miércoles, 17 de octubre de 2012

EVOCACIÓN DE GARIBALDI

     
     El texto que sigue, es un fragmento de la conferencia pronunciada en el salón de actos de la Sociedad "Unione e Benevolenza" de Buenos Aires el 17 de setiembre de 1998, por el entonces Director del Museo histórico Nacional argentino Dr. Juan José Cresto.

       
                PERFIL DE UN HÉROE ROMÁNTICO
   
   "Hay en esta vida un halo romántico poco común, un idealismo propio de quienes abrazan sus convicciones con todas sus fuerzas y deseos, una intensa pasión de vivir que lo rescata siempre de todos los peligros y causa admiración. Lo dice simplemente el almirante Brown cuando lo vence en el Paraná: "¡No maten a Garibaldi!. Ese gringo es un valiente".
     La heterogeneidad de su tropa era asombrosa. Bixio, su ayudante, era marinero, Türr, el organizador de la expedición de los Mil, era ingeniero civil, Nullo, era industrial textil, Barzani, cirujano. Los había obreros y comerciantes, pintores, corredores de bolsa, diputados, escribanos y un sin fin de oficios unidos por un ideal a su persona atractiva, generosa e idealista. Sirva para ello la palabra  siempre encendida de George Sand:
     "No me sorprendió ver en aquellos días el retrato de Garibaldi en las casas piadosas de Velay y Cevenne. Este aventurero ilustre a quien hace muy poco ciertos espíritus temerosos lo describían como un bandido, estaba colocado allí, en medio de las imágenes de los santos. ¿Y por qué no?.  ¿Por qué no iba a ocupar un lugar entre los protectores de la gente humilde precisamente él, que había anunciado al pueblo italiano una nueva fe?. Su palabra recordaba a la de los primeros cristianos. De su boca no salían argumentaciones políticas, no se trataba de la teoría materialista del interés personal. "Os traigo -les dice- el peligro, la fatiga, la muerte; predico la salvación del alma y no una vida tranquila. Levantaos y seguidme!". Así habla a los campesinos italianos, y ellos se levantan y andan, obedeciendo la llamada del entusiasmo.¡Y aún hay quienes sostienen que el tiempo de los milagros ha pasado!".
          
         
          LA POPULARIDAD DE GARIBALDI
     
   La popularidad de Garibaldi en Europa era increíble. Bakunin, en Siberia expresa que todos los vecinos de Irkutsk tomaron partido por Garibaldi contra el Rey de las Dos Sicilias. Los rusos esperaban a Garibaldi en las revoluciones de 1860 y 1863. Ese año, cuando se produjeron las revueltas en Plonia, se supuso que allí también iría Garibaldi. Lo llamaban por todos lados "El Libertador". Se suponía que intervendría en el Imperio Otomano, en defensa de las naciones balcánicas sojuzgadas. La palabra "garibaldino" llegó a ser un adjetivo calificativo de una proeza.  En 1861 los pueblos italianos apoyaban a Lincoln contra los sudistas esclavistas, a punto tal que muchos "camisas rojas" se enrolaron en el consulado americano en Turín. El embajador americano en Italia, George Perkins Marsh, dijo que los voluntarios garibaldinos serían quince mil y el cónsul de Amberes le escribió a Garibaldi para expresarle que si viajaba a Estados Unidos "su fama sería mayor que la de Lafayette". Garibaldi contestó: "Dígame ante todo si van a liberar a los negros o no". Tal vez esta opinión impulsó definitivamente a Lincoln a redactar su "Proclama de Emancipación" y, aunque la suposición puede ser presuntuosa, conviene recordar que la popularidad de Garibaldi era universal y justificaba seguir el sentimiento de la época, como vector de la historia.
     No se podrá entender la personalidad de Garibaldi y de sus garibaldinos sin este impulso popular de idealismo romántico que fue en él una constante natural, no una impostura y que ese mismo sentimiento se extendió a sus seguidores. No se puede vivir una representación durante la vida entera. Sin duda, el vivió en su corazón, en sus sentimientos, la epopeya de la libertad. Vivió con ella y para ella.
     Su principal objetivo fue la unidad italiana, pero el escenario de su actuación fue el mundo y la redención del género humano".
   
