POR LUIS HIERRO GAMBARDELLA
"Pasó ya el tiempo en que se podía contar por años el recuerdo de este episodio. (....) Todo nos hace pensar que, objetivamente, queda muy poco en el aire vivo del país de aquellas horas, sólo horas, cuando se vivió la última hazaña revolucionaria que conoció nuestra historia.
Cerca del Rosario hubo un combate, entre fuerzas revolucionarias comandadas por Ovidio Alonso, que sostuvieron un intenso tiroteo en el Paso de Morlán.
Y en el noreste, los grupos revolucionarios al mando de Exequiel Silveira -luego de la sorpresa de Cerrozuelo-- fueron dispersados con la intervención de la aviación. Los del sur, marcharon a los cuarteles inmediatos. Los del norte entraron al Brasil y allí se refugiaron. En ambos encuentros, quedaron muertos: Gino, Muniz, Magariños. En sus retratos de muchachos desconocidos, publicados por la prensa luego de su sacrificio, se llegaba a ver -o se quería ver- una mirada de generosa dación.
En Bagé, mientras don Exequiel sorbe su mate, otro hombre que ha montado un escritorio inverosímil sobre unos cajones de madera barata, escribe y escribe. Se oye, en la cálida tarde riograndense, el ruido de la bombilla en el mate vacío de don Exequiel, el desacomodo crujiente de los cajones, el rasgido de la pluma de quien está, vestido de bombachas y barbudo como un gaucho, pero con sus inverosímiles lentes quevedos de intelectual, empeñado en la escritura.
-Escuche, amigo. Y empieza a leer al visitante las páginas de la Crónica de la Revolución de Enero. Es Justino Zavala Muniz, que luego lee con avidez el libro que lleva su amigo: Sacha Yegulev...
Paco se había estado todas las horas del combate de Morlán, entre las balas
que le zumbaban sobre la cabeza, tratando de entender como funcionaba el remington inverosímil que le tocó cargar (no como se hace con las armas, sino con la cruz). Y Justino, que pudo montar a caballo y galopar por aquellos campos de resonancias heroicas, había visto caer, impotente, a alguno de los suyos.
La Revolución de Enero había terminado. Inmadura, precipitada, dejó a cientos y cientos de hombres comprometidos a acompañarla sin poder hacerlo. Batllistas y blancos independientes de todo el país -la mayoría con menos de treinta años-, cientos y cientos, repito, casi ninguno con instrucción militar, pero todos con el mismo fervor, aguardaron a lo largo y a lo ancho del país, y en vigilia, la contraseña que no llegó. Llegaron, sí, las noticias de Morlán y Cerrozuelo y luegoel largo silencio que cubre las derrotas. Silencio que interrumpía, monótono y sin imaginación, el grito victorioso de los vencedores. ¡Siempre los mismos agravios en el alarido de triunfo de los que creen que pisan el cadáver de la libertad!.
La derrota, sí. La dictadura se siente afirmada. Nuevas medidas de excepción; destierros, censura de prensa, silencio popular. (No hacía cincuenta años, otros jóvenes se habían levantado contra el régimen de Santos y fuero masacrados en los palmares de Soto. También entonces, como en el ahora del 35, un gran silencio cubrió la agonía de la libertad).
Al poco tiempo se volvió a ver a don Ovidio Alonso por Rosario, con su tranquila cortesía, su sonrisa de hombre bueno, su calma. Y a don Exequiel Silveira en Fraile Muerto en sus faenas rurales. Los dos se reencontraron en Melo, en un gran acto popular de lucha democrática. Hacían memoria: no, en 1904 no se habían "topado", uno con la divisa blanca y otro con la colorada. Tampoco se habían visto en la aventura común de un año atrás, ya sin divisas (o con las dos). Ahora, ambos vestidos de paisano -los dos lo eran en forma muy entrañable- charlaban lentamente, dueños del tiempo y, por lo tanto, ajenos a las derrotas.
Y en Montevideo, otros actores también se encontraban. Paco escribía en "El País", Justino en "Avanzar". Paco estrenaba sus obras en el Artigas, Justino en el Sodre. Y por la noche -también dueños del tiempo que no sabe de derrotas- hablaban de subversivos tan subversivos como ellos: Sófocles, Valéry...
La gesta de enero fue entrando en el tiempo "entre un grave sonar de timbales" (como quien imaginó que lo hizo Parménides). Como antes habían entrado los del Quebracho. Fue la última vez que uruguayos civiles montaron los potros de la guerra. Casi sin armas, Remingtons de la guerra del 14 y algunos de 1904; caballos flacos para los del Norte; chirriantes fords a bigote sin combustible para los del Sur; ausencia de reservas, parque, logística, estrategia; jefes que luego de estarse treinta años enseñando a votar recordaban su adolescencia con Galarza o Saravia... ¿Es que iban a morir?. Nadie pensaba en eso. ¿Pensaron en triunfar?. Sin apoyo en las direcciones partidarias, sin elencos de gobierno que se aprestaran a tomar la conducción del país, es claro que tampoco imaginaran el triunfo. Sabían, sí, que tenían que golpear con fuerza en la conciencia del país. ¿Un mes?, ¿un año?, ¿cinco años?. Tal vez. El tiempo, para los que saben dominarlo, circula y llega.
(.....)
A don Ovidio Alonso se le encontraba luego en Colonia y después en Montevideo en modestas funciones civiles. Don Exequiel siguió con sus labores agrarias y luego llegó a ser Jefe de Policía de Cerro Largo, mandando a los mismos Comisarios que el régimen movilizó para perseguirlo. Zavala fue Senador, Ministro, Consejero. Y Paco un día, siendo Profesor de Humanidades (cuando Vaz Ferreira era su decano) les dijo a los soldados de línea un discurso inolvidable, señalando que ellos eran la raíz del país. Quizás ya lo estaba pensando cuando oía el zumbido de las balas sobre su cabeza en la noche de Morlán.
Para todos llegó la hora de la victoria verdadera. Ninguno tuvo un desnán, un odio o un agravio. Había triunfado en la Democracia, que embellece la vida del hombre, porque a la luz de su dignidad no hay vencidos.
Por eso es hermoso hoy recordar aquella derrota de Enero de 1935. Dice en su página Espínola que cuando entonces cayó el silencio cubriendo el cansancio de los combatientes, oyeron un zorro que parecía reírse largamente de la hueste vencida. Otros también habrán reído, con risas de zorro. ¿Quien los recuerda, ahora?.
Para estos, para los nuestros, sigue sonando un vasto coro de timbales."
Este artículo de Hierro Gambardella (1915-1991) -legislador, ministro, embajador, figura consular del batllismo- fue publicado en el semanario"Opinar" -dirigido por el inolvidable Dr. Enrique Tarigo- el 28 de enero de 1982. Constituye, creemos, tanto una pieza de gran valor historiográfico así como una verdadera joya literaria.
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