viernes, 24 de abril de 2009

GARIBALDI

Los uruguayos de hace, digamos, un siglo atrás, ¿eran capaces de juntarse alrededor de fastos comunes?. ¿Acerca del homenaje a que figura histórica descollante podrían coincidir, por ejemplo, batllistas, socialistas y libertarios junto a librepensadores, anticlericales, intelectuales de avanzada, intelectuales liberales y poetas más o menos revolucionarios?

Un decir: Batlle y Ordóñez, Domingo Arena, Luisa Luisi, Emilio Frugoni, Angel Falco, Belén Sárraga, Alberto Lasplaces, José Enrique Rodó y Leoncio Lasso de la Vega, entre otros?

Unos de los pocos sería, sin duda, José Garibaldi, el "héroe de dos mundos", el bicentenario de cuyo nacimiento en Niza se conmemora este 4 de julio.

Muy probablemente, la fecha pase casi inadvertida para los uruguayos de hoy, tan inmersos en este ambiente de "posmodernismo new age" que nos agobia con su secuela de glaciación moral.

De allí la necesidad de estas parcas líneas.

No nos interesa, en la ocasión, destacar los perfiles más relevantes de su biografía. ¿Qué decir, que no se haya dicho ya?. Su adhesión temprana al ideal republicano de la "Joven Italia" inspirado por José Mazzini; su pasaje por América, donde militó primero a favor de la revolución de los "farrapos" riograndenses en Brasil, y más tarde, en nuestro país, por el gobierno de la "Defensa" de Montevideo, agredido por el tirano Rosas; su lucha por unidad y libertad de Italia contra el papado inicuo y los monarcas usurpadores; su defensa de Francia, en el año 70, frente a la invasión prusiana.

Pero es de justicia observar que lo mejor del pensamiento hispanoamericano de la segunda mitad del siglo XIX -sus contemporáneos de lo más granado de esta "Nuestra América" de que hablara, auroralmente, Torres Caicedo- le prodigó su elogio.

Veamos, a modo de tenues gotas exudadas a voluminosos odres, la opinión de algunos de ellos. Nuestro José Pedro Varela -nacido en el Montevideo de la "Defensa", de padre expatriado por Rosas- le admiró. Así se lo manifestó a un eventual compañero de viaje, rumbo a Madrid, en 1867: "Yo, como era natural, hablé con entusiasmo de Garibaldi y demostré el deseo de ver triunfante a la revolución y vencido para siempre al papado".

José Martí, el apóstol de la independencia de Cuba, escribió: "De una patria, como de una madre, nacen los hombres; la libertad, patria humana, tuvo un hijo, fue Garibaldi".

El patriota y educador portorriqueño Eugenio María de Hostos -tan emparentado, en muchos aspectos, con el anterior- expresó a raíz de la muerte de Garibaldi acaecida en 1882: "... no hay uno sólo... que haya tenido brazo, voluntad y corazón para la propia y para la patria ajena, para la liebertad de los suyos y de los hombres todos, para el conflicto de los pueblos cercanos y lejanos, para odiar, y perseguir y combatir con igual ímpetu, con igual desinterés, con igual impersonalidad, en dondequiera que las ha encontrado, la tiranía y la injusticia".

El librepensador peruano Manuel González Prada, le ubicó, entre los grandes de Italia: "Al triunvirato de Dante, Petrarca y Bocaccio, a los hombres que en el Renacimiento fijaron la lengua nacional, debe oponerse el triunvirato político de Garibaldi, Cavour y Mazzini, de los hombres que en el siglo XIX contribuyeron más a la consumación de la unidad italiana".

A su vez, el americanista chileno Francisco Bilbao, escribió: "El pasado, la monarquía, la aristocracia, la teocracia, la institución de la explotación de las masas, todas las doctrinas de esclavitud... han armado el nudo gordiano de su imperio. Y es por eso que tú, genio del buen sentido, personificación del pueblo, la espada del pueblo levantaste, para cortar el nudo de la historia moderna".

Sobre su inmensa popularidad expresó el ecuatoriano Juan Montalvo; "Cuando Garibaldi fue a Londres, viviendo José Mazzini, el gobierno de Lord Derby le notificó su inmediata salida...Era tal la popularidad del conquistador de Nápoles, tanta prisa de los ingleses a ver y a vitorrear al viejo italiano, que los ministros de la reina tuvieron a bien estorbar esas demostraciones gigantescas", sin embargo que acababa de entrar "a Milán, como no hubiera entrado Víctor Manuel, como no entraron Napoleón III y Mc. Mahón después de las batallas de Magenta y Solferino".

Expresó el propio Garibaldi: "¿Qué diferencia hay entre un americano y un italiano? Son hombres iguales, y moralmente deben ser hermanos. He tenido la buena suerte de combatir por el pueblo americano como por mi propio pueblo; y por eso estoy por la hermandad de la raza humana".

Cíclicamente, el "héroe de dos mundos" es objeto de diatribas biliosas contra su figura, que son, a no dudarlo,tiros por elevación contra el librepensamiento, el laicismo y el ideal republicano.

