viernes, 30 de octubre de 2009

AMILCAR VASCONCELLOS

“Quiero decirle que el embajador americano se está portando muy bien con nosotros, porque ha estado hablando con los militares haciéndoles saber que los Estados Unidos verían con mucho desagrado cualquier intervención militar”. Esa fue la última cosa que me dijo. Enseguida nos despedimos, para no vernos más. Al otro día a primera hora –serían las seis o siete de la mañana- recibo una llamada y era Jorge Batlle quien me buscaba para decirme que había muerto su padre”. Quien así se manifestaba respecto a su última conversación con Luís Batlle Berres era el Dr. Amílcar Vasconcellos, de cuya desaparición física se cumplieron diez años el 22 de octubre.

Quien sería Diputado, Senador, miembro del Consejo Nacional de Gobierno en representación del batllismo lista ”15”, periodista y escritor, entre otras cosas, había nacido en septiembre de 1915, en el seno de una familia con vocación política. Su padre, Héctor Vasconcellos, era un esforzado periodista local que había accedido a la presidencia del Concejo Departamental artiguense y a la Cámara de Diputados, en 1931, en representación del sector sosista del Partido Colorado. Más en 1933, cuando el golpe de Terra, se integraría a la lucha opositora desde filas del batllismo, fracción a la cual había pertenecido con anterioridad.

A finales de la década de los veinte, el aún adolescente Vasconcellos, se traslada a Montevideo junto a dos compañeros a fin de estudiar magisterio en el Instituto Normal para varones Joaquín R. Sánchez, cuya dirección ejercía Arturo Carbonell y Migal.

El 20 de octubre de 1929, forma parte de la multitud acongojada que despide los restos mortales de don Pepe Batlle.

El aciago 31 de marzo de 1933, junto a lo más sano del estudiantado uruguayo, pasa la noche ante el Parlamento en estéril protesta frente al golpe. Más tarde, presumimos que con idéntica impotencia, asiste desde lejos al martirologio de Baltasar Brum.

A sus estudios de magisterio y abogacía, añadía una activa militancia estudiantil, desempeñándose como secretario de la Federación Magisterial Uruguaya, y como delegado de la Facultad de Derecho ante el máximo órgano de la FEUU.

Según explicaría más tarde, sus preocupaciones gremiales se canalizarían partidariamente en 1937, cuando se afilia a la Agrupación Batllista “Avanzar”, aquella fundada por Julio César Grauert, y cuya inserción tanto en medios estudiantiles como docentes era muy marcada.

De aquella época de resistencia al terrismo, recordaría especialmente el acto multipartidario del 18 de julio de 1938, en el cual se expresó todo el arco opositor a la dictadura.

Con el acceso del general Alfredo Baldomir a la presidencia de la República, comienza a gestarse la apertura democrática. A comienzos de 1942 se produce el llamado “golpe bueno”, que derriba la institucionalidad viciada inaugurada una década atrás, y en noviembre de ese año, las elecciones generales que consagran a la fórmula Juan José de Amézaga- Alberto Guani por amplísimo margen (el Partido Colorado consigue en esa instancia el gobierno de los 19 departamentos del país).

“Avanzar”, que se había opuesto a la candidatura Amézaga, se disuelve poco después.

Vasconcellos participa, enseguida, en la fundación de una de las agrupaciones batllistas de más rico potencial político, “Doctrina y Acción”, junto a figuras como Justino Zavala Muniz, Antonio Rubio, Ledo Arroyo Torres y Luis Trócolli, entre otros.

En 1948 conoce personalmente a quien sería su amigo y líder futuro, Luis Batlle Berres, en radio Ariel, a raíz de un encargo encomendado por el Comité Ejecutivo Departamental colorado. Recordaría, tiempo después, que en aquel primer encuentro discreparon con dureza.

En las elecciones de noviembre de 1950, integrado ya a filas de la “15”, sale electo diputado “sin casi trabajar por ello”, como reconocería con modestia, ingresando a la Cámara como suplente del renunciante Dr. Alberto Zubiría, segundo titular de la lista por Montevideo. Permanecería en la rama baja parlamentaria –con los paréntesis debidos a sus tareas ministeriales-, hasta febrero de 1959.

Entre los años 1955 y 1957 se desempeñaría como Ministro de Ganadería y Agricultura, y entre 1957 y febrero del 59 como Ministro de Hacienda, así como interinamente de Industrias y Trabajo y Defensa Nacional. Entre el 51 y el 55 sería co-director del diario “Acción”.

En 1963, producida ya la segunda derrota electoral ante el nacionalismo, ingresaba al Consejo Nacional de Gobierno en representación de la minoría, como segundo en la lista “15” tras Luis Batlle.

En 1967, vuelto el Partido Colorado al poder con el general Oscar Gestido, ejercería nuevamente el Ministerio de Hacienda por espacio de cien días, en una gestión que sería recordada por sus fuertes discrepancias con los lineamientos sostenidos por el Fondo Monetario Internacional.

Senador desde 1967 hasta el golpe de estado de junio de 1973, sería asimismo candidato presidencial en 1966 y 1971, junto a figuras de la talla de Renán Rodríguez y Manuel Flores Mora, respectivamente.

Sin perjuicio de tales comparecencias presidenciales, Vasconcellos siempre se mantuvo fiel al principio colegialista de Batlle y Ordóñez.

Pasados los años grises de la dictadura, en las elecciones de 1984 y 1989, como respondiendo al imperativo moral de hacer una contribución al partido de sus más profundos afectos, sería candidato a la Intendencia Municipal de Montevideo en representación de diversos grupos colorados.

Periodista político, sumó a ello su calidad de escritor prolífico, destacándose entre sus obras de combate “La lucha recién empieza”, “Un país perdió el rumbo”, “Batllismo al día”, “Cien días en el Ministerio de Hacienda”, “Defendiendo la soberanía nacional”, y el recordado “Febrero amargo”, entre otros. Incursionó, además, en temas de su especialidad, destacándose “En pleno vendaval”, “La mujer en el derecho positivo uruguayo”, “Pedagogía” y “Reforma educacional mejicana”.

El Dr. Amílcar Vasconcellos fue una verdadera metáfora viviente –permítasenos la licencia- del Uruguay batllista, aquel que permitía que un joven proveniente del país “profundo” tuviese la posibilidad de acceder con esfuerzo a los más altos cargos que proveía la sociedad de su tiempo.

sábado, 24 de octubre de 2009

ALGO MAS SOBRE LOS FRAILES

Desearía agregar alguna reflexión a lo ya expresado por el amigo Juanito Belmonte respecto al clero. Desde que la iglesia católica comienza a ver retaceada -hace de esto algunos siglos- su prerrogativa de achicharrar a herejes e infieles en la hoguera, ensaya, a fin de colonizar las conciencias de las gentes, el método de discurso (que no el discurso del método, que eso huele a puerco racionalismo). Consiste esto último en el intento sistemático de codificar hasta el hartazgo determinados aspectos de la conducta humana, haciendo especial énfasis en la sexualidad. Desde la Contrarreforma -el movimiento de reacción católica frente al avance de las corrientes protestantes-, catecismos, encíclicas, homilías y otras yerbas, se han encargado de diseccionar palmo a palmo todos los perfiles del erotismo. El siempre polémico y provocador Michel Foucault, escribía en "La historia de la sexualidad": "La extensión de la confesión, y de la confesión de la carne no deja de crecer. Porque la Contrarreforma se dedica en todos los países católicos a acelerar el ritmo de la confesión anual. Porque intenta imponer reglas meticulosas de examen de sí mismo. Pero sobre todo porque otorga cada vez más importancia en la penitencia -a expensas, quizá, de algunos otros pecados- a todas las insinuaciones de la carne: pensamientos, deseos, imaginaciones voluptuosas, delectaciones, movimientos conjuntos del alma y del cuerpotodo ello debe entrar en adelante, y el detalle, en el juego de la confesión y de la dirección. Según la nueva pastoral, el sexo ya no debe ser nombrado sin prudencia; pero sus aspectos, correlaciones y efectos tienen que ser seguidos hata en sus más finas ramificaciones: una sombra en una ensoñación, una imagen expulsada demasiado lentamente, una mal conjurada complicidad entre la mecánica del cuerpo y la complacencia del espíritu: todo debe ser dicho". ¿A que obedece tanto "encarnizamiento" respecto al tema?. Toda religión postula, en términos generales, dos tipos de preceptos a seguir: unos de gran relevancia social, del tipo, por ejmplo: "no matarás", o "asistirás al enfermo y al débil"; y otros sin elevación ni grandeza, como por ejemplo: "no tendrás pensamientos lascivos", o "te abstendrás de comer carne tales días". Dice el maestro Fernando Savater: "Cuanto más evolucionada está una religión, más enfasis pone en los primeros, y más relativiza los segundos, aunque sin descartarlos nunca del todo", llegándose en muchos cultos atávicos a privilegiar ostensiblemente a estos últimos, pues "facultan al clero en su permanente labor de vigilancia, denuncia y administración de la expiación, tareas que sostienen su influencia pública...". En definitiva: resulta que es más fácil controlar a los fieles por el lado de los pensamientos pecaminosos -o las estampitas, o la santurronería-, que a través de los grandes postulados humanistas, siempre tan difíciles de alcanzar, aún para los frailes. Así está la cosa. Escribía, hace un siglo largo, un grande de América (hoy olvidado a expensas de otros menos valiosos), el librepensador peruano Manuel González Prada: "Desde la libertad del esclavo hasta la emancipación de la mujer, y desde la independencia de las naciones hasta la inviolabilidad de las conciencias, todas las grandes reformas encontraron en la Religión Católica un enemigo, ya descubierto, ya embozado (...) hoy el catolicismo figura como el aliado inevitable de todos los opresores y de todos los fuertes: donde asoma un tirano, cuenta con dos armas: la espada del militar y la cruz del sacerdote".

EL CLERO CONTRATACA

                   
                                      por Juanito Belmonte

La secta monárquica con sede en el Vaticano, pretende volver por sus fueros. Quiero decir, por aquellos fueros que perdió merced a la prédica de los defensores de las libertades civiles, especialmente de la libertad de conciencia. Como mancha de aceite que se expande, lenta pero firme, se siente en crecimiento. Con "viento en la camiseta", como se dice popularmente. Por puño y letra de su procónsul en Uruguay, el inefable Cotugno, acaba de lanzar su anatema contra la posibilidad de la adopción de niños por parejas homosexuales. ¡No sea cosa de que se contagien de mal tan terrible los muy imberbes!. Extrañamente, nada se dice respecto a otras variantes, a saber: ¿que pasa con las parejas en donde solo uno de los miembros es homosexual?; ¿o en aquellas donde uno o ambos son bisexuales?; ¿o en las que, lisa y llanamente, no practican sexo alguno?; ¿o en las que se dedican al sexo tántrico?. Vaya berenjenal!. El brulote de marras responde, sin dudas, a las directivas que sobre el punto, urbi et orbi, son emitidas de tarde en tarde por el rey de la cofradía, el ex miembro de las juventudes hitlerianas con nombre de inquisidor, hoy papa. Nunca una palabra firme y clara contra los curas pedófilos. Nunca una condena sin ambages contra toda forma de dictadura ( muchas sotanas supieron bendecir las armas de más de un prepotente con chaqueta y charreteras). Ahora bien, todo aquello situado, de algún modo, en la esfera de influencia de la sexualidad humana -llámese aborto, erotismo placentero, opciones sexuales, autonomía individual respecto a la disposición del propio cuerpo, etc., etc.-, provoca en la elite del catolicismo ríos de tinta, potentes invectivas, ansiedades varias y eructos discursivos. La moral considerada correcta por la jerarquía católica no tiene por que ser la de toda la sociedad. La moral social no puede estar determinada por la opinión de un círculo estrecho de gerontes, para colmo misóginos y homofóbicos. ¿Será que estos señorones, cada uno con "su traje de lino, notable por su nívea blancura", tienen "una vida irreprochable en todos los aspectos", según se preguntaba el gran Erasmo de Rotterdam?. ¿Estaremos asistiendo a la restauración de la mojigatería monjil?. ¿Volverán los tiempos de las veneras, bordones y esclavinas?. A veces, dan ganas de creer -con perdón de dios-, en aquel grafitti del grupo de chicas llamadas las "harpías" del barrio La Blanqueada: "la única iglesia que ilumina, es la que arde". He dicho.

CATOLICOS, JUDIOS Y CIUDADANOS

                         
                         por JULIO MARIA SANGUINETTI  

"Recemos por los judíos. Que Dios Nuestro Señor ilumine sus corazones para que reconozcan a Jesucristo, Salvador de todos los hombres. Dios, omnipotente y eterno, tú que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, concede, propicio, que, entrando la plenitud de los pueblos en tu Iglesia, todo Israel sea salvado". El Vaticano rescata una oración que supone un serio retroceso cívico Esta plegaria ha sido adoptada por decisión de Benedicto XVI el pasado 5 de febrero, para ser formulada en la celebración litúrgica del Triduo Pascual -el Viernes Santo- y así comunicada a todas las Conferencias Episcopales del mundo, con el consiguiente revuelo entre las comunidades judías y aquellos que han propiciado, desde sus respectivas religiones, el diálogo "judeo-cristiano" abierto después del Vaticano II. El tema desborda el debate religioso. Más allá de ese bienvenido diálogo, lo que pone en cuestión la plegaria es el principio de tolerancia que preside la vida institucional y social de los Estados democráticos modernos. Que una comunidad religiosa pretenda difundir su fe, va de suyo. Que rece para que todos los que no la profesan, encuentren su verdad, está en la lógica de la actividad de cualquier activista de una creencia. Pero cuando una iglesia constituida singulariza su prédica en los fieles de otra religión específica y reclama que se haga lo necesario para "salvarlos" estamos entrando ya en el camino de la intolerancia. ¿Con qué derecho, específicamente, se sienta en el banquillo de los acusados de vivir en el error a los miembros de otra comunidad que ejerce el mismo derecho que ella a creer en su Dios? No podemos ignorar que hacerlo con los judíos y con "Israel todo", que debería ser salvado, es retornar al aire de aquellos tiempos en que desde los púlpitos católicos se les condenaba por "deicidio", como "asesinos de Jesucristo". Bien se sabe que esa doctrina fue un elemento sustantivo para que los nazis pudieran desarrollar su prédica antisemita y desatar el Holocausto, la mayor tragedia de nuestra civilización. ¿Dónde estaba Dios? se preguntó el actual Papa cuando visitó el campo de concentración de Auschwitz, y muchos, con incuestionable lógica, le preguntaron dónde estaba entonces la Iglesia católica, silenciosa en momentos en que ocurría una tragedia de la que tenía cabal noticia. Por cierto, la nueva oración no contiene las frases difamatorias de antaño: ya no se habla de "los pérfidos judíos", expresión borrada por Juan XXIII. Sin embargo, se inscribe en una dirección fundamentalista de peligrosa actitud discriminatoria. Nadie puede ignorar que el pueblo judío ha sido de los más perseguidos de la historia y, como ha logrado sobrevivir -a diferencia de otros tantos que sucumbieron,- continúa en el centro de vastos escenarios de prejuicio. El fundamentalismo islámico, y hasta jefes de Estado como Ahmadineyad, proponen destruir el Estado de Israel y la nación judía y lo hacen a grito pelado. Tampoco es un misterio reconocer que el prejuicio antisemita va más allá, está aún vigente en el mundo y que la política de Israel, polémica como todas las políticas, ambienta reacciones prejuiciosas. En ese cuadro, cuando la Iglesia católica, tan parsimoniosa siempre, sale a intentar la salvación de los judíos y de Israel todo, proponiéndose sacarlos del mundo del error en que viven, es obvio que está reinstalando en la picota a ese perseguido pueblo y de alguna manera volviendo a condenarlo. ¿Por qué no se hace lo mismo con los musulmanes o con nosotros los agnósticos liberales, que hoy podríamos debatir el tema al amparo de las garantías que nuestra filosofía logró arrancar a los absolutismos? Algunos voceros eclesiásticos alegan que la plegaria se ha aliviado de adjetivos acusatorios y que, además, no se leerá necesariamente en todas las iglesias, porque ella se inscribe en la rehabilitación del viejo misal, que no es de empleo obligatorio. Pero no cabe agradecer a la Iglesia que se haya corregido ella misma, limando viejas aberraciones inquisitoriales, del mismo modo que no hace a la cosa el porcentaje de templos en que se lea la plegaria. Lo que preocupa es la plegaria en sí misma, como expresión de un retroceso cívico muy serio. E insistimos en la palabra cívica, porque es un tema de ciudadanía. La persecución racial, la intolerancia religiosa, la difamación histórica son males endémicos que aún debemos combatir. No es razonable, por lo mismo, que una Iglesia vaticana que venía evolucionando hacia el diálogo y la convivencia, dé este paso atrás. Grande o pequeño no interesa. La cuestión es que la mentalidad que está en la raíz de esa decisión no se compadece con los esfuerzos de los últimos Papas y vuelve a sembrar una semilla de intolerancia que no deberíamos observar con indiferencia.

(artículo publicado en "El País" de Madrid, el 11/03/2008) 
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domingo, 20 de septiembre de 2009

BATALLA DE CARPINTERÍA


   Cada 19 de setiembre se conmemora un nuevo aniversario de la batalla de Carpintería, librada el año 1836 a orillas del arroyo homónimo –un afluente del río Negro en el departamento de Durazno- entre el ejército gubernista al mando de Ignacio Oribe, hermano del presidente de la república Manuel Oribe, y el revolucionario a órdenes de Fructuoso Rivera.
Dicho enfrentamiento ha pasado a integrar el nomenclátor histórico del Uruguay, debido a que en el mismo hicieron su aparición pública las divisas que identifican, hasta hoy, a nuestros partidos fundacionales.
   La anécdota es muy conocida. Surgió, la divisa blanca, por decreto gubernamental de 10 de agosto de aquel año. Nació, la colorada, despuntada de los forros de los ponchos gauchos, en algún rincón impreciso de la campaña. 
   Al conmemorarse 150 años de la batalla expresaba el profesor Carlos Cigliuti: "En rigor, el choque primero, definió los partidos. Porque la divisa blanca habría tenido el mérito que su autor buscaba, si su uso hubiera sido espontáneo y desinteresado. Pero no fue una invitación la de su uso; fue una imposición. No por solidaridad sino por obligación, la gente uso la divisa uniformadora y anticipó así la homogeneidad igualitaria del mandato. En cambio, Rivera usó la divisa colorada porque no tenía otra a mano. Y la gente sintió el significado del símbolo y lo usó con orgullo, recordando sin duda, el vigor de la sangre derramada por la libertad nacional." 

   Y acertaba el profesor Cigliuti al delimitar los campos. Pues en aquella lucha fraticida, comenzada en Carpintería y culminada dos años más tarde con la victoria de los revolucionarios y la renuncia del primer mandatario, el enfrentamiento civil excedió los límites de lo meramente político para expandirse a lo profundamente social.
   Dos series de argumentos abonan la afirmación precedente.
Primero: del lado del presidente Oribe militó lo más selecto del patriciado, especialmente el ligado a la gran propiedad rural, amiga del orden y la “paz social” y contrario, en general, a los caudillos depredadores de haciendas, sean estos los de la alborada de 1811, los de 1820 o los de los primeros tiempos de la independencia. Mientras que junto a Rivera se congregó la porción más numerosa de los “pequeños hacendados y peones”, basamento de su prestigio en la campaña, como reconocería el historiador Alfredo Castellanos. No en vano es que el profesor Juan Pivel Devoto diría de él, que se trataba de “un hijo auténtico de la Revolución con las virtudes y los defectos inherentes a la época y al medio en que había formado su personalidad”, que “se daba sin tasa sólo a los humildes”. O que Reyes Abadie y José Claudio Williman le definieran como “militar guerrillero de legendario prestigio y caudillo de la plebe campesina”. O que el cónsul inglés Mr. Hood, afirmara que el poder de Rivera en la ocasión descansaba “en el elemento popular y el populacho”.
   Segundo: resaltar un aspecto atinente a las apoyaturas sociales de Rivera durante toda la campaña de 1836-1838, tanto en lo relativo a la composición de sus milicias como al tendido de redes de lealtad política en la esfera de la “opinión pública”, cual es el componente indígena guaraní misionero. Está harto probado que el elemento perteneciente a esta etnia y sus descendientes constituyó, en el período que va desde la conquista de las Misiones en 1828 hasta la hecatombe de India Muerta en 1845 –ya en plena Guerra Grande-, fuente de fervorosos partidarios para el caudillo.    El militar argentino Tomás de Iriarte insertó en sus memorias que Rivera, cuando Carpintería, “engrosó su fuerza con los indios misioneros de la colonia del Cuareim”, acotando además que “estos indios le eran muy devotos”.
   El presidente Oribe escribía a Juan Antonio Lavalleja cuatro días antes de la batalla: “Estoy persuadido que no debemos contar con los indios para nada, pues son decididos esclavos de Rivera, y no conocen derecho, ni justicia que se oponga a separarlos de dicha servidumbre”. Asimismo, dos días luego de concluída le expresaba: “...sea inexorable mayormente con los tapes, a fin de que no nos quede ningún vicho de éstos”. Manifestación, la última, incubada seguramente al calor de la lucha, pero que no denotaba afán exterminador alguno de parte del mandatario.
   Una observación final al respecto. La parcialidad de los guaraní misioneros se constituyó, históricamente, sobre el territorio de la Banda y de la Provincia Oriental primero - si nos referimos a la “Patria Vieja”- y luego sobre el novel Estado Oriental del Uruguay - si hablamos de la “Patria Nueva”-, en parte sustancial de la población de nuestra campaña. La mayoría de los soldados del primer ejército de la República se integró con tapes.  
    El general Rivera fundó en 1833, con indígenas procedentes de Bella Unión, el pueblo de San Borja del Yí en las proximidades del Durazno. Fernando Tiraparé, cacique guaraní y primer “Comandante de los Naturales” de San Borja, fue un ferviente partidario de don Frutos. Según especula el historiador Oscar Padrón Favre, habría perecido en la batalla de Cagancha (29 de diciembre de 1839). Su cargo sería heredado por su esposa Luisa Tiraparé, más conocida por el apodo de “La Capataza”. Muchos borjistas habrían de ceñir, cuando Carpintería, y en circunstancias posteriores, divisa colorada.
   ¿Qué tenemos, entonces?. Un caudillo surgido de la entraña de la convulsión revolucionaria y la lucha por la organización nacional –Rivera-; y un pueblo, de los llamados “originarios” del continente el de presencia más relevante en la región –el misionero-; ambos íntimamente consustanciados. Véase allí la faz más eminentemente americana del Uruguay del siglo XIX:

domingo, 2 de agosto de 2009

ANITA, "LA HEROINA DE DOS MUNDOS"


Un inglés, que la conoció en los tiempos del sitio de Montevideo por el ejército de Juan Manuel de Rosas, la describió como “una criolla con toda la manera fascinante de las señoras de la vieja España”, agregando que “verla caracoleando al flanco de su marido, era un espectáculo inolvidable”. Se refería a la esposa del general José Garibaldi, “Anita”, de cuya muerte se conmemoran 160 años este 4 de agosto. Ana María de Jesús Ribeiro, había nacido en el seno de una familia pobre de Morrinhos, Laguna, actual estado de Santa Catarina, en 1821. Señala uno de sus biógrafos que de su padre, Bento Ribeiro da Silva, “parece haber heredado la energía y el coraje personal, revelando desde niña un carácter independiente y resuelto”. En 1835, muerto su progenitor, y ante la insistencia de su madre María Antonia de Jesús, se casa –contando apenas 14 años-, con un hombre bastante mayor que ella, a quien no amaba; es el típico matrimonio “por interés”. En julio de 1839 conoce a Garibaldi, cuando éste entra en la ciudad de Laguna formando parte de las huestes “farrouphilas” de David Canabarro y Joaquín Teixeira Nunes, dando comienzo a la “República Juliana” de los cien días. Anita, subyugada por la figura de del heroico guerrillero, abandona el hogar conyugal y da inicio, entonces, a lo que sería un amor incondicional construido en base a una mutua devoción personal, algunos –pocos- momentos de calma, y altas dosis de coraje. Integrada a la flotilla corsaria comandada por Garibaldi, Anita hace gala de su impar valentía en el célebre combate naval de Laguna -15 de noviembre de 1839-, cuando bajo el tenaz fuego de metralla de la marina legal, arriesga su vida llevando ¡en veinte ocasiones!, municiones y pertrechos a las naves republicanas. Con el fin de la efímera experiencia separatista, se retira con las tropas garibaldinas hacia el sur, combatiendo y marchando penosamente por sierras y valles interminables. Hecha prisionera por las fuerzas de Melo Albuquerque, consigue el permiso de este jefe para buscar el cadáver de Garibaldi, a quien creía muerto. Poco después, huye dramáticamente de sus captores atravesando a nado el peligroso río Canoas, reuniéndose con su esposo ocho días más tarde. El 16 de septiembre de 1840 nace su primogénito Menotti en Mostradas, Río Grande del Sur. Doce días después del parto, y ante un ataque sorpresa del enemigo, se ve obligada a huir a caballo con su hijo en brazos. Sólo gracias a su arrojo es que el niño logra salvarse. En 1841, cerrado el ciclo brasileño de la epopeya garibaldina, ambos se trasladan a Montevideo, donde se integran a la lucha que sostiene el Uruguay contra el tirano Rosas. El 25 de marzo de 1842 se casan en nuestra ciudad siguiendo el rito de la iglesia católica, según se cree, a pedido de la familia García de Zúñiga. En Montevideo nacen sus otros tres hijos: Rosita, Teresita y Ricciotti, la primera de las cuales fallece a la edad de dos años y medio. En diciembre de 1847, Anita y sus hijos marchan para Italia, primero a Génova –donde será recibida por una multitud al grito de “¡Viva Garibaldi!, Viva la familia de Garibaldi!”-, y luego a Niza. Su esposo, con un grupo de legionarios italianos más algunos orientales, la seguirá en abril del año siguiente. A mediados de 1849, Anita se reúne con Garibaldi en la Roma sitiada por el ejército francés. Tocaba a su fin la gloriosa experiencia republicana en la ciudad eterna, en donde el radicalismo liberal llevó a declarar caduco el poder temporal del papado (Pío IX había huido disfrazado de la ciudad, presa del terror…). Protagonizan juntos la célebre retirada de la Legión hacia el norte, enfrentando al enemigo austriaco, soportando las deserciones –tan humanas-, y sorteando las escabrosas cumbres apeninas. Embarazada por quinta vez, Anita duerme sobre el heno a las puertas de Orvieto por no abandonar a Garibaldi. Su salud se resiente. Se niega a permanecer en San Marino, como lo recomienda su estado. Finalmente, en la zona pantanosa al norte de Rávena, a las siete de la tarde del 4 de agosto de 1849, fallece en brazos de su amadísimo esposo. Tenía, tan solo, 28 años. Fue, al decir de Brasil Gerson, “la voluntaria brasileña del Risorgimento”. Fue también, -si se nos permite-, “la voluntaria brasileña de la Defensa”, y la “heroína de Dos Mundos”.

sábado, 1 de agosto de 2009

RENAN RODRIGUEZ, UN BATLLISTA EJEMPLAR

Cuando hace una década atrás fallecía ese gran batllista que fuera Renán Rodríguez, sentíamos no sólo que desaparecía un destacado hombre público sino que, además, se iba una verdadera memoria viviente de la historia del Partido Colorado y del Uruguay.
Al modo - permítasenos la comparación-, de aquellos “viejos venerables” de ciertos pueblos antiguos que al morir, llevaban consigo buena parte del bagaje cultural del grupo. Y cuya pérdida significaba para el colectivo, lo que para nosotros occidentales el de una biblioteca.
Hombre de permanente consulta tanto para periodistas, historiadores, o simplemente jóvenes correligionarios ávidos de conocer detalles de la historia partidaria, quisiéramos recordarle transcribiendo un fragmento del editorial de la que fuera su “última casa”, el desaparecido vespertino “El Diario”, y que tuviéramos el honor de elaborar junto al inolvidable amigo Jorge Otero Menéndez.
Renán Rodríguez había nacido el 12 de diciembre de 1912 en la 1ª sección del departamento de San José, donde se había radicado su familia en los orígenes poblacionales del país.
Su padre militaba en filas del batllismo maragato, siendo socio responsable de la sociedad editora del diario “El Tiempo”. Cuando el golpe de estado de 1933, la publicación fue clausurada durante un mes. A su reaparición, Renán comenzó a hacer sus primeras armas en el periodismo, con las dificultades del caso, y las advertencias del comisario, que no toleraba que las notas que no pasaban la censura previa de la dictadura fueran sustituidas con espacios en blanco.
En 1936, abandonado su “paraíso perdido de San José”, se radica en Montevideo y pasa a ser funcionario rentado del Partido Colorado como secretario de la Comisión Nacional de Organización Partidaria, creada en virtud de un decreto de la Convención del 2 de octubre de aquel año. Esta disposición establecía por vez primera el sistema de afiliación, y sobre sus registros se realizó la elección interna de 1938. Las autoridades así electas decidieron mantener las medidas de abstención cívica que regían en el batllismo desde poco después del comienzo de la dictadura “marzista”, encabezada por Gabriel Terra y sostenida por Luis Alberto de Herrera.
Se mantuvo en el cargo por el término de una década, lo que le permitió seguir muy de cerca los comicios internos partidarios de 1938, 1942 y 1946. De allí surgió su acendrada vacación por los temas electorales, y la notoria versación que lo caracterizó y que lo llevó a ocupar, recuperada la democracia en 1985, la presidencia de la Corte Electoral.
Al iniciarse la década de los años 50 fue electo Representante Nacional, desde cuya banca dio nuevas pruebas de su talento y conocimientos. El primero de marzo de 1955 asumía el Colegiado presidido, durante ese año, por Luis Batlle Berres. El gobierno entrante era de unidad batllista, y Renán, como integrante de la “14”, acepta la cartera de Instrucción Pública y Previsión Social.
En mayo del año siguiente se produce una grave crisis gubernamental, con la renuncia del Ministro de Salud Pública Julio César Estrella, perteneciente a la “15”, con motivo de una interpelación que le promueve el Senador Carlos Mattos, ex quincista, pero en ese momento de la “14”. Los ministros catorcistas Renán Rodríguez y Carlos B. Moreno –este último de Industrias y Trabajo- renuncian de inmediato a sus cargos, verificándose enseguida el retiro de todo el ministerio.
En 1954, Renán Rodríguez fue reelecto diputado, y en el 58 –año de la victoria del nacionalismo aliado con el ruralismo de Benito Nardone- es elegido a un tiempo senador y representante, optando finalmente por la Cámara Baja.
A comienzos del año 1962 participa de la fundación de la lista “99”, nuevo agrupamiento que nuclea tanto a figuras de la “15” que se escinden de dicha lista –Zelmar Michelini, Aquiles Lanza, Hugo Batalla-, junto a otros que integraban la “14” –el propio Renán, Enrique Martínez Moreno, Alfredo Massa, Julio C. Da Rosa, Alberto Roselli, Antúnez Jiménez, Delfos Roche-. Presentándose al comicio general de noviembre con Renán como cabeza de lista al Senado, obtiene la novel agrupación 76.510 votos, que se traducen en dos puestos en la Cámara Alta y siete en la Baja. Sobre esta experiencia que protagonizó con Zelmar Michelini, manifestaría en una ocasión: “Aquel fue el recuerdo más hermoso de mi vida”.
En 1966 abandona la “99” por discrepancias con la posición del sector frente a la reforma constitucional, y en las elecciones subsiguientes integra la fórmula presidencial acompañando a Amilcar Vasconcellos. En las elecciones de 1971, fue candidato a la Vicepresidencia de la República en la fórmula que encabezó Jorge Batlle.
Al margen de tan rica experiencia política, mantuvo un casi permanente ejercicio periodístico, en el que dio pruebas no solo de un estilo claro y accesible para el gran público, sino de la versación imprescindible para orientar a la opinión ciudadana en la dilucidación de los importantes temas nacionales.
En tal sentido, no sólo fue redactor político de “El Día” durante largo lapso, ocupó asimismo la codirección del matutino batllista a fines de la década del sesenta e integró posteriormente, casi diez años después, su Consejo Editorial justamente en tiempos que el país sufría la dictadura militar.
Fueron muestra elocuente de su estilo y capacidad, las notas históricas que desde el suplemento “La Semana” de “El Día”, -algunas de las cuales, años más tarde, eran de nuevo publicadas por “El Diario”-, firmó con el seudónimo “Doserres”.
Nos resultará inolvidable –a quienes tuvimos el gusto de tratarlo-, su natural sencillez y su extraordinario brillo intelectual que se manifestó hasta el último momento de su vida. Sus maravillosos consejos y su admirable vocación de servicio. Su ejemplar honestidad moral y cívica. Su sentido de la amistad, su amor por la República, su devoción por el batllismo a cuya divulgación, defensa y enriquecimiento ideológico consagró facetas esenciales de su vida.

viernes, 24 de abril de 2009

GARIBALDI

Los uruguayos de hace, digamos, un siglo atrás, ¿eran capaces de juntarse alrededor de fastos comunes?. ¿Acerca del homenaje a que figura histórica descollante podrían coincidir, por ejemplo, batllistas, socialistas y libertarios junto a librepensadores, anticlericales, intelectuales de avanzada, intelectuales liberales y poetas más o menos revolucionarios?

Un decir: Batlle y Ordóñez, Domingo Arena, Luisa Luisi, Emilio Frugoni, Angel Falco, Belén Sárraga, Alberto Lasplaces, José Enrique Rodó y Leoncio Lasso de la Vega, entre otros?

Unos de los pocos sería, sin duda, José Garibaldi, el "héroe de dos mundos", el bicentenario de cuyo nacimiento en Niza se conmemora este 4 de julio.

Muy probablemente, la fecha pase casi inadvertida para los uruguayos de hoy, tan inmersos en este ambiente de "posmodernismo new age" que nos agobia con su secuela de glaciación moral.

De allí la necesidad de estas parcas líneas.

No nos interesa, en la ocasión, destacar los perfiles más relevantes de su biografía. ¿Qué decir, que no se haya dicho ya?. Su adhesión temprana al ideal republicano de la "Joven Italia" inspirado por José Mazzini; su pasaje por América, donde militó primero a favor de la revolución de los "farrapos" riograndenses en Brasil, y más tarde, en nuestro país, por el gobierno de la "Defensa" de Montevideo, agredido por el tirano Rosas; su lucha por unidad y libertad de Italia contra el papado inicuo y los monarcas usurpadores; su defensa de Francia, en el año 70, frente a la invasión prusiana.

Pero es de justicia observar que lo mejor del pensamiento hispanoamericano de la segunda mitad del siglo XIX -sus contemporáneos de lo más granado de esta "Nuestra América" de que hablara, auroralmente, Torres Caicedo- le prodigó su elogio.

Veamos, a modo de tenues gotas exudadas a voluminosos odres, la opinión de algunos de ellos. Nuestro José Pedro Varela -nacido en el Montevideo de la "Defensa", de padre expatriado por Rosas- le admiró. Así se lo manifestó a un eventual compañero de viaje, rumbo a Madrid, en 1867: "Yo, como era natural, hablé con entusiasmo de Garibaldi y demostré el deseo de ver triunfante a la revolución y vencido para siempre al papado".

José Martí, el apóstol de la independencia de Cuba, escribió: "De una patria, como de una madre, nacen los hombres; la libertad, patria humana, tuvo un hijo, fue Garibaldi".

El patriota y educador portorriqueño Eugenio María de Hostos -tan emparentado, en muchos aspectos, con el anterior- expresó a raíz de la muerte de Garibaldi acaecida en 1882: "... no hay uno sólo... que haya tenido brazo, voluntad y corazón para la propia y para la patria ajena, para la liebertad de los suyos y de los hombres todos, para el conflicto de los pueblos cercanos y lejanos, para odiar, y perseguir y combatir con igual ímpetu, con igual desinterés, con igual impersonalidad, en dondequiera que las ha encontrado, la tiranía y la injusticia".

El librepensador peruano Manuel González Prada, le ubicó, entre los grandes de Italia: "Al triunvirato de Dante, Petrarca y Bocaccio, a los hombres que en el Renacimiento fijaron la lengua nacional, debe oponerse el triunvirato político de Garibaldi, Cavour y Mazzini, de los hombres que en el siglo XIX contribuyeron más a la consumación de la unidad italiana".

A su vez, el americanista chileno Francisco Bilbao, escribió: "El pasado, la monarquía, la aristocracia, la teocracia, la institución de la explotación de las masas, todas las doctrinas de esclavitud... han armado el nudo gordiano de su imperio. Y es por eso que tú, genio del buen sentido, personificación del pueblo, la espada del pueblo levantaste, para cortar el nudo de la historia moderna".

Sobre su inmensa popularidad expresó el ecuatoriano Juan Montalvo; "Cuando Garibaldi fue a Londres, viviendo José Mazzini, el gobierno de Lord Derby le notificó su inmediata salida...Era tal la popularidad del conquistador de Nápoles, tanta prisa de los ingleses a ver y a vitorrear al viejo italiano, que los ministros de la reina tuvieron a bien estorbar esas demostraciones gigantescas", sin embargo que acababa de entrar "a Milán, como no hubiera entrado Víctor Manuel, como no entraron Napoleón III y Mc. Mahón después de las batallas de Magenta y Solferino".

Expresó el propio Garibaldi: "¿Qué diferencia hay entre un americano y un italiano? Son hombres iguales, y moralmente deben ser hermanos. He tenido la buena suerte de combatir por el pueblo americano como por mi propio pueblo; y por eso estoy por la hermandad de la raza humana".

Cíclicamente, el "héroe de dos mundos" es objeto de diatribas biliosas contra su figura, que son, a no dudarlo,tiros por elevación contra el librepensamiento, el laicismo y el ideal republicano.

En un homenaje que a su figura se realizó en la casa del Partido Colorado a raíz del bicentenario, y en la cual expuso, entre otros, el Dr. Gonzalo Aguirre, el historiador Gerardo Caetano contó la siguiente anécdota: cuando el Partido Socialista y sectores nacionalistas conformaron la Unión Popular con vistas a las elecciones de 1962, el Dr. Frugoni no quiso participar en la campaña. ¿Pobre don Emilio!. No quiso compartir tribuna con la derecha nacional-rosista. Claro, era republicano garibaldino.

(publicado en correo de los lectores de "Búsqueda" en julio de 2007)

jueves, 23 de abril de 2009

GARIBALDI, VISTO POR AMERICANOS E IZQUIERDISTAS

    Nuestro José Enrique Rodó y el cubano José Martí fueron, al decir del maestro mexicano Leopoldo Zea, “dos grandes adelantados en el campo de las ideas (que) buscaron la liberación cultural de ésta nuestra América”. Pues ambos fueron fervientes garibaldinos.
    Rodó –tal vez el intelectual uruguayo de mayor relieve en el orbe académico- le admiró no solo como héroe italiano, sino también como figura destacada de nuestra historia. “Pero además del Garibaldi universal –expresa en una parte de “El mirador de Próspero”-, de aquel que está tan alto que de todas partes se divisa su sombra veneranda, erguida, como un genio benéfico, sobre la esperanza de los oprimidos y el miedo de los opresores, hay el que los hijos de esta parte de América conocemos y sentimos (...) el Garibaldi conciudadano nuestro y general de nuestro ejército; el soldado de la inmortal Defensa; el que peleó contra Rozas; aquel a quien recordamos como un gran viejo de la casa y nombramos con orgullo”. (“Garibaldi”, prólogo a la obra “La bandera de San Antonio” de Hector Vollo).    En tanto Martí –el apóstol de la independencia de Cuba, a cuya patria ofreció nada menos que el tributo de su vida- colocaba al “héroe de dos mundos” entre los grandes del siglo XIX junto al autor de “Los Miserables”: “Cuando mire atrás desde lo porvenir, se verán en la cúspide de este siglo grandioso un caballero Cano, de frente acupulada, mirada encendida y barba hirsuta, vestido de vulgares paños negros: Víctor Hugo; y un jinete resplandeciente de corcel blanco, capa roja, y espada llameante: Garibaldi” (diario “La Opinión Nacional” de Caracas, 4/10/1891).    Pero, asimismo, le consideraba héroe americano y oriental. En una emotiva evocación de Médicis, un italiano compañero suyo, combatiente de la unidad de su patria así como de los liberales españoles en su lucha contra el absolutismo, escribía: “Decidió Italia ser libre, y rehacer la obra que desde la caída de Roma había sido deshecha, y Garibaldi y Médicis fueron soldados. Ellos batallaron juntos; ellos cabalgaron a la par por las llanuras argentinas en que los bravos de la Banda Oriental revolvían sus caballos entre las masas de soldados de don Juan Manuel de Rosas (...) Era Buenos Aires, en tiempo de Rosas, mazmorra ensangrentada, y él (Médicis) fue a golpear, con el puño de su sable, a la cabeza de los “colorados”, los muros de la mazmorra” (“La Opinión Nacional”, Caracas, 3/4/1882).    Todo un capítulo merecería la consideración de Garibaldi como figura venerada por la izquierda. A modo de brevísima sinopsis, observemos lo siguiente.    Emilio Frugoni, dirigente histórico del socialismo democrático uruguayo, le consideraba, sin titubeos, un “héroe nuestro”. En una página titulada “El valor italiano” –escrita durante el desarrollo de la segunda guerra mundial, dominada la patria del Dante por la barbarie fascista- decía: “Fue con un puñado de italianos que Garibaldi –el magnífico héroe de dos mundos- infligió en Dijón en el 70 (1), a los prusianos del general Moltke, la única derrota que sufrieron en esa campaña y les arrancó la única bandera que les fue capturada (...) Como italianos habían sido los que en Montevideo, cuando la Guerra Grande, se alistaron bajo el mando de Garibaldi en aquella legión que se cubrió de gloria rescatando el cadáver de Neira (2), y eran italianos los que acompañaban al gallardo paladín de la libertad en sus memorables hazañas del Río de la Plata y de San Antonio (3)”. (Frugoni, “El libro de los elogios”).    Luce Fabbri, la anarquista italiana radicada desde muy joven en Uruguay –hija de Luigi Fabbri, figura importante entre los libertarios peninsulares de fines del siglo 19 y comienzos del 20, amigo del célebre Enrico Malatesta(4)- escribió refiriéndose a los postreros años de Garibaldi, que en la “última década de su vida, su corazón estuvo cerca de todas las causas que le parecían apuntar hacia un porvenir mejor para todos. “Mi republicanismo difiere del de Mazzini(5) por ser yo socialista” –dijo en un reportaje.. Iba a los congresos “por la paz y la libertad”, fue amigo de Bakunin(6) sin compartir todas sus ideas, defendió a la 1ª Internacional de los Trabajadores, con la que estaba de acuerdo en todo –dijo- menos en lo que refiere a la propiedad privada. Estaba en contra de los ejércitos y a favor del pueblo armado. Era un hombre de la primera mitad del siglo XIX, formado como Mazzini, en la época del auge del romanticismo pero trataba de entender los nuevos tiempos” (Luce Fabbri, revista “Garibaldi”, Nº 4).     El propio Garibaldi se encargó de resaltar la influencia que tuvo América en su adhesión temprana al internacionalismo, de acuerdo a una carta de 1871: “Yo pertenecía a la Internacional cuando servía a la República de Río Grande y de Montevideo, o sea mucho antes de haberse constituido en Europa dicha sociedad”.    No es casual, asimismo, que Giuseppe Fanelli, compañero suyo en las jornadas de la república romana en 1848-49, en la campaña de los “mil de Marsala” en 1860, y en las luchas por la unificación contra los austríacos en 1866, fuera principal organizador de la sección italiana de la 1ª Internacional, así como propagandista de la misma en España.    Resulta evidente, entonces, la adscripción de Garibaldi a las ideas de avanzada tanto en América como en Europa. Sobre el punto, decía el historiador compatriota Carlos Rama: “La gran colonia italiana en el Río de la Plata, en el Uruguay aproximadamente desde 1840 y en Argentina desde 1852, estuvo dominada por el garibaldinismo , una mezcla de radicalismo político, nacionalismo republicano e ideas socializantes, que en la propia Italia corresponden a la “sinistra” (izquierda) minoritaria bajo el reinado de los Saboya” (“Socialismo utópico”, prólogo, selección y notas de Carlos Rama).     Los poetas “comprometidos” le prodigaron, asimismo, sus versos conmemorativos y encomiásticos.    Angel Falco, el vate libertario, escribió a raíz de su centenario: “Garibaldi fue el rey de la victoria/ Y era tanto y tan grande su prestigio/ Que al nombrarlo la gloria le decía/ el caballero andante del prodigio!/ Lo adoraban los pueblos; los ilotas/ Pudieran levantarle un monumento,/ Con el montón de sus cadenas rotas/ En proezas sin cuento!”. (“Garibaldi”, “En el Valhalla”).    Leoncio Lasso de la Vega, el poeta hispano uruguayo que se definía “socialista sin partido”, le cantó como uno de los responsables de la caída del poder temporal del papado: “Pero Italia, para su futura gloria, había mecido en su suelo la cuna de Garibaldi (...)El sacro libro de la Historia, se había abierto ante él para que escribiera en sus páginas las ardientes estrofas de un poema épico: y Garibaldi, el campeón legendario del siglo, apareció en la palestra, haciendo de la Democracia su ley, de la libertad su Dios, y de la Patria su dama” ( “20 de setiembre” – “Caída del poder temporal”). En fin, el propio Frugoni cinceló su “Oda a Garibaldi” para conmemorar su centenario en 1907.    Resulta, entonces, demostrado que Garibaldi fue, y es, figura admirada por ilustres americanos y por buena parte de la izquierda.   (1) Cuando la guerra franco prusiana de 1870-71, Garibaldi luchó a favor de Francia, lo que le valdría, cuando fue proclamada la República, ser electo a la Asamblea Nacional. (2) José Neira, jefe de la legión española cuando la Guerra Grande. (3) Combate desarrollado en el actual departamento de Salto el 8/2/1846, entre fuerzas de la Defensa al mando de Garibaldi y una fuerte división rosista al mando de Servando Gómez. (4) Anarquista italiano (1853-1932) (5) José Mazzini, político italiano (1805-1872), una de las principales figuras en la lucha por la unidad de su patria. (6) Miguel Bakunin (1814-1876) anarquista y revolucionario de origen ruso.    (nota publicada en "El Avisador" de Tacuarembó, agosto de 2008)  

sábado, 18 de abril de 2009

FRUCTUOSO RIVERA: LAS DIMENSIONES DEL CAUDILLO



“Id y preguntad –escribió Manuel Herrera y Obes, en 1847-desde Canelones hasta Tacuarembó, quien es el mejor jinete de la República, quien el mejor baqueano, quien el de más sangre fría en la pelea, quien el mejor amigo de los paisanos, quien el más generoso de todos, quien en fin el mejor patriota, a su modo de entender la patria, y os responderán todos, el General Rivera”
Fragmento éste, que denota una finísima penetración sociológica y que describe, anticipando a Weber, el fenómeno del carisma en estado puro. Ya que el liderazgo del general Rivera se fue construyendo capilarmente, de abajo hacia arriba, desde las entrañas del pueblo que mayoritariamente le quiso –fue siempre “Don Frutos” para los paisanos- hasta los más altos cargos dentro de la milicia y el Estado.
Caudillo por antonomasia, su vida representa una de las sagas existenciales más ricas en perfiles políticos, sociales y humanos de nuestra historia. Iniciado a la luz pública en 1811 con la “admirable alarma”, culminó un 13 de enero de 1854 en el modesto rancho de Bartolo Silva a orillas del arroyo Conventos, en el departamento de Cerro Largo.
De espíritu inquieto y sagaz, dueño de un carácter expansivo y desbordante, quiesiéramos recordarle en sus múltiples dimensiones de caudillo.
Caudillo de la gesta emancipadora, fue, al decir del profesor Pivel Devoto, “un hijo auténtico de la Revolución con las virtudes y los defectos inherentes a la época y al medio en que había formado su personalidad”. Durante el ciclo artiguista, asestó el golpe mortal al centralismo porteño triunfando en Guayabos, y se constituyó, cuando la invasión portuguesa, en el único comandante en obtener victorias para las armas patriotas, según reconocimiento de los propios enemigos. En 1820, rindió sus armas ante la derrota inexorable, cuando la mayor parte de los jefes se hallaban prisioneros o habían defeccionado.

Alguien a quien no puede atribuirse partidarismo “riverista” como fue Ramón Masini, afirmó: “No es cierto el cargo de que se le acusa de haber traicionado a Artigas, después de haberle servido con celo, y cuando lo vio abandonado por la fortuna. Entonces hizo un gran servicio a su patria, cesando de oponer una resistencia inútil…”.
En 1825 se plegó a la Cruzada Libertadora, tras un lustro amargo donde acepta –es cierto- honores del portugués y el brasilero, pero a cambio de erigirse en el genio tutelar de la campaña, en el protector del paisanaje. Cinco años “velando armas” para aprovechar la ocasión propicia y dar el zarpazo libertario. No hubo de secundar el movimiento de 1823 alentado por el cabildo montevideano, por reputarlo inconveniente. El verdadero caudillo no da saltos al vacío. Pero ya antes del arribo de los “33” a la playa de la Agraciada, había comprometido su incorporación a los revolucionarios. El propio Juan Manuel de Rosas –su más tenaz enemigo en un futuro cercano- confirmaría lo antedicho al historiador Adolfo Saldías en carta que le enviara desde el exilio inglés.
Caudillo de los desheredados y el pobrerío rural, que “se daba sin tasa solo a los humildes”, escribía Pivel; y “militar guerrillero de legendario prestigio y caudillo de la plebe campesina”, como lo hacían, a su vez, los historiadores nacionalistas Washington Reyes Abadie y José Claudio Williman.
En 1821, a orillas del Yí, fundaba la villa de san Pedro del Durazno con los “huérfanos de la Patria”, es decir, las familias de los caídos en la guerra revolucionaria.
Como presidente de la República opondría muchas veces su influencia para evitar el desalojo de los pequeños y medianos poseedores rurales, aún contra las decisiones de la justicia (¿resulta lapidario, a 170 años de distancia, que así obrase, sin detenerse en formas, “un hijo auténtico de la revolución”?).
Caudillo del perdón, siempre dispuesto a olvidar agravios. “No cae sobre el General Rivera una gota de sangre que no haya sido vertida en el campo de la lucha –sentenciaba José Enrique Rodó-. De todos los caudillos del Río de la Plata, contando lo mismo los que le precedieron que los que vinieron después de él, Rivera fue el más humano, quizá, en gran parte, porque fue el más inteligente”.
Véase si no, el ejemplo que proporciona Eduardo Acevedo: “Entre los prisioneros (de la toma de Mercedes, durante la Guerra Grande) figuraba el coronel Cipriano Miró, prisionero también del Palmar en 1838 y en ambas ocasiones respetado por los vencedores, hecho que no era raro sino muy corriente en las campañas de Rivera”.
Algunas veces, vencido por enconos de momento, lanzaba decretos de muerte contra algunos adversarios. Decretos que quedaban en palabras y que el mismo se encargaba de incumplir. “Puede venirse con confianza, que nada le sucederá ni a nadie –escribía Antonio Fariña, un comerciante partidario de Oribe, a un amigo en el extranjero- pues este diablo lleva una política hasta la fecha sin ejemplo en un caudillo de esta clase”. Rivera recién comenzaba su segunda presidencia.
Caudillo de los guaraní-misioneros, es decir, de aquella porción de población indígena americana que más contribuyó, con su caudal demográfico y su acervo cultural, a la historia de estas comarcas, especialmente la zona norte del Río Negro. Miles, siguiendo su estela de Libertador, le acompañaron al momento de abandonar las Misiones Orientales, conquistadas por Rivera al Brasil en 1828. Fundaría con ellos Bella Unión, y más tarde, en 1833, el pueblito de San Borja de Yí cerca del Durazno. La mayor parte del primer ejército de la Patria Nueva, formado en 1829 sobre el ejército del Norte conquistador de las Misiones, se compondría de guaraníes (documentos de época se refieren a un “ejército de tapes”, o a los “escuadrones de tapes de Rivera”, según constata el historiador duraznense Oscar Padrón Favre). Los guaraní-misioneros le seguirían en todas sus empresas con casi mística devoción, como antes a Andresito Artigas.
Caudillo de la soberanía nacional frente a las pretensiones de los poderosos vecinos. “El Estado oriental existe, pero su cuna es como la de Hércules: dos serpientes la rodean”, escribiría con gran penetración de las circunstancias políticas.
Combatió al imperio del Brasil –el que por todos los medios intentó comprarle o destruirle hasta el final-, consolidando con la gesta de las Misiones, la independencia definitiva del país. Tembló en su momento la Corte de Río ante su anuncio de que no se detendría hasta llegar a Porto Alegre.
Combatió al centralismo porteño en sus dos versiones: la unitaria y la rosista. Su oposición a esta última fue, tal vez, su timbre de honor entre tantos hechos trascendentes de su larga trayectoria pública. No olvidemos que lo mejor del pensamiento americano del siglo XIX fue contrario a la figura de Rosas: por citar algunos, nuestros José Pedro Varela y José Enrique Rodó, o el cubano José Martí.
Fue Rivera, en fin, en el último tramo de su vida, prenda de paz y libertad como miembro designado –aunque no efectivo- del Triunvirato de gobierno junto a Juan Antonio Lavalleja y el entonces coronel Venancio Flores; órgano colegiado a cargo del Ejecutivo cuya formación estuvo dirigida a conjurar una situación de vacío de poder.
Los dos más prestigiosos comandantes de Artigas volvían así a reunirse en la tarea común de que este país tuviera caminos factibles. Sería esta su última contribución a la causa pública. Su compadre Juan Antonio ejercería el cargo de triunviro por espacio de un mes, apenas. Moría en octubre de 1853. Don Frutos no llegaría a ejercer, volcando a la estabilidad de la situación el peso de su inocultable prestigio. En eso estaba cuando lo sorprendió la muerte, allá por un 13 de enero de 1854.

