viernes, 30 de octubre de 2009

AMILCAR VASCONCELLOS

“Quiero decirle que el embajador americano se está portando muy bien con nosotros, porque ha estado hablando con los militares haciéndoles saber que los Estados Unidos verían con mucho desagrado cualquier intervención militar”. Esa fue la última cosa que me dijo. Enseguida nos despedimos, para no vernos más. Al otro día a primera hora –serían las seis o siete de la mañana- recibo una llamada y era Jorge Batlle quien me buscaba para decirme que había muerto su padre”. Quien así se manifestaba respecto a su última conversación con Luís Batlle Berres era el Dr. Amílcar Vasconcellos, de cuya desaparición física se cumplieron diez años el 22 de octubre.

Quien sería Diputado, Senador, miembro del Consejo Nacional de Gobierno en representación del batllismo lista ”15”, periodista y escritor, entre otras cosas, había nacido en septiembre de 1915, en el seno de una familia con vocación política. Su padre, Héctor Vasconcellos, era un esforzado periodista local que había accedido a la presidencia del Concejo Departamental artiguense y a la Cámara de Diputados, en 1931, en representación del sector sosista del Partido Colorado. Más en 1933, cuando el golpe de Terra, se integraría a la lucha opositora desde filas del batllismo, fracción a la cual había pertenecido con anterioridad.

A finales de la década de los veinte, el aún adolescente Vasconcellos, se traslada a Montevideo junto a dos compañeros a fin de estudiar magisterio en el Instituto Normal para varones Joaquín R. Sánchez, cuya dirección ejercía Arturo Carbonell y Migal.

El 20 de octubre de 1929, forma parte de la multitud acongojada que despide los restos mortales de don Pepe Batlle.

El aciago 31 de marzo de 1933, junto a lo más sano del estudiantado uruguayo, pasa la noche ante el Parlamento en estéril protesta frente al golpe. Más tarde, presumimos que con idéntica impotencia, asiste desde lejos al martirologio de Baltasar Brum.

A sus estudios de magisterio y abogacía, añadía una activa militancia estudiantil, desempeñándose como secretario de la Federación Magisterial Uruguaya, y como delegado de la Facultad de Derecho ante el máximo órgano de la FEUU.

Según explicaría más tarde, sus preocupaciones gremiales se canalizarían partidariamente en 1937, cuando se afilia a la Agrupación Batllista “Avanzar”, aquella fundada por Julio César Grauert, y cuya inserción tanto en medios estudiantiles como docentes era muy marcada.

De aquella época de resistencia al terrismo, recordaría especialmente el acto multipartidario del 18 de julio de 1938, en el cual se expresó todo el arco opositor a la dictadura.

Con el acceso del general Alfredo Baldomir a la presidencia de la República, comienza a gestarse la apertura democrática. A comienzos de 1942 se produce el llamado “golpe bueno”, que derriba la institucionalidad viciada inaugurada una década atrás, y en noviembre de ese año, las elecciones generales que consagran a la fórmula Juan José de Amézaga- Alberto Guani por amplísimo margen (el Partido Colorado consigue en esa instancia el gobierno de los 19 departamentos del país).

“Avanzar”, que se había opuesto a la candidatura Amézaga, se disuelve poco después.

Vasconcellos participa, enseguida, en la fundación de una de las agrupaciones batllistas de más rico potencial político, “Doctrina y Acción”, junto a figuras como Justino Zavala Muniz, Antonio Rubio, Ledo Arroyo Torres y Luis Trócolli, entre otros.

En 1948 conoce personalmente a quien sería su amigo y líder futuro, Luis Batlle Berres, en radio Ariel, a raíz de un encargo encomendado por el Comité Ejecutivo Departamental colorado. Recordaría, tiempo después, que en aquel primer encuentro discreparon con dureza.

En las elecciones de noviembre de 1950, integrado ya a filas de la “15”, sale electo diputado “sin casi trabajar por ello”, como reconocería con modestia, ingresando a la Cámara como suplente del renunciante Dr. Alberto Zubiría, segundo titular de la lista por Montevideo. Permanecería en la rama baja parlamentaria –con los paréntesis debidos a sus tareas ministeriales-, hasta febrero de 1959.

Entre los años 1955 y 1957 se desempeñaría como Ministro de Ganadería y Agricultura, y entre 1957 y febrero del 59 como Ministro de Hacienda, así como interinamente de Industrias y Trabajo y Defensa Nacional. Entre el 51 y el 55 sería co-director del diario “Acción”.

En 1963, producida ya la segunda derrota electoral ante el nacionalismo, ingresaba al Consejo Nacional de Gobierno en representación de la minoría, como segundo en la lista “15” tras Luis Batlle.

En 1967, vuelto el Partido Colorado al poder con el general Oscar Gestido, ejercería nuevamente el Ministerio de Hacienda por espacio de cien días, en una gestión que sería recordada por sus fuertes discrepancias con los lineamientos sostenidos por el Fondo Monetario Internacional.

Senador desde 1967 hasta el golpe de estado de junio de 1973, sería asimismo candidato presidencial en 1966 y 1971, junto a figuras de la talla de Renán Rodríguez y Manuel Flores Mora, respectivamente.

Sin perjuicio de tales comparecencias presidenciales, Vasconcellos siempre se mantuvo fiel al principio colegialista de Batlle y Ordóñez.

Pasados los años grises de la dictadura, en las elecciones de 1984 y 1989, como respondiendo al imperativo moral de hacer una contribución al partido de sus más profundos afectos, sería candidato a la Intendencia Municipal de Montevideo en representación de diversos grupos colorados.

Periodista político, sumó a ello su calidad de escritor prolífico, destacándose entre sus obras de combate “La lucha recién empieza”, “Un país perdió el rumbo”, “Batllismo al día”, “Cien días en el Ministerio de Hacienda”, “Defendiendo la soberanía nacional”, y el recordado “Febrero amargo”, entre otros. Incursionó, además, en temas de su especialidad, destacándose “En pleno vendaval”, “La mujer en el derecho positivo uruguayo”, “Pedagogía” y “Reforma educacional mejicana”.

El Dr. Amílcar Vasconcellos fue una verdadera metáfora viviente –permítasenos la licencia- del Uruguay batllista, aquel que permitía que un joven proveniente del país “profundo” tuviese la posibilidad de acceder con esfuerzo a los más altos cargos que proveía la sociedad de su tiempo.