jueves, 24 de junio de 2010

LA MAGNANIMIDAD DEL GENERAL RIVERA

El argentino José Rivera Indarte fue, en su corta vida, uno de los más enconados libelistas contra el dictador-latifundista Juan Manuel de Rosas. En su primera juventud había sido, sin embargo, un fervoroso partidario del tirano de Palermo –escribió versos laudatorios a su figura y hasta un himno federal-, hasta que Rosas, en 1833, lo metió en prisión. “El muchacho huyó a Montevideo –escribió el historiador José Luis Lanuza- …Fundó El Investigador y redactó El Nacional. En 1843 escribió su libro Rosas y sus opositores y más tarde sus famosas Tablas de sangre”. Murió en 1845 a los 31 años en Santa Catalina, Brasil. Criticado en vida por muchos de sus compañeros de causa, recibió un juicio laudatorio de Esteban Echeverría en su Ojeada retrospectiva de 1846: “El malogrado José Rivera Indarte hizo con constancia indomable cinco años la guerra al tirano de su patria. Solo la muerte pudo arrancar de su mano la enérgica pluma con que El Nacional acusaba ante el mundo al exterminador de los argentinos. La Europa lo oyó, aunque tarde, cuando caía exánime bajo el peso de las fatigas como el pie de su bandera el valiente soldado”. Su pluma de combate contó con la penetración suficiente como para percibir la magnanimidad de Fructuoso Rivera para con sus adversarios vencidos. Fue así que dejó un escrito revelador: “El General Rivera. Apuntes escritos a los seis meses del desastre de Arroyo Grande” (batalla ésta librada en Entre Ríos contra las fuerzas rosistas al mando de Manuel Oribe en diciembre de 1842). En un fragmento de dicho artículo, expresaba: “Hablen los prisioneros lavallejistas y los hombres que se comprometieron en su sedición de 1832 amparados por el General Rivera contra el poder sanguinario de Manuel e Ignacio Oribe, que pedían su muerte. Hablen los prisioneros tomados a Oribe en el Yucutujá y Palmar, restituidos a su libertad y regalados con caballos y monturas, para que regresasen a sus casas, a pesar de que habían hecho la guerra a muerte al general Rivera, matando a Cufré, Osorio, Gurgel, Griman, y otros. Hablen Melgar, Garzón. Latorre, Rincón y otra multitud de prisioneros tomados en Paysandú en 1838 y restituidos a su libertad. Hable Ignacio Oribe, el derrotado en el Palmar, que ha vivido respetado y recibiendo sueldo del General Rivera hasta que ha querido desertarse y pasar al servicio del degollador Rosas, y que hoy hace la guerra a muerte a Rivera y sus amigos. Hablen todos los prisioneros de Cagancha puestos en libertad por el General Rivera. Hable don Jorge Liñán, tomado prisionero cuatro veces, y otras tantas puesto en libertad por el General Rivera, y que hoy está combatiendo desesperadamente contra él. Hable don Lucas Moreno, libelista y calumniador atroz del General Rivera y que le ha hecho ocho años consecutivos la guerra con la espada y la pluma, salvado en 1842 por el General Rivera de un río en que se ahogaba y puesto inmediatamente en libertad, y hoy en armas contra su benefactor. Hablen todos los lavallejistas y blanquillos respetados en sus vidas, fortunas y familia y llamados a empleos de distinción y de confianza siempre que han querido aceptarlos. Hablen, en fin, la República toda, todos los que conocen al General Rivera, para abrumar con su testimonio al solemne embustero degollador Rosas”.

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