por JULIO MARÍA SANGUINETTI
A 150 años de la muerte del General
Rivera.-(*)
Don Frutos.-
Hoy 13 de enero se cumplen 150 años de
la muerte de Fructuoso Rivera, en el rancho de Bartolo Silva, a las orillas del
arroyo Conventos que flanquea Melo.- Allí recalaba, de retorno a su patria,
luego de un penoso exilio en Brasil, preparándose para iniciar un gobierno de
triunviros junto a Venancio Flores y a su compadre Juan Antonio Lavalleja, con
el que se había reconciliado y que muere contemporáneamente.- Cuenta la leyenda
que sus restos fueron enviados a Montevideo en un barril con caña, desaparecida
en el trayecto en boca de soldados que en el rústico aguardiente creían recibir
la fuerza del caudillo legendario. A partir de ese día su figura vive envuelta
en las polémicas históricas y partidarias que aún empequeñecen nuestra
historiografía, mientras escritores argentinos y brasileños siguen
impensadamente consolidando su perfil de patriota al resentir de las celadas
políticas y militares en que alternativamente hizo caer, a unos y a otros, en
su periplo de invariable afirmación de nuestra nacionalidad.-
Incorporado a la revolución artiguista
desde el primer momento, ya es Teniente en la toma de San José y Capitán por su
destacada participación en la batalla de Las Piedras, donde el Jefe de los
Orientales comenzó a apreciar sus innatas aptitudes para un arte de la guerra
que aprendería corajudamente en los campos de batalla, armado de su destreza de
baqueano y su siempre reconocida perspicacia.- Vive la gesta épica del éxodo
junto a toda su familia , aún su rico padre, para sumarse luego al 2º Sitio de
Montevideo y alcanzar en Guayabos clamorosa resonancia militar.- A partir de
allí y hasta 1820 será el oficial de mayor participación den la heroica
resistencia guerrillera a la invasión portuguesa.- Innumerables son sus
combates, las “sorpresas” , las insólitas maniobras tácticas como la recordada
Retirada del Rabón.- Construirá en esos años un fuerte caudillismo en toda
nuestra campaña, así como un prestigio legendario entre los jefes de olas otras
provincias y los caudillos riograndenses, que respetaban y temían lo sorpresivo
y audaz de su sus acciones, el conocimiento sin par de la geografía de la
región los recursos a veces inverosímiles con que lograba comandar hombres y
organizar operaciones casi sin medios.-
Cuando Artigas, luego de la derrota de
Tacuarembó, pasa a Entre Ríos y de allí al Paraguay, se enfrenta al Jefe a
quien había servido con más sacrificio que nadie.- A esa altura no quedaban
otros en la lucha.- Bauzá y los Oribe se habían ido en el 1817 a Buenos Aires;
Lavalleja , Otorgués y Bernabé estaban presos desde el 18.- Su convicción era
que sólo manteniendo una fuerza armada propia y definida algún día podría
recuperarse la autonomía oriental.- Así, pacta con los portugueses y consolida
su posición.- Desde ella mantiene contacto con la gente y ejerce un permanente
padrinazgo.- A l a vez, está siempre pronto... Por eso, cuando su compadre Juan
Antonio se le “adelante” en la heroica Cruzada de 1825, su incorporación
resulte decisiva.-
Todo esto ha sido -y es aún- materia de
polémica.- Pueden discutirse el mayor o menor valor ético de otras posibles e
hipotéticas decisiones.- De nada vale, sin embargo, la historia contrafactual,
porque los hechos son los hechos y ellos nos dicen que para la futura
independencia uruguaya fue fundamental, en el momento de la más pesarosa derrota,
preservar una estructura militar como núcleo esencial de la identidad oriental;
del mismo modo que también resultó decisivo que, producido el desembarco de los
33, se incorporara Rivera e inmediatamente hiriera al poder imperial en su
relampagueante victoria de Rincón.- Más allá de apariencias, no otra cosa pensó
Lavalleja, que estuvo junto a él en 1821 para preservar mandos orientales bajo
dominación portuguesa y le reconoció en el momento de la Cruzada Libertadora un
rol fundamental en la fuerza que comandaba.-
Al mando de Lavalleja participa en
Sarandí, formalizándose poco después la guerra entre las Provincias Unidas y el
Imperio.- Constituido legalmente el Ejército Republicano, tanto Rivera como
Lavalleja vivirán la tensión constante de mantener la unidad de la milicia
oriental bajo el comando porteño.- El primero en sublevarse es Rivera, cuando
Alvear pretende dispersar nuestras unidades y termina disolviendo los célebres
Dragones Orientales.- Seguirá Lavalleja bajo el mando de Alvear hasta la batalla
de Ituzaingó, pero en permanente rebeldía y desacato, resistiendo a los
generales porteños que no entendían a nuestros caudillos y tampoco aceptaban el
autonomismo de la provincia.-
