miércoles, 29 de diciembre de 2010

CAGANCHA




     El 29 de diciembre de 1839, en campos de Callorda sobre el arroyo Cagancha –actual departamento de San José- se libraba la batalla del mismo nombre entre el ejército argentino-rosista comandado por el Gobernador de Entre Ríos Pascual Echagüe y el uruguayo a órdenes de Fructuoso Rivera. Favorable a las armas nacionales, alejaría por un tiempo el peligro que significaba la entronización de la tiranía de Juan Manuel de Rosas en nuestro suelo, semejante a la padecida por la Confederación Argentina. El duro gobernante de Palermo, con el contraste sufrido en Cagancha, veía contestado como nunca hasta ese momento su poder omnímodo.
De tal circunstancia hablan aquellos versos de Hilario Ascasubi:
          
           “Al potro que en diez años
            naides lo ensilló,
           Don Frutos en Cagancha
           se le acomodó,
          Y en el repaso
          le ha pegado un rigor
          Superiorazo.
          Querélos mi vida –a los orientales,
          Que son domadores –sin dificultades.
          ¡Que viva Rivera! ¡que viva Lavalle!
          Tenémelo a Rosas…que no se desmaye
          (….)
          Los de Cagancha
          Se le afirman al diablo
          En cualquier cancha.”
    ("Media caña del campo para los libres")
  
Desde que cruzó el río Uruguay a la altura de Salto e invadió nuestro territorio a mediados de año, el ejército de Echagüe fue sometido por Rivera a una constante guerra de recursos. Picando al enemigo con guerrillas; obligándolo a ejecutar marchas que consumían las patas de sus caballos –acostumbrados, como estaban, al terreno blando de Entre Ríos y no al pedregoso de las cuchillas orientales-;  marchando  paralelo al contrario pero “siempre con quebradas o arroyos interpuestos” entre ambos, como recordaba el general Lorenzo Batlle; en fin, dando combates parciales pero evitando la batalla campal hasta tanto llegase el momento oportuno.
De los detalles de aquella campaña, mezclados con tiernas intimidades, dan cuenta algunas de las cartas dirigidas por Rivera a su esposa Bernardina Fragoso.



 


“Mi amada Bernardina: 

He recibido hoy el capote y tu cartita del 30 del pasado. Ya llevo ropa suficiente e importe que no me mandes más porque no hay como cargarla. 

Nada tengo que añadir a las que te (he) escrito respecto a enemigos ya sabes que nuestro compadre Lavalleja está con Echagüe con un ejército de este lado del Uruguay y que por acá y por Santa Teresa andan sus parciales haciéndonos la guerra nos ocupamos de hacérsela como se puede. 

Tu esta (te) tranquila confía en que la divina providencia ha de ayudarnos la causa es justa habrá que pasar algo de penurias y malos ratos pero que ha de hacerse lo que hay entre manos es digno de nuestro nombre Oriental y él ha de sustentarse dignamente. 

Muchas cosas a nuestra familia y amigos y tu se cierta del cariño de tu amante esposo que verte desea. 

F. Rivera



Avestruz, agosto 5 de 1839.” 




“Mi amada Bernardina: 


Ayer he recibido unas cartas tuyas (…) y soy impuesto de todo: mucho celebro que las cosas y las personas en esa se vayan acomodando, eso importa si deseamos tener patria lo demás todo vendrá de suyo según los sucesos. 

(…) 

Leonardo después de la derrota que le hizo Silva ha ganado la sierra del Yerbal con unos 40 hombres estaba ayer en el Rincón de Dávila sobre Laguna del Miní. Espero a Mora que se me deberá reunir por las puntas del Yí para donde voy en marcha a esperarlo y hacer entretanto reunir la fuerza que se pueda en el departamento del Cerro Largo; Alemán se ocupa con actividad de esta operación. Los enemigos del Uruguay que viene Núñez a su frente se avanzan con rapidez el trece lograron pasar el Queguay en el paso de Andrés Pérez donde tú pasaste cuando la acción pero ha sufrido una pérdida considerable de gente, por nuestra parte sólo hubo dos muertos de nuestros bravos y 7 heridos entre estos un oficial (…) Todo está ordenado a fin de poner al sur del Río Negro todas nuestras fuerzas y reunir el ejército en la altura de los Porongos yo tengo que esperar a D. Fortunato que viene ya en marcha de Maldonado así que se me incorpore me ocuparé de dejar a esta altura alguna fuerza y yo marcharé al ejército sin demora. (…) Mariano te entregará mi reloj y la cadenita que es más propia para ti el reloj va sin vidrio se le quebró hace ya más de 15 días sin embargo es muy bueno es muy propio para ti. 

