relaciones Exteriores de la novel administración.
     En 1836, se produce la revolución riverista contra el gobierno del general Manuel Oribe. Suárez desaprueba la conducta del caudillo, y en carta fechada el 13 de octubre de ese año en su estancia de Los Cerrillos y dirigida a su yerno José Luis Martins, expresa: "....cuando el problema de la revolución se resolvió el 19 del pdo. en los campos de la Carpintería, Don Frutos perdió la fuerza moral; la resistencia por las tropas constitucionales fue decisiva como el truinfo. La causa de las leyes ha ganado mucho campo....".
     En febrero de 1837, asume como miembro del Senado.
     En julio de 1838, Rivera obtiene sobre las fuerzas del gobierno la decisiva victoria del Palmar, y Suárez es designado por la Cámara Alta para integrar una "Comisión Pacificadora" que trate sobre el cese de la guerra civil.
      Fracasada esta gestión, otra se produce en octubre de ese año, pero ya no integra la representación gubernamental sino la del jefe insurrecto. El viraje, podemos especular, se debe al acercamiento del presidente uruguayo a la figura del dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Como resultado de las tratativas (Convenio del Miguelete), Oribe renuncia a la presidencia y marcha a Buenos Aires. El primero de marzo de 1839, el general Rivera es electo nuevamente como mandatario.
     En 1841, la trayectoria pública de Joaquín Suárez sufre un viraje decisivo, llamado a marcar a fuego la década siguiente de su vida, cuando es designado presidente del Senado, lo que significaba, nada menos, que el virtual ejercicio de la vicepresidencia de la República (la Constitución de 1830, recordemos, no preveía la existencia de dicho cargo), y la titularidad efectiva del Poder Ejecutivo ante las ausencias reiteradas de Rivera por asuntos de la guerra que Uruguay llevaba a la Confederación Argentina.
     En ese trance lo sorprende la invasión del ejército de Rosas tras la derrota de Rivera en Arroyo Grande (Entre Ríos, diciembre de 1842).
     En una proclama que dirige al pueblo, y en la cual se vislumbra el espíritu que animó al gobierno revolucionario de Francia cuando la invasión prusiana, expresa: "Ciuadadanos: ha llegado el momento de suspender las ocupaciones pacíficas, y de contraernos a las armas. A ellas ciudadanos!!. Vuestra decisión y un poco de constancia salvarán la República."
     El primero de marzo de 1843, concluído su mandato, Rivera entrega el gobierno al presidente del Senado a Joaquín Suárez, quien en forma extraordinaria ejercerá el Poder Ejecutivo durante todo el crucia período de la Guerra Grande.
     De ese complejo período en que presidió el gobierno de "La Defensa", nos interesa destacar un par de aspectos.
     Al llegar, en 1846, el fin de la legislatura vigente, el gobierno decretó la formación de un "Consejo de Estado", de carácter meramente consultivo, y de una "Asamblea de Notables", órgano plural integrado por ex legisladores, magistrados judiciales, ministros, jefes militares y altos funcionarios administrativos, encargado, entre otras cosas, de velar por el respeto de "los derechos individuales". Aún en tiempos de guerra, la persona y sus atributos merecen respeto de las autoridades.
     "La Defensa" de Montevideo, unificada en su lucha contra Rosas, conoció el enfrentamiento -a veces enconado- de facciones internas. Disputas ministeriales, como las protagonizadas, por ejemplo, por Melchor Pacheco y Obes; presencias "perturbadoras", como la de Rivera, cuando desembarcó en la ciudad sitiada en 1846; etc. Todo se detenía ante la figura "prócer" de Suárez, frente a su condición de "primus super pares", conductor civil -de la República y del partido colorado- y gran ciudadano.
     Incluso los sitiadores, quienes a través de su único vecero "El Defensor de la Independencia Americana", tildaban invariablemente de "salvajes inmundos unitarios" a los políticos y militares de Montevideo, acallaban sus diatribas ante Suárez, a quien llamaban siempre por su nombre y apellido.
     Culminada la contienda en lo que respecta al territorio oriental, escribe a su yerno Martins el 29 de diciembre de 1851: "Estoy esperando la reunión de la Cámaras para entregar al presidente electo el Gobierno que por más de diez años ha pesado sobre mí; la Chácara del Arroyo Seco como todas quedó destruída, la estoy haciendo reponer para meterme en ella y concluir con tranquilidad el resto de días que la Providencia quiera concederme...".
     El 15 de febrero de 1852 hace entrega del gobierno, no incursionando más en la vida pública activa. lo que no significa desinterés por los acontecomientos políticos, pues mantuvo correspondencia con personalidades como Justo José de Urquiza, José Garibaldi o Andrés Lamas, entre otros.
     En 1856, la Asamblea General decretó: "Declárase que el ciudadano Joaquín Suárez, por los grandes servicios que ha rendido a la República, ha merecido bien de la Patria", acordandosele una pensión vitalicia de 3600 pesos anuales, dado que casi todas sus propiedades estaban hipotecadas.
     Como bien expresaba el Dr. Alberto Palomeque, refiriéndose a Joaquín Suárez al conmemorarse el centenario de su nacimiento en 1881: "Entrar al gobierno con riquezas materiales; salir pobre de oro, y rico en bienes morales. Lección severa y elocuente en que deben inspirarse los gobernantes y gobernados, aquellos para hacer feliz su Patria y estos para conservar inmaculado el culto de los principios y del bien".
     Joaquín Suárez falleció el 26 de diciembre de 1868.
  
