miércoles, 29 de diciembre de 2010

CAGANCHA




     El 29 de diciembre de 1839, en campos de Callorda sobre el arroyo Cagancha –actual departamento de San José- se libraba la batalla del mismo nombre entre el ejército argentino-rosista comandado por el Gobernador de Entre Ríos Pascual Echagüe y el uruguayo a órdenes de Fructuoso Rivera. Favorable a las armas nacionales, alejaría por un tiempo el peligro que significaba la entronización de la tiranía de Juan Manuel de Rosas en nuestro suelo, semejante a la padecida por la Confederación Argentina. El duro gobernante de Palermo, con el contraste sufrido en Cagancha, veía contestado como nunca hasta ese momento su poder omnímodo.
De tal circunstancia hablan aquellos versos de Hilario Ascasubi:
          
           “Al potro que en diez años
            naides lo ensilló,
           Don Frutos en Cagancha
           se le acomodó,
          Y en el repaso
          le ha pegado un rigor
          Superiorazo.
          Querélos mi vida –a los orientales,
          Que son domadores –sin dificultades.
          ¡Que viva Rivera! ¡que viva Lavalle!
          Tenémelo a Rosas…que no se desmaye
          (….)
          Los de Cagancha
          Se le afirman al diablo
          En cualquier cancha.”
    ("Media caña del campo para los libres")
  
Desde que cruzó el río Uruguay a la altura de Salto e invadió nuestro territorio a mediados de año, el ejército de Echagüe fue sometido por Rivera a una constante guerra de recursos. Picando al enemigo con guerrillas; obligándolo a ejecutar marchas que consumían las patas de sus caballos –acostumbrados, como estaban, al terreno blando de Entre Ríos y no al pedregoso de las cuchillas orientales-;  marchando  paralelo al contrario pero “siempre con quebradas o arroyos interpuestos” entre ambos, como recordaba el general Lorenzo Batlle; en fin, dando combates parciales pero evitando la batalla campal hasta tanto llegase el momento oportuno.
De los detalles de aquella campaña, mezclados con tiernas intimidades, dan cuenta algunas de las cartas dirigidas por Rivera a su esposa Bernardina Fragoso.



 


“Mi amada Bernardina: 

He recibido hoy el capote y tu cartita del 30 del pasado. Ya llevo ropa suficiente e importe que no me mandes más porque no hay como cargarla. 

Nada tengo que añadir a las que te (he) escrito respecto a enemigos ya sabes que nuestro compadre Lavalleja está con Echagüe con un ejército de este lado del Uruguay y que por acá y por Santa Teresa andan sus parciales haciéndonos la guerra nos ocupamos de hacérsela como se puede. 

Tu esta (te) tranquila confía en que la divina providencia ha de ayudarnos la causa es justa habrá que pasar algo de penurias y malos ratos pero que ha de hacerse lo que hay entre manos es digno de nuestro nombre Oriental y él ha de sustentarse dignamente. 

Muchas cosas a nuestra familia y amigos y tu se cierta del cariño de tu amante esposo que verte desea. 

F. Rivera



Avestruz, agosto 5 de 1839.” 




“Mi amada Bernardina: 


Ayer he recibido unas cartas tuyas (…) y soy impuesto de todo: mucho celebro que las cosas y las personas en esa se vayan acomodando, eso importa si deseamos tener patria lo demás todo vendrá de suyo según los sucesos. 

(…) 

Leonardo después de la derrota que le hizo Silva ha ganado la sierra del Yerbal con unos 40 hombres estaba ayer en el Rincón de Dávila sobre Laguna del Miní. Espero a Mora que se me deberá reunir por las puntas del Yí para donde voy en marcha a esperarlo y hacer entretanto reunir la fuerza que se pueda en el departamento del Cerro Largo; Alemán se ocupa con actividad de esta operación. Los enemigos del Uruguay que viene Núñez a su frente se avanzan con rapidez el trece lograron pasar el Queguay en el paso de Andrés Pérez donde tú pasaste cuando la acción pero ha sufrido una pérdida considerable de gente, por nuestra parte sólo hubo dos muertos de nuestros bravos y 7 heridos entre estos un oficial (…) Todo está ordenado a fin de poner al sur del Río Negro todas nuestras fuerzas y reunir el ejército en la altura de los Porongos yo tengo que esperar a D. Fortunato que viene ya en marcha de Maldonado así que se me incorpore me ocuparé de dejar a esta altura alguna fuerza y yo marcharé al ejército sin demora. (…) Mariano te entregará mi reloj y la cadenita que es más propia para ti el reloj va sin vidrio se le quebró hace ya más de 15 días sin embargo es muy bueno es muy propio para ti. 

Mucho deseo verte y abrazarte pero tu ves las circunstancias algún día permitirá el cielo que en épocas menos aciagas que la presente estemos tranquilos y unidos ninguna otra recompensa quiero a mis sacrificios la salvación del país y el estar a tu lado aunque sea sumido en la oscuridad. 

Tu amante esposo. 

Frutuoso rivera 

Cordobés, agosto 19 de 1839.” 




     “Mi amada Bernardina: 

Aprovecho la ocasión del Mayor Alsamendi que va hasta esa a buscar unos encargos de Núñez para decirte que estoy bueno aunque muy ocupado, tal es el estado del ejército y de un pueblo inmenso que vaga por esta campaña. En todo el departamento del Durazno no ha quedado una sola persona el pueblo se ha despoblado excepto 3 o 4 familias han quedado, los demás han salido retirándose para Montevideo, Santa Lucía, etc. Aquí están conmigo hermana Carmen y mi comadre Gertrudis, Eusebia se quedó porque ha preferido entiendo cuidar de sus intereses que el ponerse a salvo en caso que los enemigos invadan el pueblo; (…) La cuestión la miro concluida los enemigos están mal una simple operación es bastante para anularlos sin embargo yo no me descuido todo lo llevo asegurado como debe ser. 

(…) Mil cosas a las niñas y muchos besos a Pablito y a la comadre y a los amigos y tú recibe el afecto de tu amante esposo que verte desea. 

F. Rivera 

Setiembre, 18 de 1839.” 



“Mi amada Bernardina: 

Ayer todo el día nos hemos ocupado en preparar nuestro ejército que está brillante. El del enemigo bajó hasta la Calera de garcía y empezó a acampar a las 2 de la tarde (e) hizo sobre nuestros tiradores que ocupaban el paso del Santa Lucía algunos tiros con sus piezas que nada hicieron porque todo no pasó de ser una locura al cerrar la noche nuestra artillería les disparó 2 tiros que también no dejó de ser otro disparate porque nada deciden esos tiros con un río de por medio. 

Nuestro ejército ha tomado una posición fuerte y de gran ventaja para una batalla, creo que los enemigos la nieguen aquí, y busquen aunque con trabajo otra posición o espere a que nuestro ejército los busque lo que efectuará tan luego que se reúna el Coronel Freire que según dicen anda por esos mundos de Minas o Maldonado y como yo no tengo prisa para pelear lo mismo es de aquí a 4 días que 8 pues que mientras más días pasen nuestro ejército se aumenta y se moraliza. (…) 

Mil cosas a nuestras niñas y a mi Pablito y tú recibe el verdadero cariño de tu amante esposo que verte y abrazarte desea. 

Fructuoso Rivera 

Ejército, 5 de octubre de 1839.” 



“Mi amada Bernardina: 

Recibí tus cartas y siento estés molestada de la cabeza quiera el cielo goces de salud perfecta como son mis deseos. 

Ya recibí las comunicaciones del comandante Real y demás jefes que había dejado a retaguardia de los enemigos todo allí ha correspondido a un plan y a los esfuerzos de nuestro bravos. El departamento de (Pay) Sandú ha mostrado en esta vez lo que vale y de lo que puede hacer para defender sus derechos. El ejército hoy a las 12 del día estuvo en línea hizo una salva de artillería en solemnidad de la batalla del Sarandí la que presenció Lavalleja y los suyos, que mal rato para aquel hombre desgraciado si tuviese sentimiento y patriotismo ver a sus compañeros de aquel día felicitarse por el triunfo; mientras él rodeado de miserables extranjeros desoladores de su patria a quienes él sirve de guía y de instrumento para desollarla, en fin mi Bernardina a que hablar de aquel mostro que no tiene ningún sentimiento noble.(…) 

Mil cosas a nuestra familia y tú recibe el cariño de tu amante esposo que verte desea. 

F.Rivera 

Setiembre 12, 1839.” 