          (Revista  "El Museo Histórico Nacional", segunda época, año 2, No 2, Buenos Aires junio, de 1999)

viernes, 27 de julio de 2012

LA REVOLUCIÓN DEL QUEBRACHO

                                        
                                                                               por Eduardo Paz Aguirre

         "Ah, Santos si pagarás todo esto...!."  Javier de Viana, "Crónicas de la revolución del Quebracho".


    Un misterioso determinismo histórico ha hecho del 31 de marzo un repetido símbolo de la libertad, que para los uruguayos se identifica con el sacrificio llevado a los más excelsos confines del heroísmo.

    El 31 de marzo de 1886 evoca el martirio de una legión de jóvenes idealistas arrebatados por la pasión de la libertad que enfrentan casi sin armas, agotados y harapientos, a un ejército de línea ante cuyas descargas de fusilería caen desplazados junto con sus ilusiones.
    El 31 de marzo de 1933 un hombre de excepción, cargado de lauros y para redimir a todo un pueblo se dispara un tiro que mata simultáneamente a su cuerpo y a la dictadura que lo cercaba.
    Dos fechas separadas por 47 años entre sí. Hombres diferentes, circunstancias distintas, actores dispares de dos episodios trágicos que conmovieron al país.  Pero una misma, idéntica, permanente idealidad frente a una igual, oscura y torva negación de los supremos valores espirituales, que los soñadores jóvenes de 1886 aniquilaron con su propia muerte en el Quebracho, así como Baltasar Brum enterró a la dictadura con la suya.
                                                       __________________

    A fines de 1885 un calificado e impetuoso grupo de patriotas uruguayos, movidos por su amor a la libertad, resolvió enfrentar al oprobioso régimen del Gral. Máximo Santos. Figura de segundo plano durante el gobierno del coronel Lorenzo Latorre, la renuncia de éste a la Presidencia de la República ocurrida el 13 de marzo de 1880 lo colocó en una posición gravitante. La vacancia del poder se cubrió con la figura del Dr. francisco Antonio Vidal, una figura de triste recuerdo, un personaje capaz de todos los servilismos y carente de todo atributo de moral cívica que hasta ese entonces desempeñaba la Presidencia del Senado, y que pronto renunció a su vez a la Primera Magistratura. José Batlle y Ordoñez, muy joven aún, publicó  un violento artículo periodístico denunciando la maniobra: 
    "S.E. el Presidente de la República ha elevado ya su renuncia a la Asamblea. Muchas personas se habían interesado en que no lo hiciera, queriendo evitar al país el oprobio, la vergüenza inaudita, que arrojará sobre su frente la ascención de Máximo Santos a la Primera Magistratura; pero el Dr. Vidal a querido proveerse de un nuevo título a la consideración pública, consolidando la obra de su cobardía cívica y de su absoluta ausencia de patriotismo.
    ¿Que hará el Dr. Vidal, a donde irá que no sienta pesar sobre su cabeza  el eterno desprecio de sus conciudadanos?.
    Nosotros le daremos un consejo: aléjese de lo que fue su patria y haga que se olvide su nombre en cuanto sea posible". ("La Razón"; 28 de febrero de 1882).
    Así se franqueó el paso al ambicioso Ministro de la Guerra, que asumió el mando del país desde 1882 a 1886.
    El gobierno del General. Máximo santos se caracterizó por el despilfarro administrativo, la deshonestidad como sistema, el atropello contumaz de todos los derechos.
    El 1o de marzo de 1886 debía concluir su mandato. Pero Santos, aún cuando el militarismo estaba profundamente herido por obra de sus propios excesos y desatinos, aspiraba a continuar como Presidente para satisfacción de su vanidad y de su influencia. En realidad, esta idea estuvo desde un principio en los propósitos de Santos. Había llegado a la Presidencia por medio de mecanismos oblicuos; ahora debía continuar por una vía aparentemente constitucional.
    Con tales fines, Santos promovió una reunión que se realizó en el cuartel General Artigas el día 24 de diciembre de 1885. Bajo su presidencia y con la participación de jefes militares y civiles adictos al gobierno se digitó, por inspiración de santos, el nombre del ubicuo Dr. Fancisco Antonio Vidal para la Presidencia de la República.
    Tal decisión fue la inequívoca señal de los propósitos continuistas de Máximo Santos -luego confirmados por los hechos- y la gota que desbordó el vaso.
    (....)
    La oposición a Santos había llegado al límite extremo de su tolerancia. Solo se publicaban algunas ediciones  doctrinarias como "La Libertad Política" de Justino Jiménez de Aréchaga, y órganos periodísticos como "La Razón" dirigido por Daniel Muñoz y en el que durante un tiempo escribió Batlle; "La Lucha", cerrado por sus propietarios ante el temor de represalias por los artículos que allí publicaba Batlle; "El Siglo", vinculado al Partido Colorado; "La Democracia", vinculado al Partido Nacional; "El Bien Público", católico; y otros. 
    Los directores de periódicos se reunieron en "La Democracia" y realizaron una enérgica protesta colectiva, "protesta que mantendremos -decían- mientras las instituciones sean una fórmula vana en la República". Otro documento, firmado por eminentes ciudadanos entre los que cabe mencionar a José Pedro Ramírez, José Batlle y Ordoñez, Carlos María de Pena, Aureliano Rodríguez Larreta, Gonzalo Ramírez, Daniel Muñoz, Luis Melián Lafinur y otros, denunciaba "
"el sistema de fuerza y arbitrariedad inaugurado años atrás en la República".
    
