Nota publicada en la revista "NOSOTROS" de Buenos Aires. (*)
"No conozco el valor real de Artigas. Las opiniones de los historiadores no han
llegado a crearme un convencimiento seguro: entre el caudillo brutal e
ininteligente de los unos y el héroe nacional de los otros, hay lugar para una
figura intermedia, que ejerció una decisiva influencia y asumió una alta
sifnificación histórica por la convergencia de muchos factores: el tiempo, el
lugar, las personas, las circunstancias. De los otros hombres ilustres de la
política uruguaya no sabría siquiera dar una opinión. Optimos varios, pésimos
algunos, no veo el hombre singular: Guizot y no Talleyrand, Caprivi y no
Bismark, Rattazi y no Cavour. Es necesario tener en cuenta que el Uruguay, como
nación independiente, no tiene un siglo de vida; históricamente, los años de la
dominación española se cuentan... al revés.
No sé si la admiración y el afecto
puedan agrandar una visión; pero, me parece que el hombre político verdadero, el
estadista creador aun más que reformador, la mente que del conocimiento del
pasado y de la previsión del futuro extrae la norma para el presente, el
intérprete seguro de las necesidades del pueblo oriental en esta hora histórica,
el hombre que ve y prevé está vivo y apenas ha entrado en la vejez: este es,
José Batlle y Ordóñez.
Tiene sesenta y dos años. Jefe reconocido del gran
partido colorado, dos veces Presidente de la Re-pública. delegado a la Haya,
cuando los Congresos de la Haya eran solemnes asambleas internacionales, que la
guerra, con su realismo brutal, debía más tarde cubrir de trágico sarcasmo, José
Batlle y Ordóñez es el hombre más conocido y estimado en Europa, de todos los
sudamericanos; en el Uruguay es amado por muchos hasta la idolatría y por muchos
odiado hasta la maldición.
Tiene todos los mayores defectos que puede tener un
hombre político; es, a pesar de todo, un óptimo padre de familia: se comprende,
los adversarios no le perdonan sus defectos y éstos molestan aun a los amigos.
Su complexión física es adecuada a su temperamento; tiene la exterioridad del
luchador. Viéndolo, se piensa en Dantón, esculpido por la adjetivación homérica
de Carducci: “Pallido, enorme”.
Ningún hombre de estado ha comprendido y adoptado tantos postulados socialistas como José Batlle y Ordóñez en sus dos presidencias. Diversas reformas llevadas a cabo por la presidencia actual, corresponden de pleno derecho a la precedente: la ley que afirma el derecho a la vida para todos, en virtud de la cual cualquier ciudadano puede pedir al Estado el mínimo indispensable para la existencia, es concepción de Batlle. Y es notable esto: que cuando un gremio de trabajadores está en huelga, tiene derecho de pedir al Estado los medios de alimentación para sí y para sus familias; así, piensa Batlle, se elimina el caso, antes demasiado frecuente, de que los obreros, que tenían toda la razón de pedir y obtener un mejoramiento de sus condiciones de trabajo y de vida, se viesen, después de varios días, obligados a ceder sin haber obtenido nada, porque los patrones los vencían con hambre.
Periodista desde hace cuarenta años, su pluma es
aún hoy una clava; no concibe la academia, no se pierde en las teorizaciones.
¿Hay un fin que alcanzar:'¡ derecho al fin!. Con tal modo de ser, no se puede
vivir en paz con el mundo; pero José Batlle y Ordóñez, bien que sea en el fondo
un impenitente idealista, tiene del mundo, esto es, de los hombres, un concepto
poco optimista; ha vivido mucho, ha vivido intensamente, ha vivido con prisa:
conoce en consecuencia el alma humana, y de este conocimiento ha extraído la
convicción de que un hombre, más que la simpatía de los otros, debe buscar la
paz de la propia conciencia.
Cuando hablamos de la América del Norte podemos
estar en duda, al determinar cual sea el hombre viviente que la represente y en
cierto modo la sintetice. ¿Será Wilson?, ¿será Roosevelt? Pero para la América
del Sud no hay lugar a dudas: entre los muchos hombres eminentes de los diez
estados que constituyen la América meridional, hombres de singular valor que son
ignorados en Europa y más aun en América, el que a todos sobrepasa, que no tiene
término de comparación, es él, Batlle y Ordóñez; y a él se debe el que, no
obstante los obstáculos, el Uruguay sea la primera de las naciones
sudamericanas, a pesar del exiguo número de habitantes.
No pretendo escribir una
entrevista. Relataré las impresiones recibidas en un largo coloquio con el
egregio hombre; no lo que él dijo, sino lo que yo pensaba mientras Batlle y
Ordóñez hablaba de su país, de la guerra, de la lucha entre la idea democrática
y la idea conservadora.
En el pequeño gabinete de trabajo, que el gran ciudadano
tiene en la redacción de El Día, en medio de la serenidad del ambiente, de los
pocos retratos que penden de las paredes (el de Jaurés domina al de un gran
estadista viviente), se respira, diría, aire de lucha.
José Batlle y Ordóñez
habla reposadamente, con un no sé qué de cansancio, de mesurado, de re-ligioso
casi. A veces su mirada se enciende, y entonces os sentís turbados por la
vivacidad de la pupila fija, y la voz tiene vibraciones secas, metálicas;
después, los párpados caen, la voz se suaviza, las palabras surgen lentas; se
adivina que aquel hombre automáticamente pesa palabra por palabra, quiere saber
si la voz expresa fielmente el pensamiento; tiene como el escrúpulo de que pueda
involuntariamente engañarnos, escondiéndonos una idea o presentándola trunca,
alterada.
Hace varios años yo atribuí esta especie de temor al sentido altísimo
de responsabilidad que caracteriza a este hombre; era entonces Presidente de la
República, y era explicable su sobriedad de palabra, su cuidado de no decir nada
más que aquello que era oportuno decir; en cambio en él el sentido de la mesura
es hábito, sabe qué es lo que dice, qué es lo que puede decir: más allá, nada.
A hombres como éstos un periodista tiene siempre mil cosas que preguntar y de
ellos hay siempre mucho que aprender; pero mi visita no tenia otro fin
determinado que el de saludar al ciudadano admirado, el hombre de la democracia,
uno de los más nobles exponentes del periodismo mundial.
Ningún hombre de estado ha comprendido y adoptado tantos postulados socialistas como José Batlle y Ordóñez en sus dos presidencias. Diversas reformas llevadas a cabo por la presidencia actual, corresponden de pleno derecho a la precedente: la ley que afirma el derecho a la vida para todos, en virtud de la cual cualquier ciudadano puede pedir al Estado el mínimo indispensable para la existencia, es concepción de Batlle. Y es notable esto: que cuando un gremio de trabajadores está en huelga, tiene derecho de pedir al Estado los medios de alimentación para sí y para sus familias; así, piensa Batlle, se elimina el caso, antes demasiado frecuente, de que los obreros, que tenían toda la razón de pedir y obtener un mejoramiento de sus condiciones de trabajo y de vida, se viesen, después de varios días, obligados a ceder sin haber obtenido nada, porque los patrones los vencían con hambre.
La eficacia de esta ley es escasa por ahora: miseria
verdadera no hay en el Uruguay y la clase obrera está organizada, y por lo
tanto, preparada para la resistencia en los movimientos sindicalistas; pero el
principio está ahí. Sobre el edificio se ha plantado un pararrayos: mejor si el
rayo no cae nunca o cae lejos, pero si tuviese que caer se ha previsto y
provisto para desarmarlo.
La otra ley de carácter social es la de las ocho horas
de trabajo. Sin duda presenta algunos inconvenientes, Algún trabajador, por
ejemplo, querría poder, después de trabajar ocho horas en un oficio, emplear
algunas horas de la noche en un trabajo supletorio: la ley lo prohibe y aquel
operario debe renunciar a un aumento de ganancias que le sería utilísimo; pero
este inconveniente parcial es compensado por varias ventajas, una más importante
que la otra: ante todo se reduce a casi nada la desocupación, después se
estimula individualmente al obrero a trabajar mejor para tener derecho a ser
mejor recompensado, se desarrolla el espíritu y la responsabilidad de clase,
obteniendo un mayor equilibrio entre el capital y el trabajo, tendiente a una
siempre mayor elevación del pueblo; y así se da al obrero, tiempo para reposar y
para estudiar, con incremento notabilísimo de la cultura general y de la salud pública.
Sin duda la
ley puede parecer intempestiva y la burguesía, naturalmente ávida, no se cansa
de censurarla; pero el Uruguay es el país de todos los experimentos nobles y
audaces: si en el campo económico tiene la ley de las ocho horas, en el campo
moral tiene la ley del divorcio.