Mucho deseo verte y abrazarte pero tu ves las circunstancias algún día permitirá el cielo que en épocas menos aciagas que la presente estemos tranquilos y unidos ninguna otra recompensa quiero a mis sacrificios la salvación del país y el estar a tu lado aunque sea sumido en la oscuridad. 

Tu amante esposo. 

Frutuoso rivera 

Cordobés, agosto 19 de 1839.” 




     “Mi amada Bernardina: 

Aprovecho la ocasión del Mayor Alsamendi que va hasta esa a buscar unos encargos de Núñez para decirte que estoy bueno aunque muy ocupado, tal es el estado del ejército y de un pueblo inmenso que vaga por esta campaña. En todo el departamento del Durazno no ha quedado una sola persona el pueblo se ha despoblado excepto 3 o 4 familias han quedado, los demás han salido retirándose para Montevideo, Santa Lucía, etc. Aquí están conmigo hermana Carmen y mi comadre Gertrudis, Eusebia se quedó porque ha preferido entiendo cuidar de sus intereses que el ponerse a salvo en caso que los enemigos invadan el pueblo; (…) La cuestión la miro concluida los enemigos están mal una simple operación es bastante para anularlos sin embargo yo no me descuido todo lo llevo asegurado como debe ser. 

(…) Mil cosas a las niñas y muchos besos a Pablito y a la comadre y a los amigos y tú recibe el afecto de tu amante esposo que verte desea. 

F. Rivera 

Setiembre, 18 de 1839.” 



“Mi amada Bernardina: 

Ayer todo el día nos hemos ocupado en preparar nuestro ejército que está brillante. El del enemigo bajó hasta la Calera de garcía y empezó a acampar a las 2 de la tarde (e) hizo sobre nuestros tiradores que ocupaban el paso del Santa Lucía algunos tiros con sus piezas que nada hicieron porque todo no pasó de ser una locura al cerrar la noche nuestra artillería les disparó 2 tiros que también no dejó de ser otro disparate porque nada deciden esos tiros con un río de por medio. 

Nuestro ejército ha tomado una posición fuerte y de gran ventaja para una batalla, creo que los enemigos la nieguen aquí, y busquen aunque con trabajo otra posición o espere a que nuestro ejército los busque lo que efectuará tan luego que se reúna el Coronel Freire que según dicen anda por esos mundos de Minas o Maldonado y como yo no tengo prisa para pelear lo mismo es de aquí a 4 días que 8 pues que mientras más días pasen nuestro ejército se aumenta y se moraliza. (…) 

Mil cosas a nuestras niñas y a mi Pablito y tú recibe el verdadero cariño de tu amante esposo que verte y abrazarte desea. 

Fructuoso Rivera 

Ejército, 5 de octubre de 1839.” 



“Mi amada Bernardina: 

Recibí tus cartas y siento estés molestada de la cabeza quiera el cielo goces de salud perfecta como son mis deseos. 

Ya recibí las comunicaciones del comandante Real y demás jefes que había dejado a retaguardia de los enemigos todo allí ha correspondido a un plan y a los esfuerzos de nuestro bravos. El departamento de (Pay) Sandú ha mostrado en esta vez lo que vale y de lo que puede hacer para defender sus derechos. El ejército hoy a las 12 del día estuvo en línea hizo una salva de artillería en solemnidad de la batalla del Sarandí la que presenció Lavalleja y los suyos, que mal rato para aquel hombre desgraciado si tuviese sentimiento y patriotismo ver a sus compañeros de aquel día felicitarse por el triunfo; mientras él rodeado de miserables extranjeros desoladores de su patria a quienes él sirve de guía y de instrumento para desollarla, en fin mi Bernardina a que hablar de aquel mostro que no tiene ningún sentimiento noble.(…) 

Mil cosas a nuestra familia y tú recibe el cariño de tu amante esposo que verte desea. 