               PREPARATIVOS REVOLUCIONARIOS 
 
    Seguros ya de las intenciones de Santos para continuar en el poder por medio de las trapicerías orquestadas con su servil Dr. Vidal, se formó en Buenos Aires un Comité Revolucionario para tomar el gobierno del país, que habría de quedar en manos de un Gobierno Provisorio que encabezaría una figura de sólido prestigio como lo era el General Lorenzo Batlle.
    Simultáneamente -fines de 1885- se organiza en Montevideo una Asociación Revolucionaria integrada en la clandestinidad por ciudadanos como Batlle y Ordoñez, Teófilo D. Gil, Camilo Williams, Anacleto Dufort y Alvarez, , Luis Batlle y Ordoñez, Alejo Idiartegaray, Prudencio Vazquez y Vega, Juan Campisteguy, Rufino T. Domínguez y tantos otros.
    Finalmente, ante la seguridad de ser prendidos por el gobierno, se trasladan a Buenos Aires.
    (...)
    En una brumosa madrugada de fines de febrero de 1886 los revolucionarios embarcaron en lo que hoy es la dársena norte de Buenos Aires, a bordo del buque "Litoral", que los conduciría por el Paraná hasta Entre Ríos. Una travesía serena pero de menguadas raciones, anticipo de los días inmediatos por venir. Apenas algunas galletas y medio jarrito de vino por cabeza, en medio de nubes de mosquitos, viajando sin "rumbo a altas horas de la noche en medio de la naturaleza dormida". Acurrucados en la proa, en los botes y en cuanto lugar ofrecía alguna protección, los jóvenes ebrios  de ilusiones soñaban con la libertad de la Patria.
    La llegada a Entre Ríos se produjo el día 22 de febrero.
    El 1o de marzo, al aclarar el día, se hizo formar a los revolucionarios para entregarles los fusiles Remington y los correajes.
    Ese mismo día 1o de marzo de 1886 Santos se hacía reelegir presidente del Uruguay en la persona de su comodín Francisco Antonio Vidal.
    Caía el telón sobre uno de los últimos actos de la tragedia.
    (...)
    El ejército revolucionario se organiza. Son creadas una Plana Mayor y cuatro Compañías. La Plana Mayor tenía a su frente al Ttte. Cnnel. Rufino T. Dominguez y como segundo jefe al Sargento Mayor Luis Rodriguez Larreta; Ayudante Mayor Juan Campisteguy; Sub Teniente Claudio Williman, y otros. La 1a Compañía quedó a cargo del Capitán José Batlle y Ordoñez; la segunda al mando del Capitán Luis Melián Lafinur; la tercera a las órdenes del Capitán Juan A. Smith; y la cuarta era dirigida por el Capitán Felipe Segundo. A ellos se suman, entre otros, el viejo Coronel Amilivia, con su nariz aguileña y su larga barba blanca; Octavio Ramírez con sus valientes italianos; Visillac, dirigiendo sus bien disciplinados efectivos; el Comandante Burgueño con su pequeño escuadrón y Salvañach con sus lanceros. Los 1000 hombres que el General Arredondo había prometido que se incorporarían en Entre Ríos nunca lo hicieron. La crónica recuerda con afecto al Teniente Primero Luis Batlle y Ordoñez como "nuestro bueno e inolvidable Teniente, quien con la cara roja y chorreando sudor maldecía a Dios y a los hombres, al cielo y  la tierra, cada vez que se veía obligado a correr, moviendo con pena su abultado abdomen".
    Desde el 17 de marzo la tropa revolucionaria estaba acampada en Naranjito. Fueron horas y días de abatimiento y de nostalgia, de impaciencia y de entusiasmo. El 27 de marzo llegaron a Concordia y finalmente al grito de "A pasar", desbordando las barrancas, los revolucionarios pusieron pie en tierra oriental, desembarcando de los vapores Júpiter y Leda próximos al arroyo Guaviyú, entre los ríos Daymán y Queguay. Era el 28 de marzo en horas de la tarde.

           EL IMPULSO HEROICO


    (...)

    Recorrieron kilómetros en medio del lodo, bajo lluvias torrenciales, con los pies casi descalzos, con sus ropas en andrajos, hambrientos y ateridos, conocedores de su manifiesta desventaja frente a un ejército de línea mucho mayor en número, armas y adiestramiento que se acercaba para cortarles el paso. Desprovistos casi de caballería por errores de sus Jefes, , con sus Comandantes los Generales Arredondo y Castro distanciados entre sí, los revolucionarios -muchos de los cuales jamás habían montado antes un caballo o disparado un fusil- tuvieron el primer encuentro con las fuerzas gubernistas el 30 de marzo. Tras una breve escaramuza, y siendo las tres y media de la tarde, cesó el fuego ante la retirada de los efectivos del gobierno comandados por los Coroneles Villar y Suárez, momentáneamente derrotados por los "muchachos montevideanos".
    A las seis de la tarde prosiguió la marcha. Javier de Viana lo relata de esta manera: "La fatiga es cada vez mayor. La cartuchera semeja un anillo cortante que se hunde en la cintura y la mortifica a tal punto que pare3ce que llevamos el cuerpo cortado en dos mitades;  la proovedora es otra cuchilla que corta el hombro, y el fusil lo cambiamos inútilmente de un punto a otro sin encontrar alivio.  La cabeza nos duele como si estuviéramos recibiendo martillazos; la vista se nubla, los oídos zumban y el vértigo nos amenaza a cada instante. (...) La sed, el hambre y el sueño son tres monstruos que se unen para torturar nuestros pobres organismos que ceden, que se mueven apenas como máquinas descompuestas que son, con las vísceras maltratadas, los músculos laxos y solo la voluntad viva y enérgica, imperante, despótica, gritando siempre: Adelante!. (...)   La sed es tan grande que a cada parada los soldados se arrojan al suelo y chupan el pasto mojado o beben el agua depositada en los pocitos que han dejado los cascos de los caballos en la tierra blanda. La orden es no hablar, lo que no evita que se oiga repetidamente la frase "-A Santos, si pagarás por todo esto...".
    (...)
    El momento esperado llega el 31 de marzo.
    El ejército revolucionario distaba mucho de ser una fuerza de combate. Muy pocos conservaban la casaquilla; en la cabeza, con la cabellera que caía hasta los hombros, aparecía un gacho informe o un kepi descolorido, deformado y con la visera resquebrajada; nuestra manos -dice Javier de Viana- eran dos masas negras y lustrosas donde las uñas blanqueaban; nuestros rostros tostados por el sol, enflaquecidos por la fatiga, tenían una expresión indefinida de tristeza y cansancio...
    El encuentro decisivo se produjo entre la vanguardia gubernista y la retaguardia revolucionaria, encajonada en un largo callejón alambrado, desprovista de un orden de batalla y desconectada de sus jefes. En medio de un nutrido fuego, los cuerpos comenzaron a caer. Cuenta Batlle que, herido de muerte Napoleón Gil por una bala que le había atravesado el pecho, apoco llegó Teófilo Gil, su hermano, montado en un petizo, con sus pies casi tocando el suelo y su larga y huesuda figura como la del andante caballero cervantino.
    -He venido Pepe a preguntarte una cosa- dijo a su amigo- ¿Como se ha portado Napoleón?.
    Y como Batlle le respondiera que "con toda serenidad", Teófilo estrechó las manos de su amigo y diciedo "Ahora estoy tranquilo", volvió a la lucha.
    Al finalizar el combate, Batlle se detuvo a contemplar uno de los tantos cadáveres abandonados en el camino. Relata don Pepe y lo recogen González Conzi y Giúdice, que "parecía que aquel cuerpo encogido, retorcido más bien, se estremecía aún en el espasmo agónico, con la cara hacia arriba, calados aún los lentes: era Teófilo Gil, caído como tantos otros, como Juan Antonio Magariños que gritó a su hermano Mateo  que se acercaba para auxiliarlo: 
    -Déjame!, voy a morir y no preciso socorro; ve a cumplir con tu deber!".
    Estremecedora juventud aquella que entregó su vida cerca de puntas de Soto, a orillas del arroyo Quebracho en el día trágico de 1886.
    Heroicos jóvenes aquellos que sobre el final de la cruenta y desigual batalla formaron grupos de a cuatro, de a pie, para enfrentar la caballería santista que los lanceaba y los sableaba.
    (...)
    Eran las cinco y media de la tarde y habían transcurrido ya seis horas de combate entre los apenas mil trescientos revolucionarios, y los cinco mil soldados que componían la avanzada del ejército gubernista. Para esa hora todo había terminado.
    Alfredo Vidal y Fuentes, abanderado de los revolucionarios, arrancó el pabellón patrio del mástil donde ahora hondeaba la bandera blanca de la derrota y tomándolo entre sus manos -era una reliquia de la revolución tricolor del 75- lo rasgó en mil pedazos para evitar que cayera en manos de los vencedores.