  

sábado, 13 de agosto de 2011

LA PRIMERA CARTA ORGÁNICA DEL PARTIDO COLORADO

   
     Si algo caracteriza claramente a los partidos modernos respecto de sus predecesores, es la apertura popular de sus organizaciones internas.
     Maurice Duverger, por ejemplo, se refería en una de sus definiciones tipológicas a los partidos "de cuadros", dominados por un círculo estrecho, frente a los cuales se erigen los modernos partidos "de masas", surgidos sobre todo a fines del siglo 19 y principios del 20.
     En la misma dirección, Max Weber observaba: "Frente a la dominación de los notables y, sobre todo de los parlamentarios, se alzan hoy las más modernas formas de organización de los partidos. Son hijos de la democracia, del derecho de las masas al sufragio, de la necesidad de hacer propaganda y organización de masas, y de la evolución hacia una dirección más unificada y una disciplina más rígida. La dominación de los notables y el gobierno de los parlamentarios a concluído."
     En general, la mayoría de los autores señala que el desarrollo de los partidos se debe a la extensión del sufragio y al incremento de las atribuciones de las instituciones legislativas, pero circunscriben dicha evolución a las naciones más evolucionadas de Europa y a la aparición en las mismas -en lineas generales- de los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas.
     Dichas formaciones, con su estilo de organización territorial en base a secciones locales, habrían contribuído a dinamizar a los diferentes sistemas de partidos hacia su apertura popular.
     Indicando, además, que dicho tipo organizativo dataría del momento mismo de su fundación: v.gr.: Alemania, en 1875 (Partido Socialdemócrata); Italia, en 1892 (Partido Socialista); Inglaterra, en 1900 (Partido Laborista); Francia, en 1905 (en base a la SFIO, Sección Francesa de la Internacional Obrera).
      Más, dicha afirmación no escapa a la controversia. Veamos, a modo de ejemplo, el caso inglés: (dejando a un lado discusiones en cuanto a la fecha de su génesis), el laborismo surge adecuándose al tipo llamado por Duverger como "partidos indirectos" o partidos de adhesión colectiva (en contraposición a los de adhesión individual), y con la finalidad de llevar a la Cámara de los Comunes a representantes de las "Trade Unions" (asociaciones de trabajadores). Esto significaba, en definitiva, que para ser candidato del partido había que estar primero afiliado a algún sindicato. Su organización territorial habría venido más tarde. "En el año 1918 -como observaba Alexander Schifrin- (es que) el partido adoptó el programa socialista y decidió al propio tiempo la reconstrucción de su organización con vistas a su futuro desarrollo (con la creación de secciones locales)." (Haciendo la salvedad de que su vinculación con las asociaciones laborales, y la promoción de candidatos obreros continuó existiendo como una tradición de amplio arraigo, al igual que en la socialdemocracias sueca y noruega).
     Todo lo dicho, en fin, más allá de que proviene de una porción determinada de las ciencias sociales -aquella que describe la evolución política en el espacio geográfico y contexto histórico europeos- resulta útil, con las precisiones del caso, a la realidad uruguaya. Pues el debate en torno a las opciones: partidos de notables o de masas, abiertos o cerrados, permanentes o accidentales, formó parte de la agenda política de fines del siglo 19 y comienzos del 20.
     Pero admitiendo un par de "originalidades": mientras en Europa la "modernización" política estuvo a cargo, mayoritariamente,  de partidos de los llamados "de clase" (aquellos surgidos de la segunda fractura histórica de la revolución industrial, de acuerdo al criterio genético postulado por Stein Rokkan) y que se hallaban en la oposición; en Uruguay fue promovida por un partido "tradicional" (parido al calor de la formación nacional) y que se encontraba en el gobierno.

