viernes, 19 de marzo de 2010

JOSE PEDRO VARELA ANTICLERICAL


 Escribía el maestro colombiano Germán Arciniegas respecto al Montevideo de la Guerra Grande, sitiado por el ejército argentino: “Jamás Montevideo fue, como en aquellos tiempos, teatro abierto de tantos actores poseídos de un fervor revolucionario. Mitre iba a la guerra, traducía la Divina Comedia y los últimos dramas de Victor Hugo, escribía un drama sobre Policarpa Salavarrieta, la heroína de la independencia colombiana, y preparaba las páginas sentimentales de sus Memorias de un botón de Rosa. Mármol acumulaba materiales para Amalia, el gran novelón que iría a denunciar los crímenes de Rosas más allá de las fronteras patrias. Por el momento presentaba los Cantos del Peregrino, con un epígrafe de Byron. Alberdi redactó El Talismán. Vicente Fidel López escribía La novia del hereje. Garibaldi venía de consagrarse guerrillero del Brasil, para, desde Montevideo, tomar parte en las guerras contra Rosas. Todos hacían teatro, periodismo y poesía. La libertad se les había subido del corazón a la lengua. Aquello era una logia abierta, un conspirar al aire libre, un volcar sobre los periódicos todo lo que en Buenos Aires tenían los otros que callar”.
En aquella ciudad bullente e inquieta -remedo de la Atenas clásica loada por Michelet-, nacía, el 19 de marzo de 1845, José Pedro Varela. “Era mi padre Don Jacobo D. Varela, hermano de Don Juan Cruz y de Don Florencio, y desterrado cono ellos de Buenos Aires en 1829 por el tirano Rosas, y mi madre Doña Benita Berro, hermana del ex presidente de esta República Don Bernardo Berro”, tal cual expresaba en una breve página autobiográfica.
Su trayectoria política, a grandes rasgos, puede dividirse en tres etapas. Al principio fue un “ferviente colorado”, al decir de Juan Oddone, militando en el sector “principista” y “conservador” del partido (esta última definición refiere a “conservador de las gloriosas tradiciones de la Defensa de Montevideo”). En una segunda instancia, culminada la “revolución de las lanzas” con la paz de abril de 1872, y aunque afiliado aún al credo “principista”, abjura del tradicionalismo y participa de la fugaz experiencia del Partido Radical.. Finalmente, decepcionado de la acción político partidaria como transformadora de la realidad, encamina sus afanes hacia la reforma educacional, inscribiéndose, así, en la tradición nacional adversa a los partidos (al igual que su tío Bernardo Berro).
Su trayectoria filosófica reconoce dos momentos fundamentales. Primero, estuvo afiliado al racionalismo espiritualista y liberal de raíz francesa. Más tarde, se adscribió al positivismo evolucionista en su versión sajona. La cesura que dividió las aguas, fue su viaje de 1868 por Europa y Estados Unidos, país este último en donde observó de cerca la aplicación del sistema educativo de contenido positivo-cientificista, y en el cual trabó estrecha relación con quien sería su gran influencia en la materia: Domingo Faustino Sarmiento.
En modesto homenaje a los 165 años de su nacimiento, nos interesaría rescatar la faz anticlerical de su pensamiento, dejando constancia de que varela perteneció a esa vertiente reivindicadora de la figura y el mensaje de Jesús, en adhesión a un cristianismo verdadero cuyo legado habría sido -segun entendió- traicionado por el catolicismo y su jerarquía.
“La revolución gloriosa del 89 proclamó el derecho del hombre; la no menos gloriosa revolución del siglo presente proclamará el derecho de las conciencias.
En el orden civil la república ha sucedido a la monarquía; en el orden económico la libertad ha sucedido al privilegio, en el orden religioso la democracia sucederá al despotismo. El siglo diecinueve democratizará la divinidad.
Sería antilógico hablar del imperio del trono de Dios cuando se considera que la monarquía es una violación del derecho natural.
La libertad absoluta es indivisible.(...)
Tal sucede hoy con la libertad religiosa: se la ve avanzar a grandes pasos y es que las libertades políticas se le han adelantado en una jornada y es forzoso que las alcance.
En el congreso de las conciencias ya se formulan los primeros artículos de la constitución libertadora.
¡Escuchad! Y oireis los primeros dobles que anuncian la muerte del catolicismo.”
(“Los días de fiesta”, abril de 1865)
“Se cree que se puede llegar a la libertad política, a la libertad social, bajo la tiranía religiosa: como si se pretendiera establecer una separación entre el ciudadano y el creyente, entre el padre de fanilia y el hombre devoto. (...)
Pero los directores religiosos, a los que deben fecundar las almas; a los encargados de los niños, a los encargados de la mujer ¿que títulos se les exigen?. Una sotana.
Dejar al sacerdocio la dirección de los niños y las mujeres, es dejarles la dirección de la política y de la sociedad, y ¡cuan funesto debe ser para el progreso, esa dirección otorgada en favor de individualidades que no se han hecho acreedoras a ella, ni por los servicios prestados, ni por los conocimientos adquiridos!.
Nosotros no queremos, como el catolicismo, ahogar la voz en la garganta de nuestros enemigos; no nos presentamos esgrimiendo el hacha del exterminio para los que se encuentran en distintas filas que nosotros; solo queremos que se escuchen nuestros argumentos; que se examinen a la severa luz de la razón.(...)
Para el sacerdote, pensar, razonar, es dejar de ser católico. El catolicismo protesta contra el libre examen.
Cada paso que avanza el espíritu de libertad y de vida en el mundo, es un paso atrás que da el catolicismo, porque es una rienda del pueblo que se afloja: porque es una parte de las masa que se desenfrena.”
(“De la libertad religiosa”, La Revista Literaria, 28 de mayo de 1865).
“Las Repúblicas americanas se han agitado siempre heroicamente en busca de la libertad, y han creído dar un paso hacia ella cuando han conseguido copiar las leyes de pueblos que como los Estados Unidosmarchan al frente de la moderna civilización, sin fijarse en que no son las leyes las que hacen que los hombres sean buenos ciudadanos, sino los ciudadanos los que hacen buenas esas mismas leyes. No es letra muerta la que es necesario reformar, sino las costumbres, las creencias, los hombres a quienes esas leyes van a regir; y las costumbres de los pueblos que no se cambian mientras no se cambia la religión que profesan. Si esto es incontestable, ¿como podrán ser republicanos los pueblos cuya religión es monárquica?. ¿Qué es el catolicismo sino la monarquía religiosa?. ¿Qué es el papa sino el rey?. ¿Qué es la clase sacerdotal sino la nobleza?. ¿Pueden vivir unidas en la cabeza de un hombre, la idea de la igualdad de todos y la idea de la infalibilidad de uno solo?. ¿Se puede ser republicano en política y monárquico en religión?. ¿Ser católico y ser demócrata?. ¡No!.”
(“Francisco Bilbao”, La Revista Literaria, 25 de marzo de 1866).