              HACIA LA LIBERTAD


    Así concluyó aquel 31 de marzo de 1886, día inolvidable ligado indisolublemente con la dignidad de la patria, unido para siempre a la historia de los más abnegados sacrificios del hombre por la libertad.

    Cerca de trescientos hombres, jóvenes universitarios, periodistas, trabajadores, cayeron para siempre en los campos del Quebracho.
    Fueron derrotados, pero no fueron vencidos.
    El 17 de agosto de 1886, siendo las 20 y 30 horas y cuando Santos entraba a una función de gala en el teatro Cibils, en lo que hoy es la calle Ituzaingó entre Cerrito y Piedras, el Teniente Gregorio S. Ortiz -un oficial que había formado en filas gubernistas cuando la batalla del Quebracho- le descerrajó un balazo en el rostro y luego, perseguido, se dio muerte en la esquina de las que hoy son las calles Treinta y Tres y Cerrito.
    Los derrotados del Quebracho terminaron venciendo al tirano que abrumado por sus culpas y acosado por la oposición pronto abandonó el país.
    (...)
    
   (El artículo que aquí reproducimos en su parte medular, fue publicado en el semanario "Opinar", el 29 de abril de 1982)

jueves, 21 de junio de 2012

CARTA DE JOAQUIN SUAREZ A GARIBALDI

     

     "Mi querido general y amigo: No sería consecuente con mis sentimientos si guardase silencio cuando la Europa entera prorrumpe en víctores al héroe de la libertad italiana. Y sería tanto más notable este silencio de mi parte, desde que Ud. conoce bien lo que le he distinguido, haciendo la debida justicia a su patriotismo, intrepidez y altura. La causa que Ud. defiende es la causa de todos los hombres que han peleado por la independencia de su patria; es la causa que he defendido por el espacio de 40 años, sacrificándole mi reposo, mi fortuna y todo lo más caro que tenía y por lo tanto, no puede serme indiferente. Sus hechos gloriosos y heroicos, sus rasgos magnánimos al frente de la Legión italiana por mar y tierra en defensa de las instituciones y de la independencia de la R.O. del Uruguay, ya me daban la medida de lo que es usted en la Italia, su patria, lo que será mañana. Todas las naciones tienen su época de revolución, y la Italia está muy cercana a ella, y usted, mi querido general, parece estar destinado por la mano de Dios para redimirla. Ud. ha comprendido con recomendable altura la época de su bello país: la unidad italiana y la libertad. Ha sabido ante esos dos grandes principios inclinar su frente y prestar su brazo en que sus hermanos no han trepidado en apoyarse. El resultado de la empresa no puede ser dudoso, la decisión de la Providencia, tampoco. Una santa causa triunfa siempre cuando, como usted, general, la sostienen hombres de corazón. Gral. Garibaldi ¡adelante!. El mundo ya lo contempla con admiración; la historia le reserva hermosas páginas. Quiera el cielo, mi querido general, que no vea usted después de una vida llena de sacrificios, concluir sus días en medio de amargos desencantos; pero el apostolado del patriota es el sacrificio y su recompensa está en el sacrificio mismo y en la tranquilidad imperturbable de su conciencia. me hago un deber en no cerrar la presente sin reiterarle mis más afectuosas protestas de amistad, y mi profunda gratitud como oriental, por lo que le debe la independencia de mi patria.
                                                                                                           Joaquín Suarez"