     EL PROCESO URUGUAYO
     En nuestro país, la tarea de dotar al Partido Colorado -y a al resto de los partidos, tal cual lo reclamaba- de base popular, fue sostenida tesoneramente, diríamos que con énfasis casi cotidiano, por José Batlle y Ordoñez, sobre todo al momento de la reaparición de "El Día" en su segunda época, a fines de 1889.
     "Es ya tiempo -escribía el 5 de abril de 1890- de que los grandes partidos tradicionales, que se llaman ambos republicanos y especialmente el colorado ,que ha hecho un lema de la palabra libertad, hagan práctica republicana en su organización interna y se preparen así para hacerla en los asuntos del Estado".
     El Partido Colorado siempre había tenido, desde luego, una urdimbre eminentemente popular. Su fundador Fructuoso Rivera, por ejemplo, fue el caudillo dilecto de las masas rurales, de los "huérfanos de la patrria", de los modestos propietarios, de la indiada guaraní-misionera. Si al partido le había tocado salir triunfante en las penosas guerras civiles, se debía, en gran medida, a la ahdesión que concitaba en las mayorías. Otro tanto podría decirse de las instancias electorales del ciclo decimonónico (más allá de fraudes, que los hubo, y que es de honestidad intelectual reconocerlo).
     Pero todo ello no redundaba, por cierto, en efectiva participación popular. Se trataba de meros mecanismos de "enganche", limitados , además, a determinados acontecimientos del devenir histórico.
     Lo que postulaba Batlle, en cambio, era la organización partidaria en base a clubes seccionales, aprovechando la división administrativa de la República en secciones judiciales. Una estructura operando de "abajo hacia arriba", de modo capilar, y capaz de representar lo más fielmente posible el sentir partidario.
     Cada sección -planteaba don Pepe- conformada autonomamente a partir de la voluntad de una decena de ciudadanos, elegiría de su seno delegados a fin de conformar las Comisiones Directivas Departamentales, órgano que, a su vez, elegirían a los integrantes de la Comisión Directiva General del Partido Colorado.
      En 1892, y a iniciativa de la juventud colorada, se llevan a cabo tentativas a fin de unificar al partido en torno a dichas concepciones democráticas. Se realizan, entonces, dos reuniones en el teatro Politeama Oriental -el 8 y 15 de mayo de ese año-, en donde se enfrentan las dos fracciones en que estaba dividido el coloradismo: el sector "elitista", nucleado en torno a la autoproclamada Junta Provisoria presidida por el Dr. José Ladislao Terra, y el "popular", encabezado por Batlle.
     La segunda reunión culmina en forma escandalosa, cuando la moción que propugna la organización partidaria es bloqueada por el sector "elitista" mediante el fraude en el conteo de los votos. Batlle y la mayoría de los delegados se retiran indignados.
     La posición de los "elitistas" podría resumirse en lo expuesto por el diario gubernista "La Nación": "Es inexacto e irregular hablar de organizar un partido cuando este partido está dirigiendo los destinos del país" (10 de mayo de 1892). "Hoy las riendas del Gobierno están en manos del Partido Colorado, que por el Poder Ejecutivo, por la mayoría preponderante que tiene en el Cuerpo legislativo por la fuerza de que dispone por el mando militar, es el Partido dominante y director de la política nacional. ¿Como es posible, pues, que se pretenda organizar el Partido sobre bases que hagan caso omiso de esa legítima influencia". (13 de mayo). Es decir, para el sector, el partido son sus cúpulas. 
     En 1895, en el teatro Odeón y a instancias del club colorado "Rivera", unos 700 delegados eligen una Junta Directiva presidida por Batlle. El sector popular comenzaba a dar la batalla interna.
     En 1899, la organización popular se consolidaba, cuando los representantes de las secciones de Montevideo eligen una Comisión Departamental, la que a su vez nombra una Junta Ejecutiva presidida por don Pepe.
     Finalmente, los esfuerzos por dotar a todo el partido de una estructura democrática se concretan en 1901. Los pricipales mojones de dicho proceso serán:
     -15 de febrero de 1901: reunión de personalidades en el Hotel Lanata (Sarandí fernte a la Plaza Constitución) a fin de propiciar gestiones de unificación colorada en torno a una carta Orgánica. Entre otros figuraban el propio Batlle, el expresidente de la República Máximo Tajes, Pedro Figari, José Serrato y Antonio María Rodríguez. Se aprueba un manifiesto público que en su parte medular expresa: "Ha llegado el momento de que cesen las divisiones y la peligrosa anarquía que reina en el seno de nuestro glorioso partido...", y de que  "todos nos sometamos a la soberanía del partido, procediendo a la disolución de las comisiones existentes y a la constitución de una sola autoridad partidaria en la que figuren todos nuestros hombres diligentes y se hallen representadas todas nuestras tendencias".
     -28 de mayo: se inician los trabajos: la Convención Nacional del Partido Colorado inviste de plenos poderes a la Comisión Directiva para la elaboración de la Carta Orgánica.
     -3 de junio: se abren los debates y la redacción, con la asistencia de 108 delegados.
     -12 de agosto: sanción del texto definitivo.
     Sus dos primeros artículos expresan:
     "1) Son miembros del Partido Colorado  los individuos nacionales y extranjeros que simpaticen con sus tradiciones, acepten su credo, sus principios y sus tendencias liberales; pero solo los que estén en posesión de las calidades de ciudadano elector e inscriptos en los Registros Cívicos, tendrán voto en sus asambleas.
     2) El organismo del Partido Colorado se compondrá de Clubs Seccionales, Comisiones Directivas Departamentales, una Comisión Directiva Nacional y una Convención Nacional del Partido".
     En líneas generales, establece respecto a los Clubes: que elegirán un delegado  a la Comisiones Departamentales por cada 100 correligionarios inscriptos en el Registro Cívico, o fracción no menor de 60; que serán de duración trienal; que elegirán y Comité Ejecutivo compuesto de un prisidente, un vice, dos secretarios y un tesorero; encomendandoles, además de amplias facultades en lo que respecta a organización y movilización partidaria:
     "Velar porque prevalezca la mayor legalidad posible en todos los actos electorales de sus respectivas secciones" (art. 16, inc.1º); y "Velar por la efectividad de los derechos políticos y garantías individuales de los afiliados al Club" (art. 16, inc.10º).
       
    

   

jueves, 2 de junio de 2011

LA FASCINACIÓN DEL BATLLISMO

   
 
     Lo que sigue, es un fragmento de una entrevista realizada hace algún tiempo al profesor Benjamín Nahum, y   en donde el distinguido historiador explica el porqué del interés que -junto con el profesor José Pedro Barrán- le despertaron Batlle y el batllismo, así como las incertidumbres que aún se le plantean sobre dicho tema.
   
     -¿Por qué empezaron a trabajar en esa segunda serie sobre el batllismo? (*)
     -Estábamos más que nada enfrentados a un fenómeno, a un descubrimiento personal de lo que había sido el batllismo de pepe Batlle. Porque todo lo que leímos sobre el batllismo y sobre Batlle, y sobre lo que implicó en su momento, fue deslumbrante. Quizá haya tenido que ver, por contraposición, lo que veíamos que estaba ocurriendo en ese momento en el país: la dictadura contrastaba de tal manera con lo que estabas leyendo sobre el batllismo que te deslumbraba. Confieso que hasta el día de hoy es una cosa que me ha impactado intelectualmente, no al punto de decir que soy batllista, sino al punto de decir que el Uruguay fue realmente un país afortunado al tener a un hombre de estas características en el gobierno. Porque Batlle fue un innovador de tal estatura que uno se pregunta cómo un país tan chico pudo dar esto. ¿Y saben qué es lo que me extraña más todavía?. La comparación involuntaria con Argentina. Cuando aparece un hombre que innova, que tiene una visión de estadista, resulta que es militar, es fascista y hace un descalabro después de una obra importante. Un país como Argentina, con la riqueza inmensa de Argentina, un país que nos pudo superar en todo, no tuvo (para decirlo en términos no históricos) la "suerte" de tener un estadista. 
 
     (...)
   
     -¿Siente que se ha acercado a una respuesta (sobre la decadencia nacional)?
     -No. Siento que he podido identificar determinados puntos como aportes a la contestación de esa pregunta, que he podido identificar algunos de los obstáculos que permitirían explicar por qué el país no recorrió un camino que era posible, que fue posible en un momento y que después se le bloqueó del todo. Sin ocultar mi admiración por los valores morales que tuvo ese país y esa sociedad (porque no fue sólo un hombre ni fue sólo una corriente de pensamiento), esa corriente de pensamiento batllista estuvo nutrida por una cantidad de vertientes distintas. No en vano tanto anarquista se hizo batllista, y no en vano tanto blanco se hizo batllista. Justino Zavala fue quien lo dijo: "Yo soy blanco, pero soy batllista". Algo de eso se veía en la amistad fraterna entre Domingo Arena y Emilio Frugoni. ¿Por qué?, porque tenían una enorme afinidad ideológica y lo que importa más que la afinidad ideológica son los valores morales que defendían. Eso es lo que me importa más, y eso es lo que noto como más deficiente en la actualidad."

  (*) Se refiere a la obra "Batlle, los estancieros y el imperio británico"

   Entrevista de Gabriel Buchelli y Jaime Yaffé en "Cuadernos del Claeh", Nos. 94-95.

jueves, 17 de marzo de 2011

"EL PAÍS DEL QUE VENGO Y EN EL QUE VIVO"


En el curso de una interpelación realizada en la Cámara de Representantes a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, el Ministro de Instrucción Pública Justino Zavala Muniz narró la siguiente anécdota: 

“Recorriendo el mundo, viendo la confusión de los pueblos, viendo sus temores y sus angustias, yo gustaba recordar lo que narré hace poco al volver después de cuarenta años a la escuela primaria en donde aprendí las primeras letras con una maestra admirable que siento la alegría de tener todavía entre nosotros. Por dos puertas entré al conocimiento del Universo: por la ancha puerta de nuestros horizontes campesinos y por la estrecha puerta de la humilde escuela de Melo. Por la primera, una mañana, apenas terminada la guerra de 1904; viajaba entonces en la diligencia mi familia y algunos pasajeros. Se había hecho la paz. ¡Por fin la paz!. Pero todavía quedaban por los campos de la República algunas partidas sueltas de una y otra divisa regresando a sus pagos. La ley todavía no ejercía su imperio. Lo tengo en los ojos como una fresca imagen: bordeábamos un sendero entre las altas colinas. De pronto, sobre una cumbre, recortándose en el horizonte, cien lanceros gauchos de divisa blanca o celeste. Alguien pronunció el nombre de quien los comandaba: era Carancho, un comandante blanco. El pánico se apoderó de la diligencia. Allí veníamos nosotros; la hija de un general enemigo. ¡Tanta sangre derramada entre unos y otros!. ¡Tanto odio encendido!. El temor hizo bajar las ventanillas de la diligencia. Los jinetes galopaban hacia nosotros para rodearnos. Carancho se adelantó y preguntó: “¿Quién viaja ahí?”. Alguien, con miedo, quiso disimular nuestro apellido, fatídico apellido en aquella hora. Pero mi madre, levantando la ventanilla de la diligencia, contestó: “Aquí viaja una hija de Muniz con sus hijos”. Carancho oyó el nombre: echó pie a tierra, se sacó el sombrero y en gesto igual de gallardo sus cien lanceros se quitaron el sombrero. Carancho se adelantó y dijo: “Señora: combatimos contra su padre, pero aquí está esta lanza para escoltarla”.
 No puedo olvidar esta imagen, ejemplo de un país con una y otra divisa. Así comencé a ver con mis ojos de que país vengo y en el que vivo. Por la angosta puerta de la escuela entré a aprender como es el mundo. De una y otra enseñanza, pienso para mí que en un país que da estos hombres tan prontos para el heroísmo y para la generosidad en el heroísmo, cuando le demos la cultura, podemos esperar la justicia y estar seguros de nuestra libertad".