     “Mi amada Bernardina: 


Tu carta que recibí ayer por Apolinario me instruye según las recetas que venían inclusas de todo lo que has querido mandarme en el carretón que aún no ha llegado y de lo que mucho te agradezco a pesar que ya te había dicho que no mandases nada porque yo de nada disfruto porque en primer lugar no tomo sino un puchero o un asado una vez en cada 24 horas así es que todo lo que me mandas es para otros y generalmente los criados son los que se aprovechan de todo muchas veces. (…) 

Pasaré a otra cosa, de la cual siento tener que ocuparme de ella; pero tu así lo quieres por tus juicios, es verdad que dije a Pascual costa pidiese algo para cuando tú vinieses no con el fin que tú te has supuesto es verdad que estuve en Canelones porque tuve que ver a las autoridades de aquel departamento con el objeto de promover allí una reunión que (he) encomendado a Viñas; en lo demás haces una injusticia a mi cariño y lo que tú vales para mi corazón nunca te haré yo la injusticia de dar a nadie ninguna preferencia ni menos ocasionarte un pesar como sucedería toda vez que yo hiciese preparativos de obsequio para otras personas que no fueses tú y nuestra familia, es verdad yo no podré negártelo jamás que tengo relaciones con esa familia pero ella no pasa, ni pasará jamás al caso que tú te has inferido, yo soy hombre, tengo como otro cualquiera mis afecciones, y mis defectos pero nunca me acusará el observador de mi conducta que he dejado de llenar mis deberes para con la sociedad y especialmente para contigo; te amo, te amaré eternamente de otro modo (no habría sido tu esposo) (…) 

Ya te dije que los enemigos habían pasado con todo su ejército el Carreta Quemada y sin embargo que hasta esta hora no ha venido parte de la vanguardia es preciso saber ciertamente de los movimientos de los enemigos para podernos ocupar de tu venida la que será para mí de una sin igual satisfacción. Por el señor chavarría te mandé el ponchito que por olvido había quedado cuando fue el carretón supongo que ya lo habrás recibido. Aquí tengo mucha ropa de paño, casacas, etc., etc., que en oportunidad te lo mandaré o tú la llevarás cuando vengas pues (para) que me sirve en verano. 

A nuestras hijas y a las comadres tantas cosas y a mi Pablito muchos besos y tú recibe el cariño verdadero de tu amante esposo que verte desea. 

F. Rivera 

Octubre, 25 de 1839.” 



     “Chamizo, diciembre 31, 1839. 

     Mi amada Bernardina: 

Después que te escribí por Báez que llevó el primer parte (1) no he vuelto (a) hacerlo porque siempre (he) estado marchando: hoy hice alto y pienso regresar al ejército a consecuencia de que ya por acá no tengo objeto y porque medina y Núñez y Pedrito Mendoza van en persecución de los restos del ejército enemigo que van en una fuga desesperada. Lavalleja, Servando y Urquiza van reunidos con poca gente. Echagüe iba solo con unos 60 los más de éstos guaycuruses. 

Estoy un poco enfermo apenas puedo montar a caballo lo que me pone en el caso de regresar así que llegue al ejército te escribiré entretanto mandame el carretón y la criada muchas cosas a la familia toda y a mi Pablito y tú recibe el verdadero cariño de tu amante esposo que verte y abrazarte desea. 

F. Rivera.”


       (1) Se refiere al parte de la victoria de Cagancha

(Fuente documental: “Cartas a Bernardina”, prólogo y selección de José Pedro Barrán y Benjamín Nahum).



jueves, 23 de diciembre de 2010

LEONCIO LASSO DE LA VEGA, EL POETA BOHEMIO QUE ADMIRABA A BATLLE


   Un hombre arriesga la vida sobre la árida estepa castellana en tiempos de la reconquista española. Musulmanes y cristianos combaten por el dominio de la vieja Iberia. De ascendencia itálica, tal cual lo delata su apellido, Lasso, se juega en torneo singular con un jefe moro en la vega de Granada, la antigua capital de la Andalucía árabe. Ganancioso en el lance, corta la cabeza a su oponente y la ofrece a su rey Sancho IV “el bravo”, hijo de Alfonso X “el sabio”. El monarca concede al caballero, en homenaje al triunfo, agregar a su apellido el “de la Vega”, y le premia con tierras y blasones transmisibles a sus herederos. Hasta aquí la historia (¿real?) del apellido.

 Leoncio Lasso de la Vega nació en Sevilla en 1862 como “retoño de una secular familia de galenos”, al decir de Adolfo Agorio. Soñó con ser marinero, pero la presión del entorno lo empujó a la medicina, vocación que nunca sintió. Tuvo una niñez pronunciadamente burguesa: iba a la escuela, la iglesia y a casa de las tías acompañado de una sirvienta ataviada de riguroso uniforme.

 Cuando tiene alrededor de 25 años fallece el padre y se recibe de médico. Con las 35.000 pesetas que le tocan por herencia marcha a Madrid, donde un pintor y bohemio de apellido Sorolla lo introduce en los cenáculos de artistas y escritores. En la capital se relaciona con una francesita, bailarina segundona en  una compañía de “varieté” de tercera, cuyo arte sobre las tablas consiste en bailar el can can de manera harto heterodoxa.

Poco después marcha a París, que ya era una fiesta, y luego a Burdeos, donde la francesa lo abandona al ver que las pesetas ralean. Desencantado del mundo y de las mujeres embarca en dirección a América –la tierra de promisión de tanto europeo- y desemboca en Buenos Aires. Allí se gana la vida desplegando humildemente sus vastos conocimientos y ejerce como profesor particular de filosofía, matemáticas, literatura, historia e idiomas. Además, escribe en el “Correo Español” y en la prestigiosa “Caras y Caretas” -donde publica novelones  de título y trama truculentos o descabellados- toca el piano en un remate y dicta conferencias. Comienza a destacarse por su prédica radical y forma, naturalmente, un cenáculo.

Se casa con una señorita de la alta sociedad porteña con la cual tiene tres hijos. Pero las veladas del teatro Colón y los banquetes en los salones elegantes no le sientan, y termina separándose amigablemente.

Hacia el 1900, y a raíz de un encargo editorial consistente en la confección de un diccionario con las biografías (y las vanidades…) de los grandes estancieros del litoral argentino, aprovecha para cruzar el río Uruguay y visitar Mercedes. Se vincula a un cenáculo vocinglero y bohemio donde destaca el pintor Blanes Viale, y, aquerenciado, ya no se marcha más del país.

Instalando su modesta habitación en un remolcador varado en la costa del río Negro, dedicará sus horas ala lectura, la escritura, el solaz de la vida más o menos errante y las borracheras, pues en Lasso, el alcohol formará parte de una suerte de profunda cosmovisión.

En una oportunidad, su inclinación “báquica” le predispuso negativamente con una mujer mercedaria. Resulta que solía pasear por las frondas lugareñas una de esas jóvenes medio ojerosas y románticas, de larga cabellera y cuerpo flacuchento, que, escapando de las convenciones sociales de la época, en lugar de apuntar al matrimonio y al “crochet”, leía versos y tocaba la guitarra bajo los árboles. Conocerla Lasso y enamorarse fue solo uno. En la floresta, el vate creaba y la musa entonaba. Pero la relación se quebraría por razones de peso: la muchacha promovía en la ciudad campañas contra el alcoholismo…

Son de esta época mercedaria dos pequeñas obras cargadas de radicalismo social: “¡Anatema!. Canto pro Boer”, donde fustiga al imperialismo inglés en Sudáfica, y “20 de setiembre. Caída del poder temporal. Roma libre”, canto conmemorativo al fin del imperio terrenal del papado.

En 1903 se vincula a “El Día” a través del gerente del diario Juan Carlos Moratorio. Su relación con el funcionario, hombre de talante más bien circunspecto, no estuvo exento de rispideces. En el trascurso de los años en que Lasso integró el equipo de redactores, Moratorio llegó a despedirlo en varias ocasiones dada su costumbre de ausentarse por espacio de muchos días. Estando Batlle en Europa y enterado de una de estas “cesantías”, escribió a Domingo Arena: “Ni “El Día” puede estar sin Lasso, ni Lasso sin “El Día”. Y fue repuesto. Todo ello teniendo en cuenta que don Pepe no siempre compartía el contenido de sus artículos. Pero la mutua admiración era muy profunda.

En 1904, estallada la guerra civil, se une como corresponsal de “El Día” a la sexta división del Ejército del Norte. Su permanencia junto a las tropas le obligan, en más de una ocasión, a dejar momentáneamente de lado la pluma de periodista para empuñar la carabina contra los revolucionarios.

Pero quien por entonces protagonizaba las grandes acciones bélicas de la contienda era el Ejército del Sur; a vía de ejemplo, la sangrienta batalla de Tupambaé (junio de 1904). Contrariado, Lasso solicita su traslado a esta última fuerza, donde es recibido por su comandante, coronel Pablo Galarza, quien le adscribe a su Estado mayor. Quince días más tarde, para su desazón, el Ejército del Norte obtiene la decisiva victoria de Masoller (1º de setiembre).

A instancias de su amigo el coronel Julio Dufrechou, comienza a escribir un libro sobre la guerra. Alojado al efecto en el cuartel del regimiento 1º de caballería, se le tenía en una suerte de “libertad vigilada” a fin de que le terminase. Más la guardia, con benevolencia, condescendía a “permitir” sus salidas nocturnas. Hasta que en una ocasión desaparece por varios días, ante el nerviosismo de los pobres milicos que temen una reconvención. Finalmente, lo encuentran en un boliche cerca del puente sobre el arroyo Miguelete, tomando caña y jugando al truco con el escritor Javier de Viana y dos guardas de la línea del tranvía del Paso del Molino. El libro en cuestión se titulará “La verdad de la guerra en la revolución de 1904”. En un pasaje del mismo, Lasso revelará que Basilio Muñoz –jefe revolucionario tras la muerte de Aparicio Saravia- le dijo el 23 de setiembre de ese año en Aceguá, en presencia y ante el asentimiento de Luis Alberto de Herrera y de Quintana, que la guerra la habían hecho por “disciplina partidaria”; pero que la pretensión de poseer jefaturas políticas por la fuerza, y de que el gobierno deba pedir permiso para entrar en los departamentos con administraciones departamentales blancas, era “inconstitucional”.

Concurrente habitual del café Polo Bamba, de Ciudadela y Colonia, Lasso lo fue además de las instituciones que nucleaban a la intelectualidad progresista de entonces, como, por ejemplo, el Centro Internacional de Estudios Sociales (fundado en 1898), y en donde alternaría con Adrián Troitiño, Álvaro Armando Vasseur, María Collazo, Rafael Barrett, Orsini Bertani (editor de algunas de sus obras), Ovidio Fernández Ríos (quien sería secretario de Batlle), Ángel Falco, Florencio Sánchez, Emilio Frugoni, Orosmán Moratorio, Alberto Lasplaces y Ernesto Herrera, entre otros.

   


  En 1910, abocado Batlle a una segunda postulación presidencial y habiéndose decretado la abstención nacionalista, algunas figuras lanzan la idea de crear  partidos circunstanciales con el fin de llenar las bancas correspondientes a la minoría. Lasso promueve la creación de un “Partido Obrero” que reúna alrededor de la figura del líder colorado a sectores progresistas no tradicionales sobre todo el anarquismo. La tentativa fracasa debido al rechazo de éstos por la política electoral.

   El poeta, que se definía a si mismo como un “socialista sin partido”, no dudaba en ubicar al “avanzado” Batlle y Ordoñez, como una de las más grandes figuras de la historia uruguaya: “…nuestros nietos –escribió- contemplarán con respeto en la plaza pública, la estatua que le habrá levantado la gratitud de una posteridad exenta ya de las pasiones que hoy rugen…”.

   “Lo que más admiraba Lasso en Batlle –dice Agorio- era la exaltación casi mística de la responsabilidad propia y el deseo enérgico de no compartir el gobierno con el enemigo para disimularse en los otros y atenuar así posibles errores”.

De esta época fructífera serán sus obras: “Salpicones” (1910), obra satírica y anticlerical; “Canalejas, ya habló la prensa, ahora hablo yo” (1912); “La campana; tañidos de asamblea” y “El morral de un bohemio” (ambas de 1913), entre otras. Muchas de sus habituales colaboraciones en “El Día” las firmaba con el seudónimo “Ossal”.

    Leoncio Lasso de la Vega murió en los últimos días de diciembre de 1915 víctima de la tuberculosis.

   








viernes, 19 de noviembre de 2010

LUIS BATLLE Y LOS JÓVENES III

El bienaventurado azar nos condujo a un reportaje que el periodista César di Candia realizara a Juan Justo Amaro, uno de los dirigentes batllistas más destacados del interior del país. El mismo es otra muestra elocuente de la importancia que Luis Batlle otorgaba a las figuras jóvenes y con proyección dentro del Partido Colorado.
   “-Usted empezó su carrera política junto a don Luis Batlle.
   -Si señor. Y de una manera insólita. Allá por los años sesenta, don Luis me encontró tomando una copa en un café del centro y me invitó a ir a Sarandí Grande. Yo era un dirigente político juvenil de segundo orden. Vivía en Florida pero trabajaba en las oficinas de AFE en Montevideo. Venía todos los días en ferrocarril, que en aquella época ponía dos horas veinte. Tema va tema viene llegamos a Sarandí Grande donde los dirigentes habían preparado un gran acto político Antes de empezar Luis Batlle les preguntó: “¿Qué persona joven va a hablar?”. “Ninguna, no tenemos”. “Entonces Luis Batlle tampoco habla. En las asambleas debe haber siempre gente joven”. Los dirigentes no sabían que hacer. “Si ustedes no tienen a nadie yo he traído uno”. –dijo don Luis señalándome a mí. Yo casi me caí al suelo de susto. “¡Pero don Luis!, ¿de que voy a hablar?. ¿De las madres?”. “Vos hablá del partido, meté alguna anécdota y vas a ver que todo sale bien. No le tirés ningún viaje al escribano (Faustino) Harrison porque sos muy joven y hay que saber respetar. En todo caso yo le doy por la cabeza.” El asunto fue que hablamos Luis Batlle y yo. A raíz de eso los diarios blancos empezaron a hablar del “candidato joven de Luis Batlle” y casi insensiblemente fui llevado a las listas. (…)
   -¿Qué recuerdos guarda de él?
   -El de un hombre tremendamente afectivo y afable, pero duro cuando debía serlo. Tenía un gran respeto por la gente joven. A veces iba a verlo al diario “Acción” y pasaba mucho rato conversando conmigo y eso que yo era apenas un veinteañero que no tenía ninguna representatividad política. Afuera había esperando personalidades importantes, caudillos de barrio, directores de Entes Autónomos y él no me dejaba ir. Yo me ponía furioso y don Luis me decía: “yo ya se lo que piensan esos, me interesa conocerlos a ustedes que son el futuro”
(Semanario “Búsqueda” , 21 de mayo de 1992).


   Juan Justo Amaro fue miembro del Concejo Departamental de Florida en tiempos del colegiado -establecido por la constitución del 52-, y, luego de la última dictadura, Intendente Municipal de ese departamento (1995-2000). Diputado en varios períodos, senador durante la pasada legislatura, se desempeñó asimismo como director de Ancap y presidente del directorio de Ose.

martes, 9 de noviembre de 2010

LUIS BATLLE Y LOS JÓVENES II


   De Luis Batlle se dijo en su momento que “tomó las banderas que otros habían dejado caer”, infundiendo al batllismo un torrente de energía renovada. Energía que consumió su vida en plena lúcida madurez. Parafraseando, pues, la definición que el maestro Daniel Vidart hacía de otro batllista ejemplar, Tomás Berreta, la vida política de Batlle significó una verdadera “apología de la acción”.
Y supo, además, como intentamos demostrar en nota precedente, promover en torno suyo a los jóvenes. En el convencimiento, estamos seguros, de que una de las tantas formas de que funcione la “fragua” generativa de nuevos dirigentes radica, precisamente, en la discusión profunda del dirigente con el joven sobre los más álgidos temas del país.
   En 1997, y con motivo de conmemorarse el centenario del nacimiento de Luis Batlle, el desaparecido vespertino “El Diario” –con el cual colaborábamos entonces- publicaba un suplemento especial en homenaje a su figura. Allí tuvimos la ocasión de entrevistar al veterano dirigente Juan Adolfo Singer, que así recordaba su primer encuentro con el líder:
   “-Diputado Singer, ¿cómo conoció usted a Luis Batlle?
   -Lo conocí personalmente en 1953, cuando tenía yo 17 años. Integraba por entonces la Asociación de Estudiantes Batllistas del Liceo Nocturno, una organización que formaba parte de otra mayor, la Federación de Estudiantes Batllistas. Teníamos en la ocasión elecciones para renovar la comisión directiva del gremio, y decidimos solicitar la colaboración de la principal figura del partido.
   -¿Por qué, era una elección difícil?
   -Era muy politizada. Observe que competíamos: los batllistas, los blancos, los comunistas, los socialistas, los anarquistas y los cívicos; es decir, un conjunto variado de agrupaciones estudiantiles, pero todas con notoria filiación política. Necesitábamos de algún apoyo de carácter económico, así como también periodístico de “Acción”, para publicar nuestros comunicados y declaraciones. Fue entonces que cuatro compañeros, constituidos en comisión de prensa de la Asociación Batllista del Liceo Nocturno, pedimos una audiencia que Luis Batlle, para nuestra sorpresa, concedió al otro día de solicitada.
El lugar indicado fue radio “Ariel”, que estaba ubicada en 18 de Julio casi Médanos, hoy Barrios Amorín. Allí, en su despacho de la planta alta donde habitualmente recibía por las tardes, nos atendió con suma deferencia. Estuvimos conversando más de una hora. Escuchó nuestros planteos; se interesó por la marcha de nuestra agrupación, aún en los más mínimos detalles, y nos expuso con argumentos claros y firmes cuáles eran sus principales posiciones políticas. Recuerdo que nos advirtió que debíamos distinguir nítidamente los límites entre la actividad gremial y la partidaria.
   -¿Qué lo impresionó más en ese momento?
   -Me impresionó mucho la actitud sencilla que tuvo durante la entrevista. Cuando ingresamos a su despacho, el se encontraba sentado al escritorio. Se puso de pie, nos tendió la mano a cada uno, y no volvió al lugar que ocupaba, sino que tomó asiento en unos sillones que allí había con nosotros, formando rueda. Ese hecho, de no poner “en medio” el escritorio, como línea divisoria entre el líder y los ignotos estudiantes, dotó al encuentro de un aire más democrático e igualitario. Creo que tan cordial actitud, lejos de ser trivial, pinta al hombre”.