    (Esta carta de Joaquín Suarez, el artiguista, patriota de la independencia y presidente del gobierno de la "Defensa" de Montevideo, al "héroe de dos mundos", está fechada en febrero de 1860. Obsérvese la opinión favorable de Suarez a los movimientos progresistas de su tiempo, es decir, las revoluciones independentistas y liberales).

domingo, 22 de abril de 2012

UNA VISIÓN LIBERTARIA SOBRE EL URUGUAY BATLLISTA


      Luce Fabbri (Roma, 1908- Montevideo, 2000), fue una anarquista italiana radicada en Uruguay desde 1929. Hija de Luigi Fabbri, una de las principales figuras del anarquismo peninsular de principios del siglo XX junto a Errico Malatesta, se doctoró en letras en la Universidad de Bolonia con una tesis sobre la obra del también ácrata y geografo francés Eliseo Reclús (un autor leído atentamente por José Batlle y Ordoñez). Profesora de historia en nuestra enseñanza secundaria, y de literatura italiana en la Facultad de Humanidades, contó para sus inicios docentes con el apoyo de Antonio Grompone (un batllista un poco olvidado, creador del IPA). Participó en la creación de organizaciones como la FAU -Federeción Anarquista Uruguaya- y la ALU -Acción Libertaria Uruguaya- en los años 60, así como del GEAL -Grupo de Estudios y Acción Libertaria-, luego de la última dictadura.
     Publicó varios libros, entre otros, "Los cantos de la espera" (poesía); "El camino" (doctrinario); "Historia de un hombre libre: Luigi Fabbri"; así como una edición traducida y prologada de "El príncipe", de Nicolás Maquiavelo. Escribió, asimismo, en diversas publicaciones de índole histórica y anarquista.
     Sintió, como casi todo libertario de la "vieja escuela" -el término nos pertenece-, admiración por el gran José Garibaldi.
     El fragmento que ofrecemos pertenece a una entrevista que los profesores Cecilia Robilotti y Wilson González realizaron a Luce Fabbri y publicaron en la revista argentina "Desmemoria", Nº 7, de abril-mayo de 1995.

   
     -Cuando los emigrantes italianos buscaban un lugar para refugiarse, rehacer sus vidas, por qué se elegía el Río de la Plata?. Hace poco, en una entrevista que le realizaron para el semanario Brecha (12/8/94), usted dijo que estaban buscando la "isla de la libertad". ¿Por qué se veía al Uruguay como una "isla libre"?
LUCE FABBRI
     Porque lo era. En Francia había un gobierno republicano, pero muy corrido hacia la derecha, que expulsaba a los antifascistas. En España estaba Primo de Rivera. En Alemania estaba la República de Weimar pero el nazismo estaba en franco ascenso, y no era cómodo ese lugar tampoco; muchos antifascistas italianos fueron expulsados, y otros se morían de hambre, como un amigo maestro (socialista, no anarquista) que se murió de hambre, literalmente, en Leipzig. También de Bélgica se expulsaba gente, como le ocurrió a mi padre. Fuera de Europa, Argentina tenía muchos refugiados italianos, pero era muy difícil -o mejor dicho, imposible- entrar sin pasaporte. Resultaba que Uruguay era el único país donde se entraba sin pasaporte, por eso digo que era una "isla libre". Llegamos aquí en 1929.
     -Año clave: murió Batlle y el conservadurismo consolidaba su posición.
     -Yo no lo sentí así. Cuando llegué, Batlle estaba ya muy enfermo; se estaba muriendo a mi llegada. Yo no fui a su funeral, que fue un espectáculo digno de recordarse. Todavía no tenía claro lo que significaba Batlle para este país, por eso no me interesó su funeral como acontecimiento. Después sí me di cuenta, y aunque quisiera tener el recuerdo de aquella demostración popular, no puedo tenerlo. Para mi el Uruguay fue algo realmente positivo. Los amigos de aquí nos decían "no se engañen, miren que la policía de Batlle también apalea gente"; pero pese a eso, para nosotros era mucho mejor que lo que habíamos dejado en Europa.
     (...)
     ¿Como era la vida cotidiana en aquel Uruguay batllista para un anarquista europeo?.
     -El  país era sumamente hospitalario, y hay algunas anécdotas curiosas. Una vez nos visitó un policía y le dijo a mi padre: "Disculpe si lo molesto, no quiero que me malinterprete, mire que no se trata de un interrogatorio... Pero el jefe de legación de su país no nos deja ni respirar porque quiere saber cómo vive usted, de qué vive, quien le escribe, con quienes se ve, etc". Mi padre estaba dispuesto a decirle exactamente lo que él hacía, pero este policía le sugirió: "Diga lo que quiere que digamos", y mi padre le habló de sus dos medios de subsistencia en ese momento, el periodismo y las clases particulares para escolares hijos de italianos"

