domingo, 24 de enero de 2016

EL NACIONALISMO Y LOS ESTANCIEROS

                                                                  
                            Editorial de "EL DÍA"



   "Un representante nacionalista programó, en la ultima sesión en que la Cámara se ocupó del proyecto de contribución inmobiliaria para la capital, el pensamiento de la minoría en materia económica. –Hay que dejar las cosas como están; no hay que reformar nada; hay que dejar a los pobladores rurales entregados a las más primitivas e infecundas despreocupaciones del interés nacional; hay que conservar la integridad del latifundio despoblado improductivo; no se puede suprimir la estancia de corte tradicional porque el país es ganadero, los ganados necesitan espacio para pastar y recrearse y no hay nada que pueda sustituir la delicia de ese estado de cosas; nuestra tierra es inapropiada para el cultivo, para la agricultura, para las plantaciones, a diferencia de la tierra argentina, feraz y rica en producción; la ganadería progresa y eso basta; no hay otro problema por resolver : cerremos las escuelas, el Instituto de Agronomía, las estaciones agronómicas, las oficinas de defensa agrícola, todo lo que puede representar un estimulo al estudio, al profesionalismo técnico aplicado a los medios de producción rural; no castiguemos con una distribución equitativa del impuesto a los que se cruzan de brazos esperando que la valorización automática les redondee fortunas caídas del cielo!. –Disminuyamos los derechos aduaneros y los impuestos a los consumos – y dejemos de lado, por modernistas, el tributo al valor territorial que crea el esfuerzo común, no el esfuerzo de los propietarios, y habremos realizado el ideal de las finanzas con gran satisfacción de los latifundios, que se horripilan de las nuevas orientaciones económicas liberadoras y justicieras!
He ahí el programa nacionalista –La subdivisión de la propiedad viene sola; las fuentes de producción se ahondan y ensanchan en virtud de la propia iniciativa de los estancieros. –Esto se dice en el momento mismo en que el gobierno tiene que iniciar trabajos empeñosos para que el ganado criollo tenga mercados de consumo, porque el saladero se va y el frigorífico no faena sino animales de mestización y engorde. –No hay que estimular el cultivo, que vendrá cuando el estanciero lo necesite. –Sin embargo, dentro del criterio nacionalista, nunca lo necesitará porque dentro del latifundio los pastos naturales dan abasto para el entretenimiento de vacas y ovejas. –No se quiere entender que si nuestra primera industria, nuestra primera riqueza es la ganadería, esto no quiere decir que esa industria y esa riqueza necesiten las grandes extenciones baldías de campo para prosperar a la aventura de los elementos naturales. –Pero es necesario hacerles entender, a estos apóstoles del anacronismo o del “statu quo” , que la prosperidad de la industria ganadera está ligada al fomento de la industria agrícola y que ambas forman el verdadero desideratum de la riqueza agro-pecuaria! –No debemos renunciar a la ganadería; pero debemos transformarla en una industria intensiva, no en el simple pastoreo de animales lanzados a las eventualidades del tiempo, de la lluvia excesiva, de la sequía, de la degeneración o del empobrecimiento de las razas. –
Hoy no hay, ni puede haber, en países de cultura industrial, estados de producción exclusivamente ganaderos.- En todas partes se tiende a la refinación de la ganadería, para hacer más intensiva y remuneradora su producción; y como consecuencia, a la agricultura, al cultivo, como condición necesaria del mejoramiento de aquella y como complemento inapreciable de riqueza. Por lo demás: la ganadería, como se entiende generalmente entre nosotros, a base de universal cría de vacunos u ovinos para abastecer los mataderos, los saladeros o los frigoríficos, es una industria incompleta, a caso propiamente no es una industria, sino un simple negocio. –La verdadera industria ganadera se integra con una serie de derivaciones remuneradoras e intensivas, como la lechería, la cremería, etc., etc. -esto no se ha explotado en el País; y no se ha explotado porque el latifundio prevalece, el latifundio tolerado, en forma infecunda, por el Estado, que debe no obligar, que debe no estimular su desarrollo por el impuesto a la tierra. –Castigando el latifundio improductivo, sin forrajes, sin árboles, sin labranza y sin organización industrial –capaz de atraer brazos y de producir múltiples renglones de riqueza – podrá conservarse, si se le saca provecho en beneficio del locatario o del propietario y del País en general, para afrontar sin sacrificio el tributo; pero no podrá conservarse despoblado e improductivo, con unos cuantos animales sueltos; y entonces tendrá que pasar a otras manos más expertas o subdividirse para la colonización a base de industrias agropecuarias. He ahí porque los hombres dirigentes de la actualidad, en esto como en todas las cosas, parten de puntos de vista contradictorios con los que enfocan los nacionalistas, retardatarios e involutivos por temperamento y por atavismo. – He ahí por que el Estado, bajo la dirección de esos hombres, interviene para crear la educación industrial de la campaña, que hoy se menosprecia; para difundir los conocimientos útiles de previsión y de tratamiento de las enfermedades de las plantas y de los animales; para regular por el impuesto la utilización o la desaparición del latifundio que excluye el trabajo y aleja la probabilidad de nuestro crecimiento poblador; para alentar por todos los medios el perfeccionamiento y el ensanche de la producción rural; para fomentar la formación de las chacras dentro de las estancias; para abrir nuevos horizontes, en una palabra, a la actividad, a la cultura y al bienestar de los habitantes de la campaña. –Y es un error, que implica un desconocimiento inverosímil de nuestro medio, afirmar con toda soltura que en nuestro país no hay cultivos porque la tierra no se presta para ello! –Las tres cuartas partes del territorio de la República es apta para la agricultura, en una forma o en otra. –En medio de nuestras serranías más agrestes, si se planta maíz, o trigo, o alfalfa, se desarrolla regularmente. – No se planta porque el espíritu criollo es reacio a la chacra, aún destinada al propio consumo domestico. –Recorriendo la campaña, uno se apercibe inmediatamente de la diferencia de aptitudes y vocaciones, entre los extranjeros y los nacionales. –El rancho de un criollo esta generalmente solitario, sin árboles, apenas con uno u otro ombú para sombra al costado, sin huerta y sin nada. – El rancho de un extranjero se distingue por la arbolada que la circunda y por la huerta inmediata. –En las estancias ordinariamente, a veces de hombres muy adinerados, no hay legumbres para el consumo; cuando las quieren las compran a algún puestero diligente o a algún vecino más previsor. –Se vive a carne y dulce de membrillo; pero no se plantan membrillos para el dulce, ni forrajes para los animales, ni lechugas o papas para la familia! –Esa es la verdad. -No porque la tierra no dé si se cultiva. -No da porque no se cultiva! – Y hay que hacerla cultivar, hay que hacerla producir, hay que completar con su producción el rendimiento de la ganadería y de sus industrias derivadas.
Este es el programa de los hombres dirigentes de la actualidad frente al programa anacrónico, de dejar hacer, mejor dicho, de no hacer nada, de los nacionalistas, que tienen aún valor para decir que vamos barranca abajo cuando hemos hecho avanzar a la República en diez años mucho más que cincuenta años anteriores, merced en gran parte de las iniciativas y estímulos de los Poderes Públicos!."