(Juan Adolfo Singer integró el círculo de colaboradores de Luis Batlle. Electo Edil en 1958, y Representante Nacional en 1962 por el sector de la lista “15”, fue asimismo varias veces diputado y senador. Se desempeñó, asimismo, como redactor político y jefe de redacción de “Acción”, el diario fundado por Luis Batlle en 1948).

lunes, 8 de noviembre de 2010

LUIS BATLLE Y LOS JÓVENES

  

   Este mes de noviembre tiene una profunda significación para los jóvenes colorados. Por segunda vez –la primera fue en 2007- eligen a sus propios representantes a la Convención Nacional y a las diecinueve Convenciones Departamentales.
Sobre la figura y trayectoria de Luis Batlle Berres no es necesario abundar. Resulta, si, expresivo ante la próxima elección juvenil, dar a conocer el diálogo que sostuvo por el mes de enero de 1937 –corrían los oscuros años de la dictadura de Terra- con un veinteañero militante batllista. Así narraba aquel joven su encuentro con el dirigente:
   “Fue en ese mes de enero de 1937 cuando conocí a Luis Batlle.
Subíamos una tarde la gran escalera de la Casa del Partido, situada todavía en una casona de 18 y Médanos, que ya no existe, cuando en su rellano apareció el personaje. En plena primera madurez, pues no tenía aún cuarenta años, vestido con un traje gris, su rostro trasmitía aquella cordial firmeza que siempre lo caracterizó. Alto, atlético, de su persona emergía un fluido de fuerza y de seguridad. Era, como se sabe, apuesto y un tanto arrogante. Un cierto toque de bohemia le daba más atracción a su persona.
Estaba conversando con algunos correligionarios cuando me vio y avanzó hacia mi modestísima persona.
“¿Así –me dijo con una camaradería que me llenó de asombro- que estamos en filas distintas?”. La interrogación aludía al hecho que él –acompañando al grupo de El Día- se había pronunciado por la abstención, mientras en Avanzar (*), donde yo militaba, adelantaba la posición concurrencista. Aunque en los hechos yo no estaba definido en el tema como, si, lo estuve después, -porque me habían impresionado profundamente los discursos abstencionistas de Rodríguez Fabregat y Zavala Muniz dichos en el seno de nuestra agrupación- asumí, con bastante timidez, la defensa de la causa que Luis Batlle creía que era la mía, y ya se planteó una linda discusión. Habrá sido una media hora en la que procuraba defenderme ante un rival mucho más fuerte que yo. A Luis Batlle le brillaban los ojos, mientras desarrollaba con rigor y energía, la argumentación de su causa. Entonces, y siempre, el centro de su discurso tenía una especie de sólida y austera musculatura argumental sin concesiones a lo accidental o menor. Como ocurre con todo hombre muy joven, mis tesis tenían una cierta dosis de dogmatismo, mientras las de él se mantenían en un plano de estricta racionalidad. Cuando terminamos aquel pequeño duelo, me apretó cordialmente el brazo y me pidió que saludara a mi padre, militante de su misma causa.
   El hecho puede parecer intrascendente, pero para mí tuvo una significación especial. Era la primera vez que un dirigente del Partido, sin necesidad de recurrir a las presentaciones protocolares, se adelantaba a conversar amistosamente, y proponía, para discutir abiertamente, un tama a un oscuro mozo de poco más de veinte años”.


El entonces ignoto joven no era otro que Luis Hierro Gambardella, figura consular del batllismo -a quien representó como Edil, Diputado, Senador y Ministro- y que concluyera su actividad política como Embajador de la República en España.
 
   (El entrecomillado es un extracto del artículo “Como conocí a Luis Batlle”, de Luis Hierro Gambardella, publicado en el número 7 de la revista “Hoy es Historia” , diciembre de 1984-enero de 1985).
(*)Agrupación batllista radical fundada a fines de la década del veinte del siglo pasado por Julio César Grauert.

viernes, 8 de octubre de 2010

LOS BLANCOS Y LA REPRESENTACIÓN PROPORCIONAL

La siguiente, es una carta que enviamos al correo de los lectores de un semanario de Montevideo, pero no fue publicada. Está motivada en declaraciones realizadas por Luis Alberto Lacalle.

Al conmemorarse un nuevo aniversario de la batalla de Masoller, el presidente del Directorio del Partido Nacional realizó algunas declaraciones que desearíamos comentar brevemente.
Primero, respecto al papel jugado por el caudillo Aparicio Saravia en la obtención del voto libre –léase garantías del sufragio- en el Uruguay. Dicha aportación, considerada decisiva por los nacionalistas, ha sido cuestionada en la actualidad. Quizás la impugnación más severa haya sido la del historiador e investigador Carlos Demasi, cuando en el 2006, con motivo de un coloquio sobre las figuras de Saravia y Batlle y Ordoñez, consideró el tema como una gran –y exitosa- “operación historiográfica” a favor del caudillo blanco. El objetivo de las revoluciones saravistas –sostenemos nosotros con respeto, pero así pensamos- fue el conseguir jefaturas políticas para el nacionalismo, en el entendido que la representación parlamentaria correspondiente a cada uno de los departamentos del país era –casi invariablemente- del partido de su Jefe Político, erigido así en “gran elector”. Práctica, desde luego, llevada adelante por muchos de los gobernantes colorados de la época (especialmente en el siglo XIX) al calor de la “protección oficial”.
Nuestros partidos históricos tienen, como la luna, su hemisferio de sombra.
Segundo, una precisión respecto al rol que cupo al Partido Nacional en la consagración de la representación proporcional “integral” en la Constitución de 1918. Dicho adjetivo, aplicado al sufragio, obedeció, digámoslo así, a una “contraofensiva semántica” contra el término “colegiado integral” (es decir, integración totalmente colegiada del poder ejecutivo) manejado por Batlle con tenacidad desde su planteo reformista expresado en los “Apuntes” de 1913. Ojo por ojo. Pero aquí la precisión fundamental: la representación proporcional de marras refería exclusivamente a la elección de la Cámara de Representantes (incluso bajo dos modalidades: sin tercer escrutinio hasta la ley de enero de 1925, y con tercer escrutinio de allí en más). La elección de Senadores siguió en la nueva carta el mismo procedimiento establecido por la de 1830: a razón de uno por departamento y a segundo grado, esto es, se elegía un colegio elector que a su vez elegía un miembro a la cámara alta (con excepción de las elecciones para la renovación parcial de ese cuerpo de 1932, debido a la derogación del método de los colegios). Y esta era la preferencia de la mayoría del Partido Nacional. Véase, sino, el editorial de “El Debate” –el diario de Luis Alberto de Herrera-, del 2 de enero de 1937, cuando, ante la eventualidad de una reforma que introdujera modificaciones en el Senado, expresaba: “El principio de la representación proporcional, que ilustró la acción del nacionalismo durante gran parte de su actuación en la vida política, nada tiene que ver con la reforma. Esta se refiere a la organización de la Cámara de Senadores y la representación proporcional se exigió siempre como método de integración de la Cámara de Diputados, y la reforma para nada toca el sistema de organización de la cámara popular. (…) En lo que al nacionalismo respecta, jamás –entiéndase bien- jamás pretendió darle a la cámara alta semejante constitución, y fue denodado partidario del sistema creado por la carta de 1830, que establecía el sistema de su integración de un senador por departamento elegido indirectamente. Y esto no era la representación proporcional, sino la negación de ella en su esencia”.

lunes, 4 de octubre de 2010

EL DUELO DE BATLLE CON BELTRÁN

El siguiente fragmento pertenece a una entrevista que César di Candia realizara a Renán Rodríguez –figura consular del batllismo, así como historiador y periodista- para el semanario “Búsqueda”. -“¿Que escuchó decir a los hijos de Batlle respecto a aquel duelo legendario en el cual don Pepe mató al doctor Washington Beltrán?. -Algunas cosas las sé por versión directa de sus hijos, otras las escuché decir en el viejo diario “El Día”, a contemporáneos de don Pepe. Eran tiempos de grandes pasiones y frecuentes enfrentamientos personales. Batlle practicaba diariamente con su sobrino José Batlle Berres, hermano de Luis, que era maestro de esgrima. José y Luis eran los únicos Batlle Berres que se habían criado en casa de su famoso tío. Don Pepe no era partidario de los duelos a pistola. Cuando estaba en condiciones de elegir, elegía siempre el sable, porque sostenía que esta era un arma más controlable. El duelo con Beltrán fue a pistola, porque unos días antes de producirse la publicación de aquel suelto periodístico que lo motivó, don Pepe se había resbalado en la bañera de Piedras Blancas y se había luxado la muñeca derecha. De manera que no estaba en condiciones de manejar el sable. Se desencadenaron una serie de hechos fortuitos que desembocaron en aquel terrible final. -¿Cómo tomó Batlle aquella muerte?. -Sufrió muchísimo. César, su hijo, me dijo que la noche más triste que había vivido su familia después del fallecimiento de su hermana Ana Amalia, fue la del duelo con Beltrán. Contaba que su madre estaba inconsolable y a cada momento decía: “¡Que será ahora de esos pobres niños!”, refiriéndose a los hijos de Beltrán. El mismo César me refería que aquel episodio lo había marcado en tal forma que durante el resto de su vida había tratado de evitar en todo momento estos lances, y me aconsejaba que yo hiciera otro tanto. Cuando el duelo de Luis Batlle con Rivas, quien le dio la noticia a César Batlle fui yo. Y pese a las notorias diferencias que había entre ambos, quedó muy consternado: “¡Y yo que creía que esta institución bárbara estaba desterrada para siempre!”, me dijo”. (“Búsqueda”, 11 de julio de 1991)

HUGO BATALLA

El 3 de octubre de 1998 fallecía el Dr. Hugo Batalla. Representante Nacional y Senador durante varias legislaturas, defensor tenaz de los derechos fundamentales del hombre, batllista de todas las horas, la muerte lo sorprendía en el ejercicio de la vicepresidencia de la República, cargo al que había accedido integrando la fórmula ganadora del Partido Colorado en las elecciones de 1994 junto al Dr. Julio María Sanguinetti. A modo de humilde homenaje a su figura, reproducimos algunos fragmentos del discurso que pronunciara precisamente el entonces presidente Sanguinetti, ante sus restos mortales en el cementerio central. “Se nos va, quizás en profundidad y sentimiento, el más uruguayo de todos los uruguayos. (…) Nació pobre en el seno de una familia de inmigrantes italianos, vivió pobre y alegre y murió también alegre y pobre, y esto debe decirse cuando tantas veces se vitupera al oficio de político. No porque ser pobre sea una virtud, sino como testimonio de una vida que ha estado treinta años en el poder. (…) Lo movía una permanente inquietud. Buscaba siempre el cambio. Sin embargo, ello no era señal de inconformismo, sino por lo contrario, la expresión optimista de un país al cual entrañablemente quería, del cual se sentía hijo dilecto, al cual le agradecía y le reconocía todo aquello que le había dado, que lo acompasaba siempre con esa actitud de permanente cambio, de búsqueda, que lo animó a lo largo de toda su existencia. Por eso en la vida política –y hoy lo comenzamos recién a mirar en perspectiva- podemos decir que fue un constante innovador. Nunca aceptó el convencionalismo, nunca lo ataron las reglas triviales de la vida política, nunca se dejó llevar ni por el grito airado ni por el aplauso fácil, y así siempre estuvo en una corriente que era innovación, que era cambio, que era novedad. Así lo fue en los viejos tiempos de la antigua 15 de Luis Batlle, en la cual nos formamos los de nuestra generación. Así lo fue cuando dentro del Partido Colorado fundan la 99, así lo es cuando da el paso de poner ese conglomerado batllista en la estructura naciente del Frente Amplio, así es cuando logramos hacer un nuevo acuerdo político y una propuesta de cambio político que sintetizamos en aquella fórmula que hicimos juntos y en la cual puso todo su cariño, todo su empeño y toda su convicción. (…) Siempre asumió actitudes que por ello aparecieron envueltas en la polémica, muchas veces incomprendidas, y para muchos de sus compañeros, incomprensibles. El tiempo, sin embargo, muestra una línea vertical y permanente. Siempre el cambio, siempre la inquietud de la novedad y siempre la búsqueda de instrumentos para luchar con un profundo compromiso social por los que más necesitan. (…) Lo veíamos en los Consejos de Ministros siempre procurando poner el toque humano, la búsqueda humanista, consciente sin embargo de lo que eran las responsabilidades de un gobierno y los tiempos que vivíamos. (…) Cada vez que nos tocaba alejarnos del país, sentíamos de que modo vivía el compromiso de ejercer la presidencia; del mismo modo que el día que nos devolvía el mando, la tranquilidad y satisfacción de haberlo podido cumplir. Y se encaminaba al Poder Legislativo que era su medio natural y en el cual él vivía, en ese bullente desorden propio de los Parlamentos. Hugo fue parte entrañable del Uruguay, de aquel Uruguay optimista de los años 50 en que nos formamos, de aquel Uruguay con espíritu ganador. Decía Plutarco cuando contaba la vida de los célebres varones de la antigüedad: la nobleza no se adquiere al nacer, la nobleza se adquiere en la vida y a veces al morir. A este amigo, a este hidalgo, a este caballero, a este caballero de la Democracia y de la república, a este uruguayo entrañable, le damos hoy nuestra despedida. Le decimos que el Uruguay siente el desgarrón de lo que con él se va, de lo que acaso no podamos reproducir porque el no era solo Hugo sino el sentimiento de tanta gente.”

jueves, 16 de septiembre de 2010

MONTEVIDEO CONMEMORÓ LA CAIDA DEL PODER PAPAL

Situémonos en Italia en 1870. Como representante de la burocracia católica uruguaya al concilio Vaticano I convocado por el papa Pío IX, se hallaba en Roma el vicario apostólico Jacinto Vera. Hombre de proverbial dureza dogmática –todo un ultramontano-, fue testigo de dos hechos de inocultable relevancia histórica: el 18 de julio de aquel año, de la declaración por parte de la asamblea vaticana del dogma de la “infalibilidad” del vicario de cristo (esto es: lo que opina el monarca católico es verdad incontrovertible); y el 20 de setiembre, de la caída del poder temporal del papado. Día este en que las tropas del reino del Piamonte al mando del general Cadorna, merced a una brecha abierta en la muralla junto a la “porta Pía”, ingresaban en la ciudad eterna y daban conclusión a la unidad italiana. Imaginamos que Vera habrá asistido a este último acontecimiento con el corazón contrito por la desazón. Enseguida, y como desagravio a Pío IX –aquel “anciano inerme” caído en las garras de la “cautividad” del rey constitucional Víctor Manuel II- fue a presentarle sus respetos a palacio ataviado teatralmente con hábito episcopal, y en compañía de un curita secretario. De regreso en Montevideo tras realizar un “tour” por la tierra santa de Palestina, dio a conocer una carta pastoral con fecha 10 de febrero de 1871. En la misma no reparaba, por ejemplo, que el papa de la época había sido repuesto en el cargo “manu militari” por el ejército de Francia. Sin embargo expresaba: “Imposible nos sería describiros las emociones de consuelo y alegría que experimentó nuestro corazón el día 18 de julio del año próximo pasado, al presenciar el acto solemne de la declaración dogmática de la infalibilidad del Pontífice Romano. Esa alegría, ese inefable consuelo, hacía latir todos los corazones, se veía dibujado en todos los semblantes de la numerosísima y augusta Asamblea y de aquel gran pueblo; viéndose en unos y otros representados el gozo universal de la Iglesia Católica. ¡Día grande para el catolicismo, en el que vio realizado el deseo constante de tantos siglos!. (…) ¡Ah!. No quisiéramos recordar los días de amargura, de justa indignación que pasamos en Roma al ver aquella ciudad pocos días antes tan tranquila, tan llena de regocijo contemplando en el Soberano Pontífice al más bondadoso Padre; al verla, decíamos, rodeada de poderosas legiones que por todas partes la asediaban y que sin respetar lo más augusto y sagrado que existe sobre la tierra, arrojaban un fuego mortífero sobre un pueblo pacífico, sobre los grandiosos monumentos que honran no ya a Roma, sino a todo el mundo Católico al que Roma pertenece. Quisiéramos olvidar, pero jamás se borrará de nuestra memoria, el recuerdo de las iniquidades, de los vejámenes y ultrajes sin número de que fueron objeto las personas más veneradas, las instituciones más respetables, los lugares más santos y de mayor veneración para el Orbe Católico”. Ese mismo año 71, conmovido el país por la guerra civil que enfrentaba al gobierno del general Lorenzo Batlle con las fuerzas insurgentes del caudillo blanco Timoteo Aparicio, y a iniciativa de la colectividad italiana, Montevideo conmemoraba el primer aniversario de la magna fecha setembrina. La organización de los festejos estuvo a cargo de una comisión presidida “ad honorem” por el encargado de negocios de Italia señor Raffo, pero en forma efectiva por Juan Pacconzzi, y que integraban además Amílcar Ricci, Esteban Antonini, Domingo Lastreto y Santiago Mazzini. “El programa de celebraciones –al decir del historiador José María Fernández Saldaña, a quien seguimos en estas informaciones- aunque estuviera exento de toda tendencia manifiesta, (significó) en sí mismo una exteriorización del sentir liberal, o si se quiere anticatólico”. Es para destacar, sin embargo, que el manifiesto lanzado por la comisión culminaba expresando con moderación: “Calma, dignidad, tolerancia, respeto y orden sean nuestro lema y nuestro grito de júbilo. ¡Viva Roma!. ¡Viva Italia!”. La celebración –que comenzó el 19 de setiembre y se extendió por los tres días siguientes- fue de las más grandes que presenció la ciudad en el siglo XIX. Un gran arco fue erigido sobre 18 de Julio entre las calles Río Negro y Queguay –hoy Paraguay-, reproducción feliz del arco del emperador Tito situado en Roma. Su confección se debió al escenógrafo Luis Boava y su ornamento al pintor Eugenio Baroffio, secundado por el paisajista Luis Corsetti y al señor Parini. A lo largo de la avenida podían verse, además, cien mástiles con la bandera tricolor italiana, blasonados con los escudos de otras tantas ciudades de la península, significando aquellas que a la fecha estaban reunidas bajo ese pabellón. A ambos lados de la plaza Independencia lucían dos altos obeliscos de tipo egipcio, grabados con inscripciones alusivas y coronados con estrellas iluminadas a gas. Sobre el arco que fue del mercado viejo pendía un cartel con la leyenda: “Salud y fraternidad al pueblo oriental”., así como un escudo que recordaba la promulgación del estatuto constitucional del reino de Italia. En medio, se habían elevado tres inmensas estructuras enrejadas destinadas al lanzamiento de fuegos artificiales. La del centro simulaba a la catedral de San Pedro de Roma. Frente a la plaza Independencia se había erigido un palco de honor, que el día del comienzo de los festejos fue ocupado por autoridades del gobierno encabezadas por el presidente Lorenzo Batlle, y por los miembros de la comisión organizadora. Una saeta inflamada disparada desde ese punto encendió la cúpula de San Pedro, dando inicio al espectáculo pirotécnico. Acto seguido, se ejecutaron diversos conciertos a plena calle, y hacia las siete y media de la tarde, alumnos del colegio italiano de Montevideo corearon los himnos del Uruguay y de Mamelli. Concluida esta parte, la comitiva oficial se dirigió hasta el teatro Solís, donde se ofreció una representación del “Orestes” del dramaturgo italiano Vittorio Alfieri. Un diario de la época calculó en unas 20.000 personas las que asistieron al primer día de festejos.

