miércoles, 1 de noviembre de 2017

CATALINA QUINTANA: LANCERA GUARANÍ DE DIVISA PUNZÓ

                             

                               por JOSÉ MARÍA FERNANDEZ SALDAÑA



"No debe permitirse -decía en diciembre de 1864 un diario gubernista de nuestra capital- que las fotografías de los traidores Flores, Caraballo y la china Catalina se ostenten en las vidrieras al lado de las respetables y queridas de Dionisio Coronel, Bernardino Olid, Leandro Gómez o Lucas Píriz". "Y ya que los comerciantes -seguía diciendo- solo miraban su negocio era deber de la autoridad policial hacer que, cuando menos, unos retratos se colocaran de un lado y otros del otro".

   Clara y manifiesta aparece la intención del gacetillero partidista que redactó el suelto de protesta.
   Enumera los retratos de sus enemigos los colorados revolucionarios de la Cruzada para colocar mezclados al jefe de éstos brigadier general Venancio Flores, ex presidente de la República y a la china Catalina.
   Pudo haber mencionado, seguramente, otras mucha fotografías puestas en venta junto a las de Flores y Caraballo, como v. gr. las de los conocidos militares Fco. M. Acosta, Enrique Castro o Goyo Suárez, pero ninguna cuadraba mejor a su propósito- contrapuesta "a lo respetable y querido"- que la china Catalina.
   ¿Quien era esa china famosa que tuvo, según fluye de los hechos, su hora en la más culminante etapa de la guerra civil de 1863-65?.
   ¿Catalina...que?. ¿Cual era su apellido?.
   Quien sabe... (*)
   Los mismos interrogantes a la fecha que hace 15 años, cuando por primera vez me ocupé de esta criolla.
   No ha sido posible individualizarla en ninguna resolución, lista o papel oficial.
   En vano a sido que al margen de toda investigación estuviese ojo avizor por si surgía inesperadamente algún indicio.
   Inútil también que jóvenes de larga labor en nuestros archivos, como Juan Antonio Lanzarini o Isidoro Schulkin, por ejemplo, secundaran amistosos y atentos la procura de datos.
   La china Catalina... nada más, y ahí hemos quedado, por ahora.
   Criolla pura como lo gritan los retratos, se unió como otro elemento femenino al ejército revolucionario de Flores probablemente en el departamento del Salto, al norte noroeste del país cuando menos.
   Siempre ha habido mujeres a la retaguardia de nuestro ejércitos.
   Es una herencia aquí y en toda América.
   Las antiguas mujeres de la tribu puede creerse.
   Pero lo más razonable es pensar que fue costumbre nacida del cariño y de la piedad.
   Cariño de madre, de hermana, de esposa o de compañera, y piedad de mujer -así solo- ante el dolor y el desamparo absoluto de la carne de cañón, privada de todo auxilio médico o sanitario, sangrante y abandonada después de cada batalla, tan clamorosa, tan lamentosa que el bárbaro despenar al compañero mal herido, alcanzaría a veces el linde de la comprensión.
   Hondas y abnegadas tanto como incomprendidas y oscuras estas grandes caridades en que las mujeres hacen total abandono de ellas mismas.
(....)
    Pero la china Catalina, no fue una integrante de la lamentable caravana de retaguardia, fue un voluntario, un revolucionario más, un cruzado o una "cruzada de la Cruzada", que  aumentaba por libre voluntad las filas coloradas de Flores.
   Vestida de hombre, en el sombrero la divisa "Ejército Libertador", encaballada y lanza en mano, sirvió a la par de un hombre, mejor que algunos tal vez, porque en muchas ocasiones se la vio en las primeras filas o como aventurado bombero.
   Dejó recuerdo de buena y podría añadirse, de respetuosa, en aquellas andanzas anormales y quien sabe si atávicas.
   Fue una figura característica en el abigarrado y movimentado cuadro del ejército revolucionario.
   Así se explica su momento de popularidad y el retrato -el mismo de la lanza que publico- puesto a la venta en las vidrieras de Montevideo, Buenos Aires y hasta en Río de Janeiro que suscitó las iras del periodista montevideano.
   Durante el sitio de Paysandú, la china Catalina cayó prisionera de sus enemigos, capturada por soldados que mandaba el bravo Laudelino Cortés.