(Revista Nacional, número 172, abril de 1953).

lunes, 28 de febrero de 2011

SOBRE RASEROS DIFERENTES, ASENCIO Y DON FRUTOS


Desde hace algún tiempo, historiadores serios y competentes hablan de una verdadera “ofensiva historiográfica” dirigida a desprestigiar la figura del general Fructuoso Rivera –don Frutos, para el pueblo llano de la campaña que lo quiso intensamente-, a través del expediente, ya utilizado con otras personalidades históricas, de la confección de una “leyenda negra”.
A modo de ejemplo, digamos que el profesor Lincoln Maiztegui Casas, de quien no puede sospecharse parcialismo colorado, afirmó en referencia a Rivera y su actuación en  la campaña del gobierno contra los charrúas en 1831, que cierta porción de historiadores, intelectuales y ciudadanos de a pie juzgan en clave de genocidio terrible aquel hecho de armas, en tanto que personalidades como la del primer gobernador de Montevideo en la época colonial, teniente coronel José Joaquín de Viana, quien mató personalmente al famoso cacique Sepée Tiarajú  y con él a muchos de los suyos durante la llamada “guerra guaranítica”–más, en todo caso que el fundador del partido colorado-, no recibe igual juicio condenatorio.
En el transcurso de esta última guerra se produjo, entre los indios guaraní misioneros y sus aliados por un lado y el ejército español-portugués encargado de desalojarlos “manu militari” de sus posesiones por el otro, la sangrienta batalla de Kaibaté. La más conservadora estimación sobre el número de bajas entre los sublevados, la del sacerdote Tadeo Javier Henis, habla de 600 muertos y 150 prisioneros entre los indígenas; la más abultada, la del gobernador de Buenos Aires José de Andonaegui, refiere a 1511 muertos y 154 prisioneros. A estas últimas cifras se afilia el historiador Francisco Bauzá en su conocida “Historia de la dominación española en el Uruguay”. Ni Viana ni el jefe portugués Osorio reciben el baldón de genocidas.
Sin embargo la acción de Salsipuedes de abril de 1831 (1), que arrojó un número de 40 indígenas muertos y cientos de prisioneros –la cifra de prisioneros siempre es termómetro del respeto a la vida del vencido-, es juzgada en los términos más severos; y su brazo ejecutor, el presidente Rivera, que obró a solicitud del gobierno, del vecindario y de muchos que pedían no matar indios específicamente sino poner orden en la campaña, tildado de genocida furioso (2).
La conmemoración del bicentenario del llamado “grito de Asencio” nos coloca ante hechos que son, en forma similar a los anteriores,  juzgados con diferente “rasero” según de que protagonistas se trate.
Las figuras prominentes de aquel 28 de febrero de 1811 fueron Pedro José Viera y Venancio Benavídez.
Viera era un riograndense nacido en Viamao, que habiendo entrado a servir a Portugal como soldado en 1786, desertó para pasarse a la Banda Oriental en 1793. Aquí desempeñó diversas tareas rurales y cimentó cierto prestigio como caudillo local en la zona rionegrense. Se le conoció, popularmente, como “Perico el bailarín”. Marchó con Artigas al Exodo, pero en el Ayuí se apartó del caudillo para entrar al servicio de Buenos Aires. Regresó a nuestro país durante la Cisplatina, llegando a desempeñarse como comandante de Colonia. Hacia el final de su vida adhirió a la “revolución de los farrapos” y la república de Piratiní.
Benavídez era oriundo de la capilla nueva de Mercedes, donde había nacido hacia 1786. El último hecho de armas al servicio de los patriotas orientales en que tomó parte fue la toma de Colonia, unos días después de la victoria artiguista en Las Piedras. Enseguida se pasó a la banda occidental del Uruguay donde sirvió a órdenes de Manuel Belgrano. Poco después, se pasó al bando realista. Con el ejército español enfrenta la segunda campaña del Alto Perú, que del lado patriota comandaba su ex comandante Belgrano. Perece en la batalla de Salta de un tiro en la cabeza, el 20 de febrero de 1813.
Esta, brevemente, es la peripecia de aquellos a quienes se sindica como coautores del primer grito de libertad en la Banda Oriental del Uruguay. Ambos, con diferente fin –más edificante el de Viera, más indisculpable el de Benavídez-, abandonaron la hueste de Artigas. Ninguno es señalado específicamente con mote denigrante, ni tildado con saña de traidor.
Como tampoco, en general, son motejados de esa forma, por ejemplo, el gral. Manuel Oribe –fundador del partido blanco o nacional-, o el gral. Rufino Bauzá –hombre de la Defensa de Montevideo y padre del historiador colorado Francisco Bauzá-, que abandonaron a Artigas en 1817 en medio de la dramática invasión portuguesa a la provincia Oriental.
En cambio, el general Rivera es juzgado por muchos en forma inmisericorde por su actitud de 1820, cuando la derrota del protector generaba en algunos de sus viejos lugartenientes la desazón por lo inevitable y el convencimiento de que toda resistencia era una pérdida inútil de vidas (3).
Ante lo expuesto nos preguntamos si los ataques contra don Frutos van encaminados a su figura en cuanto tal, a su talla de hombre y de caudillo, o a la circunstancia, más eminentemente política, de que se trata del fundador del partido colorado. Tal vez haya quienes crean que de esa forma, arrojando “tiros por elevación”,  logran desacreditar a la colectividad de la Defensa y de Batlle.