    (Publicado en EL DÍA con el título de "Un programa nacionalista", el 26 de junio de 1914)

domingo, 17 de enero de 2016

EXEQUIEL SILVEIRA, CAUDILLO BATLLISTA DE CERRO LARGO


                                         por LUIS HIERRO GAMBARDELLA



   "Hace poco más de una semana, se cumplieron veinticinco años del fallecimiento de don Exequiel Silveira (*), el gran caudillo batllista de Cerro Largo, quien, pese a que pocos lo recuerden hoy, es una figura singular en la historia de nuestro Partido y una imagen representativa de nuestra originalidad nacional.
   Don Exequiel había actuado -de muchacho- en la defensa de las instituciones en 1904; pero desde muy joven se consagró a las faenas agrarias en sus campos de Fraile Muerto. Rodeado de tierras incultas y de gente feudal, fue un obstinado progresista. Ponía en el mejoramiento de sus ganados esa paciencia que solo suelen tener los caracteres fuertes, los que saben que las conquistas del progreso sólo se logran en el duro trabajo de todos los días. Militaba desde siempre en el Partido Colorado, al lado del general Urrutia, que por entonces representaba la continuidad del Partido de la Defensa en la zona más blanca y más saravista de la República. Así llegó, antes de 1933, a la Jefatura de Policía del Departamento y hubo de moverse en el encumbrado cargo, con esa tenacidad y esa paciencia de hombre pacífico y progresista, sin grandes ademanes ni palabras de tono exasperado.

   Cuando llegó la dictadura, don Exequiel no acompañó a Urrutia: era batllista y se dispuso a armar en su Departamento la columna cívica que defendería los ideales de la colectividad. Acompañado por gente de la primera fila, algunos antiurristas, como Zavala Muniz y los Artigas, otros que procedían de aquel casco colorado, pero de probada orientación batllista, como Efraín Ortíz Urrutia y Giordano B. Eccher, formó uno de los grupos más brillantes y más aguerridos de nuestra colectividad en aquella hora aciaga, pero esperanzada. Cuando digo brillante, invoco a Zavala, fundador del grupo "Claridad" en la ciudad de Melo, a Aníbal Artigas, a Rincón Artigas, pródigo y vibrante de humanidad, a Efraín Ortíz Urrutia y al único sobreviviente, el ilustre Giordano Eccher, pero no olvido a Lavalleja Arpí y a Edmundo Pica, que vivieron para dar todo de sí. Entre ellos, en las deliberaciones sobrecargadas de emoción y de idealismo de aquella cálida ciudad semicolonial que era el Melo de entonces, formaron la división Cerro Largo, que resolvió hacer una Revolución y así lo hicieron en enero de 1935, acompañados por blancos que habían peleado con Aparicio, como don Antonio Amestoy y don Basilio Antúnez, quienes reconocieron la jefatura del caudillo batllista. Bajo su conducción la División Cerro Largo anduvo por esos campos cálidos y todavía misteriosos, perseguidos por Urrutia y por el ejército. Sorprendidos en Cerrozuelo, inician la marcha hacia el norte y, luego del acuerdo para deponer las armas, son atacados por la aviación, bajo cuyas bombas mueren dos o tres compañeros sorprendidos en el gesto aleve. De allí a la frontera, a dispersarse, cada uno como puede, en el silencio de la derrota. Don Exequiel, con Justino, llegan a Bagé, que entonces era una réplica cándida de Melo.