F.Rivera 

Setiembre 12, 1839.” 



     “Mi amada Bernardina: 


Tu carta que recibí ayer por Apolinario me instruye según las recetas que venían inclusas de todo lo que has querido mandarme en el carretón que aún no ha llegado y de lo que mucho te agradezco a pesar que ya te había dicho que no mandases nada porque yo de nada disfruto porque en primer lugar no tomo sino un puchero o un asado una vez en cada 24 horas así es que todo lo que me mandas es para otros y generalmente los criados son los que se aprovechan de todo muchas veces. (…) 

Pasaré a otra cosa, de la cual siento tener que ocuparme de ella; pero tu así lo quieres por tus juicios, es verdad que dije a Pascual costa pidiese algo para cuando tú vinieses no con el fin que tú te has supuesto es verdad que estuve en Canelones porque tuve que ver a las autoridades de aquel departamento con el objeto de promover allí una reunión que (he) encomendado a Viñas; en lo demás haces una injusticia a mi cariño y lo que tú vales para mi corazón nunca te haré yo la injusticia de dar a nadie ninguna preferencia ni menos ocasionarte un pesar como sucedería toda vez que yo hiciese preparativos de obsequio para otras personas que no fueses tú y nuestra familia, es verdad yo no podré negártelo jamás que tengo relaciones con esa familia pero ella no pasa, ni pasará jamás al caso que tú te has inferido, yo soy hombre, tengo como otro cualquiera mis afecciones, y mis defectos pero nunca me acusará el observador de mi conducta que he dejado de llenar mis deberes para con la sociedad y especialmente para contigo; te amo, te amaré eternamente de otro modo (no habría sido tu esposo) (…) 

Ya te dije que los enemigos habían pasado con todo su ejército el Carreta Quemada y sin embargo que hasta esta hora no ha venido parte de la vanguardia es preciso saber ciertamente de los movimientos de los enemigos para podernos ocupar de tu venida la que será para mí de una sin igual satisfacción. Por el señor chavarría te mandé el ponchito que por olvido había quedado cuando fue el carretón supongo que ya lo habrás recibido. Aquí tengo mucha ropa de paño, casacas, etc., etc., que en oportunidad te lo mandaré o tú la llevarás cuando vengas pues (para) que me sirve en verano. 

A nuestras hijas y a las comadres tantas cosas y a mi Pablito muchos besos y tú recibe el cariño verdadero de tu amante esposo que verte desea. 

F. Rivera 

Octubre, 25 de 1839.” 



     “Chamizo, diciembre 31, 1839. 

     Mi amada Bernardina: 

Después que te escribí por Báez que llevó el primer parte (1) no he vuelto (a) hacerlo porque siempre (he) estado marchando: hoy hice alto y pienso regresar al ejército a consecuencia de que ya por acá no tengo objeto y porque medina y Núñez y Pedrito Mendoza van en persecución de los restos del ejército enemigo que van en una fuga desesperada. Lavalleja, Servando y Urquiza van reunidos con poca gente. Echagüe iba solo con unos 60 los más de éstos guaycuruses. 

Estoy un poco enfermo apenas puedo montar a caballo lo que me pone en el caso de regresar así que llegue al ejército te escribiré entretanto mandame el carretón y la criada muchas cosas a la familia toda y a mi Pablito y tú recibe el verdadero cariño de tu amante esposo que verte y abrazarte desea. 

F. Rivera.”


       (1) Se refiere al parte de la victoria de Cagancha

(Fuente documental: “Cartas a Bernardina”, prólogo y selección de José Pedro Barrán y Benjamín Nahum).



jueves, 23 de diciembre de 2010

LEONCIO LASSO DE LA VEGA, EL POETA BOHEMIO QUE ADMIRABA A BATLLE


   Un hombre arriesga la vida sobre la árida estepa castellana en tiempos de la reconquista española. Musulmanes y cristianos combaten por el dominio de la vieja Iberia. De ascendencia itálica, tal cual lo delata su apellido, Lasso, se juega en torneo singular con un jefe moro en la vega de Granada, la antigua capital de la Andalucía árabe. Ganancioso en el lance, corta la cabeza a su oponente y la ofrece a su rey Sancho IV “el bravo”, hijo de Alfonso X “el sabio”. El monarca concede al caballero, en homenaje al triunfo, agregar a su apellido el “de la Vega”, y le premia con tierras y blasones transmisibles a sus herederos. Hasta aquí la historia (¿real?) del apellido.