Durante dos años, Rivera deambula por
Santa Fe, hasta que advierte que la guerra se eterniza: el ejército imperial se
había reagrupado luego de Ituzaingó y el republicano estaba exhausto; Lavalleja
se las veía mal para gobernar la provincia y se había sentido obligado a dar un
un golpe de Estado cerrando la Asamblea; Buenos Aires seguía con sus erráticos
planes, que iban desde una monarquía europea hasta la entrega al Brasil de la
Provincia Oriental.- En abril de 1828 Rivera cruza el Ibicuy y retoma el viejo
sueño artiguista de las Misiones, subleva sus poblaciones, enciende el
autonomismo riograndense y lleva así el conflicto al corazón del Imperio.- La
sorpresiva invasión es al principio incomprendida, hasta que Oribe, designado
para impedirla, reconoce su patriótica astucia.- El Imperio y Buenos Aires se
ven así forzados a capitular y aceptar, en agosto de ese año, la Convención
Preliminar de Paz en que reconocen la independencia uruguaya.- Insisto en el
verbo “capitular”, porque la realidad es que ni Brasil ni Buenos Aires
sintieron ese reconocimiento como una victoria, al punto que tanto Lecor entre
los norteños y Dorrego entre los porteños pagarán caso su fracaso en imponer la
dominación de uno u otro.- Simplemente se resignaron a aceptar, pensando en que
la vida les daría en algún momento una revancha.-
Devolviendo el territorio misionero, aun
a regañadientes, Rivera había conquistado la penda de la independencia.-
Siempre pulseando, con su ejército en latente estado de rebeldía, intenta
también recuperar para el naciente Estado los viejos límites artiguistas, instalándose
en el río Ibicuy y rechazando al mismo tiempo el ofrecimiento de Dorrego de
comandar el ejército argentino del Norte.- El gobierno oriental le impone el
acuerdo de Iberé-Ambá y se ve obligado a retirarse hasta el río Cuareim.- Hasta
allí llega, son sus indios misioneros, para fundar Bella Unión, y definir un
límite territorial que el Imperio quería correr hasta el Arapey.-
Como bien ha explicado tantas veces Don
Juan Pivel, lejos de nacer nuestro Estado como una “invención” diplomática, su
reconocimiento fue la culminación de un proceso de 17 años de lucha militar y
enormes sacrificios que habían moldeado un fuerte vínculo nacional entre los
ciudadanos de la vieja “Banda Oriental”, devenida después “provincia” y
finalmente “República” desde el 18 de julio de 1830.-
Llegado a su cenit, en octubre de ese
mismo 1830, Rivera es elegido primer Presidente de la República.- Culmina su
primer mandato con fuerza suficiente para imponer su candidato.- Manuel Oribe,
quien lo había apoyado en su conflicto con Lavalleja.- A poco de andar,
rivalizarán y se reconoce que de ese enfrentamiento, en 1836, nacen las dos
divisas tradicionales, usadas por primera vez en la batalla de Carpintería.-
En el gobierno no dejó de ser caudillo y
jefe militar.- Poco se le vio en Montevideo.- La campaña era su ambiente,
siempre afincando gente en su tierra, o guerreando.- Así fue que le tocó
enfrentar la constante rebelión “charrúa”, que en los últimos años ha dado
mérito a una leyenda negra en torno a su figura.- La tal leyenda, antihistórica
por definición, ignora que ese combate venía desde los tiempos coloniales y que
no hay prócer, desde el padre de Artigas, Artigas mismo y hasta Lavalleja, que
no tuvieran sangrientos episodios con ese gruño indígena que, en su trashumancia,
se desplazaba no sólo por el territorio que hoy es el Uruguay, sin el de Entre
Ríos y Río Grande.- Ignora también que la mayoría de los indígenas de nuestra
comarca eran guaraníes y no charrúas, y que ellos, sedentarizados y
cristianados, hacían punta en el enfrentamiento con los aún nómades, que
asaltaban constantemente sus poblaciones e impedían el progreso rural.-
Desgraciadamente, en este tema, en vez de elevarse la comprensión sobre lo que
son esos drámáticos choques culturales, estamos viviendo un lamentable
retroceso que nos aleja de la moderna antropología y la verdadera historia para
sumergirnos en una burda película de “cow-boys” en que “todos buenos” luchan
contra “todos malos” en una simplista caricaturizada confrontación.-
Su segundo gobierno, inaugurado el 1º de
marzo de 1838, se envuelve en la llamada Guerra Grande, que durante 12 años
transformará el Río de la Plata en una suerte de Vietnam criollo en que, encima
de la división de los orientales, se montarán las no acalladas ambiciones porteñas
y brasileñas sobre nuestro territorio, la profunda pugna de Buenos Aires con
las demás provincias argentinas, los intereses comerciales de los europeos y el
conflicto ideológico y social entablado entre caudillos representativos de la
