lunes, 31 de mayo de 2010

RODÓ, EL PARTIDO COLORADO Y EL ESPÍRITU DE MAYO

Los festejos del bicentenario de la Revolución de Mayo actualizan un debate añejo: el de la herencia de Mayo. Es decir, el dilucidar quienes, que movimientos políticos, que sectores de opinión o posiciones filosóficas en el Río de la Plata, expresaron más cabalmente el espíritu emancipador de aquel acontecimiento. Un país entero podría cubrirse con la infinitud de páginas dedicadas al asunto y repartidas en libros de historia, volúmenes enciclopédicos, sesudos ensayos, artículos de prensa y especializados, y un largo etcétera de similares. Muchos de ellos atendibles y valiosos y otros no tanto. Pero resulta que el poderoso azar –gran dispensador de dones- nos condujo a un fragmento del intelectual uruguayo más universal: José Enrique Rodó. Rodó, quien al decir del mexicano Leopoldo Zea fue –junto a José Martí-, un adelantado en el campo de las ideas en pos de la “liberación cultural de ésta Nuestra América” (en referencia a “Nuestra América latina”, que mentara auroralmente el colombiano Torres Caicedo); el impugnador de la “nordomanía”, con su secuela de utilitarismo absorbente y deshumanizante; el gran exponente, en fin, de lo que se dio en llamar, en el mar de ideas de su época, “milicia americanista” (sin confundir con el “americanismo telúrico” de que hablara Real de Azúa, y que sostuviera el nacionalismo conservador). Rodó, de quien muchos olvidan –o tal vez soslayan- su militancia colorada, y que en un discurso por la unificación del partido de 1901, expresaba: “Señores: Hubo un momento solemne en la historia de los pueblos del Río de la Plata, en el que dos banderas antagónicas, dos fundamentales tendencias de principios de acción entrelazados con fuerza contrapuesta e igual a las raíces mismas de nuestras democracias, entraron a librar su batalla definitiva para resolver el porvenir de estos pueblos en el sentido señalado por la dirección de las banderas del triunfo. Era la lucha entre el principio de civilización, de libertad, de organización republicana, que significaba el coronamiento lógico y fecundo de la obra de independencia y la incorporación de estas sociedades recién nacidas al concierto de la cultura universal y la fuerza de reacción y de muerte que, desatada desde la Cordillera hasta el Atlántico, en los ejércitos de formidable tiranía (se refiere a Rosas), entrañaba, con la posibilidad de su victoria, la amenaza del fracaso y el deshonor para la gigantesca iniciativa de 1810. Tocó al Partido Colorado, a sus tribunos y a sus héroes, resolver la titánica contienda a favor de los principios de gobierno libre, salvando definitivamente para el porvenir los elementos esenciales de la civilización americana: hecho fundamental, en cuya virtud puede afirmarse que existen en nuestro país partidos y ciudadanos de principios que desconocen o repudian esa tradición o apartan la mirada del pasado para no verla, en los momentos en que luchan realmente, como lo han hecho, por la libertad y las instituciones, son en realidad solidarios de su espíritu y la llevan, sin saberlo, en el alma. Hagamos votos, señores, porque así como a los hombres del Partido Colorado tocó entonces hacer posible a costa de sacrificios inmortales tan alta solución histórica, los que hoy militan a la sombra de esa tradición gloriosísima, después de que hayan consagrado en la cercana lucha el programa de la Defensa y de Caseros con la conquista de la libertad electoral, último esfuerzo necesario para completar la efectividad de nuestras libertades públicas, den a la América de nuestra raza, en los albores del nuevo siglo, el ejemplo de una democracia constituída, organizada y libre, asegurando definitivamente la realidad del régimen de gobierno implantado por los Constituyentes de 1830 y defendido por Melchor Pacheco y Obes y por Francisco Tajes, junto a los muros de la inmortal Montevideo.” En definitiva, para aquel gran americano –y americanista- que fue Rodó, el Partido Colorado en la Defensa y Caseros contribuyó a salvar el espíritu de Mayo, amenazado por el ultramontanismo colonial del dictador-latifundista Juan Manuel de Rosas.

lunes, 10 de mayo de 2010

SALSIPUEDES Y LA CHARRULANDIA

Los textos que siguen pertenecen a dos especialistas, el historiador duraznense Oscar Padrón y el antropólogo sanducero Daniel Vidart. (fuente: revista dosmil30)

SALSIPUEDES por Oscar Padrón Favre

Salsipuedes fue el desenlace fatal de un proceso de reducción forzosa de las tolderías -en las cuales vivían también muchísimos elementos no charrúas perseguidos por la justicia- que de no haber estallado la Revolución habría finalizado alrededor del año 1809, 1810. Los líderes de las pocas tolderías que quedaban por entonces no supieron ver que un tiempo se había terminado, rechazando, incluso, los últimos ofrecimientos de tierras que recibieron.La decisión que llevó a Salsipuedes fue tomada por el Poder Ejecutivo y la Asamblea General de la época. Tal era el consenso que existía sobre la necesidad de la empresa por fuertes razones de carácter interno y externo. Pero al contrario de lo que se nos dijo siempre, con Salsipuedes no desaparecieron los indígenas. Podemos estimar que cuando nació el Estado Oriental vivían por lo menos alrededor de 15.000 indígenas o descendientes directos, en su mayoría como vecinos del medio rural. De esos, de los que realmente jugaron un papel decisivo y progresista en nuestra historia y cultura, poblando los pagos, trabajando la tierra y formando familias, nunca se habló o se les levantó monumentos.


LA CHARRULANDIA por Daniel Vidart

Hubo garra charrúa, como la hubo guaraní aunque hoy muy pocos recuerdan el heroico sacrificio de los miles de misioneros comandados por Andresito, Sití y Sotelo, puestos al servicio de Artigas. Y hubo, en grado sumo, garra oriental, sucesora de la furia española. El legado de los charrúas está integrado, sobre todo, por el significado moral de su empecinada defensa de un espacio vital, por los ejemplos heroicos de su insumisa independencia, de su empecinada dignidad, de su saber morir con las plumas puestas. El charruismo actual y la consiguiente construcción de una fantástica Charrulandia responde a la corriente arcaizante, romántica, rousseauniana al fin, que se ha desatado en ciertos grupos fundamentalistas de América donde una mescolanza de New Age, alucinógenos a contramano, mitopoiesis onírica, ecología nativista, etnografía fabulosa y farsa ceremonial libran batalla, en pêle - mêle, contra lo que se ha dado en llamar la globalización, el imperialismo, el FMI, y otros dragones. Y de tal modo, al realizar sus exorcismos, recurren a rituales extrapolados de la simbología cultural contemporánea para emprender, según dogmatizan mozos de ojos azules y muchachas de rubias cabelleras, el ''rescate'' de la antepasada autenticidad de las indianidades somáticas, de los indianatos políticos y de las indiamentas ergológicas que se extendían desde Alaska a la Tierra del Fuego. A tal punto ha llegado este delirio que ya tenemos entre nosotros descendientes de vascos, de libaneses o de la variopinta gama de inmigrantes decimonónicos que dicen haber recreado la música charrúa pues suponen que frotando huesos, soplando bocinas y tamborileando alrededor del fuego han descubierto las claves secretas del manantial estético aborigen.