 Leoncio Lasso de la Vega nació en Sevilla en 1862 como “retoño de una secular familia de galenos”, al decir de Adolfo Agorio. Soñó con ser marinero, pero la presión del entorno lo empujó a la medicina, vocación que nunca sintió. Tuvo una niñez pronunciadamente burguesa: iba a la escuela, la iglesia y a casa de las tías acompañado de una sirvienta ataviada de riguroso uniforme.

 Cuando tiene alrededor de 25 años fallece el padre y se recibe de médico. Con las 35.000 pesetas que le tocan por herencia marcha a Madrid, donde un pintor y bohemio de apellido Sorolla lo introduce en los cenáculos de artistas y escritores. En la capital se relaciona con una francesita, bailarina segundona en  una compañía de “varieté” de tercera, cuyo arte sobre las tablas consiste en bailar el can can de manera harto heterodoxa.

Poco después marcha a París, que ya era una fiesta, y luego a Burdeos, donde la francesa lo abandona al ver que las pesetas ralean. Desencantado del mundo y de las mujeres embarca en dirección a América –la tierra de promisión de tanto europeo- y desemboca en Buenos Aires. Allí se gana la vida desplegando humildemente sus vastos conocimientos y ejerce como profesor particular de filosofía, matemáticas, literatura, historia e idiomas. Además, escribe en el “Correo Español” y en la prestigiosa “Caras y Caretas” -donde publica novelones  de título y trama truculentos o descabellados- toca el piano en un remate y dicta conferencias. Comienza a destacarse por su prédica radical y forma, naturalmente, un cenáculo.

Se casa con una señorita de la alta sociedad porteña con la cual tiene tres hijos. Pero las veladas del teatro Colón y los banquetes en los salones elegantes no le sientan, y termina separándose amigablemente.

Hacia el 1900, y a raíz de un encargo editorial consistente en la confección de un diccionario con las biografías (y las vanidades…) de los grandes estancieros del litoral argentino, aprovecha para cruzar el río Uruguay y visitar Mercedes. Se vincula a un cenáculo vocinglero y bohemio donde destaca el pintor Blanes Viale, y, aquerenciado, ya no se marcha más del país.

Instalando su modesta habitación en un remolcador varado en la costa del río Negro, dedicará sus horas ala lectura, la escritura, el solaz de la vida más o menos errante y las borracheras, pues en Lasso, el alcohol formará parte de una suerte de profunda cosmovisión.

En una oportunidad, su inclinación “báquica” le predispuso negativamente con una mujer mercedaria. Resulta que solía pasear por las frondas lugareñas una de esas jóvenes medio ojerosas y románticas, de larga cabellera y cuerpo flacuchento, que, escapando de las convenciones sociales de la época, en lugar de apuntar al matrimonio y al “crochet”, leía versos y tocaba la guitarra bajo los árboles. Conocerla Lasso y enamorarse fue solo uno. En la floresta, el vate creaba y la musa entonaba. Pero la relación se quebraría por razones de peso: la muchacha promovía en la ciudad campañas contra el alcoholismo…

Son de esta época mercedaria dos pequeñas obras cargadas de radicalismo social: “¡Anatema!. Canto pro Boer”, donde fustiga al imperialismo inglés en Sudáfica, y “20 de setiembre. Caída del poder temporal. Roma libre”, canto conmemorativo al fin del imperio terrenal del papado.

En 1903 se vincula a “El Día” a través del gerente del diario Juan Carlos Moratorio. Su relación con el funcionario, hombre de talante más bien circunspecto, no estuvo exento de rispideces. En el trascurso de los años en que Lasso integró el equipo de redactores, Moratorio llegó a despedirlo en varias ocasiones dada su costumbre de ausentarse por espacio de muchos días. Estando Batlle en Europa y enterado de una de estas “cesantías”, escribió a Domingo Arena: “Ni “El Día” puede estar sin Lasso, ni Lasso sin “El Día”. Y fue repuesto. Todo ello teniendo en cuenta que don Pepe no siempre compartía el contenido de sus artículos. Pero la mutua admiración era muy profunda.