(1)      El historiador Eduardo Acosta y Lara sostiene que ese día hubo en realidad tres encuentros parciales, a saber, en puntas del Queguay, Boca de Tigre y barra del Salsipuedes.
(2)          Siendo que don Frutos, desde la campaña de las Misiones en 1828 hasta la derrota de India Muerta en 1845 durante la Guerra Grande, fue caudillo de los misioneros. Al respecto, puede verse el artículo en este mismo blog: “Fructuoso Rivera, caudillo de los indígenas guaraní- misioneros”.
         (3)          Sobre su actitud en el año 20,  puede verse en este blog: “Fructuoso Rivera revisado”.  
        

lunes, 14 de febrero de 2011

HÉCTOR GRAUERT: "BATLLE FUE UN HOMBRE DE IZQUIERDA, RADICAL Y ANTITOTALITARIO"

     
     El 8 de febrero de 1991 fallecía el Dr. Héctor Grauert. Abogado, electo legislador en forma casi ininterrumpida entre la restauración democrática de 1943 y el quiebre de 1973, varias veces Ministro, su vida personal y política estuvo signada por la trágica muerte -a manos de la policía del perjuro Gabriel Terra- de su hermano Julio César. Luchador batllista de todas las horas, la vuelta a la democracia tras el último paréntesis autoritario le encontraría defendiendo los ideales del partido desde el cargo de edil, llegando a ejercer la presidencia de la Junta Departamental de Montevideo.
     Ofrecemos a continuación un fragmento de una larga entrevista concedida en 1982.


-¿Como comenzó su actividad política?
-La primera vez que actué en público fue en la esquina de Andes y Mercedes, donde hoy se encuentra el Sodre (a media cuadra donde vivía don josé Batlle y Ordoñez). La Casa del Partido Colorado estaba en Andes esquina 18. Allí, actuaba el Comité Universitario de Acción Batllista. En aquel entonces actuaba Fusco, Zubiría, Mauri, Lorenzo Batlle, mi hermano Julio César, Islas y un grupo grande de universitarios que posteriormente tuvieron lúcida actuación partidaria y pública. Junto a estos hombres concurriamos algunos muchachos, que en ese entonces teníamos 15 años. Recuerdo que al organizarse un acto, con motivo de las elecciones allá por el año 1922, hablé en nombre de los jóvenes universitarios de secundaria. Quiere decir que como usted ve, tengo aproximadamente 60 años de vida política. desde ya que a la Convención del Partido, asistí con asiduidad. Recuerdo como una cosa de mayor satisfacción durante el año 1925, que en la Convención por inicitiva de don José Batlle y Ordoñez se discutió el problema de la tierra. Don pepe esa un georgista en lo que se refería a propiedad de la tierra, y en cierto aspecto junto con mi hermano Julio, heredamos el interés por este problema. También recuerdo las famosas Convenciones en el Royal, donde don Pepe doscutía fervorosamente con el Dr. Eduardo Acevedo Alvarez, que era el contradictor en ese tema.
-¿Como actuaba don Pepe?, ¿era un individuo iracundo?
-No, al contrario, era un hombre se una gran serenidad, era un gran razonador. No hablaba ni por impulsos ni pomposamente; todo lo cotrario.
-¿Era simple?
-Era simple sí. Hablaba con una extremada sencillez, y con una gran síntesis.
-¿Esa comunicación de la que hoy tanto se habla, la lograba Batlle?
-¡Como no!. El buscaba la comunicación, pretendía que lo interrumpieran, gustaba de contestar a sus interlocutores, que desde la platea formulaban preguntas u objetaban sus planteos. Sin duda el hombre de más eficiencia que estaba junto a él era don Domingo Arena; también se encontraban Brum, Minelli, Cosio y otras figuras que el tiempo supo perpetuar.
(...)
-¿Que contacto tuvo Ud. con don Pepe?
-Nuestra vinculación era amistosa. Nosotros vivíamos en la calle Andes entre 18 y Colonia, y don Pepe vivía en la calle Mercedes, entre Andes y Florida, , pegado donde está hoy el edificio del Sodre. Y mi padre desde siempre actuó en política, ocupó legislaturas, fue secretario del Comité Departamental y de esta forma siempre estuvo muy vinculado con el partido. Recuerdo otra anécdota allá por el año 1925 donde fuimos los integrantes de un Comité Ejecutivo Colorado a hablar con Batlle, que nos recibió en la sala de redacción de "El Día". En aquel entonces muchos muchachos estaban entusiasmados con Julio maría Sosa, que era un gran orador y un hombre con  indudable carisma, y se perfilaba como una de las figuras de valía del Partido. A decir verdad nosotros veíamos con entusiasmo la figura de Sosa, y entre las cosas que se convesaron se expresó que los jóvenes veíamos con simpatía la candidatura posible del Sr. Sosa. Y ahí fue que surgió que don Pepe nos dijera, sentado en su gigantesca silla, con su voz profunda, que el Sr. Sosa era un hombre con muchas dotes, que valía mucho y que trabajaba dentro del Partido, pero que había que ir despacio. Y fue justamente allí donde nos dijo una frase que para muchos permanece hasta hoy en nuestras mentes: "En política, el que se precipita, se precipita". Esto es interesante porque he visto que se ha dicho que esta frase le pretenece a don Tomás Berreta, cuando en realidad es como le cuento que perteneció a don Pepe. Además otra cosa anecdótica es que mientras expresaba este concepto, con sus dedos índice y medio (figurando ser dos piernas) los hacía correr por su pierna hasta llegar a la rodilla, donde parecían saltar al vacío. De esta forma ilustró aquel pensamiento, que hasta hoy tengo grabado.
La división con el sosimo vino dos años después, Sosa se fue del Batllismo y formó un grupo aparte, constituyendo el Partido por la Tradición.
En reuniones con jóvenes de este tipo junto con Batlle, se hablaba de muchas cosas, del imperialismo, de los Estados Unidos, se hablaba del problema de la libertad política; don Pepe toda su vida fue un férreo defensor de la libertad, luchando contra las satrapías de Santos, y contra toda dictadura. Pero al final de alguna de las reuniones que teníamos el privilegio de asistir, recuerdo que algún joven le preguntó que debíamos hacer precisamente la juventud, que tarea debíamos emprender. Entonces don Pepe nos dijo esto que siempre recuerdo: "Ustedes han visto que cuando eran pequeños y cuando se enfermaban, sus padres llamaban al médico; y viene el médico y pide una toallita y se las pone en la espalda, entonces los ausculta, les vigila la respiración, y según como se encuentren hace una receta para ordenar un medicamento, de manera de poder curarse. Ustedes hagan lo mismo, vayan a los clubes que son los pulmones por donde respira el pueblo, ahí es donde tienen que poner el oído, para sentir las necesidades, y entonces buscar las leyes más justas para curar esas enfermedades, buscando los remedios necesarios para organizar la justicia".
(...)
-¿Que conexión hay entre el pensamiento de Batlle, y la tan conocida democracia social que existe en algunos países europeos?
-En realidad yo le puedo decir que pienso que don Pepe estaba imbuído de los pricipios generales del socialismo, pero del socialismo humanista, no del socialismo que vino después de la revolución del 17, el leninista. Algunas de las ideas de don Pepe, no surgieron como hongos de la nada, sino que surgieron de ese intercambio mundial de ideologías.
-¿Fue un hombre de izquierda?
-Sí, sí, era fundamentalmente un hombre de izquierda.
-¿Era entoces radical?
-Si era muy radical, pero totalmente antitotalitario. Esto es importante porque es uno de los principios que heredó con más firmeza mi hermano Julio César.
(...)

