lunes, 10 de mayo de 2010

SALSIPUEDES Y LA CHARRULANDIA

Los textos que siguen pertenecen a dos especialistas, el historiador duraznense Oscar Padrón y el antropólogo sanducero Daniel Vidart. (fuente: revista dosmil30)

SALSIPUEDES por Oscar Padrón Favre

Salsipuedes fue el desenlace fatal de un proceso de reducción forzosa de las tolderías -en las cuales vivían también muchísimos elementos no charrúas perseguidos por la justicia- que de no haber estallado la Revolución habría finalizado alrededor del año 1809, 1810. Los líderes de las pocas tolderías que quedaban por entonces no supieron ver que un tiempo se había terminado, rechazando, incluso, los últimos ofrecimientos de tierras que recibieron.La decisión que llevó a Salsipuedes fue tomada por el Poder Ejecutivo y la Asamblea General de la época. Tal era el consenso que existía sobre la necesidad de la empresa por fuertes razones de carácter interno y externo. Pero al contrario de lo que se nos dijo siempre, con Salsipuedes no desaparecieron los indígenas. Podemos estimar que cuando nació el Estado Oriental vivían por lo menos alrededor de 15.000 indígenas o descendientes directos, en su mayoría como vecinos del medio rural. De esos, de los que realmente jugaron un papel decisivo y progresista en nuestra historia y cultura, poblando los pagos, trabajando la tierra y formando familias, nunca se habló o se les levantó monumentos.


LA CHARRULANDIA por Daniel Vidart

Hubo garra charrúa, como la hubo guaraní aunque hoy muy pocos recuerdan el heroico sacrificio de los miles de misioneros comandados por Andresito, Sití y Sotelo, puestos al servicio de Artigas. Y hubo, en grado sumo, garra oriental, sucesora de la furia española. El legado de los charrúas está integrado, sobre todo, por el significado moral de su empecinada defensa de un espacio vital, por los ejemplos heroicos de su insumisa independencia, de su empecinada dignidad, de su saber morir con las plumas puestas. El charruismo actual y la consiguiente construcción de una fantástica Charrulandia responde a la corriente arcaizante, romántica, rousseauniana al fin, que se ha desatado en ciertos grupos fundamentalistas de América donde una mescolanza de New Age, alucinógenos a contramano, mitopoiesis onírica, ecología nativista, etnografía fabulosa y farsa ceremonial libran batalla, en pêle - mêle, contra lo que se ha dado en llamar la globalización, el imperialismo, el FMI, y otros dragones. Y de tal modo, al realizar sus exorcismos, recurren a rituales extrapolados de la simbología cultural contemporánea para emprender, según dogmatizan mozos de ojos azules y muchachas de rubias cabelleras, el ''rescate'' de la antepasada autenticidad de las indianidades somáticas, de los indianatos políticos y de las indiamentas ergológicas que se extendían desde Alaska a la Tierra del Fuego. A tal punto ha llegado este delirio que ya tenemos entre nosotros descendientes de vascos, de libaneses o de la variopinta gama de inmigrantes decimonónicos que dicen haber recreado la música charrúa pues suponen que frotando huesos, soplando bocinas y tamborileando alrededor del fuego han descubierto las claves secretas del manantial estético aborigen.