En un homenaje que a su figura se realizó en la casa del Partido Colorado a raíz del bicentenario, y en la cual expuso, entre otros, el Dr. Gonzalo Aguirre, el historiador Gerardo Caetano contó la siguiente anécdota: cuando el Partido Socialista y sectores nacionalistas conformaron la Unión Popular con vistas a las elecciones de 1962, el Dr. Frugoni no quiso participar en la campaña. ¿Pobre don Emilio!. No quiso compartir tribuna con la derecha nacional-rosista. Claro, era republicano garibaldino.

(publicado en correo de los lectores de "Búsqueda" en julio de 2007)

jueves, 23 de abril de 2009

GARIBALDI, VISTO POR AMERICANOS E IZQUIERDISTAS

    Nuestro José Enrique Rodó y el cubano José Martí fueron, al decir del maestro mexicano Leopoldo Zea, “dos grandes adelantados en el campo de las ideas (que) buscaron la liberación cultural de ésta nuestra América”. Pues ambos fueron fervientes garibaldinos.
    Rodó –tal vez el intelectual uruguayo de mayor relieve en el orbe académico- le admiró no solo como héroe italiano, sino también como figura destacada de nuestra historia. “Pero además del Garibaldi universal –expresa en una parte de “El mirador de Próspero”-, de aquel que está tan alto que de todas partes se divisa su sombra veneranda, erguida, como un genio benéfico, sobre la esperanza de los oprimidos y el miedo de los opresores, hay el que los hijos de esta parte de América conocemos y sentimos (...) el Garibaldi conciudadano nuestro y general de nuestro ejército; el soldado de la inmortal Defensa; el que peleó contra Rozas; aquel a quien recordamos como un gran viejo de la casa y nombramos con orgullo”. (“Garibaldi”, prólogo a la obra “La bandera de San Antonio” de Hector Vollo).    En tanto Martí –el apóstol de la independencia de Cuba, a cuya patria ofreció nada menos que el tributo de su vida- colocaba al “héroe de dos mundos” entre los grandes del siglo XIX junto al autor de “Los Miserables”: “Cuando mire atrás desde lo porvenir, se verán en la cúspide de este siglo grandioso un caballero Cano, de frente acupulada, mirada encendida y barba hirsuta, vestido de vulgares paños negros: Víctor Hugo; y un jinete resplandeciente de corcel blanco, capa roja, y espada llameante: Garibaldi” (diario “La Opinión Nacional” de Caracas, 4/10/1891).    Pero, asimismo, le consideraba héroe americano y oriental. En una emotiva evocación de Médicis, un italiano compañero suyo, combatiente de la unidad de su patria así como de los liberales españoles en su lucha contra el absolutismo, escribía: “Decidió Italia ser libre, y rehacer la obra que desde la caída de Roma había sido deshecha, y Garibaldi y Médicis fueron soldados. Ellos batallaron juntos; ellos cabalgaron a la par por las llanuras argentinas en que los bravos de la Banda Oriental revolvían sus caballos entre las masas de soldados de don Juan Manuel de Rosas (...) Era Buenos Aires, en tiempo de Rosas, mazmorra ensangrentada, y él (Médicis) fue a golpear, con el puño de su sable, a la cabeza de los “colorados”, los muros de la mazmorra” (“La Opinión Nacional”, Caracas, 3/4/1882).    Todo un capítulo merecería la consideración de Garibaldi como figura venerada por la izquierda. A modo de brevísima sinopsis, observemos lo siguiente.    Emilio Frugoni, dirigente histórico del socialismo democrático uruguayo, le consideraba, sin titubeos, un “héroe nuestro”. En una página titulada “El valor italiano” –escrita durante el desarrollo de la segunda guerra mundial, dominada la patria del Dante por la barbarie fascista- decía: “Fue con un puñado de italianos que Garibaldi –el magnífico héroe de dos mundos- infligió en Dijón en el 70 (1), a los prusianos del general Moltke, la única derrota que sufrieron en esa campaña y les arrancó la única bandera que les fue capturada (...) Como italianos habían sido los que en Montevideo, cuando la Guerra Grande, se alistaron bajo el mando de Garibaldi en aquella legión que se cubrió de gloria rescatando el cadáver de Neira (2), y eran italianos los que acompañaban al gallardo paladín de la libertad en sus memorables hazañas del Río de la Plata y de San Antonio (3)”. (Frugoni, “El libro de los elogios”).    Luce Fabbri, la anarquista italiana radicada desde muy joven en Uruguay –hija de Luigi Fabbri, figura importante entre los libertarios peninsulares de fines del siglo 19 y comienzos del 20, amigo del célebre Enrico Malatesta(4)- escribió refiriéndose a los postreros años de Garibaldi, que en la “última década de su vida, su corazón estuvo cerca de todas las causas que le parecían apuntar hacia un porvenir mejor para todos. “Mi republicanismo difiere del de Mazzini(5) por ser yo socialista” –dijo en un reportaje.. Iba a los congresos “por la paz y la libertad”, fue amigo de Bakunin(6) sin compartir todas sus ideas, defendió a la 1ª Internacional de los Trabajadores, con la que estaba de acuerdo en todo –dijo- menos en lo que refiere a la propiedad privada. Estaba en contra de los ejércitos y a favor del pueblo armado. Era un hombre de la primera mitad del siglo XIX, formado como Mazzini, en la época del auge del romanticismo pero trataba de entender los nuevos tiempos” (Luce Fabbri, revista “Garibaldi”, Nº 4).     El propio Garibaldi se encargó de resaltar la influencia que tuvo América en su adhesión temprana al internacionalismo, de acuerdo a una carta de 1871: “Yo pertenecía a la Internacional cuando servía a la República de Río Grande y de Montevideo, o sea mucho antes de haberse constituido en Europa dicha sociedad”.    No es casual, asimismo, que Giuseppe Fanelli, compañero suyo en las jornadas de la república romana en 1848-49, en la campaña de los “mil de Marsala” en 1860, y en las luchas por la unificación contra los austríacos en 1866, fuera principal organizador de la sección italiana de la 1ª Internacional, así como propagandista de la misma en España.    Resulta evidente, entonces, la adscripción de Garibaldi a las ideas de avanzada tanto en América como en Europa. Sobre el punto, decía el historiador compatriota Carlos Rama: “La gran colonia italiana en el Río de la Plata, en el Uruguay aproximadamente desde 1840 y en Argentina desde 1852, estuvo dominada por el garibaldinismo , una mezcla de radicalismo político, nacionalismo republicano e ideas socializantes, que en la propia Italia corresponden a la “sinistra” (izquierda) minoritaria bajo el reinado de los Saboya” (“Socialismo utópico”, prólogo, selección y notas de Carlos Rama).     Los poetas “comprometidos” le prodigaron, asimismo, sus versos conmemorativos y encomiásticos.    Angel Falco, el vate libertario, escribió a raíz de su centenario: “Garibaldi fue el rey de la victoria/ Y era tanto y tan grande su prestigio/ Que al nombrarlo la gloria le decía/ el caballero andante del prodigio!/ Lo adoraban los pueblos; los ilotas/ Pudieran levantarle un monumento,/ Con el montón de sus cadenas rotas/ En proezas sin cuento!”. (“Garibaldi”, “En el Valhalla”).    Leoncio Lasso de la Vega, el poeta hispano uruguayo que se definía “socialista sin partido”, le cantó como uno de los responsables de la caída del poder temporal del papado: “Pero Italia, para su futura gloria, había mecido en su suelo la cuna de Garibaldi (...)El sacro libro de la Historia, se había abierto ante él para que escribiera en sus páginas las ardientes estrofas de un poema épico: y Garibaldi, el campeón legendario del siglo, apareció en la palestra, haciendo de la Democracia su ley, de la libertad su Dios, y de la Patria su dama” ( “20 de setiembre” – “Caída del poder temporal”). En fin, el propio Frugoni cinceló su “Oda a Garibaldi” para conmemorar su centenario en 1907.    Resulta, entonces, demostrado que Garibaldi fue, y es, figura admirada por ilustres americanos y por buena parte de la izquierda.   (1) Cuando la guerra franco prusiana de 1870-71, Garibaldi luchó a favor de Francia, lo que le valdría, cuando fue proclamada la República, ser electo a la Asamblea Nacional. (2) José Neira, jefe de la legión española cuando la Guerra Grande. (3) Combate desarrollado en el actual departamento de Salto el 8/2/1846, entre fuerzas de la Defensa al mando de Garibaldi y una fuerte división rosista al mando de Servando Gómez. (4) Anarquista italiano (1853-1932) (5) José Mazzini, político italiano (1805-1872), una de las principales figuras en la lucha por la unidad de su patria. (6) Miguel Bakunin (1814-1876) anarquista y revolucionario de origen ruso.    (nota publicada en "El Avisador" de Tacuarembó, agosto de 2008)  

sábado, 18 de abril de 2009

FRUCTUOSO RIVERA: LAS DIMENSIONES DEL CAUDILLO



“Id y preguntad –escribió Manuel Herrera y Obes, en 1847-desde Canelones hasta Tacuarembó, quien es el mejor jinete de la República, quien el mejor baqueano, quien el de más sangre fría en la pelea, quien el mejor amigo de los paisanos, quien el más generoso de todos, quien en fin el mejor patriota, a su modo de entender la patria, y os responderán todos, el General Rivera”
Fragmento éste, que denota una finísima penetración sociológica y que describe, anticipando a Weber, el fenómeno del carisma en estado puro. Ya que el liderazgo del general Rivera se fue construyendo capilarmente, de abajo hacia arriba, desde las entrañas del pueblo que mayoritariamente le quiso –fue siempre “Don Frutos” para los paisanos- hasta los más altos cargos dentro de la milicia y el Estado.
Caudillo por antonomasia, su vida representa una de las sagas existenciales más ricas en perfiles políticos, sociales y humanos de nuestra historia. Iniciado a la luz pública en 1811 con la “admirable alarma”, culminó un 13 de enero de 1854 en el modesto rancho de Bartolo Silva a orillas del arroyo Conventos, en el departamento de Cerro Largo.
De espíritu inquieto y sagaz, dueño de un carácter expansivo y desbordante, quiesiéramos recordarle en sus múltiples dimensiones de caudillo.
Caudillo de la gesta emancipadora, fue, al decir del profesor Pivel Devoto, “un hijo auténtico de la Revolución con las virtudes y los defectos inherentes a la época y al medio en que había formado su personalidad”. Durante el ciclo artiguista, asestó el golpe mortal al centralismo porteño triunfando en Guayabos, y se constituyó, cuando la invasión portuguesa, en el único comandante en obtener victorias para las armas patriotas, según reconocimiento de los propios enemigos. En 1820, rindió sus armas ante la derrota inexorable, cuando la mayor parte de los jefes se hallaban prisioneros o habían defeccionado.

Alguien a quien no puede atribuirse partidarismo “riverista” como fue Ramón Masini, afirmó: “No es cierto el cargo de que se le acusa de haber traicionado a Artigas, después de haberle servido con celo, y cuando lo vio abandonado por la fortuna. Entonces hizo un gran servicio a su patria, cesando de oponer una resistencia inútil…”.
En 1825 se plegó a la Cruzada Libertadora, tras un lustro amargo donde acepta –es cierto- honores del portugués y el brasilero, pero a cambio de erigirse en el genio tutelar de la campaña, en el protector del paisanaje. Cinco años “velando armas” para aprovechar la ocasión propicia y dar el zarpazo libertario. No hubo de secundar el movimiento de 1823 alentado por el cabildo montevideano, por reputarlo inconveniente. El verdadero caudillo no da saltos al vacío. Pero ya antes del arribo de los “33” a la playa de la Agraciada, había comprometido su incorporación a los revolucionarios. El propio Juan Manuel de Rosas –su más tenaz enemigo en un futuro cercano- confirmaría lo antedicho al historiador Adolfo Saldías en carta que le enviara desde el exilio inglés.
Caudillo de los desheredados y el pobrerío rural, que “se daba sin tasa solo a los humildes”, escribía Pivel; y “militar guerrillero de legendario prestigio y caudillo de la plebe campesina”, como lo hacían, a su vez, los historiadores nacionalistas Washington Reyes Abadie y José Claudio Williman.
En 1821, a orillas del Yí, fundaba la villa de san Pedro del Durazno con los “huérfanos de la Patria”, es decir, las familias de los caídos en la guerra revolucionaria.
Como presidente de la República opondría muchas veces su influencia para evitar el desalojo de los pequeños y medianos poseedores rurales, aún contra las decisiones de la justicia (¿resulta lapidario, a 170 años de distancia, que así obrase, sin detenerse en formas, “un hijo auténtico de la revolución”?).
Caudillo del perdón, siempre dispuesto a olvidar agravios. “No cae sobre el General Rivera una gota de sangre que no haya sido vertida en el campo de la lucha –sentenciaba José Enrique Rodó-. De todos los caudillos del Río de la Plata, contando lo mismo los que le precedieron que los que vinieron después de él, Rivera fue el más humano, quizá, en gran parte, porque fue el más inteligente”.
Véase si no, el ejemplo que proporciona Eduardo Acevedo: “Entre los prisioneros (de la toma de Mercedes, durante la Guerra Grande) figuraba el coronel Cipriano Miró, prisionero también del Palmar en 1838 y en ambas ocasiones respetado por los vencedores, hecho que no era raro sino muy corriente en las campañas de Rivera”.
Algunas veces, vencido por enconos de momento, lanzaba decretos de muerte contra algunos adversarios. Decretos que quedaban en palabras y que el mismo se encargaba de incumplir. “Puede venirse con confianza, que nada le sucederá ni a nadie –escribía Antonio Fariña, un comerciante partidario de Oribe, a un amigo en el extranjero- pues este diablo lleva una política hasta la fecha sin ejemplo en un caudillo de esta clase”. Rivera recién comenzaba su segunda presidencia.
Caudillo de los guaraní-misioneros, es decir, de aquella porción de población indígena americana que más contribuyó, con su caudal demográfico y su acervo cultural, a la historia de estas comarcas, especialmente la zona norte del Río Negro. Miles, siguiendo su estela de Libertador, le acompañaron al momento de abandonar las Misiones Orientales, conquistadas por Rivera al Brasil en 1828. Fundaría con ellos Bella Unión, y más tarde, en 1833, el pueblito de San Borja de Yí cerca del Durazno. La mayor parte del primer ejército de la Patria Nueva, formado en 1829 sobre el ejército del Norte conquistador de las Misiones, se compondría de guaraníes (documentos de época se refieren a un “ejército de tapes”, o a los “escuadrones de tapes de Rivera”, según constata el historiador duraznense Oscar Padrón Favre). Los guaraní-misioneros le seguirían en todas sus empresas con casi mística devoción, como antes a Andresito Artigas.
Caudillo de la soberanía nacional frente a las pretensiones de los poderosos vecinos. “El Estado oriental existe, pero su cuna es como la de Hércules: dos serpientes la rodean”, escribiría con gran penetración de las circunstancias políticas.
Combatió al imperio del Brasil –el que por todos los medios intentó comprarle o destruirle hasta el final-, consolidando con la gesta de las Misiones, la independencia definitiva del país. Tembló en su momento la Corte de Río ante su anuncio de que no se detendría hasta llegar a Porto Alegre.
Combatió al centralismo porteño en sus dos versiones: la unitaria y la rosista. Su oposición a esta última fue, tal vez, su timbre de honor entre tantos hechos trascendentes de su larga trayectoria pública. No olvidemos que lo mejor del pensamiento americano del siglo XIX fue contrario a la figura de Rosas: por citar algunos, nuestros José Pedro Varela y José Enrique Rodó, o el cubano José Martí.
Fue Rivera, en fin, en el último tramo de su vida, prenda de paz y libertad como miembro designado –aunque no efectivo- del Triunvirato de gobierno junto a Juan Antonio Lavalleja y el entonces coronel Venancio Flores; órgano colegiado a cargo del Ejecutivo cuya formación estuvo dirigida a conjurar una situación de vacío de poder.
Los dos más prestigiosos comandantes de Artigas volvían así a reunirse en la tarea común de que este país tuviera caminos factibles. Sería esta su última contribución a la causa pública. Su compadre Juan Antonio ejercería el cargo de triunviro por espacio de un mes, apenas. Moría en octubre de 1853. Don Frutos no llegaría a ejercer, volcando a la estabilidad de la situación el peso de su inocultable prestigio. En eso estaba cuando lo sorprendió la muerte, allá por un 13 de enero de 1854.