jueves, 24 de junio de 2010

LA MAGNANIMIDAD DEL GENERAL RIVERA

El argentino José Rivera Indarte fue, en su corta vida, uno de los más enconados libelistas contra el dictador-latifundista Juan Manuel de Rosas. En su primera juventud había sido, sin embargo, un fervoroso partidario del tirano de Palermo –escribió versos laudatorios a su figura y hasta un himno federal-, hasta que Rosas, en 1833, lo metió en prisión. “El muchacho huyó a Montevideo –escribió el historiador José Luis Lanuza- …Fundó El Investigador y redactó El Nacional. En 1843 escribió su libro Rosas y sus opositores y más tarde sus famosas Tablas de sangre”. Murió en 1845 a los 31 años en Santa Catalina, Brasil. Criticado en vida por muchos de sus compañeros de causa, recibió un juicio laudatorio de Esteban Echeverría en su Ojeada retrospectiva de 1846: “El malogrado José Rivera Indarte hizo con constancia indomable cinco años la guerra al tirano de su patria. Solo la muerte pudo arrancar de su mano la enérgica pluma con que El Nacional acusaba ante el mundo al exterminador de los argentinos. La Europa lo oyó, aunque tarde, cuando caía exánime bajo el peso de las fatigas como el pie de su bandera el valiente soldado”. Su pluma de combate contó con la penetración suficiente como para percibir la magnanimidad de Fructuoso Rivera para con sus adversarios vencidos. Fue así que dejó un escrito revelador: “El General Rivera. Apuntes escritos a los seis meses del desastre de Arroyo Grande” (batalla ésta librada en Entre Ríos contra las fuerzas rosistas al mando de Manuel Oribe en diciembre de 1842). En un fragmento de dicho artículo, expresaba: “Hablen los prisioneros lavallejistas y los hombres que se comprometieron en su sedición de 1832 amparados por el General Rivera contra el poder sanguinario de Manuel e Ignacio Oribe, que pedían su muerte. Hablen los prisioneros tomados a Oribe en el Yucutujá y Palmar, restituidos a su libertad y regalados con caballos y monturas, para que regresasen a sus casas, a pesar de que habían hecho la guerra a muerte al general Rivera, matando a Cufré, Osorio, Gurgel, Griman, y otros. Hablen Melgar, Garzón. Latorre, Rincón y otra multitud de prisioneros tomados en Paysandú en 1838 y restituidos a su libertad. Hable Ignacio Oribe, el derrotado en el Palmar, que ha vivido respetado y recibiendo sueldo del General Rivera hasta que ha querido desertarse y pasar al servicio del degollador Rosas, y que hoy hace la guerra a muerte a Rivera y sus amigos. Hablen todos los prisioneros de Cagancha puestos en libertad por el General Rivera. Hable don Jorge Liñán, tomado prisionero cuatro veces, y otras tantas puesto en libertad por el General Rivera, y que hoy está combatiendo desesperadamente contra él. Hable don Lucas Moreno, libelista y calumniador atroz del General Rivera y que le ha hecho ocho años consecutivos la guerra con la espada y la pluma, salvado en 1842 por el General Rivera de un río en que se ahogaba y puesto inmediatamente en libertad, y hoy en armas contra su benefactor. Hablen todos los lavallejistas y blanquillos respetados en sus vidas, fortunas y familia y llamados a empleos de distinción y de confianza siempre que han querido aceptarlos. Hablen, en fin, la República toda, todos los que conocen al General Rivera, para abrumar con su testimonio al solemne embustero degollador Rosas”.

lunes, 31 de mayo de 2010

RODÓ, EL PARTIDO COLORADO Y EL ESPÍRITU DE MAYO

Los festejos del bicentenario de la Revolución de Mayo actualizan un debate añejo: el de la herencia de Mayo. Es decir, el dilucidar quienes, que movimientos políticos, que sectores de opinión o posiciones filosóficas en el Río de la Plata, expresaron más cabalmente el espíritu emancipador de aquel acontecimiento. Un país entero podría cubrirse con la infinitud de páginas dedicadas al asunto y repartidas en libros de historia, volúmenes enciclopédicos, sesudos ensayos, artículos de prensa y especializados, y un largo etcétera de similares. Muchos de ellos atendibles y valiosos y otros no tanto. Pero resulta que el poderoso azar –gran dispensador de dones- nos condujo a un fragmento del intelectual uruguayo más universal: José Enrique Rodó. Rodó, quien al decir del mexicano Leopoldo Zea fue –junto a José Martí-, un adelantado en el campo de las ideas en pos de la “liberación cultural de ésta Nuestra América” (en referencia a “Nuestra América latina”, que mentara auroralmente el colombiano Torres Caicedo); el impugnador de la “nordomanía”, con su secuela de utilitarismo absorbente y deshumanizante; el gran exponente, en fin, de lo que se dio en llamar, en el mar de ideas de su época, “milicia americanista” (sin confundir con el “americanismo telúrico” de que hablara Real de Azúa, y que sostuviera el nacionalismo conservador). Rodó, de quien muchos olvidan –o tal vez soslayan- su militancia colorada, y que en un discurso por la unificación del partido de 1901, expresaba: “Señores: Hubo un momento solemne en la historia de los pueblos del Río de la Plata, en el que dos banderas antagónicas, dos fundamentales tendencias de principios de acción entrelazados con fuerza contrapuesta e igual a las raíces mismas de nuestras democracias, entraron a librar su batalla definitiva para resolver el porvenir de estos pueblos en el sentido señalado por la dirección de las banderas del triunfo. Era la lucha entre el principio de civilización, de libertad, de organización republicana, que significaba el coronamiento lógico y fecundo de la obra de independencia y la incorporación de estas sociedades recién nacidas al concierto de la cultura universal y la fuerza de reacción y de muerte que, desatada desde la Cordillera hasta el Atlántico, en los ejércitos de formidable tiranía (se refiere a Rosas), entrañaba, con la posibilidad de su victoria, la amenaza del fracaso y el deshonor para la gigantesca iniciativa de 1810. Tocó al Partido Colorado, a sus tribunos y a sus héroes, resolver la titánica contienda a favor de los principios de gobierno libre, salvando definitivamente para el porvenir los elementos esenciales de la civilización americana: hecho fundamental, en cuya virtud puede afirmarse que existen en nuestro país partidos y ciudadanos de principios que desconocen o repudian esa tradición o apartan la mirada del pasado para no verla, en los momentos en que luchan realmente, como lo han hecho, por la libertad y las instituciones, son en realidad solidarios de su espíritu y la llevan, sin saberlo, en el alma. Hagamos votos, señores, porque así como a los hombres del Partido Colorado tocó entonces hacer posible a costa de sacrificios inmortales tan alta solución histórica, los que hoy militan a la sombra de esa tradición gloriosísima, después de que hayan consagrado en la cercana lucha el programa de la Defensa y de Caseros con la conquista de la libertad electoral, último esfuerzo necesario para completar la efectividad de nuestras libertades públicas, den a la América de nuestra raza, en los albores del nuevo siglo, el ejemplo de una democracia constituída, organizada y libre, asegurando definitivamente la realidad del régimen de gobierno implantado por los Constituyentes de 1830 y defendido por Melchor Pacheco y Obes y por Francisco Tajes, junto a los muros de la inmortal Montevideo.” En definitiva, para aquel gran americano –y americanista- que fue Rodó, el Partido Colorado en la Defensa y Caseros contribuyó a salvar el espíritu de Mayo, amenazado por el ultramontanismo colonial del dictador-latifundista Juan Manuel de Rosas.