domingo, 22 de enero de 2012

LA REVOLUCIÓN DE ENERO



    POR LUIS HIERRO GAMBARDELLA


    "Pasó ya el tiempo en que se podía contar por años el recuerdo de este episodio. (....) Todo nos hace pensar que, objetivamente, queda muy poco en el aire vivo del país de aquellas horas, sólo horas, cuando se vivió la última hazaña revolucionaria que conoció nuestra historia.
    Cerca del Rosario hubo un combate, entre fuerzas revolucionarias comandadas por Ovidio Alonso, que sostuvieron un intenso tiroteo en el Paso de Morlán.
    Y en el noreste, los grupos revolucionarios al mando de Exequiel Silveira -luego de la sorpresa de Cerrozuelo-- fueron dispersados con la intervención de la aviación. Los del sur, marcharon a los cuarteles inmediatos. Los del norte entraron al Brasil y allí se refugiaron. En ambos encuentros, quedaron muertos: Gino, Muniz, Magariños. En sus retratos de muchachos desconocidos, publicados por la prensa luego de su sacrificio, se llegaba a ver -o se quería ver- una mirada de generosa dación.
    Desde el cuartel de Colonia un hombre pide lápiz y cuartillas y traza con una letra menuda "como patas de mosca" , unas cuantas páginas. Le escribe a un gran amigo de Montevideo, que es además un gran hombre, relatándole "su salida" y el combate. Pero cita, también, sus lecturas de los Evangelios. Vaz Ferreira, cuando recibe la carta en Montevideo, llama a sus amigos. Detiene el disco que en sus surcos desgrana "La pasión según San Mateo" y lee con voz apenas audible aquellas páginas escritas por Paco Espínola.
    En Bagé, mientras don Exequiel sorbe su mate, otro hombre que ha montado un escritorio inverosímil sobre unos cajones de madera barata, escribe y escribe. Se oye, en la cálida tarde riograndense, el ruido de la bombilla en el mate vacío de don Exequiel, el desacomodo crujiente de los cajones, el rasgido de la pluma de quien está, vestido de bombachas y barbudo como un gaucho, pero con sus inverosímiles lentes quevedos de intelectual, empeñado en la escritura.
    -Escuche, amigo. Y empieza a leer al visitante las páginas de la Crónica de la Revolución de Enero. Es Justino Zavala Muniz, que luego lee con avidez el libro que lleva su amigo: Sacha Yegulev...
    Paco se había estado todas las horas del combate de Morlán, entre las balas
 que le zumbaban sobre la cabeza, tratando de entender como funcionaba el remington inverosímil que le tocó cargar (no como se hace con las armas, sino con la cruz). Y Justino, que pudo montar a caballo y galopar por aquellos campos de resonancias heroicas, había visto caer, impotente, a alguno de los suyos.
    La Revolución de Enero había terminado. Inmadura, precipitada, dejó a cientos y cientos de hombres comprometidos a acompañarla sin poder hacerlo. Batllistas y blancos independientes de todo el país -la mayoría con menos de treinta años-, cientos y cientos, repito, casi ninguno con instrucción militar, pero todos con el mismo fervor, aguardaron a lo largo y a lo ancho del país, y en vigilia, la contraseña que no llegó. Llegaron, sí, las noticias de Morlán y Cerrozuelo y luegoel largo silencio que cubre las derrotas. Silencio que interrumpía, monótono y sin imaginación, el grito victorioso de los vencedores. ¡Siempre los mismos agravios en el alarido de triunfo de los que creen que pisan el cadáver de la libertad!.
    La derrota, sí. La dictadura se siente afirmada. Nuevas medidas de excepción; destierros, censura de prensa, silencio popular. (No hacía cincuenta años, otros jóvenes se habían levantado contra el régimen de Santos y fuero masacrados en los palmares de Soto. También entonces, como en el ahora del 35, un gran silencio cubrió la agonía de la libertad).
    Al poco tiempo se volvió a ver a don Ovidio Alonso por Rosario, con su tranquila cortesía, su sonrisa de hombre bueno, su calma. Y a don Exequiel Silveira en Fraile Muerto en sus faenas rurales. Los dos se reencontraron en Melo, en un gran acto popular de lucha democrática. Hacían memoria: no, en 1904 no se habían "topado", uno con la divisa blanca y otro con la colorada. Tampoco se habían visto en la aventura común de un año atrás, ya sin divisas (o con las dos). Ahora, ambos vestidos de paisano -los dos lo eran en forma muy entrañable- charlaban lentamente, dueños del tiempo y, por lo tanto, ajenos a las derrotas.
    Y en Montevideo, otros actores también se encontraban. Paco escribía en "El País", Justino en "Avanzar". Paco estrenaba sus obras en el Artigas, Justino en el Sodre. Y por la noche -también dueños del tiempo que no sabe de derrotas- hablaban de subversivos tan subversivos como ellos: Sófocles, Valéry...
    La gesta de enero fue entrando en el tiempo "entre un grave sonar de timbales" (como quien imaginó que lo hizo Parménides). Como antes habían entrado los del Quebracho. Fue la última vez que uruguayos civiles montaron los potros de la guerra. Casi sin armas, Remingtons de la guerra del 14 y algunos de 1904; caballos flacos para los del Norte; chirriantes fords a bigote sin combustible para los del Sur; ausencia de reservas, parque, logística, estrategia; jefes que luego de estarse treinta años enseñando a votar recordaban su adolescencia con Galarza o Saravia... ¿Es que iban a morir?. Nadie pensaba en eso. ¿Pensaron en triunfar?. Sin apoyo en las direcciones partidarias, sin elencos de gobierno que se aprestaran a tomar la conducción del país, es claro que tampoco imaginaran el triunfo. Sabían, sí, que tenían que golpear con fuerza en la conciencia del país. ¿Un mes?, ¿un año?, ¿cinco años?. Tal vez. El tiempo, para los que saben dominarlo, circula y llega.
    (.....)
    A don Ovidio Alonso se le encontraba luego en Colonia y después en Montevideo en modestas funciones civiles.  Don Exequiel siguió con sus labores agrarias y luego llegó a ser Jefe de Policía de Cerro Largo, mandando a los mismos Comisarios que el régimen movilizó para perseguirlo. Zavala fue Senador, Ministro, Consejero. Y Paco un día, siendo Profesor de Humanidades (cuando Vaz Ferreira era su decano) les dijo a los soldados de línea un discurso inolvidable, señalando que ellos eran la raíz del país. Quizás ya lo estaba pensando cuando oía el zumbido de las balas sobre su cabeza en la noche de Morlán.
    Para todos llegó la hora de la victoria verdadera. Ninguno tuvo un desnán, un odio o un agravio. Había triunfado en la Democracia, que embellece la vida del hombre, porque a la luz de su dignidad no hay vencidos.
    Por eso es hermoso hoy recordar aquella derrota de Enero de 1935. Dice en su página Espínola que cuando entonces cayó el silencio cubriendo el cansancio de los combatientes, oyeron un zorro que parecía reírse largamente de la hueste vencida. Otros también habrán reído, con risas de zorro. ¿Quien los recuerda, ahora?.
    Para estos, para los nuestros, sigue sonando un vasto coro de timbales."

    
    Este artículo de Hierro Gambardella (1915-1991) -legislador, ministro, embajador, figura consular del batllismo- fue publicado en el semanario"Opinar" -dirigido por el inolvidable Dr. Enrique Tarigo- el 28 de enero de 1982. Constituye, creemos, tanto una pieza de gran valor historiográfico así como una verdadera joya literaria.