   Una fuerza desprendida del cantón de la esquina de 8 de Octubre y Monte Caseros, avanzó rumbo al Cementerio Viejo a guerrillear un un destacamento revolucionario que venía del sudeste.
   Desplegados con cautela y aprovechando la ventaja de conocer bien el laberinto de zanjas, cercos y malos pasos del suburbio donde no existían sino unas cuantas media aguas, abandonadas o incendiadas, los soldados de Cortés detuvieron pronto a los de Flores, obligándolos a volver a sus líneas.
   Un pequeño grupo, cortado personalmente por el jefe, quedó prisionero.
   Al procederse al desarme, registro y clasificación de orden, se comprobó que entre ellos había una mujer, vestida de hombre y armada de una pistola.
   Más bien india que china, era la prisionera de regular estatura, y llamaba la atención lo chico de sus manos.
   Tenía el pelo cortado como los varones y partida con raya al medio la mata renegrida y espesa, peinada para atrás.
   Ni la nariz era muy achatada, ni los ojos muy pequeños y unas cuantas arrugas hodan le araban la frente.
   Después de arreglarle mal, mal, unas polleras para volverle cuando menos exterioridad de mujer, el comandante Cortés llevó su prisionera a la casa de la comadre y gran amiga doña Manuela Marote de Raña.
   Viuda del coronel oribista José María Raña, muerto a lanzazos por Marcelino Sosa en la batalla de Cagancha, era doña Manuela una señora de la mayor prestancia, así social como política.
   La calidad de su viudez, sus antecedentes de familia, su natural despejado y simpático unido a una rara energía, habíanle ganado singular renombre en Paysandú.
   Partidaria ardiente acostumbrada a intervenir en modo directo y público en la política local, se avino mal con el coronel Leandro Gómez, cuyo carácter prepotente chocó pronto con el de la viuda.
   Doña Manuela vino a ser como la "bete noire" de Gómez, mientras este actuaba en el litoral.
   Mala enemiga, porque la señora picaba alto y se correspondía nada menos que con el presidente Aguirre.
   "Acabo de recibir una carta del mayor Otondo (escribe Leandro Gómez a Pinilla, con fecha 3 de abril de 1864) en que me dice que doña Manuela Marote a escrito una larga carta al Presidente, hablándole pestes de mí, etc., etc".
   "Esa señora, elemento de eterna discordia, no puede avenirse en que no sirva de juguete de sus miserias."
   "¿Que quiere usted que diga yo al cinismo de esa mala mujer?.Espero que el señor Presidente sabrá valorar lo que pasa...".
   En lo de doña Manuela, vigilada por sus chinas de servicio tan blancas como la patrona, pasó Catalina los terribles días finales del sitio de Paysandú.
   Rendida la plaza, vencedores los suyos, quedó libre y en condiciones de volver al ejército, continuando la campaña que, después de la caída de Paysandú se fue como lista de poncho.
   Pero probablemente no lo hizo así, y si vino a Montevideo no fue mezclada en los cuadros floristas, sino embarcada, tal vez, en un buque de guerra brasilero.
   Después de los días en que estuvo prisionera de doña Manuela, nada se conoce con precisión de la nombrada china.
   El retrato sacado en Buenos Aires por Bartoli, fotógrafo de la Recova Nueva, indica que anduvo por allá, y esto me afirma en la creencia del viaje fluvial, con escala en la capital porteña.
   (...)
   El silencio que envolvió el nombre de la china, concluída la guerra, es raro.
   Pudo haber quedado en Montevideo, exhibiéndose, explotando hazañas, pidiendo algo.
   En cambio, no aparece su huella por parte alguna.
   Y es raro, repito, que teniéndo familia en la República o no habiéndose ausentado del país, desapareciera de un modo tan completo una figura difundida como la suya."

    (*) Su nombre era Catalina Quintana.


    Artículo publicado en el suplemento dominical de "El Día" con el título de "La china Catalina";
 11 de junio de 1939. Fernández Saldaña  fue un historiador uruguayo oriundo de Salto. Publicó numerosos artículos  y libros, destacándose  su monumental "Diccionario Uruguayo de Biografías. 1810- 1940".