Sea como quiera, llore hasta que quiera
Tartufo, la familia en el Uruguay, merced a la ley del divorcio, va volviéndose
una cosa respetable.
Sin embargo, a pesar de esta su comprensión de la realidad
socialista, José Batlle y Ordóñez es burgués de condición, de mentalidad, de
educación, de espíritu: es el burgués por excelencia; si faltasen pruebas para
confirmar este juicio, bastaría su convicción, traducida en actos, de la
necesidad de un ejército fuerte.
El ejército del Uruguay, en relación al país,
es enorme: y lo ha hecho tal, él. Por otra parte, es verdad que, después de la
revolución de 1904, que costó la vida al caudillo Saravia, el partido blanco no
ha osado más sublevarse y no ha hecho sino tentativas inanes, no obstante la
ayuda de armas y municiones facilitada por Figueroa Alcorta; ahora bien,
considerada como es la realidad política del Uruguay, esto es, la división del
país en dos partidos que no transigen, queda por averiguar, si no sea preferible
pagar un poco caro el ejército a correr todos los riesgos de la guerra civil.
No
hace mucho, los socialistas de Montevideo sostuvieron contra Batlle una larga
polémica sobre este tema La polémica fue iniciada en un semanario socialista;
Batlle y Ordóñez invitó al socialista Mibelli a desarrollar sus ideas en las
columnas de El Día, que es su diario.
El gesto fue digno del hombre. Celestino
Mibelli, joven de mucho ingenio, había sido por largos años redactor de El Día,
y había salido del diario por una divergencia con Batlle y Ordóñez; entre, los
dos no existía pues cordialidad de relaciones; pero cuando el propietario de El
Día vio que su ex-redactor, queriendo combatir su política, se encontraba en
condiciones de inferioridad faltándole un gran diario donde expresar sus ideas,
ofreció el suyo: y fue en las columnas de El Día que la polémica se desenvolvió.
La lógica, se comprende, estaba de parte de Mibelli, y Batlle salió de la
polémica virtualmente vencido; pero como la lógica de las ideas no es siempre la
misma que la lógica de los hechos, el pragmatismo de Batlle acabó por triunfar
en definitiva, del idealismo de Celestino Mibelli. El burgués y el socialista
luchaban, en nombre de la realidad uno. en nombre de la idealidad el otro: uno
tenía razón, el otro la tendrá; y Batlle no niega, afirma, por el contrario, que
el mañana será para el socialismo; pero piensa que sin un ejército fuerte, hoy
el partido blanco subvertiría la República, haría desmoronar todo el edificio de
la democracia y con esto solo retardaría la realización del socialismo.
En la
acción cotidiana de este hombre vibran todas las luchas, todos los temores,
todas las esperanzas del Uruguay: él es más que un gran ciudadano, es un
apóstol; y, lo que vale más, carece de cualquiera pose. Como periodista es
invencible en la polémica; y no limita su obra a los grandes artículos teóricos,
a los llamados que son propios de los jefes, sino que redacta la noticia de
crónica cuando en diez líneas se debe incluir una exhortación, un vituperio, una
advertencia.
Desde hace algunos meses El Día realiza una terrible campaña contra
los frailes, a propósito de un salesiano indigno que los clericales tratan de
salvar con la habitual solidaridad de casta.
Los otros diarios, aun los
“colorados”, han indicado apenas el hecho, y después, para no turbar a su
clientela, han callado, salvo aquellos declaradamente de sacristía. Y bien, leed
esas notas cargadas de lógica y de espíritu con que El Día combate su batalla de
la juventud, de la decencia y de la verdad - allí está la pluma de Batlle y
Ordóñez, el cual, como periodista de raza, como hombre de principios íntegros,
sabe que no es el tema el que da importancia al artículo, sino la fe con que se
lo escribe y el fin que con él se quiere alcanzar.