En 1904, estallada la guerra civil, se une como corresponsal de “El Día” a la sexta división del Ejército del Norte. Su permanencia junto a las tropas le obligan, en más de una ocasión, a dejar momentáneamente de lado la pluma de periodista para empuñar la carabina contra los revolucionarios.

Pero quien por entonces protagonizaba las grandes acciones bélicas de la contienda era el Ejército del Sur; a vía de ejemplo, la sangrienta batalla de Tupambaé (junio de 1904). Contrariado, Lasso solicita su traslado a esta última fuerza, donde es recibido por su comandante, coronel Pablo Galarza, quien le adscribe a su Estado mayor. Quince días más tarde, para su desazón, el Ejército del Norte obtiene la decisiva victoria de Masoller (1º de setiembre).

A instancias de su amigo el coronel Julio Dufrechou, comienza a escribir un libro sobre la guerra. Alojado al efecto en el cuartel del regimiento 1º de caballería, se le tenía en una suerte de “libertad vigilada” a fin de que le terminase. Más la guardia, con benevolencia, condescendía a “permitir” sus salidas nocturnas. Hasta que en una ocasión desaparece por varios días, ante el nerviosismo de los pobres milicos que temen una reconvención. Finalmente, lo encuentran en un boliche cerca del puente sobre el arroyo Miguelete, tomando caña y jugando al truco con el escritor Javier de Viana y dos guardas de la línea del tranvía del Paso del Molino. El libro en cuestión se titulará “La verdad de la guerra en la revolución de 1904”. En un pasaje del mismo, Lasso revelará que Basilio Muñoz –jefe revolucionario tras la muerte de Aparicio Saravia- le dijo el 23 de setiembre de ese año en Aceguá, en presencia y ante el asentimiento de Luis Alberto de Herrera y de Quintana, que la guerra la habían hecho por “disciplina partidaria”; pero que la pretensión de poseer jefaturas políticas por la fuerza, y de que el gobierno deba pedir permiso para entrar en los departamentos con administraciones departamentales blancas, era “inconstitucional”.

Concurrente habitual del café Polo Bamba, de Ciudadela y Colonia, Lasso lo fue además de las instituciones que nucleaban a la intelectualidad progresista de entonces, como, por ejemplo, el Centro Internacional de Estudios Sociales (fundado en 1898), y en donde alternaría con Adrián Troitiño, Álvaro Armando Vasseur, María Collazo, Rafael Barrett, Orsini Bertani (editor de algunas de sus obras), Ovidio Fernández Ríos (quien sería secretario de Batlle), Ángel Falco, Florencio Sánchez, Emilio Frugoni, Orosmán Moratorio, Alberto Lasplaces y Ernesto Herrera, entre otros.

   


  En 1910, abocado Batlle a una segunda postulación presidencial y habiéndose decretado la abstención nacionalista, algunas figuras lanzan la idea de crear  partidos circunstanciales con el fin de llenar las bancas correspondientes a la minoría. Lasso promueve la creación de un “Partido Obrero” que reúna alrededor de la figura del líder colorado a sectores progresistas no tradicionales sobre todo el anarquismo. La tentativa fracasa debido al rechazo de éstos por la política electoral.

   El poeta, que se definía a si mismo como un “socialista sin partido”, no dudaba en ubicar al “avanzado” Batlle y Ordoñez, como una de las más grandes figuras de la historia uruguaya: “…nuestros nietos –escribió- contemplarán con respeto en la plaza pública, la estatua que le habrá levantado la gratitud de una posteridad exenta ya de las pasiones que hoy rugen…”.

   “Lo que más admiraba Lasso en Batlle –dice Agorio- era la exaltación casi mística de la responsabilidad propia y el deseo enérgico de no compartir el gobierno con el enemigo para disimularse en los otros y atenuar así posibles errores”.

De esta época fructífera serán sus obras: “Salpicones” (1910), obra satírica y anticlerical; “Canalejas, ya habló la prensa, ahora hablo yo” (1912); “La campana; tañidos de asamblea” y “El morral de un bohemio” (ambas de 1913), entre otras. Muchas de sus habituales colaboraciones en “El Día” las firmaba con el seudónimo “Ossal”.

    Leoncio Lasso de la Vega murió en los últimos días de diciembre de 1915 víctima de la tuberculosis.