jueves, 16 de septiembre de 2010

MONTEVIDEO CONMEMORÓ LA CAIDA DEL PODER PAPAL

Situémonos en Italia en 1870. Como representante de la burocracia católica uruguaya al concilio Vaticano I convocado por el papa Pío IX, se hallaba en Roma el vicario apostólico Jacinto Vera. Hombre de proverbial dureza dogmática –todo un ultramontano-, fue testigo de dos hechos de inocultable relevancia histórica: el 18 de julio de aquel año, de la declaración por parte de la asamblea vaticana del dogma de la “infalibilidad” del vicario de cristo (esto es: lo que opina el monarca católico es verdad incontrovertible); y el 20 de setiembre, de la caída del poder temporal del papado. Día este en que las tropas del reino del Piamonte al mando del general Cadorna, merced a una brecha abierta en la muralla junto a la “porta Pía”, ingresaban en la ciudad eterna y daban conclusión a la unidad italiana. Imaginamos que Vera habrá asistido a este último acontecimiento con el corazón contrito por la desazón. Enseguida, y como desagravio a Pío IX –aquel “anciano inerme” caído en las garras de la “cautividad” del rey constitucional Víctor Manuel II- fue a presentarle sus respetos a palacio ataviado teatralmente con hábito episcopal, y en compañía de un curita secretario. De regreso en Montevideo tras realizar un “tour” por la tierra santa de Palestina, dio a conocer una carta pastoral con fecha 10 de febrero de 1871. En la misma no reparaba, por ejemplo, que el papa de la época había sido repuesto en el cargo “manu militari” por el ejército de Francia. Sin embargo expresaba: “Imposible nos sería describiros las emociones de consuelo y alegría que experimentó nuestro corazón el día 18 de julio del año próximo pasado, al presenciar el acto solemne de la declaración dogmática de la infalibilidad del Pontífice Romano. Esa alegría, ese inefable consuelo, hacía latir todos los corazones, se veía dibujado en todos los semblantes de la numerosísima y augusta Asamblea y de aquel gran pueblo; viéndose en unos y otros representados el gozo universal de la Iglesia Católica. ¡Día grande para el catolicismo, en el que vio realizado el deseo constante de tantos siglos!. (…) ¡Ah!. No quisiéramos recordar los días de amargura, de justa indignación que pasamos en Roma al ver aquella ciudad pocos días antes tan tranquila, tan llena de regocijo contemplando en el Soberano Pontífice al más bondadoso Padre; al verla, decíamos, rodeada de poderosas legiones que por todas partes la asediaban y que sin respetar lo más augusto y sagrado que existe sobre la tierra, arrojaban un fuego mortífero sobre un pueblo pacífico, sobre los grandiosos monumentos que honran no ya a Roma, sino a todo el mundo Católico al que Roma pertenece. Quisiéramos olvidar, pero jamás se borrará de nuestra memoria, el recuerdo de las iniquidades, de los vejámenes y ultrajes sin número de que fueron objeto las personas más veneradas, las instituciones más respetables, los lugares más santos y de mayor veneración para el Orbe Católico”. Ese mismo año 71, conmovido el país por la guerra civil que enfrentaba al gobierno del general Lorenzo Batlle con las fuerzas insurgentes del caudillo blanco Timoteo Aparicio, y a iniciativa de la colectividad italiana, Montevideo conmemoraba el primer aniversario de la magna fecha setembrina. La organización de los festejos estuvo a cargo de una comisión presidida “ad honorem” por el encargado de negocios de Italia señor Raffo, pero en forma efectiva por Juan Pacconzzi, y que integraban además Amílcar Ricci, Esteban Antonini, Domingo Lastreto y Santiago Mazzini. “El programa de celebraciones –al decir del historiador José María Fernández Saldaña, a quien seguimos en estas informaciones- aunque estuviera exento de toda tendencia manifiesta, (significó) en sí mismo una exteriorización del sentir liberal, o si se quiere anticatólico”. Es para destacar, sin embargo, que el manifiesto lanzado por la comisión culminaba expresando con moderación: “Calma, dignidad, tolerancia, respeto y orden sean nuestro lema y nuestro grito de júbilo. ¡Viva Roma!. ¡Viva Italia!”. La celebración –que comenzó el 19 de setiembre y se extendió por los tres días siguientes- fue de las más grandes que presenció la ciudad en el siglo XIX. Un gran arco fue erigido sobre 18 de Julio entre las calles Río Negro y Queguay –hoy Paraguay-, reproducción feliz del arco del emperador Tito situado en Roma. Su confección se debió al escenógrafo Luis Boava y su ornamento al pintor Eugenio Baroffio, secundado por el paisajista Luis Corsetti y al señor Parini. A lo largo de la avenida podían verse, además, cien mástiles con la bandera tricolor italiana, blasonados con los escudos de otras tantas ciudades de la península, significando aquellas que a la fecha estaban reunidas bajo ese pabellón. A ambos lados de la plaza Independencia lucían dos altos obeliscos de tipo egipcio, grabados con inscripciones alusivas y coronados con estrellas iluminadas a gas. Sobre el arco que fue del mercado viejo pendía un cartel con la leyenda: “Salud y fraternidad al pueblo oriental”., así como un escudo que recordaba la promulgación del estatuto constitucional del reino de Italia. En medio, se habían elevado tres inmensas estructuras enrejadas destinadas al lanzamiento de fuegos artificiales. La del centro simulaba a la catedral de San Pedro de Roma. Frente a la plaza Independencia se había erigido un palco de honor, que el día del comienzo de los festejos fue ocupado por autoridades del gobierno encabezadas por el presidente Lorenzo Batlle, y por los miembros de la comisión organizadora. Una saeta inflamada disparada desde ese punto encendió la cúpula de San Pedro, dando inicio al espectáculo pirotécnico. Acto seguido, se ejecutaron diversos conciertos a plena calle, y hacia las siete y media de la tarde, alumnos del colegio italiano de Montevideo corearon los himnos del Uruguay y de Mamelli. Concluida esta parte, la comitiva oficial se dirigió hasta el teatro Solís, donde se ofreció una representación del “Orestes” del dramaturgo italiano Vittorio Alfieri. Un diario de la época calculó en unas 20.000 personas las que asistieron al primer día de festejos.