domingo, 20 de septiembre de 2009

BATALLA DE CARPINTERÍA


   Cada 19 de setiembre se conmemora un nuevo aniversario de la batalla de Carpintería, librada el año 1836 a orillas del arroyo homónimo –un afluente del río Negro en el departamento de Durazno- entre el ejército gubernista al mando de Ignacio Oribe, hermano del presidente de la república Manuel Oribe, y el revolucionario a órdenes de Fructuoso Rivera.
Dicho enfrentamiento ha pasado a integrar el nomenclátor histórico del Uruguay, debido a que en el mismo hicieron su aparición pública las divisas que identifican, hasta hoy, a nuestros partidos fundacionales.
   La anécdota es muy conocida. Surgió, la divisa blanca, por decreto gubernamental de 10 de agosto de aquel año. Nació, la colorada, despuntada de los forros de los ponchos gauchos, en algún rincón impreciso de la campaña. 
   Al conmemorarse 150 años de la batalla expresaba el profesor Carlos Cigliuti: "En rigor, el choque primero, definió los partidos. Porque la divisa blanca habría tenido el mérito que su autor buscaba, si su uso hubiera sido espontáneo y desinteresado. Pero no fue una invitación la de su uso; fue una imposición. No por solidaridad sino por obligación, la gente uso la divisa uniformadora y anticipó así la homogeneidad igualitaria del mandato. En cambio, Rivera usó la divisa colorada porque no tenía otra a mano. Y la gente sintió el significado del símbolo y lo usó con orgullo, recordando sin duda, el vigor de la sangre derramada por la libertad nacional." 

   Y acertaba el profesor Cigliuti al delimitar los campos. Pues en aquella lucha fraticida, comenzada en Carpintería y culminada dos años más tarde con la victoria de los revolucionarios y la renuncia del primer mandatario, el enfrentamiento civil excedió los límites de lo meramente político para expandirse a lo profundamente social.
   Dos series de argumentos abonan la afirmación precedente.
Primero: del lado del presidente Oribe militó lo más selecto del patriciado, especialmente el ligado a la gran propiedad rural, amiga del orden y la “paz social” y contrario, en general, a los caudillos depredadores de haciendas, sean estos los de la alborada de 1811, los de 1820 o los de los primeros tiempos de la independencia. Mientras que junto a Rivera se congregó la porción más numerosa de los “pequeños hacendados y peones”, basamento de su prestigio en la campaña, como reconocería el historiador Alfredo Castellanos. No en vano es que el profesor Juan Pivel Devoto diría de él, que se trataba de “un hijo auténtico de la Revolución con las virtudes y los defectos inherentes a la época y al medio en que había formado su personalidad”, que “se daba sin tasa sólo a los humildes”. O que Reyes Abadie y José Claudio Williman le definieran como “militar guerrillero de legendario prestigio y caudillo de la plebe campesina”. O que el cónsul inglés Mr. Hood, afirmara que el poder de Rivera en la ocasión descansaba “en el elemento popular y el populacho”.
   Segundo: resaltar un aspecto atinente a las apoyaturas sociales de Rivera durante toda la campaña de 1836-1838, tanto en lo relativo a la composición de sus milicias como al tendido de redes de lealtad política en la esfera de la “opinión pública”, cual es el componente indígena guaraní misionero. Está harto probado que el elemento perteneciente a esta etnia y sus descendientes constituyó, en el período que va desde la conquista de las Misiones en 1828 hasta la hecatombe de India Muerta en 1845 –ya en plena Guerra Grande-, fuente de fervorosos partidarios para el caudillo.    El militar argentino Tomás de Iriarte insertó en sus memorias que Rivera, cuando Carpintería, “engrosó su fuerza con los indios misioneros de la colonia del Cuareim”, acotando además que “estos indios le eran muy devotos”.
   El presidente Oribe escribía a Juan Antonio Lavalleja cuatro días antes de la batalla: “Estoy persuadido que no debemos contar con los indios para nada, pues son decididos esclavos de Rivera, y no conocen derecho, ni justicia que se oponga a separarlos de dicha servidumbre”. Asimismo, dos días luego de concluída le expresaba: “...sea inexorable mayormente con los tapes, a fin de que no nos quede ningún vicho de éstos”. Manifestación, la última, incubada seguramente al calor de la lucha, pero que no denotaba afán exterminador alguno de parte del mandatario.
   Una observación final al respecto. La parcialidad de los guaraní misioneros se constituyó, históricamente, sobre el territorio de la Banda y de la Provincia Oriental primero - si nos referimos a la “Patria Vieja”- y luego sobre el novel Estado Oriental del Uruguay - si hablamos de la “Patria Nueva”-, en parte sustancial de la población de nuestra campaña. La mayoría de los soldados del primer ejército de la República se integró con tapes.  
    El general Rivera fundó en 1833, con indígenas procedentes de Bella Unión, el pueblo de San Borja del Yí en las proximidades del Durazno. Fernando Tiraparé, cacique guaraní y primer “Comandante de los Naturales” de San Borja, fue un ferviente partidario de don Frutos. Según especula el historiador Oscar Padrón Favre, habría perecido en la batalla de Cagancha (29 de diciembre de 1839). Su cargo sería heredado por su esposa Luisa Tiraparé, más conocida por el apodo de “La Capataza”. Muchos borjistas habrían de ceñir, cuando Carpintería, y en circunstancias posteriores, divisa colorada.
   ¿Qué tenemos, entonces?. Un caudillo surgido de la entraña de la convulsión revolucionaria y la lucha por la organización nacional –Rivera-; y un pueblo, de los llamados “originarios” del continente el de presencia más relevante en la región –el misionero-; ambos íntimamente consustanciados. Véase allí la faz más eminentemente americana del Uruguay del siglo XIX: