domingo, 26 de marzo de 2017

LAS HERMANAS LUISI

por LUIS HIERRO GAMBARDELLA     
    Las hermanas Luisi fueron un admirable ejemplo en el país. Antes que la ley consagrara los derechos femeninos en el Uruguay, las cuatro irrumpieron en el ámbito público, como adelantadas de un feminismo lleno de fecundidades.De ellas, tres tuvieron vida resonante. La cuarta, Inés, profesional también, ha sido menos conocida.
   Paulina fue médica, divulgadora  de ciencia y conducta y apóstol (dudo que el sustantivo pueda estar sometido a las reglas del género) de ideas sociales.
   Clotilde fue abogada, fundadora de la Universidad de Mujeres, ensayista y autora teatral. Sus últimos años los vivió en Italia traduciendo poetas italianos con su marido, el eminente crítico cinematográfico y también dramaturgo José María Podestá quien, por suerte, aún vive en Roma deslumbrando con su sabiduría y su fineza intelectual.
     Luisa fue maestra, poeta (me niego también en este caso a someterme a las invocadas reglas gramaticales llamándola poetisa) y luchadora política.
LUISA LUISI
   Como en este año se cumple el centenario de su nacimiento, (y para evitar confusiones que de algún modo presiento) quiero anticipar en su homenaje algunas líneas de su perfil menos conocido -el de correligionaria- sin renunciar al derecho de evocar más tarde las otras aristas de su personalidad múltiple.
   Cuando apenas bordeaba la cincuentena -y ya golpeada por los males físicos que habrían de clausurar su vida muy poco después- Luisa se retiró de sus actividades docentes. Había sido una profesora excepcional y una pedagoga nutrida de grandes ideas transformadoras.
   Aunque limitada para la acción por su afección creciente, resolvió contribuir con su esfuerzo a la lucha popular de su partido, el Batllismo. Si se han seguido las referencias cronológicas, saltan a la vista la fecha y la explicación: fue en 1933.
   En aquel momento funcionaba el Comité Nacional Femenino Batllista, nacido a raíz de la ley de derechos femeninos, impulsada por Brum, Minelli, Lorenzo Batlle -y el batllismo todo- y sancionada en 1932. Producida la fractura institucional, el Comité Femenino fue una vanguardia en la lucha por la libertad.Allí estaban Magdalena Antonelli Moreno, María Inés Navarra, la Dra. Vidal, la Dra. Juana Amestoy de Mochó y cien mujeres más. Cumplieron uno de los capítulos más brillantes de aquella historia aún no escrita.
   Luisa Luisi, sin embargo, no se incorporó a ese movimiento. Acostumbrada, como sus hermanas, a luchar desde la adolescencia por su lugar y sus derechos en ambientes masculinos hostiles, prefirió -como Mará Mercedes Ideartegaray- superar aquella forma de trabajo, que parecía una etapa preparatoria en la lucha por los derechos femeninos y adelantarse en los hechos a la integración total. Se afilió a la Agrupación Avanzar, cuyas asambleas de obreros, intelectuales y gente de pueblo ya he intentado describir. Había conocido a Grauert y era amiga de los más representativos integrantes del grupo.
   Además, y a pesar de que su apellido italiano podría denunciar la gotas -o torrentes- de sangre garibaldina que corrían por sus venas, no cultivaba el tradicionalismo.Era batllista por tradición ideológica. Consecuente consigo misma, ya que en su poesía había proclamado el equilibrio entre las emociones y las ideas, por estas optó en aquel azaroso momento de la vida nacional.
   En  nombre de Avanzar presidió una institución de ayuda a los presos políticos. Aparte de la dimensión mayor de la empresa cuántos militantes de aquellos tiempos recibieron un paquete de tabaco que ella misma compraba de su peculio, naturalmente, y entregaba al carcelero con el encargo que no se mencionara su nombre, sino el de la institución que presidía.
   A pesar de su larga práctica docente, Luisa no quería hablar en las tribunas callejeras. Mucho de recato femenino había en aquella actitud de una dama que se resistía a un ejercicio que en algunos casos puede darse a la exageración. Pero también había una actitud de rigor intelectual de quien tiene necesidad de precisión y claridad, solo posible -para ella, escritora y poeta- en el no siempre fácil combate con la página y la pluma.
   Habló, sí, en la Convención del Partido, no como representante de la mujer (era habitual que la gran tribuna se decorara con alguna dama del Comité Femenino) sino como integrante de Avanzar. Fue en un homenaje a Julio César Grauert en aquellos octubres de evocación. El estudio de la vida y la ideología de nuestro mártir fue una verdadera obra maestra. Penetró en la interpretación de las ideas, la conducta política y las motivaciones éticas del gran luchador con tal intensidad y lo escribió y lo dijo con tal elegante señorío, que su agrupación editó aquella pieza en un folleto. Es, todavía, de la aproximaciones más lúcidas a la personalidad de Grauert. Ahora, que el Partido se propone salvar su patrimonio histórico, habrá que rescatarlo del olvido.
   Cada día la enfermedad la fue dominando, envolviéndola en una quietud que, por suerte para ella, también se convirtió en serenidad.
   La recordamos ahora en su refugio en Santa Lucía donde vivió sus últimos tiempos. Allí, mirando el fluir heraclitano del río, escribió su Poemas de la Inmovilidad.
   Allí palpó la continuidad de la vida, puesto que alguno de sus jóvenes amigos eran hijos de los que lo habían sido en su propia juventud. Y en nombre de ello, alguna vez abrió el cofre de sus confidencias.
   La emoción, a la que quiso frenar para ser más fuerte, le dio sustento en sus días finales, ya que su mirada estaba siempre contemplando la luz y el correr compensatorio de un río. Así terminaron sus días.

     (Artículo publicado en el semanario "Opinar", bajo el título "Un admirable ejemplo", el 28 de abril de 1983).