(publicado en "Batoví" de Paso de los Toros, y en correo de los lectores de "Búsqueda", enero de 2007)

domingo, 12 de abril de 2009

RAUL ALFONSÍN

Quienes nos consideramos profundamente consustanciados con el sistema republicano democrático de gobierno –hijo dilecto y universal del pensamiento ilustrado- sentimos la desaparición física del Dr.Raul Alfonsín como una pérdida irreparable, como la ida (con perdón) de uno de los nuestros. Padre de la democracia fue el título con que le honraron sus propios conciudadanos. Agregamos nosotros: padre, también, junto a otros políticos ilustres, de la democracia de esta nuestra América –permítasenos el giro de hondas resonancias martianas- tan cargada de turbulencias y desafíos. Buscando afanosamente un punto, un hecho en que centrar el modesto homenaje de estas breves líneas, nos viene a la memoria en primer término, una fotografía inmortal: la de Ernesto Sábato, presidente de la comisión que investigó los crímenes horrendos de la última dictadura, entregándole a Alfonsín el resultado de su ardua tarea. De ser posible representar con una imagen, digamos, el “cenit de eticidad” de la renacida democracia argentina, ninguna más a propósito que aquella toma. El mandatario libremente electo por su pueblo junto al autor de “Sobre héroes y tumbas”. Dos verdaderos gigantes de la civilidad. Evocamos, además, aquella máxima que quedó grabada a cincel en la conciencia de todos: “con la democracia no solo se vota, con la democracia se come, se cura y se educa”. Pues la libertad política es condición necesaria para la vigencia del sistema democrático. Su ausencia significa dictadura. Más, para quienes creen, como creía Alfonsín, en la elevación moral y material del hombre por la senda de la justicia, aquella es trampolín para el desarrollo de sus otras dimensiones, esto es, la social y la económica. Al final optamos -que mejor- que recurrir a su propia palabra. “Muchas veces hemos dicho –expresaba en una ocasión- que pertenecemos, con una identidad propia, al universo social, político y cultural de Occidente (…). Al reivindicar, pues, nuestro sentimiento de pertenencia a Occidente, al adherir a sus valores constitutivos, no hacemos otra cosa que asumir como propia –con decisión pero también con tolerancia- una forma particular de enfrentar los desafíos de un presente caracterizado por vientos de crisis y de mutación histórica. Esa opción no puede ser impuesta, porque negaría aquello mismo que lo fundamenta. Pero puede ser justificada racional y éticamente. En efecto, es en Occidente donde surgió una sociedad susceptible de examinar y poner en tela de juicio sus propias instituciones –aún las que parecían más intocables y sagradas- y de discutir lo bien o mal fundado de sus decisiones. En Occidente nació una sociedad capaz de juzgarse y acusarse a sí misma. Las preguntas acerca de lo que es justo y lo que es verdadero se han planteado en Occidente no sólo como temas académicos sino también como interrogantes prácticos, colectivamente asumidos, que han dado lugar a una dinámica social y a una actividad política efectivas que incidieron profundamente sobre la sociedad”. Su pensamiento estuvo, entonces, decididamente del lado del proyecto racional de la tolerancia y la convivencia civilizada y en oposición, por lógica consecuencia, del dogmatismo de los iluminados. Todo un desafío argentino. Más, la gran tradición de nuestro tiempo tiene, como la luna, su cara de sombra. “Porque Occidente es asimismo el lugar sociohistórico donde se han desarrollado formas particularmente inhumanas de explotación económica, sobre todo en las diferentes etapas de nacimiento, expansión colonial y posterior consolidación imperialista del capitalismo. (…) América Latina se sabe parte de Occidente, pero sabe también que pertenece al sur subdesarrollado económica y políticamente. Y desde aquí vemos, como parte del sur, que en el mundo actual no solo está vigente una distribución desigual e inequitativa de las riquezas, el desarrollo industrial y los conocimientos científicos y tecnológicos, también está distribuída desigualmente la democracia”. Las palabras que siguen resultan, a más de veinte años de pronunciadas, de inusitada actualidad. “En nuestros propios países vemos muchas veces como, por ejemplo, la búsqueda legítima de soluciones a postergaciones sociales innegables, da lugar a conflictos que pueden llegar a poner en peligro el mecanismo mismo que garantiza la posibilidad de reclamo (ergo, la democracia), lo que constituye siempre un desafío a la imaginación, la reflexión y la buena voluntad de todos los protagonistas empeñados en rescatar una y otra vez la vigencia, para el conjunto de la sociedad, de los principios que hemos elegido como propios”. El proceso de toma de decisiones en democracia resulta, para muchos, excesivamente lento. Su propia pretensión de racionalidad así lo exige. De allí que cíclicamente surja el atajo populista. América ofrece hoy varios ejemplos, con menoscabo evidente de las libertades republicanas. Lo echaremos de menos, Dr. Raúl Alfonsín.