lunes, 10 de mayo de 2010

SALSIPUEDES Y LA CHARRULANDIA

Los textos que siguen pertenecen a dos especialistas, el historiador duraznense Oscar Padrón y el antropólogo sanducero Daniel Vidart. (fuente: revista dosmil30)

SALSIPUEDES por Oscar Padrón Favre

Salsipuedes fue el desenlace fatal de un proceso de reducción forzosa de las tolderías -en las cuales vivían también muchísimos elementos no charrúas perseguidos por la justicia- que de no haber estallado la Revolución habría finalizado alrededor del año 1809, 1810. Los líderes de las pocas tolderías que quedaban por entonces no supieron ver que un tiempo se había terminado, rechazando, incluso, los últimos ofrecimientos de tierras que recibieron.La decisión que llevó a Salsipuedes fue tomada por el Poder Ejecutivo y la Asamblea General de la época. Tal era el consenso que existía sobre la necesidad de la empresa por fuertes razones de carácter interno y externo. Pero al contrario de lo que se nos dijo siempre, con Salsipuedes no desaparecieron los indígenas. Podemos estimar que cuando nació el Estado Oriental vivían por lo menos alrededor de 15.000 indígenas o descendientes directos, en su mayoría como vecinos del medio rural. De esos, de los que realmente jugaron un papel decisivo y progresista en nuestra historia y cultura, poblando los pagos, trabajando la tierra y formando familias, nunca se habló o se les levantó monumentos.


LA CHARRULANDIA por Daniel Vidart

Hubo garra charrúa, como la hubo guaraní aunque hoy muy pocos recuerdan el heroico sacrificio de los miles de misioneros comandados por Andresito, Sití y Sotelo, puestos al servicio de Artigas. Y hubo, en grado sumo, garra oriental, sucesora de la furia española. El legado de los charrúas está integrado, sobre todo, por el significado moral de su empecinada defensa de un espacio vital, por los ejemplos heroicos de su insumisa independencia, de su empecinada dignidad, de su saber morir con las plumas puestas. El charruismo actual y la consiguiente construcción de una fantástica Charrulandia responde a la corriente arcaizante, romántica, rousseauniana al fin, que se ha desatado en ciertos grupos fundamentalistas de América donde una mescolanza de New Age, alucinógenos a contramano, mitopoiesis onírica, ecología nativista, etnografía fabulosa y farsa ceremonial libran batalla, en pêle - mêle, contra lo que se ha dado en llamar la globalización, el imperialismo, el FMI, y otros dragones. Y de tal modo, al realizar sus exorcismos, recurren a rituales extrapolados de la simbología cultural contemporánea para emprender, según dogmatizan mozos de ojos azules y muchachas de rubias cabelleras, el ''rescate'' de la antepasada autenticidad de las indianidades somáticas, de los indianatos políticos y de las indiamentas ergológicas que se extendían desde Alaska a la Tierra del Fuego. A tal punto ha llegado este delirio que ya tenemos entre nosotros descendientes de vascos, de libaneses o de la variopinta gama de inmigrantes decimonónicos que dicen haber recreado la música charrúa pues suponen que frotando huesos, soplando bocinas y tamborileando alrededor del fuego han descubierto las claves secretas del manantial estético aborigen.

jueves, 8 de abril de 2010

FRUCTUOSO RIVERA, CAUDILLO DE LOS INDÍGENAS MISIONEROS

Se hace necesario restituir los protagonistas relevantes a sus escenarios. Nos referimos, especialmente, a los indígenas guaraní-misioneros, fundamentales en la conformación de la población del Uruguay (sobre todo en el área rural), y, en términos generales, en la de un amplio territorio que comprende el sur de Brasil, buena parte de la Mesopotamia argentina y Paraguay. Ninguneados por el paradigma “cosmopolita”, es decir, el que sostiene que “venimos de los barcos”, así como por el paradigma “charruista”, esto es, el que afirma que el charrúa es “nuestro indígena”, las modernas investigaciones en etnohistoria, demografía y arqueología, les han ubicado justicieramente como actores principalísimos. Los misioneros constituyeron, por ejemplo, un aporte decisivo tanto en las luchas como en los intentos de organización del período artiguista. “De los guaraníes que pelearon con Artigas –expresa el antropólogo Daniel Vidart- ya ni se habla (…). Fueron mucho más numerosos los guaraníes que los charrúas comprometidos con Artigas. En la lucha contra los portugueses murieron muchos más guaraníes que todos los charrúas juntos. Cuando Artigas habla de repartir tierras a los indios, habla de guaraníes, no de charrúas”. El Protector era consciente de que al único indígena al que podía ligar a la tierra y a la vida sedentaria de la producción era al misionero, eurotecnificado y devenido excelso agricultor por acción de los jesuitas. Además, desde la expulsión de la orden en 1767 y el consiguiente declive de la experiencia misional (culpable de “cultoricidio” pero, asimismo, salvacionista de los cuerpos de los indios del brazo largo de los portadores de la espada), el guaraní, dominador del utilaje bélico desde que se constituyó, desde el principio, en antemural de la expansión lusitana, se hizo soldado de los ejércitos patrios. Observemos, a vuelo de pájaro, los siguientes hitos. En enero de 1820, resulta quebrado definitivamente el poder de Artigas en la Provincia Oriental, tras la derrota sufrida por Andrés Latorre ante los portugueses en Tacuarembó. Dicho contraste significó un verdadero genocidio para los misioneros, cuya división, aislada del resto del ejército por la crecida del río homónimo, fue masacrada. Allí pereció su jefe, el valeroso Pantaleón Sotelo, sucesor de Andresito. A partir de ese momento, comenzaron a reconocer un nuevo liderazgo: el de Fructuoso Rivera, comandante de la campaña desde que cesara de ofrecer –por el momento- una resistencia inútil al vencedor. Miles de guaraní-misioneros hallaron en la Cisplatina refugio ante las persecuciones de que fueron objeto en Entre Ríos y Corrientes por Francisco Ramírez. Así lo constata, por ejemplo, el naturalista francés Augusto de Saint-Hilaire, cuando de visita por la zona de Salto, en 1821, expresa: “Hacia el norte del campamento existían varios pueblecitos habitados por indios guaraníes que habían venido de Entre Ríos (desde agosto de 1820) a refugiarse aquí. Estos hombres viven en la ociosidad –y aquí viene el dato patético-mientras que sus mujeres se prostituyen a los soldados…”. El propio Don Frutos escribe, en 1822, que en “El Salto, a las márgenes del mismo Uruguay, había veinte y cinco casas de trato (pulperías), infinitas familias de las emigradas de Entre Ríos, algunas portuguesas, chinas del país, y muchas de las naturales de Misiones…”. El investigador González Risotto ha verificado que la mayoría de los soldados del Regimiento de Dragones de la Unión, fuerza que respondía incondicionalmente a Rivera, poseían apellido guaraní. En 1828, en rápida y audaz campaña, Rivera conquista las Misiones Orientales. Cuando es obligado a desalojarlas virtud a lo estipulado en la Convención Preliminar de Paz, alrededor de 7000 indígenas, incluyendo sus autoridades y corregidores, le siguen voluntariamente en su retirada hacia territorio oriental. “Como impacto demográfico –explica el historiador Oscar Padrón Favre- (el éxodo Guaraní-misionero) constituyó uno de los fenómenos inmigratorios de mayor relevancia en la historia del Uruguay, pues supuso un incremento poblacional inmediato que se puede estimar del 6 al 8% de la población oriental de entonces”. Un hecho absolutamente original en los anales históricos de América. Con parte de ese conglomerado humano se funda, en la desembocadura del río Cuareim en el Uruguay, el pueblo de Bella Unión. La formación del ejército del llamado “Estado de Montevideo”, en 1829 –aún no era el “Estado Oriental del Uruguay” de la primera Constitución-, fue encomendado a Rivera en su condición de Jefe del Estado Mayor. La principal porción del mismo –dos de tres regimientos de caballería, la brigada de artillería y el escuadrón de guías-, estaba casi totalmente integrado por el “Ejército del Norte” conquistador de las Misiones, y compuesto en su inmensa mayoría por guaraníes. Documentos de época refieren al “ejército de tapes”, o a los “escuadrones de tapes de Rivera”. En 1831, y con la conformidad casi unánime de la opinión nacional, el entonces presidente Rivera desbarata en Salsipuedes y otras acciones, a algunos grupos de indios charrúas, sobreviviendo numerosos integrantes de dicha parcialidad pero en forma más bien desperdigada. Padrón Favre interpreta estos hechos como la conclusión del secular –y por momentos encarnizado-, conflicto interétnico charrúa-guaraní. En mayo de 1832 se subleva la colonia de Bella Unión. En dicho alzamiento –y sin entrar a analizar las atendibles razones de fondo- participan naturales de las Misiones Occidentales del Uruguay, de entre los muchos que habían engrosado el éxodo del 28; no así los provenientes de las Misiones Orientales, que permanecen fieles a Don Frutos. Con parte de estos últimos funda, al año siguiente, San Francisco de Borja del Yí, a tres leguas de San pedro del Durazno. Dicho emplazamiento, el último pueblo indígena del territorio uruguayo, sobrevive hasta 1862, en que sus habitantes son desalojados “manu militari” por el gobierno de Bernardo Prudencio Berro. El 19 de setiembre de 1836 chocan las divisas tradicionales en Carpintería. El general Tomás de Iriarte manifiesta en sus memorias que Rivera “engrosó su fuerza con los indios misioneros de la Colonia del Cuareim”, acotando que “estos indios le eran muy adictos”. No resulta sorprendente, entonces, lo que cuatro días antes de la batalla escribe el presidente Oribe al general Lavalleja: “Estoy persuadido que no debemos contar con los Indios para nada, pues sin decididos esclavos de Rivera, y no conocen derecho, ni justicia que se oponga a separarlos de dicha servidumbre”. Ni que hablar que dicho concurso acompañó al caudillo en el momento dramático de su enfrentamiento con Juan Manuel de Rosas: sea en la jornada memorable de Cagancha, en diciembre de 1839, como en la Guerra Grande, cuando al mando del “Ejército de Operaciones” en campaña, no solo sometió al enemigo a su preferida guerra de movimientos y recursos, sino que fue agente tutelar de las familias pobres. Por algo el “patricio” anti riverista Francisco Solano Antuña, expresaba en plena contienda civil que Don Frutos, “…haciendo soldados suyos a todos los varones aptos para las armas conduce constantemente con ellos a sus mujeres e hijos conservando así un semillero exclusivamente suyo, que forma la base principal de su poder, que le ha servido en todos tiempos para imponer a la Autoridad y que será mientras no se extinga, la raza más enemiga de los hombres blancos, una verdadera plaga de los estancieros orientales…”. Recién en 1845, cuando el desastre de Arroyo Grande, resultará quebrada –pese a sus actores- la alianza entre el conductor y sus tapes. Para éstos, la victoria de las armas rosistas significará un nuevo genocidio a expensas de la degollina que siguió a la batalla; para aquel, la piedra de toque, el declive que le llevará, un par de años más tarde, al exilio brasileño. En definitiva, rescatemos de una vez por todas la mutua adhesión, el ligamen de “americanismo” profundo –y no meramente proclamado- entre el pueblo indígena y el caudillo dilecto de las masas.