(Fragmento del reportaje realizado por Washington Abdala, semanario "Correo de los viernes", 21 de mayo de 1982)

jueves, 13 de enero de 2011

FRUCTUOSO RIVERA EXAMINADO


   El 13 de enero de 1854, en el modesto rancho de Bartolo Silva a orillas del arroyo Conventos en el departamento de Cerro Largo, fallecía el fundador del partido colorado. Caudillo por antonomasia, su vida constituyó una de las sagas existenciales más ricas en perfiles humanos, políticos y sociales de nuestra historia. Ningún otro personaje de nuestro siglo XIX debió cortar tantos nudos gordianos –la expresión es del historiador Oscar Padrón Favre-, a veces en forma razonada y con el concurso de ministros competentes o amigos fieles, pero otras casi a lomo del caballo. De allí que sus acciones hayan merecido el juicio de tantos contemporáneos, así como el examen de historiadores y hombres de pensamiento. Expongamos brevemente algunos de ellos.

MAGNANIMIDAD

      “No cae sobre la memoria del general Rivera una gota de sangre que no haya sido vertida en el campo abierto de la lucha. De todos los caudillos del Río de la Plata, contando lo mismo los que le precedieron que los que vinieron después de él, Rivera fue el más humano: quizá, en gran parte, porque fue el más inteligente. En lid con enemigos desalmados y bárbaros, nunca fue capaz de una represalia cruel. Aquel inmenso corazón belicoso era un inmenso corazón bondadoso. Había para él una satisfacción aún más alta que el goce de vencer, y era el goce de perdonar. La fiereza heroica irradiará, con deslumbradora profusión, del bronce de su estatua, pero la clemencia templará el ardor de esa violenta luz con un velo de suave simpatía. (…)
Patriarca de los tiempos viejos; caudillo de nuestros mayores; grande y generoso Rivera…”.
(José Enrique Rodó, “El mirador de Próspero”, “Perfil de Caudillo”)

“El prisionero que caía en su poder, estaba seguro de oír palabras afectuosas, de recibir los socorros que pudieran dulcificar su posición. Jamás en la división Rivera un prisionero sufrió el Zepo de Lazo; jamás un subordinado al General Rivera pudo permitirse el insulto o la violencia contra el enemigo inerme. El dinero, la ropa del General se repartió muchas veces entre los prisioneros. (…) Los anales del General Rivera no tienen sangre sino en el combate. Abajo, sus enemigos lo han llenado de ultrajes, le han ofendido en lo que el hombre tiene de más caro. Arriba, jamás se ha acordado de esto y teniendo en sus manos, a sus más tenaces enemigos les ha dejado la vida, les ha vuelto la libertad, no les ha hecho sufrir ni ultrajes ni violencias”.
(Melchor Pacheco y Obes, “Notas sobre los partidos en el Estado oriental y sobre el General Rivera”)

