viernes, 20 de agosto de 2021

UN EPISODIO DE LA VIDA MILITAR DEL GENERAL RIVERA. EL CORONEL DON JOSÉ MORA

   De soldado gubernista durante la revolución riverista de 1836-38, a oficial destacado durante la Guerra Grande.

   Narra Lorenzo de Medina:

   "Corría el año de 1838. El General don Fructuoso Rivera, por desavenencias respecto de la marcha política del entonces Presidente de la República General don Manuel Oribe, convulsionó el país contra ese gobierno, moviendo en su favor a la gran mayoria de los orientales y dominndo enseguida la campaña, de cuyo resultado cayó el gobierno del general Manuel Oribe tres meses antes de terminar su período.

   Como entonces no se habían desarrollado aún definitivamente nuestros partidos tradicionales, no había tampoco el antagonismo que sobrevino después, y, por lo general, todos los habitantes de la campaña que no tomaron las armas en uno y otro bando permanecieron tranquilos en los locales y puntos de su residencia; entre ellos se hallaba el fuerte hacendado entonces, ciudadano don Lorenzo de Medina, a quien tomó este movimiento político en uno de sus establecimientos de campo en el departamento de San José.


   Este ciudadano fue uno de los íntimos amigos del General Rivera, llegando esa amistad al punto de haberle dado por ahijado uno de sus hijos, que llevó el nombre de Fructuoso.

   Durante esa campaña tuvo oportunidad, por más de una ocasión, el Jefe nombrado, de pasar por las proximidades del establecimiento de campo de su compadre y amigo y compañeros en las luchas por la independencia, don Lorenzo de Medina, y al hacerlo llegaba a hacer una visita a su amigo, acompañado de su ejército, a cuyo efecto anticipaba un chasque en su anuncio.

   Era, pues recibido con todas las atenciones y obsequios que pueden proporcionarse en la campaña muy especialmente el de una suculenta comida, de la cual se hacía participar igualmente, sentándolos en la misma mesa, a los jefes superiores de su ejército.

El general Fructuoso Rivera delante de la ciudad de Durazno
Óleo de Miguel Benzo

   Conocida la gran amistad que existía entre los ciudadanos nombrados, la casa de este hacendado se había tomado ya como una especie de "consulado" para asilarse de los peligros a que se creían expuestos muchos por las fuerzas revolucionarias. Así sucedió que cierto día y con motivo de hallarse el General Rivera en la casa de campo de Medina, tuvo ocasión la esposa de éste, después de un almuerzo, el que, como se ha dicho, le fue servido a aquel en su obsequio, de pedir al general Rivera amnistía para un asilado en su casa.

   Terminada la mesa, la esposa del hacendado nombrado expuso: Compadre, tengo una gracia que solicitar de usted, y espero me la conceda. A lo que respondió el General Rivera: si de mi depende, puede estar segura de que con el mayor gusto se la concederé.

   Esta señora expúsele que tenían en su casa asilado a un joven que se presentó pidiendo ser recibido y ocultado, por hallarse al servicio del gobierno, y en conocimiento de que se hallaban cerca fuerzas revolucionarias. Accediendo al pedido, continuó la señora, hemos dado alojamiento conveniente a este joven, y para él es la gracia que a usted pido, de que le conceda la amnistía, dejándolo en libertad de acción. 

   El General Rivera contestó: es de muy poca importancia su pedido y desde ya queda indultado. Deseo conocerlo para hacerle saber que queda completamente garantido, y que de las fuerzas a mis órdenes nada tendrá que temer.

    A esto, la expresada señora se levantó de la mesa y fue en busca del joven aludido para ser presentado al General Rivera; pero no fueron pocas las palabras que tuvo que emplear para convencerlo que ese Jefe había dado su palabra de completa amnistía y que con seguridad podría alejar todo temor de daño alguno a su persona.

   Fue conducido de la mano a presencia del General Rivera -pues este joven apenas contaría unos diez y seis años- y al serle presentado al general, éste poniéndose de pie, estrechole la mano, manifestándole que a pedido de la señora, su comadre, quedaba en seguridad bajo su garantía y que podría oindicar el punto donde deseaba dirigirse para hacerlo acompañar.

   El joven, aunque temeroso de la realidad de este ofrecimiento, expuso su deseo, e inmediatamente el General Rivera llamando al Jefe de su regimiento Escolta, le ordena elegir cuarenta hombres de los de mayor confianza y valor, poniéndolos a las órdenes de dos oficiales.

   El Jefe del Regimiento cumple lo mandado haciendo formar la fuerza indicada a presencia de su General, y este entonces dirigiéndose al Oficial Superior y presentando al joven protegido, le dice, en voz alta, de modo que fuese oído por toda la tropa, lo siguiente: "Señor Capitán: va usted con esta fuerza y a las órdenes de este joven para acompañarlo hasta el punto que el desee; recomiendo a usted y hago saber a todos, que deben morir hasta el último en su defensa, previniéndoles, que en el caso de que así no lo hicieran, no se presente ninguno en mis filas, por el castigo a que se haría acreedor. Señor Capitán, recomiendo a usted, muy especialmente, el cumplimiento estricto de esta orden".

   En medio a la emoción y sorpresa del joven aludido, quien manifestó su mayor agradecimiento, y acaso no podía convencerse de la realidad de lo que veía, el Oficial de la Escolta lo puso a su lado, emprendiéndose enseguida la marcha proyectada.

   No había andado media legua la fuerza que había partido en custodia del joven, cuando se observó que retrocedía en dirección al lugar en que se hallaba el General Rivera.

   ¿Que había pasado?. Que el joven custodiado había manifestado al Oficial que mandaba la fuerza, su deseo de volver atrás, pues quería entrevistarse con el General Rivera. Una vez en presencia de éste le dijo:

   "Señor General: de hoy en adelante jamás mis manos podría disparar un tiro ni esgrimir arma alguna que pudiera herir a su persona, ni tampoco a soldado alguno que perteneciera a su ejército. Si V.E. me acepta a su servicio, seré el último de sus soldados, pero juro que seré el más fiel que tenga en sus filas".

   Inmediatamente el General Rivera, aceptando tan espontaneo ofrecimiento, mandó que se le diera espada y se le colocaran las insignias de Oficial, haciéndolo reconocer como tal en el Regimiento que componía su escolta.

   Pues bien, el joven de la referencia formó siempre en nuestra luchas en las filas del Partido Colorado, en las que alcanzó alto renombre, y en las que fue conocido por el Coronel don José Mora.

   Este hecho que demuestra , entre tantos otros, la generosidad del General Rivera, la cual estaba a la altura de su valor como guerrero, puede comprobarse hoy mismo por el testimonio de varios respetables ciudadanos nietos del Sr Lorenzo de Medina, personas conocidas en nuestra sociedad, que lo han sabido con minuciosos detalles por sus padres. Puede también justificarse por una hija de aquel, de noventa y cuatro años de edad, quien tuvo conocimiento personal de ese hecho y conserva de él el más claro recuerdo. Contaba entonces veintidós años".


    Mora fue segundo de Marcelino Sosa en el primer Regimiento de Caballería durante la Guerra Grande. A la muerte de éste el 8 de febrero de 1844 en las inmediaciones de la playa de la Aguada (hoy día: intersección de las calles Agraciada y Marcelino Sosa), pasó a comandar dicho cuerpo de caballería bautizado como  "Regimiento Sosa".

   (Nota publicada en el quincenario "Rivera", publicación del club colorado homónimo, 15 de noviembre de 1910)