sábado, 11 de abril de 2009

HIMNO DEL PARTIDO COLORADO (texto completo)

Fuerza joven y vibrante /Fuerza inmensa y augural

El partido colorado /Victoriosamente va.

¡Luchador nunca domado, /Sembrador rudo y tenaz,

Grande y sabia Democracia/Con vigor forjando está!.

Fuerte ayer, en la Defensa/Sustentó la libertad.

¡Hoy pujantes también somos, /En las lides de la paz!.

¡Con firmeza inquebrantable,El Partido siempre hará

Avanzadas nobles obras/De grandeza nacional…!

Nos impulsa la Justicia, /Nos sostiene la Razón.

Es el bien nuestra suprema,/Nuestra ardiente aspiración;

Nuestro fin es marcar amplia,/Definida orientación.

Hacer luz hacer progreso,/Suprimir toda opresión.

En columna hacia la altura/Plena el alma del ideal,

Con un canto de victoria,/Avanzar, siempre avanzar!!.

Si llegamos a una cumbre,/Siempre hay otra más allá.

¡Siempre nuevas, luminosas/Y más altas cumbres hay…!.

Enrique Casaravilla Lemos

(fuente: "El Día de la Tarde 7/12/1919)

jueves, 9 de abril de 2009

DON TOMAS BERRETA, DE TROPERO A PRESIDENTE

PROCLAMACIÓN DE LA FÓRMULA BERRETA- BATLLE BERRES

Postulaba un historiador latino que la valía de un hombre se aquilata luego de su muerte, es decir, al momento en que, traspuesto el umbral postrero, se pasa raya y se carga la balanza del juicio con sus logros y sus debes. Pues lo importante, como afirmaba Malraux, no es lo que un hombre encuentra al momento de nacer, sino lo que cada quien agrega a lo que encuentra. Sin importar los oropeles siempre vacuos de una cuna pretendidamente ilustre.

Pues bien. El dos de agosto de mil novecientos cuarenta y siete, a cinco meses de haber asumido la Presidencia de la República, desaparecía físicamente don Tomas Berreta .

Los uruguayos de su tiempo, así como los actuales, hemos pasado raya y mayoritariamente declarado que aquel hombre nacido en cuna humilde fue un gran hombre y un gran ciudadano que mucho, y muy bueno, agregó a lo ya encontrado.

Alguien que frecuentó su intimidad amistosa, que le rindió, además el homenaje de su admiración desde las páginas de un libro exquisito – de esos que habrá, algún día, que trasegar a la desmemoria – el profesor Daniel Vidart, escribió respecto al momento dramático de su muerte: ´´El pueblo Uruguayo se sintió frustrado, se sintió burlado por la historia ante la pérdida de un conductor salido de su propia entraña. Pocas veces había sido alumbrada la esperanza colectiva por una tan unánime e intensa promesa de pública felicidad. Aquella palpable, aquella colectiva esperanza había sido promovida por la obra de un político que jamás consintió en ser un promesero y estaba avalada por la estatura de un estadista corroborado por sus realizaciones. Tales realizaciones eran ajenas a los afeites de la oratoria y al almíbar de los discursos, esos salvavidas verbales utilizados por quienes no se le animan a los hechos y no hacen pies a las islas de la realidad cotidiana y al cabo naufragan en las aguas turbias de los manifiestos incumplidos’’.


Tomás Berreta había nacido el dos de noviembre de mil ochocientos setenta y cinco en Peñarol Viejo, en un predio rural cerca de Colón, siendo sus padres Juan Berreta y Rosa Gandolfo . Admirador y discípulo de Batlle, su devenir vital se convertiría, asimismo, en una metáfora perfecta de aquél Uruguay igualitario y de fuerte impronta social construido al calor de las ideas de su maestro, y en cuyo seno, con esfuerzo, se encontraba abierta la puerta del ascenso social.


Agricultor y tropero a muy corta edad, creció consustanciado con los agrosistemas muy pocos humanizados del Uruguay de finales del siglo XIX. Accedió, por tanto, a la hombredad, familiarizado con el andar lento pero sin pausa del trajinar campesino, que encadenado al azar de los elementos y al lerdo transcurrir de las estaciones, predispone a las personas al espíritu paciente, al trabajo ordenado, a la espera silenciosa.


