jueves, 28 de enero de 2021

EL INNOVADOR JOSÉ BATLLE Y ORDOÑEZ

                                       
                                    
                        Nota publicada en la revista "NOSOTROS" de Buenos Aires. (*)

 

  "No conozco el valor real de Artigas. Las opiniones de los historiadores no han llegado a crearme un convencimiento seguro: entre el caudillo brutal e ininteligente de los unos y el héroe nacional de los otros, hay lugar para una figura intermedia, que ejerció una decisiva influencia y asumió una alta sifnificación histórica por la convergencia de muchos factores: el tiempo, el lugar, las personas, las circunstancias. De los otros hombres ilustres de la política uruguaya no sabría siquiera dar una opinión. Optimos varios, pésimos algunos, no veo el hombre singular: Guizot y no Talleyrand, Caprivi y no Bismark, Rattazi y no Cavour. Es necesario tener en cuenta que el Uruguay, como nación independiente, no tiene un siglo de vida; históricamente, los años de la dominación española se cuentan... al revés. 
   No sé si la admiración y el afecto puedan agrandar una visión; pero, me parece que el hombre político verdadero, el estadista creador aun más que reformador, la mente que del conocimiento del pasado y de la previsión del futuro extrae la norma para el presente, el intérprete seguro de las necesidades del pueblo oriental en esta hora histórica, el hombre que ve y prevé está vivo y apenas ha entrado en la vejez: este es, José Batlle y Ordóñez. 
   Tiene sesenta y dos años. Jefe reconocido del gran partido colorado, dos veces Presidente de la Re-pública. delegado a la Haya, cuando los Congresos de la Haya eran solemnes asambleas internacionales, que la guerra, con su realismo brutal, debía más tarde cubrir de trágico sarcasmo, José Batlle y Ordóñez es el hombre más conocido y estimado en Europa, de todos los sudamericanos; en el Uruguay es amado por muchos hasta la idolatría y por muchos odiado hasta la maldición. 
   Tiene todos los mayores defectos que puede tener un hombre político; es, a pesar de todo, un óptimo padre de familia: se comprende, los adversarios no le perdonan sus defectos y éstos molestan aun a los amigos. 
   Su complexión física es adecuada a su temperamento; tiene la exterioridad del luchador. Viéndolo, se piensa en Dantón, esculpido por la adjetivación homérica de Carducci: “Pallido, enorme”. 
   Periodista desde hace cuarenta años, su pluma es aún hoy una clava; no concibe la academia, no se pierde en las teorizaciones. ¿Hay un fin que alcanzar:'¡ derecho al fin!. Con tal modo de ser, no se puede vivir en paz con el mundo; pero José Batlle y Ordóñez, bien que sea en el fondo un impenitente idealista, tiene del mundo, esto es, de los hombres, un concepto poco optimista; ha vivido mucho, ha vivido intensamente, ha vivido con prisa: conoce en consecuencia el alma humana, y de este conocimiento ha extraído la convicción de que un hombre, más que la simpatía de los otros, debe buscar la paz de la propia conciencia. 
   Cuando hablamos de la América del Norte podemos estar en duda, al determinar cual sea el hombre viviente que la represente y en cierto modo la sintetice. ¿Será Wilson?, ¿será Roosevelt? Pero para la América del Sud no hay lugar a dudas: entre los muchos hombres eminentes de los diez estados que constituyen la América meridional, hombres de singular valor que son ignorados en Europa y más aun en América, el que a todos sobrepasa, que no tiene término de comparación, es él, Batlle y Ordóñez; y a él se debe el que, no obstante los obstáculos, el Uruguay sea la primera de las naciones sudamericanas, a pesar del exiguo número de habitantes. 
   No pretendo escribir una entrevista. Relataré las impresiones recibidas en un largo coloquio con el egregio hombre; no lo que él dijo, sino lo que yo pensaba mientras Batlle y Ordóñez hablaba de su país, de la guerra, de la lucha entre la idea democrática y la idea conservadora. 
   En el pequeño gabinete de trabajo, que el gran ciudadano tiene en la redacción de El Día, en medio de la serenidad del ambiente, de los pocos retratos que penden de las paredes (el de Jaurés domina al de un gran estadista viviente), se respira, diría, aire de lucha. 
   José Batlle y Ordóñez habla reposadamente, con un no sé qué de cansancio, de mesurado, de re-ligioso casi. A veces su mirada se enciende, y entonces os sentís turbados por la vivacidad de la pupila fija, y la voz tiene vibraciones secas, metálicas; después, los párpados caen, la voz se suaviza, las palabras surgen lentas; se adivina que aquel hombre automáticamente pesa palabra por palabra, quiere saber si la voz expresa fielmente el pensamiento; tiene como el escrúpulo de que pueda involuntariamente engañarnos, escondiéndonos una idea o presentándola trunca, alterada. 
   Hace varios años yo atribuí esta especie de temor al sentido altísimo de responsabilidad que caracteriza a este hombre; era entonces Presidente de la República, y era explicable su sobriedad de palabra, su cuidado de no decir nada más que aquello que era oportuno decir; en cambio en él el sentido de la mesura es hábito,  sabe qué es lo que dice, qué es lo que puede decir: más allá, nada. 
   A hombres como éstos un periodista tiene siempre mil cosas que preguntar y de ellos hay siempre mucho que aprender; pero mi visita no tenia otro fin determinado que el de saludar al ciudadano admirado, el hombre de la democracia, uno de los más nobles exponentes del periodismo mundial.              
   

   Ningún hombre de estado ha comprendido y adoptado tantos postulados socialistas como José Batlle y Ordóñez en sus dos presidencias. Diversas reformas llevadas a cabo por la presidencia actual, corresponden de pleno derecho a la precedente: la ley que afirma el derecho a la vida para todos, en virtud de la cual cualquier ciudadano puede pedir al Estado el mínimo indispensable para la existencia, es concepción de Batlle. Y es notable esto: que cuando un gremio de trabajadores está en huelga, tiene derecho de pedir al Estado los medios de alimentación para sí y para sus familias; así, piensa Batlle, se elimina el caso, antes demasiado frecuente, de que los obreros, que tenían toda la razón de pedir y obtener un mejoramiento de sus condiciones de trabajo y de vida, se viesen, después de varios días, obligados a ceder sin haber obtenido nada, porque los patrones los vencían con hambre. 
    La eficacia de esta ley es escasa por ahora: miseria verdadera no hay en el Uruguay y la clase obrera está organizada, y por lo tanto, preparada para la resistencia en los movimientos sindicalistas; pero el principio está ahí. Sobre el edificio se ha plantado un pararrayos: mejor si el rayo no cae nunca o cae lejos, pero si tuviese que caer se ha previsto y provisto para desarmarlo. 
   La otra ley de carácter social es la de las ocho horas de trabajo. Sin duda presenta algunos inconvenientes, Algún trabajador, por ejemplo, querría poder, después de trabajar ocho horas en un oficio, emplear algunas horas de la noche en un trabajo supletorio: la ley lo prohibe y aquel operario debe renunciar a un aumento de ganancias que le sería utilísimo; pero este inconveniente parcial es compensado por varias ventajas, una más importante que la otra: ante todo se reduce a casi nada la desocupación, después se estimula individualmente al obrero a trabajar mejor para tener derecho a ser mejor recompensado, se desarrolla el espíritu y la responsabilidad de clase, obteniendo un mayor equilibrio entre el capital y el trabajo, tendiente a una siempre mayor elevación del pueblo; y así se da al obrero, tiempo para reposar y para estudiar, con incremento notabilísimo de la cultura general y de la salud pública. 
   Sin duda la ley puede parecer intempestiva y la burguesía, naturalmente ávida, no se cansa de censurarla; pero el Uruguay es el país de todos los experimentos nobles y audaces: si en el campo económico tiene la ley de las ocho horas, en el campo moral tiene la ley del divorcio. 
   Sea como quiera, llore hasta que quiera Tartufo, la familia en el Uruguay, merced a la ley del divorcio, va volviéndose una cosa respetable. 
   Sin embargo, a pesar de esta su comprensión de la realidad socialista, José Batlle y Ordóñez es burgués de condición, de mentalidad, de educación, de espíritu: es el burgués por excelencia; si faltasen pruebas para confirmar este juicio, bastaría su convicción, traducida en actos, de la necesidad de un ejército fuerte. 
  El ejército del Uruguay, en relación al país, es enorme: y lo ha hecho tal, él. Por otra parte, es verdad que, después de la revolución de 1904, que costó la vida al caudillo Saravia, el partido blanco no ha osado más sublevarse y no ha hecho sino tentativas inanes, no obstante la ayuda de armas y municiones facilitada por Figueroa Alcorta; ahora bien, considerada como es la realidad política del Uruguay, esto es, la división del país en dos partidos que no transigen, queda por averiguar, si no sea preferible pagar un poco caro el ejército a correr todos los riesgos de la guerra civil. 
   No hace mucho, los socialistas de Montevideo sostuvieron contra Batlle una larga polémica sobre este tema La polémica fue iniciada en un semanario socialista; Batlle y Ordóñez invitó al socialista Mibelli a desarrollar sus ideas en las columnas de El Día, que es su diario.
    El gesto fue digno del hombre. Celestino Mibelli, joven de mucho ingenio, había sido por largos años redactor de El Día, y había salido del diario por una divergencia con Batlle y Ordóñez; entre, los dos no existía pues cordialidad de relaciones; pero cuando el propietario de El Día vio que su ex-redactor, queriendo combatir su política, se encontraba en condiciones de inferioridad faltándole un gran diario donde expresar sus ideas, ofreció el suyo: y fue en las columnas de El Día que la polémica se desenvolvió. 
   La lógica, se comprende, estaba de parte de Mibelli, y Batlle salió de la polémica virtualmente vencido; pero como la lógica de las ideas no es siempre la misma que la lógica de los hechos, el pragmatismo de Batlle acabó por triunfar en definitiva, del idealismo de Celestino Mibelli. El burgués y el socialista luchaban, en nombre de la realidad uno. en nombre de la idealidad el otro: uno tenía razón, el otro la tendrá; y Batlle no niega, afirma, por el contrario, que el mañana será para el socialismo; pero piensa que sin un ejército fuerte, hoy el partido blanco subvertiría la República, haría desmoronar todo el edificio de la democracia y con esto solo retardaría la realización del socialismo. 
   En la acción cotidiana de este hombre vibran todas las luchas, todos los temores, todas las esperanzas del Uruguay: él es más que un gran ciudadano, es un apóstol; y, lo que vale más, carece de cualquiera pose. Como periodista es invencible en la polémica; y no limita su obra a los grandes artículos teóricos, a los llamados que son propios de los jefes, sino que redacta la noticia de crónica cuando en diez líneas se debe incluir una exhortación, un vituperio, una advertencia. 
   Desde hace algunos meses El Día realiza una terrible campaña contra los frailes, a propósito de un salesiano indigno que los clericales tratan de salvar con la habitual solidaridad de casta. 
   Los otros diarios, aun los “colorados”, han indicado apenas el hecho, y después, para no turbar a su clientela, han callado, salvo aquellos declaradamente de sacristía. Y bien, leed esas notas cargadas de lógica y de espíritu con que El Día combate su batalla de la juventud, de la decencia y de la verdad - allí está la pluma de Batlle y Ordóñez, el cual, como periodista de raza, como hombre de principios íntegros, sabe que no es el tema el que da importancia al artículo, sino la fe con que se lo escribe y el fin que con él se quiere alcanzar. 
   Durante esta última estación de carnaval, los clericales y los blancos, que son entre sí como quien dijese pan y queso, tentaron boicotear las fiestas porque el Poder Ejecutivo no prohibió el disfraz eclesiástico: los otros diarios, mudos como peces, aún más, la mayoría han defendido la prohibición; pero El Día ha sostenido que no se debía prohibir, a los ciudadanos que lo quisieren, ninguna protesta contra el incalificable delito del salesiano: y El Día venció. No sólo esto, sino que para que la campaña tuviera efectos benéficos y el pueblo se habitúe a distinguir entre fe y sacerdocio, entre religión y curia, entre cristianismo y frailerío. contemporáneamente a los artículos polémicos iba publicando la fuerte novela de Octavio Mirbeau, Sebastián Roch. Y mientras José Batlle y Ordóñez combate estas luchas de principios, trabaja con ahinco por realizar la fusión de las fuerzas coloradas y quitar así al partido adversario, toda esperanza de victoria; mientras nada descuida para que en el país tenga incremento la educación física. 
   Ha podido comprobar, y se complace en ello, que desde el momento en que los ejercicios físicos han tomado desarrollo, la juventud uruguaya es más despierta, más alegre, más creyente en la vida. En cuanto al partido blanco, el único juicio que emitió ha sido una especie de queja: es un partido que no lee; tenía un diario propio y ha debido suspender la publicación porque faltábanle lectores; ¿cómo no temer a tal partido? Y el temor es tanto más justificado, cuanto que el partido blanco ha logrado, en las elecciones del 30 de Julio del año pasado, vencer a los colorados: jamás victoria alguna fue más vandeana que aquella; pero fue victoria. La concordia del partido colorado, que me place llamar el partido Garibaldino, es pues indispensable para que las masas ignorantes, especialmente las de la campaña, no sean conducidas como ovejas, por los hacendados y los frailes, a las urnas, a destruir el magnífico edificio construido, entre errores y golpes, por los colorados, en treinta años de gobierno renovador. 
   Sería interesante poder pintar el cuadro de la vida uruguaya cual se lo ve con ojos desapasionados, si bien amigos; pero en un artículo la empresa resulta imposible. Así, a ojo desnudo, se ve un país pequeño, la población escasa, los recursos pocos y difíciles, las envidias abundantes, especialmente políticas, las capacidades individuales superiores a lo necesario, de donde resulta que habiendo una infinidad de jefes llenos de energías y de bravura, pero privados de quienes los secunden, los odios de partido son profundos e inextinguibles. Abundancia de ideales en pocos, abundancia de apetitos en muchos; servilismo e inconsciencia en la masa rural, conciencia hacia las tendencias libertarias en el proletariado ciudadano; riqueza agraria concentrada en las manos de sesenta o setenta propietarios. 
   Es un país que encuentra su equilibrio en una especie de desequilibrio profundo. Montevideo es al mismo tiempo una grande y hermosísima metrópoli y una aldea. 
    En este escenario campea en alto relieve la figura de Batlle y Ordóñez: él es como un titán que, con : robustos músculos contiene la avalancha de la reacción que amenaza constantemente precipitarse y al mismo tiempo empuja su país hacia lo alto, siempre más alto, en el cielo sereno de la democracia.
    Si exceptuamos un busto de bronce sobre una base inestética que surge sobre las rompientes de la “meseta de Artigas”, a lo largo del rio Uruguay, el general Artigas no tiene todavía un monumento digno de su fama de fundador de la República; dentro de cincuenta años, si los hombres están aún afligidos por el mal de la piedra, en todas las ciudades del Uruguay se levantará una estatua de José Batlle y Ordóñez. Y en la base se podrá con todo derecho inscribir la frase de Artigas: “Con libertad, ni ofendo ni temo". 

FOLCO TESTENA, marzo de 1918.
(Folco Testena es el seudónimo de Comunardo Braccialarghe -Macerata, Italia 1874- Buenos Aires 1951-. Fue crítico literario, traductor, escritor y periodista, emigrado a Buenos Aires en 1910. Fue corresponsal desde Montevideo del diario La Patria degli italiani. Fue el primer traductor al italiano de Martín Fierro (1919), y de Tabaré de Zorrilla de San Martín, entre otras obras. Militante socialista)


(*) "Nosotros", fue una revista cultural argentina publicada entre 1907 y 1943, Sus fundadores fueron Alfredo Bianchi y Roberto Giusti. Su publicación fue entrecortada debido a fuertes problemas económicos, con interrupciones en 1910, 1911, 1912, 1934, 1940. La muerte de Bianchi puso fin a la revista. En ella colaboraron tanto autores argentinos como de otras nacionalidades.