jueves, 9 de abril de 2009

EDUARDO ACEVEDO ALVAREZ

   

Apelamos a su gentileza para recordar, en breves trazos, la figura de un ciudadano ejemplar, desafortunadamente olvidado. Un batllista cuya desaparición física se producía hace por estos días un cuarto de siglo –para ser más precisos, un 21 de junio de 1983-; nos referimos al dr. Eduardo Acevedo Alvarez.

   El dr. Acevedo Alvarez había nacido en Montevideo el 15 de enero de 1893, siendo hijo del dr. Eduardo Acevedo –otro batllista arrollado por la amnesia partidaria, y de cuyo fallecimiento se cumplieron 60 años- y de Manuela Alvarez.

   Cursó estudios en la Facultad de Derecho graduándose de abogado, especializándose muy pronto en los temas predilectos que insumieron su vida: los económicos y financieros.

Accedió luego al cargo de profesor agregado en la cátedra de Economía y Finanzas de Derecho con una tesis titulada “El billete de banco”, en 1919. Más tarde sería profesor titular de Finanzas en esa misma Facultad, y de Finanzas y Estadísticas en la llamada, con posterioridad, Facultad de Ciencias Económicas y Administración   Se vinculó tempranamente a la actividad política ejerciendo el periodismo de opinión desde las páginas de “El Día”, a partir de 1911.

   Entre marzo y octubre de 1927 ejerció, encomendado por el Consejo Nacional de Administración de la época, el cargo de Ministro de Industrias (dicha cartera, así como las relacionadas con la dirección económica y la confección de las políticas sociales, eran resorte, de acuerdo a la constitución del año 18, de la rama colegiada del Poder Ejecutivo). Dejó el cargo para ocupar una banca en la Cámara de Diputados.

   A fines de 1931 fue designado Ministro de Hacienda, función en que lo sorprendió el golpe de estado de Terra. Fueron aquellos, tiempos de febril actividad en la tarea de encaminar la nave del Estado por sendas de austeridad en el manejo de los gastos públicos, sumido el país, como el orbe, en profunda crisis luego de los sucesos del año 1929.

   Tarea, asimismo, de mérito bipartidista, en la que el Consejo Nacional proyectaba las medidas más urgentes y el Parlamento las aprobaba casi unánimemente, de la forma que el patriotismo de la hora reclamaba.

   Vale la pena recordar los nombres que integraban aquel Consejo de los años 31 y 32, tal vez el mejor a fin de enfrentar aquellos momentos turbulentos: los colorados Carlos María Sorín, Baltasar Brum, Victoriano Martínez, Tomás Berreta, Luis C. Caviglia y Juan P. Fabini, y los nacionalistas Arturo Lussich, Alfredo García Morales e Ismael Cortinas.

   Cuando el 31 de marzo de 1933, la legalidad era atropellada por el presidente de la República en ancas de los sectores más conservadores –cuando no reaccionarios- de los partidos históricos, Acevedo Alvarez, así como su padre y otros ciudadanos, se hallaba junto a Brum en la puerta de la casa de éste en la calle Río Branco. Fue, en consecuencia, testigo de su martirio.

   Fiel a su ideario batllista, fue un severo impugnador del régimen de facto. Frente a las falsedades que pretendían justificar lo injustificable, publicó, en 1934, en edición popular propiciada por el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Colorado, su libro “La gran obra de los poderes constitucionales frente a la crisis”, en donde expuso con estilo sereno, erudito y carente de alharacas retóricas, la tarea cumplida por los gobiernos legales desde la posguerra hasta el advenimiento de la dictadura, con especial atención al comienzo de la década de los treinta.

   “Destaquemos, aquí, -expresaba en un pasaje del libro- la única economía efectiva que realizó el nuevo gobierno en el correr de 1933. Nos referimos a la disolución del Parlamento ocurrida el 31 de marzo, que casi de inmediato fue sustituído por la Asamblea deliberante. Ese ahorro representa, en el año pasado, $347.630. También, la caída del Consejo Nacional y la creación de la Junta de Gobierno, produjo otra contracción, $79.630. En total, el golpe de Estado trajo al Presupuesto Nacional, una economía en conjunto de $427.260. Para eso se echó abajo la Constitución!”. (El ejercicio del año 33 terminó, según palabras del Ministro de Hacienda de la dictadura pedro Manini Ríos, con un déficit de tres millones y medio de pesos, cuando de haberse cumplido el plan de los poderes legales, habría culminado con dos millones de superavit, según demostró palmariamente el dr. Acevedo).

Restablecida la democracia luego del hiato autoritario –nuestra “década infame”, si se nos permite la importación terminológica-, Acevedo Alvarez vuelve a la Cámara de Diputados entre 1943 y 1947, y desde este último año hasta 1951, ocupa una banca en el Senado. Al finalizar la legislatura, es nombrado presidente de la Comisión Honoraria de Viviendas Económicas.

   Entre 1952 y 1955 es designado, por segunda vez en su trayectoria política, Ministro de Hacienda.

   Se desempeña, durante los años sesenta y hasta 1975, como presidente del Consejo de Dirección de “El Día”. El dr. Enrique Tarigo, por entonces también directivo del diario, explicaba las razones de su alejamiento debido “a su discrepancia radical con la revisión y los homenajes que el gobierno decidiera tributarle (el año 75) a la figura histórica del coronel Lorenzo Latorre (…) Con su tono mesurado, con entera calma, nos dijo entonces, poco más o menos, que aceptar en silencio y desde la dirección de “El Día” esos homenajes, implicaba para él traicionar la memoria de su padre, el dr. Eduardo Acevedo”.

   En estos tiempos en que el partido colorado se apresta a la realización de un Congreso que redefina su arquitectura ideológica, importa, creemos, relanzar el estudio de los hombres y mujeres que contribuyeron a la construcción de su más rico acervo, cual es el batllismo. En el entendido de comprender, con hondura histórica, primero, cuales fueron las  originalidades de esta corriente política, es decir, sus señas de identidad intransferibles; y luego, observar cuales constituyeron, a nivel internacional, sus abrevaderos doctrinales: nos parece que estuvo más cerca, por ejemplo, del “socialismo agrario” de Henry George y del progresismo norteamericanos, así como del laborismo inglés -Batlle se sintió, en su madurez, muy influenciado por Ramsay Mac Donald- y no tanto por la socialdemocracia, como piensan algunos.

   Eduardo Acevedo Alvarez debería ser uno de esos batllistas a indagar, por ser ejemplo de laboriosidad y precisión en el estudio de los temas nacionales, de serenidad en el juicio y de inteligencia. Y por haber sido honrado a cabalidad, que es, a no dudarlo, una forma también de ser inteligente.

                                    

    (publicado en correo de los lectores de "Búsqueda", junio 2008)

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