Por ello, pudo proclamar con autoridad: ´´ Arando hondo y extirpando la maleza se pueden obtener muy buenos resultados ´´.


Fue más tarde, promovido a la función pública, primero como escribiente de policía, luego comisario, empleado de la Dirección de Abasto, Oficial de Guardias Nacionales, Inspector de Impuestos Internos, Administrador de rentas y Jefe de Correos. En 1913, es designado Jefe Político y de Policía de Canelones y tres años más tarde Intendente Municipal, de acuerdo a la ley de Intendencias aprobada bajo el gobierno de Claudio Williman .


En 1919 es elegido Concejal Departamental - vigente ya la constitución de 1918-, más tarde Diputado y luego miembro del Consejo Nacional de Administración. A la salida de la dictadura de Terra, es delegado Batllista en el consejo de Estado creado tras el “golpe bueno” dado por Baldomir, y en las elecciones de 1942, que llevaron a la presidencia al Dr. Juan José de Amezaga, es electo Senador. Durante la administración de éste, se desempeña como Ministro de Obras Públicas, y finalmente en noviembre de 1946, es ungido por la ciudadanía Presidente de la República, en la fórmula que congregaba a todo el Batllismo junto a Luis Batlle Berres. Un verdadero “cursus honorem”.


¡El niño quintero había llegado a primer mandatario !.


Cuando el año 2002, un obrero metalúrgico, nacido en el nordeste de las “hambrunas y los retirantes” mentado por Guimares Rosa, devenido luego dirigente sindical en la mega urbe paulista llega a presidente del Brasil, muchos atolondrados lo festejaron como un hecho inédito en América. ¡ Qué ejemplo nos daban nuestros vecinos del norte! . Olvidaban que Uruguay, casi medio siglo antes, tuvo a don Tomás...


Una última referencia, para dar cuenta de su temple moral.


En el verano del 47, antes de asumir la primera magistratura, viajaba a los EEUU. “Va al gran país del norte para conocer la situación del Uruguay en el centro internacional mas importante – escribía el profesor Carlos Cigliuti - pero antes de conversar con dirigentes y autoridades ya previene a los periodistas: ´´ no vengo a buscar préstamos, sino herramientas de trabajo ´´ ; no va allá a buscar dólares, sino arados “ .


Con la salud menguada por una cruel enfermedad, visita al presidente norteamericano Truman, “ … y le pide una pequeña compensación – recordaba hace años el ingeniero batllista Esteban Campal – por el esfuerzo que había realizado el Uruguay exportando a los aliados (durante la 2ª. Guerra Mundial ) todo lo que poseía. Le pidió tractores y los tractores llegaron. Era lo que necesitaban los agricultores uruguayos, cuyo potencial productivo se encontraba comprimido por la falta de medios mecánicos. Era lo que necesitaban los ganaderos para movilizar la fertilidad dormida de sus praderas. En 1954 – lo demostramos en una Conferencia de la FAO – el Uruguay pasó a ocupar en el mundo el 3er lugar en mecanización agrícola. Habíamos ganado la batalla por el ´´ FIAT PANIS ´´ que reclamaba la FAO y nuestro País paso a ocupar un lugar de privilegio entre las naciones de mundo´´ .


Don Tomás, ejemplo de abnegación de quién antepuso el servicio público al bienestar personal, fue el exponente de un país ya ido, y figura consular de un partido político que deberá releer su historia si es que pretende recuperar su identidad perdida.


(publicado en agosto de 2008 en "Correo de los viernes")



EDUARDO ACEVEDO ALVAREZ

   

Apelamos a su gentileza para recordar, en breves trazos, la figura de un ciudadano ejemplar, desafortunadamente olvidado. Un batllista cuya desaparición física se producía hace por estos días un cuarto de siglo –para ser más precisos, un 21 de junio de 1983-; nos referimos al dr. Eduardo Acevedo Alvarez.

   El dr. Acevedo Alvarez había nacido en Montevideo el 15 de enero de 1893, siendo hijo del dr. Eduardo Acevedo –otro batllista arrollado por la amnesia partidaria, y de cuyo fallecimiento se cumplieron 60 años- y de Manuela Alvarez.

   Cursó estudios en la Facultad de Derecho graduándose de abogado, especializándose muy pronto en los temas predilectos que insumieron su vida: los económicos y financieros.

Accedió luego al cargo de profesor agregado en la cátedra de Economía y Finanzas de Derecho con una tesis titulada “El billete de banco”, en 1919. Más tarde sería profesor titular de Finanzas en esa misma Facultad, y de Finanzas y Estadísticas en la llamada, con posterioridad, Facultad de Ciencias Económicas y Administración   Se vinculó tempranamente a la actividad política ejerciendo el periodismo de opinión desde las páginas de “El Día”, a partir de 1911.

   Entre marzo y octubre de 1927 ejerció, encomendado por el Consejo Nacional de Administración de la época, el cargo de Ministro de Industrias (dicha cartera, así como las relacionadas con la dirección económica y la confección de las políticas sociales, eran resorte, de acuerdo a la constitución del año 18, de la rama colegiada del Poder Ejecutivo). Dejó el cargo para ocupar una banca en la Cámara de Diputados.

   A fines de 1931 fue designado Ministro de Hacienda, función en que lo sorprendió el golpe de estado de Terra. Fueron aquellos, tiempos de febril actividad en la tarea de encaminar la nave del Estado por sendas de austeridad en el manejo de los gastos públicos, sumido el país, como el orbe, en profunda crisis luego de los sucesos del año 1929.

   Tarea, asimismo, de mérito bipartidista, en la que el Consejo Nacional proyectaba las medidas más urgentes y el Parlamento las aprobaba casi unánimemente, de la forma que el patriotismo de la hora reclamaba.

   Vale la pena recordar los nombres que integraban aquel Consejo de los años 31 y 32, tal vez el mejor a fin de enfrentar aquellos momentos turbulentos: los colorados Carlos María Sorín, Baltasar Brum, Victoriano Martínez, Tomás Berreta, Luis C. Caviglia y Juan P. Fabini, y los nacionalistas Arturo Lussich, Alfredo García Morales e Ismael Cortinas.

   Cuando el 31 de marzo de 1933, la legalidad era atropellada por el presidente de la República en ancas de los sectores más conservadores –cuando no reaccionarios- de los partidos históricos, Acevedo Alvarez, así como su padre y otros ciudadanos, se hallaba junto a Brum en la puerta de la casa de éste en la calle Río Branco. Fue, en consecuencia, testigo de su martirio.

   Fiel a su ideario batllista, fue un severo impugnador del régimen de facto. Frente a las falsedades que pretendían justificar lo injustificable, publicó, en 1934, en edición popular propiciada por el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Colorado, su libro “La gran obra de los poderes constitucionales frente a la crisis”, en donde expuso con estilo sereno, erudito y carente de alharacas retóricas, la tarea cumplida por los gobiernos legales desde la posguerra hasta el advenimiento de la dictadura, con especial atención al comienzo de la década de los treinta.

   “Destaquemos, aquí, -expresaba en un pasaje del libro- la única economía efectiva que realizó el nuevo gobierno en el correr de 1933. Nos referimos a la disolución del Parlamento ocurrida el 31 de marzo, que casi de inmediato fue sustituído por la Asamblea deliberante. Ese ahorro representa, en el año pasado, $347.630. También, la caída del Consejo Nacional y la creación de la Junta de Gobierno, produjo otra contracción, $79.630. En total, el golpe de Estado trajo al Presupuesto Nacional, una economía en conjunto de $427.260. Para eso se echó abajo la Constitución!”. (El ejercicio del año 33 terminó, según palabras del Ministro de Hacienda de la dictadura pedro Manini Ríos, con un déficit de tres millones y medio de pesos, cuando de haberse cumplido el plan de los poderes legales, habría culminado con dos millones de superavit, según demostró palmariamente el dr. Acevedo).

Restablecida la democracia luego del hiato autoritario –nuestra “década infame”, si se nos permite la importación terminológica-, Acevedo Alvarez vuelve a la Cámara de Diputados entre 1943 y 1947, y desde este último año hasta 1951, ocupa una banca en el Senado. Al finalizar la legislatura, es nombrado presidente de la Comisión Honoraria de Viviendas Económicas.

   Entre 1952 y 1955 es designado, por segunda vez en su trayectoria política, Ministro de Hacienda.

   Se desempeña, durante los años sesenta y hasta 1975, como presidente del Consejo de Dirección de “El Día”. El dr. Enrique Tarigo, por entonces también directivo del diario, explicaba las razones de su alejamiento debido “a su discrepancia radical con la revisión y los homenajes que el gobierno decidiera tributarle (el año 75) a la figura histórica del coronel Lorenzo Latorre (…) Con su tono mesurado, con entera calma, nos dijo entonces, poco más o menos, que aceptar en silencio y desde la dirección de “El Día” esos homenajes, implicaba para él traicionar la memoria de su padre, el dr. Eduardo Acevedo”.

   En estos tiempos en que el partido colorado se apresta a la realización de un Congreso que redefina su arquitectura ideológica, importa, creemos, relanzar el estudio de los hombres y mujeres que contribuyeron a la construcción de su más rico acervo, cual es el batllismo. En el entendido de comprender, con hondura histórica, primero, cuales fueron las  originalidades de esta corriente política, es decir, sus señas de identidad intransferibles; y luego, observar cuales constituyeron, a nivel internacional, sus abrevaderos doctrinales: nos parece que estuvo más cerca, por ejemplo, del “socialismo agrario” de Henry George y del progresismo norteamericanos, así como del laborismo inglés -Batlle se sintió, en su madurez, muy influenciado por Ramsay Mac Donald- y no tanto por la socialdemocracia, como piensan algunos.

   Eduardo Acevedo Alvarez debería ser uno de esos batllistas a indagar, por ser ejemplo de laboriosidad y precisión en el estudio de los temas nacionales, de serenidad en el juicio y de inteligencia. Y por haber sido honrado a cabalidad, que es, a no dudarlo, una forma también de ser inteligente.

                                    

    (publicado en correo de los lectores de "Búsqueda", junio 2008)