martes, 9 de febrero de 2010

EL PARTIDO ESCUDO DE LOS DEBILES

La fuerza electoral de un partido –o de una fracción dentro de un partido-, es mensurable a través de los números, esto es, utilizando los recursos de la ciencia estadística. Por ejemplo, el Partido Colorado gozó, especialmente entre los años 1942 y 1954 (no tomamos en cuenta aquí los resultados de las elecciones de 1934 y 1938, también muy favorables al partido, por haberse desarrollado bajo el imperio de la dictadura “marzista”), de una clara supremacía ante sus adversarios, en lo que significó, sin duda, el período de mejor desempeño electoral continuado del siglo 20. A saber: porcentajes correspondientes a elecciones presidenciales 1942- 57,1% 1946- 47,8% 1950- 52,6% 1954- 50,5% Y al interior del partido, el batllismo representó su fracción mayoritaria. En 1942 votó en bloque a la fórmula Juan José de Amézaga- Alberto Guani, producto de la transacción con el “baldomirismo”; en 1946, mayoritariamente a la fórmula Tomás Berreta- Luis Batlle Berres; en 1950 y 1954, lo hizo dividido en torno a la díada “14” y “15” (este último año bajo el sistema colegialista impuesto por la constitución del 52). Pero asimismo, resulta posible aquilatar la fuerza popular de una corriente partidaria rastreando, sin pretensión científica pero con “ojo avizor”, la composición de su electorado, la franja social en que recluta sus apoyos y simpatías. La historia que sigue, menuda historia acaecida el último domingo de noviembre de 1946 (¿o fue, tal vez, el de 1950?; no hace al fondo del asunto), día de elecciones generales, es verídica en su sustancia, y me fue relatada por fuente absolutamente fidedigna. Isabelino Fierro era un fuerte hacendado del departamento de Tacuarembó, más específicamente, de la zona conocida como punta de cinco sauces. Estanciero de los de antes, tanto él, así como sus hijos varones y la peonada, laboraban a la par desde muy temprano a la mañana. Don Isabelino se había ganado fama de hombre trabajador y justo. Lo imaginamos, sin temor a equivocarnos, paisano de pocas palabras. Militaba, con fervor medido pero visceral (¿de que otro modo puede militar un hombre de campo a cabalidad, sea cual fuere su filiación política?), en filas del Partido Nacional. Aquel domingo caluroso de fines de noviembre, día de comicios –permítasenos el anacronismo-, uno de los peones le realizó una solicitud. “-Don Isabelino, si me permite. -Decime, gurí. -Hoy es día de elecciones, y yo quiero ir a votar. -Ah, muy bien. Vos sabés que acá, en el campo, hasta los domingos hay trabajo que hacer, pero si querés votar, muy bien, estás en tu derecho. ¡Dale, nomás!”. Silencio de algunos segundos. Pregunta don Isabelino. “-Y decime, gurí, ¿se puede saber a quien?. -Como no, al Partido Colorado y al batllismo” Nuevo silencio. “-Vos sabés que yo soy blanco, igual que mi familia. Tengo campo, bichos, y, dentro de todo, un buen pasar. Vos sos un muchacho humilde y trabajador. Es lógico que votes a los colorados, que tiran mucho por los de abajo. Ensillá el caballo que vos quieras y arrancá, que la urna te queda lejos. -Gracias, don Isabelino. -Hasta luego, gurí”. ¡Que tiempos!. Hasta en el estanciero blanco había calado la idea tuitiva de Batlle: “el Partido Colorado es el escudo de los débiles”.