“…alma grande con que la naturaleza lo había dotado, para perdonar a sus más encarnizados adversarios”
(Carta de Manuel Basilio Bustamante a José Ellauri, 3 de febrero de 1854)

POPULARIDAD

   “Era un hijo auténtico de la revolución con las virtudes y los defectos inherentes a la época y al medio en que había formado su personalidad. Nadie más eficiente que él cuando se trataba de sublevar a las masas, de infundir en ellas un sentimiento colectivo. Su dominio del escenario geográfico que lo convertía en el primer baqueano del país, el conocimiento de los hombres adquirido en largos años de correrías, le permitían abarcar el conjunto de la vida nacional”
(Juan Pivel Devoto, “Historia de los partidos políticos y  las ideas en el Uruguay”)

“Preparada de antemano por emisarios enviados semanas antes desde Buenos Aires, la pequeña hueste vio aumentada su número con sucesivas incorporaciones; entre ellas la de Rivera, a la sazón Comandante General de la Campaña al servicio del Brasil, ocurrida el 27 de abril en el dramático episodio de las proximidades del arroyo Monzón.
La incorporación de Rivera procuró a la Cruzada la paulatina adhesión de las gentes de la campaña –pequeños hacendados y peones- donde aquel había aumentado su prestigio en tiempos de la “Patria Vieja”, y durante la dominación luso-brasileña que acató desde comienzos de 1820”
(Alfredo Castellanos, “La Cisplatina, la independencia y la república caudillesca”; el autor se refiere a la cruzada de los “33” en 1825)

“Dividido el país en dos campos, no pudo desde luego haber duda sobre la posición de la mayoría.
Con el general Lavalleja estaba el centro de la ciudad de Montevideo, y la casi totalidad de los jefes y oficiales de línea formados para la guerra.
Con el general Rivera estaba la campaña, las clases desacomodadas de la ciudad, la tropa de los cuerpos de línea.
Es que el general Rivera ha vivido siempre de la vida del pueblo, siempre ha marchado con el pueblo, y ha hecho mucho por el bienestar del pueblo”
(Melchor Pacheco y Obes, ob.cit.; el autor se refiere a la composición de los partidos al comienzo del Uruguay independiente)

SU ACTITUD EN 1820

   “No es cierto el cargo de que se le acusa de haber hecho traición a Artigas, después de haberle servido con celo, y cuando lo vio abandonado por la fortuna. Entonces hizo un gran servicio a su patria, cesando de oponer una resistencia inútil y sin ningún objeto laudable a los portugueses, y no merece culpársele por haber cedido al voto de todas las personas, que en la ciudad representaban al partido patriota, de cuyos miembros se componía la municipalidad, a la cual se debe todo el honor o vituperio de esa negociación…”
(Ramón Masini, “Rivera y la Constitución de la República oriental del Uruguay”)

“A fines de 1816…aprovechándose la Corte del Brasil de las disensiones que prevalecían entre Buenos Aires y la Banda Oriental, envió un ejército mandado por el general Lecor a invadir a esta última provincia, el cual, con el apoyo de una fuerza naval considerable, tomó posesión de Montevideo. El país, sin embargo, continuó manteniendo su independencia con gran bizarría hasta 1820, cuando el desgobierno de Artigas disgustó al pueblo, que se desalentó en la causa. Derrotado Artigas, el coronel don Fructuoso Rivera, que mandaba el único cuerpo restante de orientales se vio obligado a capitular con los portugueses”.
(Guillermo Brown, “Memorias”)

“Que el solo quedó peleando con 300 hombres en la Provincia, y que ellos (sus acusadores) por patriotas sin duda, lo abandonaron, y se fueron a diferentes partes. Que, ¿qué hubiera sido de la Provincia, si él, en el último caso, no hubiese sabido sacar ventajas de esta cruel situación, haciéndoles creer que seguía sus ideas, para estar así en actitud de evitar la devastación del país y la persecución y ruina de sus habitantes?”.
(José Brito del Pino, “Memorias”)

     "...se encontró alguna resistencia en los comandantes de Artigas, pero todos fueron sucesivamente deponiendo las armas: el que se presentó más obstinado, y costó mucho trabajo reducirlo fue el comandante Don Fructuoso Rivera: era también el de más crédito; pero al fin entró en la transacción, y se firmó un tratado de pacificación."
     (Tomás de Iriarte, "Memorias")

LA CAMPAÑA DE 1831 CONTRA LOS CHARRÚAS

   “Esta expedición vino a ser una redada de elementos de mal vivir en la que cayeron los charrúas, no porque se los considerara como tales, sino porque formaban una colectividad montaraz, estancada en el más oscuro de los primitivismos, desdeñosa de la ley, temible por sus incursiones y reacia a los planes de trabajo y convivencia pacífica que demandaban las necesidades del país. Vale decir entonces que cualquier Gobierno llamado a regir los destinos de la República, habría tenido que abocarse a la reducción de aquellos indígenas como etapa previa al logro del bienestar nacional. (…) Comparada pues con las que se cumplieron en el período colonial, la campaña de 1831 está respaldada por los mismos argumentos, y merece idénticos reparos. (…) dentro del marco de sus posibilidades don Frutos salvaguardó la vida de los prisioneros, sin distinción de sexos y edades, gesto tan suyo como desusado en América toda vez que se cumplían operaciones contra indios salvajes”
(Eduardo Acosta y Lara, “La guerra de los charrúas”)