viernes, 19 de marzo de 2010

JOSE PEDRO VARELA ANTICLERICAL


 Escribía el maestro colombiano Germán Arciniegas respecto al Montevideo de la Guerra Grande, sitiado por el ejército argentino: “Jamás Montevideo fue, como en aquellos tiempos, teatro abierto de tantos actores poseídos de un fervor revolucionario. Mitre iba a la guerra, traducía la Divina Comedia y los últimos dramas de Victor Hugo, escribía un drama sobre Policarpa Salavarrieta, la heroína de la independencia colombiana, y preparaba las páginas sentimentales de sus Memorias de un botón de Rosa. Mármol acumulaba materiales para Amalia, el gran novelón que iría a denunciar los crímenes de Rosas más allá de las fronteras patrias. Por el momento presentaba los Cantos del Peregrino, con un epígrafe de Byron. Alberdi redactó El Talismán. Vicente Fidel López escribía La novia del hereje. Garibaldi venía de consagrarse guerrillero del Brasil, para, desde Montevideo, tomar parte en las guerras contra Rosas. Todos hacían teatro, periodismo y poesía. La libertad se les había subido del corazón a la lengua. Aquello era una logia abierta, un conspirar al aire libre, un volcar sobre los periódicos todo lo que en Buenos Aires tenían los otros que callar”.
En aquella ciudad bullente e inquieta -remedo de la Atenas clásica loada por Michelet-, nacía, el 19 de marzo de 1845, José Pedro Varela. “Era mi padre Don Jacobo D. Varela, hermano de Don Juan Cruz y de Don Florencio, y desterrado cono ellos de Buenos Aires en 1829 por el tirano Rosas, y mi madre Doña Benita Berro, hermana del ex presidente de esta República Don Bernardo Berro”, tal cual expresaba en una breve página autobiográfica.
Su trayectoria política, a grandes rasgos, puede dividirse en tres etapas. Al principio fue un “ferviente colorado”, al decir de Juan Oddone, militando en el sector “principista” y “conservador” del partido (esta última definición refiere a “conservador de las gloriosas tradiciones de la Defensa de Montevideo”). En una segunda instancia, culminada la “revolución de las lanzas” con la paz de abril de 1872, y aunque afiliado aún al credo “principista”, abjura del tradicionalismo y participa de la fugaz experiencia del Partido Radical.. Finalmente, decepcionado de la acción político partidaria como transformadora de la realidad, encamina sus afanes hacia la reforma educacional, inscribiéndose, así, en la tradición nacional adversa a los partidos (al igual que su tío Bernardo Berro).
Su trayectoria filosófica reconoce dos momentos fundamentales. Primero, estuvo afiliado al racionalismo espiritualista y liberal de raíz francesa. Más tarde, se adscribió al positivismo evolucionista en su versión sajona. La cesura que dividió las aguas, fue su viaje de 1868 por Europa y Estados Unidos, país este último en donde observó de cerca la aplicación del sistema educativo de contenido positivo-cientificista, y en el cual trabó estrecha relación con quien sería su gran influencia en la materia: Domingo Faustino Sarmiento.
En modesto homenaje a los 165 años de su nacimiento, nos interesaría rescatar la faz anticlerical de su pensamiento, dejando constancia de que varela perteneció a esa vertiente reivindicadora de la figura y el mensaje de Jesús, en adhesión a un cristianismo verdadero cuyo legado habría sido -segun entendió- traicionado por el catolicismo y su jerarquía.
“La revolución gloriosa del 89 proclamó el derecho del hombre; la no menos gloriosa revolución del siglo presente proclamará el derecho de las conciencias.
En el orden civil la república ha sucedido a la monarquía; en el orden económico la libertad ha sucedido al privilegio, en el orden religioso la democracia sucederá al despotismo. El siglo diecinueve democratizará la divinidad.
Sería antilógico hablar del imperio del trono de Dios cuando se considera que la monarquía es una violación del derecho natural.
La libertad absoluta es indivisible.(...)
Tal sucede hoy con la libertad religiosa: se la ve avanzar a grandes pasos y es que las libertades políticas se le han adelantado en una jornada y es forzoso que las alcance.
En el congreso de las conciencias ya se formulan los primeros artículos de la constitución libertadora.
¡Escuchad! Y oireis los primeros dobles que anuncian la muerte del catolicismo.”
(“Los días de fiesta”, abril de 1865)
“Se cree que se puede llegar a la libertad política, a la libertad social, bajo la tiranía religiosa: como si se pretendiera establecer una separación entre el ciudadano y el creyente, entre el padre de fanilia y el hombre devoto. (...)
Pero los directores religiosos, a los que deben fecundar las almas; a los encargados de los niños, a los encargados de la mujer ¿que títulos se les exigen?. Una sotana.
Dejar al sacerdocio la dirección de los niños y las mujeres, es dejarles la dirección de la política y de la sociedad, y ¡cuan funesto debe ser para el progreso, esa dirección otorgada en favor de individualidades que no se han hecho acreedoras a ella, ni por los servicios prestados, ni por los conocimientos adquiridos!.
Nosotros no queremos, como el catolicismo, ahogar la voz en la garganta de nuestros enemigos; no nos presentamos esgrimiendo el hacha del exterminio para los que se encuentran en distintas filas que nosotros; solo queremos que se escuchen nuestros argumentos; que se examinen a la severa luz de la razón.(...)
Para el sacerdote, pensar, razonar, es dejar de ser católico. El catolicismo protesta contra el libre examen.
Cada paso que avanza el espíritu de libertad y de vida en el mundo, es un paso atrás que da el catolicismo, porque es una rienda del pueblo que se afloja: porque es una parte de las masa que se desenfrena.”
(“De la libertad religiosa”, La Revista Literaria, 28 de mayo de 1865).
“Las Repúblicas americanas se han agitado siempre heroicamente en busca de la libertad, y han creído dar un paso hacia ella cuando han conseguido copiar las leyes de pueblos que como los Estados Unidosmarchan al frente de la moderna civilización, sin fijarse en que no son las leyes las que hacen que los hombres sean buenos ciudadanos, sino los ciudadanos los que hacen buenas esas mismas leyes. No es letra muerta la que es necesario reformar, sino las costumbres, las creencias, los hombres a quienes esas leyes van a regir; y las costumbres de los pueblos que no se cambian mientras no se cambia la religión que profesan. Si esto es incontestable, ¿como podrán ser republicanos los pueblos cuya religión es monárquica?. ¿Qué es el catolicismo sino la monarquía religiosa?. ¿Qué es el papa sino el rey?. ¿Qué es la clase sacerdotal sino la nobleza?. ¿Pueden vivir unidas en la cabeza de un hombre, la idea de la igualdad de todos y la idea de la infalibilidad de uno solo?. ¿Se puede ser republicano en política y monárquico en religión?. ¿Ser católico y ser demócrata?. ¡No!.”
(“Francisco Bilbao”, La Revista Literaria, 25 de marzo de 1866).