campaña profunda e intelectuales inflamados con las doctrinas liberales
universalistas, sobre el modo de construir nuestras incipientes naciones.-
Rivera nunca quiso esa guerra.- Sentía que el enfrentamiento con Rosas era casi
inevitables y por eso procuró siempre su neutralidad.- Pero, como dice Luis
Alberto de Herrera, “Rosas más que una amenaza era un cuchillo suspendido sobre
la cabeza del Uruguay”.- Esa guerra marcará el último gran momento de su gloria
militar, cuando venza a Echagüe en Cagancha, en diciembre del 1839, y también
su ocaso definitivo, al caer derrotado por Urquiza en India Muerta, en aquel
dramático marzo del 45.- Intentará la paz con Oribe, procurando un arreglo
“entre orientales”, pero eso lo separará de su partido y de los unitarios
porteños: se abre así el camino del destierro hacia Brasil, que durará hasta
ese enero de hace un siglo y medio en que se vida se apaga en territorio
patrio, cuando nuevamente se le convocaba, junto a su “compadre” Juan Antonio,
para pacificar la República.-
Hasta hoy, y seguramente para siempre,
la vida de Rivera será de fascinación polémica.- Es la natural consecuencia de
su condición de fundador del Partido Colorado y de la vigencia de su figura.-
Todo en ella se conjura para el debate.- Su talante de criollo dicharachero y
mujeriego, amigo de sus amigos y protector constante del pobrerío que lo
seguía, definirán un perfil popular bien distinto al de la austeridad de
Artigas, la frontalidad de Lavalleja o la rigurosidad de Oribe.- Por eso pudo
vivir casi como hombre suelto, pero mantener con Bernardina un hogar que lo fue
para cientos de niños y una relación de amor elevada por encima de toda
trivialidad.- Su realismo político lo hacía zigzaguear en el campo como todo
hijo de la naturaleza buscando sobrevivir, para desconcierto de sus rivales y
admiración de sus seguidores, que daban por seguro el éxito de su “baquía” en
la cuestión de que se tratara.- Su magnanimidad fue proverbial: “había en él
una satisfacción más alta que el goce de vencer y era el goce de perdonar”, escribió
José Enrique Rodó.- Por cierto, no era un administrador, no podía serlo, ni por
formación ni por instinto, lo que valió tanto para sus gobiernos como para su
peculio, formado por una inmensa herencia y acabado n un a pobreza sin
limites.- Su personalidad de caudillo -rasgo común a todos los de su condición-
lo llevaba a un modo de actuar personalista: sin embargo, no se deslizó nunca
al abuso en el ejercicio del poder.- Como bien lo reconoce Manuel Herrera y
Obes en el momento más ácido de su enfrentamiento personal: “Al frente del
poder material del país, jamás ha ensangrentado la tierra con el puñal de los
tiranos, jamás ha abusado de su prestigio personal, para enlutar su Patria por
la satisfacción de esas venganzas bárbaras que han sido la savia de existencia
en el corazón de otros caudillos”.-
En aquel medio inestable u cambiante de
Estados que estaban naciendo sin que se supiera muy bien en que terminarían,
actuó siempre como un hombre libre, un oriental “liso y llano” como gustó
llamarse.- Para él, como para todos los de su estirpe, milicia y política eran
caras de la misma medalla y el diálogo institucional una dialéctica personal
entere caudillos.- Por eso combatió y acordó, pero siempre respetó libertades y
allí perdura, hasta hoy, como un acato fundacional, su célebre decreto sobre
libertad de prensa.- Del mismo modo que cuando se mira en perspectiva su larga
peripecia , se advertirá siempre su íntima fibra patriótica, acreditada en sus
batallas junto a Artigas contra españoles, porteños y portugueses; en su lucha
junto a su “compadre” contra los brasileros; en su obstinado federalismo, que
lo enfrentó a Buenos Aires cada vez que se quiso desconocer la autonomía
oriental; en su contribución determinante en el momento de la configuración independiente
del país.-
Como en todo gran actor en tiempos de
tormenta, las luces alternan con las sombras, los principios con las pasiones,
pero nadie podrá negar que entregó su vida a la formación de esta República y
que no se puede escribir la historia de su formación , hasta hoy y para
siempre, sin el protagonismo de este caudillo singular al que así describían,
en el momento que lo desterraban, aquellos doctores que tanto lo admiraron como
lo temieron: “Id y preguntad desde Canelones hasta Tacuarembó quién es el mejor
jinete de la República, quien el mejor baqueano, quién el mejor amigo de los
paisanos, quién el más generoso de todos, quién en fin el mejor patriota, a su
modo de entender la patria, y os responderán todos, el General Rivera” .-
(*) fuente: Diario: "El País", martes 13 de
enero de 2004