(publicado en "Batoví" de Paso de los Toros, y en correo de los lectores de "Búsqueda", enero de 2007)

domingo, 12 de abril de 2009

RAUL ALFONSÍN

Quienes nos consideramos profundamente consustanciados con el sistema republicano democrático de gobierno –hijo dilecto y universal del pensamiento ilustrado- sentimos la desaparición física del Dr.Raul Alfonsín como una pérdida irreparable, como la ida (con perdón) de uno de los nuestros. Padre de la democracia fue el título con que le honraron sus propios conciudadanos. Agregamos nosotros: padre, también, junto a otros políticos ilustres, de la democracia de esta nuestra América –permítasenos el giro de hondas resonancias martianas- tan cargada de turbulencias y desafíos. Buscando afanosamente un punto, un hecho en que centrar el modesto homenaje de estas breves líneas, nos viene a la memoria en primer término, una fotografía inmortal: la de Ernesto Sábato, presidente de la comisión que investigó los crímenes horrendos de la última dictadura, entregándole a Alfonsín el resultado de su ardua tarea. De ser posible representar con una imagen, digamos, el “cenit de eticidad” de la renacida democracia argentina, ninguna más a propósito que aquella toma. El mandatario libremente electo por su pueblo junto al autor de “Sobre héroes y tumbas”. Dos verdaderos gigantes de la civilidad. Evocamos, además, aquella máxima que quedó grabada a cincel en la conciencia de todos: “con la democracia no solo se vota, con la democracia se come, se cura y se educa”. Pues la libertad política es condición necesaria para la vigencia del sistema democrático. Su ausencia significa dictadura. Más, para quienes creen, como creía Alfonsín, en la elevación moral y material del hombre por la senda de la justicia, aquella es trampolín para el desarrollo de sus otras dimensiones, esto es, la social y la económica. Al final optamos -que mejor- que recurrir a su propia palabra. “Muchas veces hemos dicho –expresaba en una ocasión- que pertenecemos, con una identidad propia, al universo social, político y cultural de Occidente (…). Al reivindicar, pues, nuestro sentimiento de pertenencia a Occidente, al adherir a sus valores constitutivos, no hacemos otra cosa que asumir como propia –con decisión pero también con tolerancia- una forma particular de enfrentar los desafíos de un presente caracterizado por vientos de crisis y de mutación histórica. Esa opción no puede ser impuesta, porque negaría aquello mismo que lo fundamenta. Pero puede ser justificada racional y éticamente. En efecto, es en Occidente donde surgió una sociedad susceptible de examinar y poner en tela de juicio sus propias instituciones –aún las que parecían más intocables y sagradas- y de discutir lo bien o mal fundado de sus decisiones. En Occidente nació una sociedad capaz de juzgarse y acusarse a sí misma. Las preguntas acerca de lo que es justo y lo que es verdadero se han planteado en Occidente no sólo como temas académicos sino también como interrogantes prácticos, colectivamente asumidos, que han dado lugar a una dinámica social y a una actividad política efectivas que incidieron profundamente sobre la sociedad”. Su pensamiento estuvo, entonces, decididamente del lado del proyecto racional de la tolerancia y la convivencia civilizada y en oposición, por lógica consecuencia, del dogmatismo de los iluminados. Todo un desafío argentino. Más, la gran tradición de nuestro tiempo tiene, como la luna, su cara de sombra. “Porque Occidente es asimismo el lugar sociohistórico donde se han desarrollado formas particularmente inhumanas de explotación económica, sobre todo en las diferentes etapas de nacimiento, expansión colonial y posterior consolidación imperialista del capitalismo. (…) América Latina se sabe parte de Occidente, pero sabe también que pertenece al sur subdesarrollado económica y políticamente. Y desde aquí vemos, como parte del sur, que en el mundo actual no solo está vigente una distribución desigual e inequitativa de las riquezas, el desarrollo industrial y los conocimientos científicos y tecnológicos, también está distribuída desigualmente la democracia”. Las palabras que siguen resultan, a más de veinte años de pronunciadas, de inusitada actualidad. “En nuestros propios países vemos muchas veces como, por ejemplo, la búsqueda legítima de soluciones a postergaciones sociales innegables, da lugar a conflictos que pueden llegar a poner en peligro el mecanismo mismo que garantiza la posibilidad de reclamo (ergo, la democracia), lo que constituye siempre un desafío a la imaginación, la reflexión y la buena voluntad de todos los protagonistas empeñados en rescatar una y otra vez la vigencia, para el conjunto de la sociedad, de los principios que hemos elegido como propios”. El proceso de toma de decisiones en democracia resulta, para muchos, excesivamente lento. Su propia pretensión de racionalidad así lo exige. De allí que cíclicamente surja el atajo populista. América ofrece hoy varios ejemplos, con menoscabo evidente de las libertades republicanas. Lo echaremos de menos, Dr. Raúl Alfonsín.

sábado, 11 de abril de 2009

HIMNO DEL PARTIDO COLORADO (texto completo)

Fuerza joven y vibrante /Fuerza inmensa y augural

El partido colorado /Victoriosamente va.

¡Luchador nunca domado, /Sembrador rudo y tenaz,

Grande y sabia Democracia/Con vigor forjando está!.

Fuerte ayer, en la Defensa/Sustentó la libertad.

¡Hoy pujantes también somos, /En las lides de la paz!.

¡Con firmeza inquebrantable,El Partido siempre hará

Avanzadas nobles obras/De grandeza nacional…!

Nos impulsa la Justicia, /Nos sostiene la Razón.

Es el bien nuestra suprema,/Nuestra ardiente aspiración;

Nuestro fin es marcar amplia,/Definida orientación.

Hacer luz hacer progreso,/Suprimir toda opresión.

En columna hacia la altura/Plena el alma del ideal,

Con un canto de victoria,/Avanzar, siempre avanzar!!.

Si llegamos a una cumbre,/Siempre hay otra más allá.

¡Siempre nuevas, luminosas/Y más altas cumbres hay…!.

Enrique Casaravilla Lemos

(fuente: "El Día de la Tarde 7/12/1919)

jueves, 9 de abril de 2009

DON TOMAS BERRETA, DE TROPERO A PRESIDENTE

PROCLAMACIÓN DE LA FÓRMULA BERRETA- BATLLE BERRES

Postulaba un historiador latino que la valía de un hombre se aquilata luego de su muerte, es decir, al momento en que, traspuesto el umbral postrero, se pasa raya y se carga la balanza del juicio con sus logros y sus debes. Pues lo importante, como afirmaba Malraux, no es lo que un hombre encuentra al momento de nacer, sino lo que cada quien agrega a lo que encuentra. Sin importar los oropeles siempre vacuos de una cuna pretendidamente ilustre.

Pues bien. El dos de agosto de mil novecientos cuarenta y siete, a cinco meses de haber asumido la Presidencia de la República, desaparecía físicamente don Tomas Berreta .

Los uruguayos de su tiempo, así como los actuales, hemos pasado raya y mayoritariamente declarado que aquel hombre nacido en cuna humilde fue un gran hombre y un gran ciudadano que mucho, y muy bueno, agregó a lo ya encontrado.

Alguien que frecuentó su intimidad amistosa, que le rindió, además el homenaje de su admiración desde las páginas de un libro exquisito – de esos que habrá, algún día, que trasegar a la desmemoria – el profesor Daniel Vidart, escribió respecto al momento dramático de su muerte: ´´El pueblo Uruguayo se sintió frustrado, se sintió burlado por la historia ante la pérdida de un conductor salido de su propia entraña. Pocas veces había sido alumbrada la esperanza colectiva por una tan unánime e intensa promesa de pública felicidad. Aquella palpable, aquella colectiva esperanza había sido promovida por la obra de un político que jamás consintió en ser un promesero y estaba avalada por la estatura de un estadista corroborado por sus realizaciones. Tales realizaciones eran ajenas a los afeites de la oratoria y al almíbar de los discursos, esos salvavidas verbales utilizados por quienes no se le animan a los hechos y no hacen pies a las islas de la realidad cotidiana y al cabo naufragan en las aguas turbias de los manifiestos incumplidos’’.


Tomás Berreta había nacido el dos de noviembre de mil ochocientos setenta y cinco en Peñarol Viejo, en un predio rural cerca de Colón, siendo sus padres Juan Berreta y Rosa Gandolfo . Admirador y discípulo de Batlle, su devenir vital se convertiría, asimismo, en una metáfora perfecta de aquél Uruguay igualitario y de fuerte impronta social construido al calor de las ideas de su maestro, y en cuyo seno, con esfuerzo, se encontraba abierta la puerta del ascenso social.


Agricultor y tropero a muy corta edad, creció consustanciado con los agrosistemas muy pocos humanizados del Uruguay de finales del siglo XIX. Accedió, por tanto, a la hombredad, familiarizado con el andar lento pero sin pausa del trajinar campesino, que encadenado al azar de los elementos y al lerdo transcurrir de las estaciones, predispone a las personas al espíritu paciente, al trabajo ordenado, a la espera silenciosa.


Por ello, pudo proclamar con autoridad: ´´ Arando hondo y extirpando la maleza se pueden obtener muy buenos resultados ´´.


Fue más tarde, promovido a la función pública, primero como escribiente de policía, luego comisario, empleado de la Dirección de Abasto, Oficial de Guardias Nacionales, Inspector de Impuestos Internos, Administrador de rentas y Jefe de Correos. En 1913, es designado Jefe Político y de Policía de Canelones y tres años más tarde Intendente Municipal, de acuerdo a la ley de Intendencias aprobada bajo el gobierno de Claudio Williman .


En 1919 es elegido Concejal Departamental - vigente ya la constitución de 1918-, más tarde Diputado y luego miembro del Consejo Nacional de Administración. A la salida de la dictadura de Terra, es delegado Batllista en el consejo de Estado creado tras el “golpe bueno” dado por Baldomir, y en las elecciones de 1942, que llevaron a la presidencia al Dr. Juan José de Amezaga, es electo Senador. Durante la administración de éste, se desempeña como Ministro de Obras Públicas, y finalmente en noviembre de 1946, es ungido por la ciudadanía Presidente de la República, en la fórmula que congregaba a todo el Batllismo junto a Luis Batlle Berres. Un verdadero “cursus honorem”.


¡El niño quintero había llegado a primer mandatario !.


Cuando el año 2002, un obrero metalúrgico, nacido en el nordeste de las “hambrunas y los retirantes” mentado por Guimares Rosa, devenido luego dirigente sindical en la mega urbe paulista llega a presidente del Brasil, muchos atolondrados lo festejaron como un hecho inédito en América. ¡ Qué ejemplo nos daban nuestros vecinos del norte! . Olvidaban que Uruguay, casi medio siglo antes, tuvo a don Tomás...


Una última referencia, para dar cuenta de su temple moral.


En el verano del 47, antes de asumir la primera magistratura, viajaba a los EEUU. “Va al gran país del norte para conocer la situación del Uruguay en el centro internacional mas importante – escribía el profesor Carlos Cigliuti - pero antes de conversar con dirigentes y autoridades ya previene a los periodistas: ´´ no vengo a buscar préstamos, sino herramientas de trabajo ´´ ; no va allá a buscar dólares, sino arados “ .


Con la salud menguada por una cruel enfermedad, visita al presidente norteamericano Truman, “ … y le pide una pequeña compensación – recordaba hace años el ingeniero batllista Esteban Campal – por el esfuerzo que había realizado el Uruguay exportando a los aliados (durante la 2ª. Guerra Mundial ) todo lo que poseía. Le pidió tractores y los tractores llegaron. Era lo que necesitaban los agricultores uruguayos, cuyo potencial productivo se encontraba comprimido por la falta de medios mecánicos. Era lo que necesitaban los ganaderos para movilizar la fertilidad dormida de sus praderas. En 1954 – lo demostramos en una Conferencia de la FAO – el Uruguay pasó a ocupar en el mundo el 3er lugar en mecanización agrícola. Habíamos ganado la batalla por el ´´ FIAT PANIS ´´ que reclamaba la FAO y nuestro País paso a ocupar un lugar de privilegio entre las naciones de mundo´´ .


Don Tomás, ejemplo de abnegación de quién antepuso el servicio público al bienestar personal, fue el exponente de un país ya ido, y figura consular de un partido político que deberá releer su historia si es que pretende recuperar su identidad perdida.


(publicado en agosto de 2008 en "Correo de los viernes")



EDUARDO ACEVEDO ALVAREZ

   

Apelamos a su gentileza para recordar, en breves trazos, la figura de un ciudadano ejemplar, desafortunadamente olvidado. Un batllista cuya desaparición física se producía hace por estos días un cuarto de siglo –para ser más precisos, un 21 de junio de 1983-; nos referimos al dr. Eduardo Acevedo Alvarez.

   El dr. Acevedo Alvarez había nacido en Montevideo el 15 de enero de 1893, siendo hijo del dr. Eduardo Acevedo –otro batllista arrollado por la amnesia partidaria, y de cuyo fallecimiento se cumplieron 60 años- y de Manuela Alvarez.

   Cursó estudios en la Facultad de Derecho graduándose de abogado, especializándose muy pronto en los temas predilectos que insumieron su vida: los económicos y financieros.

Accedió luego al cargo de profesor agregado en la cátedra de Economía y Finanzas de Derecho con una tesis titulada “El billete de banco”, en 1919. Más tarde sería profesor titular de Finanzas en esa misma Facultad, y de Finanzas y Estadísticas en la llamada, con posterioridad, Facultad de Ciencias Económicas y Administración   Se vinculó tempranamente a la actividad política ejerciendo el periodismo de opinión desde las páginas de “El Día”, a partir de 1911.

   Entre marzo y octubre de 1927 ejerció, encomendado por el Consejo Nacional de Administración de la época, el cargo de Ministro de Industrias (dicha cartera, así como las relacionadas con la dirección económica y la confección de las políticas sociales, eran resorte, de acuerdo a la constitución del año 18, de la rama colegiada del Poder Ejecutivo). Dejó el cargo para ocupar una banca en la Cámara de Diputados.

   A fines de 1931 fue designado Ministro de Hacienda, función en que lo sorprendió el golpe de estado de Terra. Fueron aquellos, tiempos de febril actividad en la tarea de encaminar la nave del Estado por sendas de austeridad en el manejo de los gastos públicos, sumido el país, como el orbe, en profunda crisis luego de los sucesos del año 1929.

   Tarea, asimismo, de mérito bipartidista, en la que el Consejo Nacional proyectaba las medidas más urgentes y el Parlamento las aprobaba casi unánimemente, de la forma que el patriotismo de la hora reclamaba.

   Vale la pena recordar los nombres que integraban aquel Consejo de los años 31 y 32, tal vez el mejor a fin de enfrentar aquellos momentos turbulentos: los colorados Carlos María Sorín, Baltasar Brum, Victoriano Martínez, Tomás Berreta, Luis C. Caviglia y Juan P. Fabini, y los nacionalistas Arturo Lussich, Alfredo García Morales e Ismael Cortinas.

   Cuando el 31 de marzo de 1933, la legalidad era atropellada por el presidente de la República en ancas de los sectores más conservadores –cuando no reaccionarios- de los partidos históricos, Acevedo Alvarez, así como su padre y otros ciudadanos, se hallaba junto a Brum en la puerta de la casa de éste en la calle Río Branco. Fue, en consecuencia, testigo de su martirio.

   Fiel a su ideario batllista, fue un severo impugnador del régimen de facto. Frente a las falsedades que pretendían justificar lo injustificable, publicó, en 1934, en edición popular propiciada por el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Colorado, su libro “La gran obra de los poderes constitucionales frente a la crisis”, en donde expuso con estilo sereno, erudito y carente de alharacas retóricas, la tarea cumplida por los gobiernos legales desde la posguerra hasta el advenimiento de la dictadura, con especial atención al comienzo de la década de los treinta.

   “Destaquemos, aquí, -expresaba en un pasaje del libro- la única economía efectiva que realizó el nuevo gobierno en el correr de 1933. Nos referimos a la disolución del Parlamento ocurrida el 31 de marzo, que casi de inmediato fue sustituído por la Asamblea deliberante. Ese ahorro representa, en el año pasado, $347.630. También, la caída del Consejo Nacional y la creación de la Junta de Gobierno, produjo otra contracción, $79.630. En total, el golpe de Estado trajo al Presupuesto Nacional, una economía en conjunto de $427.260. Para eso se echó abajo la Constitución!”. (El ejercicio del año 33 terminó, según palabras del Ministro de Hacienda de la dictadura pedro Manini Ríos, con un déficit de tres millones y medio de pesos, cuando de haberse cumplido el plan de los poderes legales, habría culminado con dos millones de superavit, según demostró palmariamente el dr. Acevedo).

Restablecida la democracia luego del hiato autoritario –nuestra “década infame”, si se nos permite la importación terminológica-, Acevedo Alvarez vuelve a la Cámara de Diputados entre 1943 y 1947, y desde este último año hasta 1951, ocupa una banca en el Senado. Al finalizar la legislatura, es nombrado presidente de la Comisión Honoraria de Viviendas Económicas.

   Entre 1952 y 1955 es designado, por segunda vez en su trayectoria política, Ministro de Hacienda.

   Se desempeña, durante los años sesenta y hasta 1975, como presidente del Consejo de Dirección de “El Día”. El dr. Enrique Tarigo, por entonces también directivo del diario, explicaba las razones de su alejamiento debido “a su discrepancia radical con la revisión y los homenajes que el gobierno decidiera tributarle (el año 75) a la figura histórica del coronel Lorenzo Latorre (…) Con su tono mesurado, con entera calma, nos dijo entonces, poco más o menos, que aceptar en silencio y desde la dirección de “El Día” esos homenajes, implicaba para él traicionar la memoria de su padre, el dr. Eduardo Acevedo”.

   En estos tiempos en que el partido colorado se apresta a la realización de un Congreso que redefina su arquitectura ideológica, importa, creemos, relanzar el estudio de los hombres y mujeres que contribuyeron a la construcción de su más rico acervo, cual es el batllismo. En el entendido de comprender, con hondura histórica, primero, cuales fueron las  originalidades de esta corriente política, es decir, sus señas de identidad intransferibles; y luego, observar cuales constituyeron, a nivel internacional, sus abrevaderos doctrinales: nos parece que estuvo más cerca, por ejemplo, del “socialismo agrario” de Henry George y del progresismo norteamericanos, así como del laborismo inglés -Batlle se sintió, en su madurez, muy influenciado por Ramsay Mac Donald- y no tanto por la socialdemocracia, como piensan algunos.

   Eduardo Acevedo Alvarez debería ser uno de esos batllistas a indagar, por ser ejemplo de laboriosidad y precisión en el estudio de los temas nacionales, de serenidad en el juicio y de inteligencia. Y por haber sido honrado a cabalidad, que es, a no dudarlo, una forma también de ser inteligente.

                                    

    (publicado en correo de los lectores de "Búsqueda", junio 2008)