   Don Exequiel apenas habla, salvo cuando lo visitan delegados políticos de los Partidos Democráticos hermanados en la lucha. Luego, Terra levanta el destierro, y los expulsados vuelven a lo suyo: Zavala a escribir, don Exequiel a mejorar los ganados en las praderas de Fraile Muerto. Formas, ambas, de la cultura del país. El Batllismo se reorganizó, y nadie que la haya vivido, puede olvidar la asamblea del teatro España de enero de 1936, donde estaban los jefes blancos de Morlán, Ovidio Alonso y Paseyro, abrazándose con don Antonio Amestoy, don Basilio Antúnez, don Antonio Gianola y don Exequiel, en una expresión perfecta de los sentimientos cívicos de la hora, mientras en la tribuna decían su verbo libertario Ismael Cortinas y Zavala Muniz.
   En 1942, cuando el batllismo se propone reconquistar, por el voto, la vigencia democrática, don Exequiel se instala en Melo y dirige aquella campaña electoral, casi con los mismos hombres que lo habían acompañado en la patriada: había que ver a los Artigas, a Efraín Ortiz (candidato a diputado), a Eccher (candidato a Intendente), a Edmundo y a Lavalleja, que nunca pidieron nada y siempre dieron todo, enardecidos como tenientes en la lucha, mientras el caudillo conservaba su silenciosa serenidad, iluminada, ahora, por la luz de la victoria que no lo acompañó en Enero. Cuando cayó la noche del último domingo de noviembre, el Melo de Aparicio recibió una noticia conmovedora: había triunfado, allí, el Partido Colorado y el Batllismo. Largamente, por horas, el pueblo colorado desfiló, y cuando la vieja casa partidaria casi se derrumba por el inmenso peso de un pueblo que cantaba su victoria, y hubo que desalojarla, el festejo siguió: un blanco excepcional, Casiano Monegal, ofreció su sede política para que siguiéramos celebrando a la Libertad, que él había servido con tanta grandeza, con la palabra y la pluma. En su balcón, y al lado de Cacho Monegal, estaba Exequiel con los ojos brillantes y una sonrisa, pacífica y poderosa.
    Con el triunfo volvió a ser Jefe de Policía. La ciudad de los naranjales y de las tejas brasileñas, la ciudad que tuvo tantos guerreros como poetas, lo veía andar por sus calles con esa mansedumbre que tienen los criollos más auténticos, con ese suave modo de expresarse que es casi propio de los más fuertes, con esa seguridad lenta de los paisanos que no saben qué es el miedo, ni el odio ni las pasiones menores. Y a propósito de miedo: en las noches de enero del treinta y cinco, en esas horas tremendas que vivió esta hueste desde Cerrozuelo hasta después del bombardeo, don Exequiel tras de una charla donde los silencios suyos eran tan grávidos como las palabras de los otros, se echaba sobre la tierra a dormir con tanta convicción que nada podía alterarlo. Sólo la juventud de la luz de la madrugada lo despertaba. Así el jefe se incorporaba a la vida y a sus arduas obligaciones.
   Cuando Luis Batlle emergió como líder del Partido, Exequiel estuvo entre los primeros en acompañarle. No era extraño, porque este caudillo siempre había estado en la línea más liberal de nuestro partido. Jefe de Policía, simple ciudadano, mantuvo, hasta el último día de su vida, un liderazgo que nunca pudo ser cuestionado. En tierra de caudillos, lo fue, pero con un estilo muy propio, ya que si hubo un pago donde se discutía y se entrechocaban las tesis y las ideas, ese fue el Cerro largo colorado de aquellos años. Y don Exequiel, que no era un intelectual, era, sin embargo, el primero entre gente de sólida formación y aptitudes relevantes.
   Hace veinticinco años, en las vísperas de una elección, salía don Exequiel de su casa, para entregarse a las luchas cívicas. Y allí lo sorprendió, todopoderosa, la muerte. Si aquí en Montevideo su nombre no resuena, estoy seguro que en su pago, cuna de tantas inmortalidades, los silencios del pueblo aún lo lloran largamente."

    * (Esta nota de Hierro Gambardella fue publicada en el semanario "Opinar", con el título de "Un caudillo de antes",  el 1º de diciembre de 1983)