Durante esta última estación
de carnaval, los clericales y los blancos, que son entre sí como quien dijese
pan y queso, tentaron boicotear las fiestas porque el Poder Ejecutivo no
prohibió el disfraz eclesiástico: los otros diarios, mudos como peces, aún más,
la mayoría han defendido la prohibición; pero El Día ha sostenido que no se
debía prohibir, a los ciudadanos que lo quisieren, ninguna protesta contra el
incalificable delito del salesiano: y El Día venció. No sólo esto, sino que para
que la campaña tuviera efectos benéficos y el pueblo se habitúe a distinguir
entre fe y sacerdocio, entre religión y curia, entre cristianismo y frailerío.
contemporáneamente a los artículos polémicos iba publicando la fuerte novela de
Octavio Mirbeau, Sebastián Roch. Y mientras José Batlle y Ordóñez combate estas
luchas de principios, trabaja con ahinco por realizar la fusión de las fuerzas
coloradas y quitar así al partido adversario, toda esperanza de victoria;
mientras nada descuida para que en el país tenga incremento la educación física.
Ha podido comprobar, y se complace en ello, que desde el momento en que los
ejercicios físicos han tomado desarrollo, la juventud uruguaya es más despierta,
más alegre, más creyente en la vida. En cuanto al partido blanco, el único
juicio que emitió ha sido una especie de queja: es un partido que no lee; tenía
un diario propio y ha debido suspender la publicación porque faltábanle
lectores; ¿cómo no temer a tal partido? Y el temor es tanto más justificado,
cuanto que el partido blanco ha logrado, en las elecciones del 30 de Julio del
año pasado, vencer a los colorados: jamás victoria alguna fue más vandeana que
aquella; pero fue victoria. La concordia del partido colorado, que me place
llamar el partido Garibaldino, es pues indispensable para que las masas
ignorantes, especialmente las de la campaña, no sean conducidas como ovejas, por
los hacendados y los frailes, a las urnas, a destruir el magnífico edificio
construido, entre errores y golpes, por los colorados, en treinta años de
gobierno renovador.
Sería interesante poder pintar el cuadro de la vida uruguaya
cual se lo ve con ojos desapasionados, si bien amigos; pero en un artículo la
empresa resulta imposible. Así, a ojo desnudo, se ve un país pequeño, la
población escasa, los recursos pocos y difíciles, las envidias abundantes,
especialmente políticas, las capacidades individuales superiores a lo necesario,
de donde resulta que habiendo una infinidad de jefes llenos de energías y de
bravura, pero privados de quienes los secunden, los odios de partido son
profundos e inextinguibles. Abundancia de ideales en pocos, abundancia de
apetitos en muchos; servilismo e inconsciencia en la masa rural, conciencia
hacia las tendencias libertarias en el proletariado ciudadano; riqueza agraria
concentrada en las manos de sesenta o setenta propietarios.
Es un país que
encuentra su equilibrio en una especie de desequilibrio profundo. Montevideo es
al mismo tiempo una grande y hermosísima metrópoli y una aldea.
En este
escenario campea en alto relieve la figura de Batlle y Ordóñez: él es como un
titán que, con : robustos músculos contiene la avalancha de la reacción que
amenaza constantemente precipitarse y al mismo tiempo empuja su país hacia lo
alto, siempre más alto, en el cielo sereno de la democracia.
Si exceptuamos un
busto de bronce sobre una base inestética que surge sobre las rompientes de la
“meseta de Artigas”, a lo largo del rio Uruguay, el general Artigas no tiene
todavía un monumento digno de su fama de fundador de la República; dentro de
cincuenta años, si los hombres están aún afligidos por el mal de la piedra, en
todas las ciudades del Uruguay se levantará una estatua de José Batlle y
Ordóñez. Y en la base se podrá con todo derecho inscribir la frase de Artigas:
“Con libertad, ni ofendo ni temo".
FOLCO TESTENA, marzo de 1918.
(Folco Testena
es el seudónimo de Comunardo Braccialarghe -Macerata, Italia 1874- Buenos Aires
1951-. Fue crítico literario, traductor, escritor y periodista, emigrado a
Buenos Aires en 1910. Fue corresponsal desde Montevideo del diario La Patria
degli italiani. Fue el primer traductor al italiano de Martín Fierro (1919), y
de Tabaré de Zorrilla de San Martín, entre otras obras. Militante socialista)
(*) "Nosotros", fue una revista cultural argentina publicada entre 1907 y 1943, Sus fundadores fueron Alfredo Bianchi y Roberto Giusti. Su publicación fue entrecortada debido a fuertes problemas económicos, con interrupciones en 1910, 1911, 1912, 1934, 1940. La muerte de Bianchi puso fin a la revista. En ella colaboraron tanto autores argentinos como de otras nacionalidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario