"La vida del General Rivera -Don Frutos para la masa popular que mayoritariamente siempre lo siguió- protagonizó la más fantástica cabalgata existencial de la que tengamos conocimiento en nuestra tierra, montando al despuntar el alba del heroico 1811 y desensillando a orillas del Conventos, en 1854.
Con independencia del juicio o valoración que hagamos de tan dilatada actuación, creo que no pueden existir dudas que ninguna de las biografías de los numerosos y excepcionales hombres que construyeron la Patria de los orientales se acerca a la suya, si atendemos el dilatado período en el que jugó rol protagónico en el escenario rioplatense, como al significado determinante que tuvieron para el destino de los orientales muchas de sus acciones y decisiones (recuérdense, como ejemplo, los años 1820, 1825, 1828, 1830, 1836, 1839).
Con aciertos para mí, o con errores para otros, es un hecho que nadie cortó más nudos gordianos en nuestra historia que él.
Y vaya si el nuestro ha sido un pueblo fecundo en personalidades descollantes y sin temores a la hora de la acción.
Las consideraciones anteriores creo que por si solas justifican que toda mirada o análisis de la figura de Rivera parta de la aceptación de su decisivo protagonismo en la historia oriental y, por lo tanto, de mayor prudencia al intentar penetrar en su casi inabarcable biografía.
Téngase presente además, lo tremendamente difícil que era encontrar rumbos claros ante el fantástico derrumbe de la estructura colonial después de tres siglos, del laberíntico proceso de la Revolución y del no menos inédito de las construcciones nacionales.
En ese marco sin duda que para Rivera la asunción de tan protagónico papel llevó implícita la toma de decisiones trascendentes (causa de inacabables polémicas) y que lesionara con ellas los intereses y las aspiraciones de distintos individuos y sectores sociales que se transformaron en sus más implacables enemigos, tanto en su tierra como fuera de ella.
Poderosos enemigos, demasiados seguramente, tan poderosos que sus herederos de sangre o ideología, de manera abierta o velada, aún siguen su lucha contra Don Frutos hasta hoy. Ante tan prolongado encono, se percibe que los pisotones de Don Frutos fueron realmente dolorosos...
No es un aliado menor para la cabal interpretación histórica de un personaje saber quienes eran sus adversarios, para despejar de la catarata demagógica de buenas intenciones los objetivos profundos de su animadversión.
Sin duda en tan dilatada como decisiva trayectoria también debió equivocarse mucho -en lo pequeño y en lo grande- pero se debe tener mucho pulso y amplitud de miras a la hora de señalarlas, para no ser cegados por la pasión y caer, casi dos siglos después, en las mismas expresiones nacidas del odio y el rencor de la lucha política más descarnada como fue la de entonces.
(...)
Hace (Pelfort) especial hincapié en el tema de los charrúas y realmente llama la atención la cantidad de olvidos en que cae.
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Se olvida que hablar de "su tierra" en grupos nómades ecuestres de increíble movilidad es demasiado impreciso por no decir inexacto, sobre todo a la luz de los cambios que todos los grupos sufrieron durante tres siglos; olvida que los portugueses no les compraban las vacas para solucionarles la vida, sino para estimular sus malones y saqueos sobre el frente colonizador hispánico a efectos de detenerlo y debilitarlo; que el reglamento de tierras de 1815 no estuvo dirigido a los indígenas nómades sino a los sedentarios, pues una experiencia de dos siglos en las Misiones demostraba la casi imposibilidad de reducirlos voluntariamente a la vida sedentaria; se olvida que en los hechos durante el período artiguista en nada varió para bien la situación de estos grupos, que solo sirvieron como auxiliares en la guerra y aún al costo del desprestigio social de la Revolución, luego de episodios de saqueos contra poblaciones criollas como los ocurridos en Pintado, Mandosiví, Víboras y otros sitios que están registrados en el Archivo Artigas y que con equivocado pudor patriótico suelen omitirse; se olvida que no hubo tal venganza portuguesa, al contrario, Lecor los sedujo y llegó a un acuerdo con los caciques, siempre más fieles a sus intereses que a sus amigos; se olvida de decir que sus acciones contra los charrúas no fueron un capricho u obsesión de Rivera, sino una exigencia de la situación de fragilidad e incertidumbre en que se encontraba el Estado Oriental al nacer, reconocida por tirios y troyanos, tanto que la campaña punitiva fue estimulada por toda la prensa de la época, aún la más virulenta contra su administración; olvida decir que la campaña fue una decisión del gobierno nacional de entonces, expresada en una resolución de la Asamblea General integrada por 6 senadores y 21 diputados, entre los cuales se encontraban figuras que se enrolarían después bajo divisas diferentes; se olvida de decir que culminadas las operaciones, el Gobierno obtuvo el apoyo unánime de sus adictos y el silencio complaciente de sus opositores y que la población laboriosa y sedentaria de la campaña, nuestros antepasados, se vio sin duda beneficiada; se olvida también de advertir que la literatura que recrea las acciones llevadas contra los charrúas desde 1831 a 1835 nació de la pluma de sus más enconados enemigos muchos años después de sucedidos los hechos, redactada en plena Guerra Grande para servir a la no menos despiadada guerra ideológica, estimulada su redacción o escrita por aquellos mismos que participaron de forma más o menos directa en las acciones contra los charrúas o se beneficiaron económicamente con la pacificación de las tierras del norte.
Habría bastante más para decir al respecto.
Vaya si necesita obreros el estudio del pasado nacional, exigencia acuciante para contribuir a encontrar caminos para nuestra colectividad nacional.
Pero debemos levantar bastante el punto de mira y si de historia política se trata mucho más aún, a efectos de que actúe como luz que nos ayude a caminar y no como combustible que avive las pasiones que enceguecen y arrojan a la sociedad al enfrentamiento de unos contra otros.
No es ya el tiempo de los mitos, sin duda, pero tampoco de los panfletos."